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Carta de un
Profesor
emérito
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Sergio Fernández | ||||||||||||||
Sr. Rector José Sarukhán Sr. Rector: En la última visita que usted hizo a la Facultad de Filosofía yLetras —a propósito del Primer informe de la Dra. Juliana González— nos dio la buena nueva de un aumento de siete salarios, lo cual fue aplaudido por todos nosotros. Después, por la Gaceta supimos que está condicionado al Programa de Estímulos a la Productividad y al Rendimiento del Personal Académico, lo que significa algo absolutamente distinto. En vista de la inmediata y consiguiente inconformidad —notable en varios de nuestros planteles— paso a comunicarle mis impresiones, justificadas, si cabe, por 36 años de servicios ininterrumpidos a la UNAM, misma que me concedió hace seis, ser Profesor Emérito. Estas impresiones se suman a la inconformidad antes mencionada. Me permito, primeramente, agradecerle su buena intención al poner en marcha el Programa, pero al mismo tiempo decirle que si resulta válido para el ala de Ciencias, es inoperante para la de Humanidades. Porque ningún humanista (profesor, investigador, creador) se reconcilia con cifra ninguna pues no ignoramos que lo que importa es la calidad y no una cantidad ceñida, además, a un determinado monto económico. Por eso existe un unánime mal entendido entre dictaminados y dictaminadores; la batalla para obtener una puntuación más eficaz, lo cual no se consigue o se obtiene ganando las envidias ajenas; la separación de vínculos que otrora fueron sólidos. Y el desconcierto general ante el ¿qué va a pasar con nuestra, a pesar de todo, sobreviviente Universidad? Estos problemas no son posiblemente, señor Rector, desconocidos por usted. Publicaciones recientes en periódicos o cartas a la DGAPA, declaran el asombro y la extrañeza de procedimientos, que en el caso del Programa, son tan contrarios a la idiosincrasia universitaria, lejano a presiones que agobian sin enriquecer lo académico. Pero antes de seguir adelante explicaré por qué, siendo Profesor Emérito, y contando, por ello mismo, con una retribución extra, concedida por las autoridades, me sumo a la inconformidad ambiental. La razón es sencilla: porque ni los Profesores Eméritos ni ningunos otros, en Humanidades, logramos vivir con decoro. Debemos, hoy en día, recurrir a becas (como la del SNI); a trabajos fuera de cátedra, algunos de los cuales no “contemplan” retribución económica alguna: la Radio, la televisión cultural y, créase o no, aun a colaboraciones escritas. Porque el profesor universitario, por el hecho de serlo, debe tener una imagen óptima de vida, extendida e infundada noción que agrava aún más el problema. Y ahora, contando con opiniones en contrario, me permitiré hablar del Cuerpo de Profesores Eméritos, que al verse instados a apelar al Programa, se remiten por eso a ser re-examinados como si la larga cadena de requisitos para lograr el Emeritazgo no hubiera sido suficiente. O como si las Comisiones que en su momento lo juzgaron fueran, ya, descalificadas por el Programa mismo. Dicho de otro modo, lo que ocurre es que una autoridad académica anterior es, ahora, nulificada por su sucesora, arbitrario acto justificado por un virtual medro académico. No bastaron 30 años de servicios y un curriculum vitae conveniente para, al menos, 70 de los 130 miembros del Consejo Universitario, sin contar con cuatro comisiones más, que hoy ahorro para no fatigar. Porque el Programa, actualizando a Sísifo, requiere que los Eméritos sean de nuevo juzgados por tres instancias más: la comisión dictaminadora de propio plantel (formada las más veces por ex alumnos del Emérito), de nuevo el Consejo Técnico (que lo avaló años antes) y una comisión más, la de personas de reconocido prestigio universitario amén de otras, venidas de fuera, pues la UNAM no parece confiar en los miembros elegidos por su comunidad. Pero los Eméritos no están aislados. Se hallan ligados a toda la comunidad universitaria, deseosa, llegado el caso, de poder alcanzar la misma meta. Pero como los primeros de hecho deben legar el paradigma que la propia UNAM a su vez les legó, es obvio que se encuentran en un trance difícil pues la figura del gran humanista se desintegra hoy en día rápidamente entre nosotros. En virtud de lo cual aquellos por quienes nosotros pudimos haber viajado de cualquier latitud para asistir a sus cátedras quedan, o desplazados o expuestos a examinarse nuevamente ¿puede la UNAM —me pregunto— negar “estímulos” a un profesor de 94 años que, en el caso de Wenceslao Roces, nos enseñó a leer cultura pues sin sus traducciones estaríamos retrasados varios lustros? ¿Puede o el desfalco es aterrador? ¿Puede cuando La Jornada nos anuncia que “La decisión presidencial de invertir en nuevos recursos en la ciencia y la tecnología” es por un monto de 285 mil millones de pesos, o sean 100 millones de dólares? Si a ello agregamos la humillación que se nos ha hecho a toda la comunidad académica de firmar de común acuerdo el regresar los estímulos a la tesorería de la UNAM en caso de no merecer otra renovación, el asunto se vuelve asfixiante. Si el gesto del Presidente es plausible por lo que a la ciencia se refiere, no creo que las humanidades deban descalificarse hasta tocar el extremo contrario. El asunto es maniqueo pero la doble vuelta de tuerca no se hace esperar. Nos convierte de golpe y porrazo en algo así como asalariados sujetos a renovación de contrato, toda vez que la nómina es casi simbólica. Por otra parte el profesor enfermo, de estarlo, no puede investigar. ¿No es esto un trabajo a destajo? Pero evaluar es conducente y timbre de orgullo personal para quienes cumplen ya que los otros (que en todos partes están y no sólo entre los académicos) jamás darán resultado de excelencia con o sin estímulos; evaluar, es conducente, digo, en otras condiciones. Estoy seguro que los resultados serían óptimos. De otro modo, la “fuga de cerebros” no se hace esperar, y todavía hablamos la lengua de Cervantes. Por último agrego que si he escrito estas líneas no lo hago por el cuerpo mismo de Eméritos sino porque, como cualquier otro universitario, estoy en la obligación de ejercer una opinión y de expresarla en lo que creo que favorecerá a una gran parte de la población de universitarios, mínima si se compara con el monto total. Señor Rector: esta carta está llena de años de experiencia y amor por la UNAM. Espero que además se considere como lo que es: estrictamente académica. Le envío a usted mi admiración por el esfuerzo de sacar adelante a una institución que, como la nuestra, lastimosamente parece estar siempre en crisis. Por mi raza hablará el espíritu.
Nota Texto tomado La Jornada, de México, D.F. 5 de junio de 1991. |
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Sergio Fernández
Profesor Emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Fernández, Sergio. 1991. Carta de un profesor emérito. Ciencias núm. 24, octubre-diciembre, pp. 68-70. [En línea]
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