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Alfonso Arellano Hernández | ||||||||||||||||||
En general, la cabeza delantera
es la de un lagarto con embellecimientos ajenos… Eric Thompson
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Todos, alguna vez en nuestra vida, hemos enfrentado a los dragones, gracias a los cuentos infantiles. Sabemos que son enormes serpientes con garras y alas, y que por lo común exhalan fuego; su malevolencia es vencida por un héroe, al cabo de terribles batallas. Pero también custodian tesoros y conceden poderes especiales a quienes utilizan partes de su cuerpo, por ejemplo: la indulgencia, la gracia o la invencibilidad. ¿Quién no recuerda los casos de Hércules, San Jorge o Sigfrido?
Ahora bien, ¿qué significa “dragón”? Esta palabra proviene del griego drákon, que deriva de dérkomai, “dormir con los ojos abiertos”; drákos, cognada de drákon, significa “ojo”. Lo anterior se explica en varias cosmogonías: se dice que “en el principio” un monstruo o dragón hermafrodita habitaba las Aguas Abismales del Caos, increadas y eternas, donde sólo vigilaba, veía su reflejo antes de la Creación; es decir, descansaba sin dormir. Una vez hecho el Cosmos, todos sus elementos constitutivos se volvieron parte del dragón.
En Mesoamérica, y en particular la zona maya, existen numerosas representaciones de híbridos, en las que se mezclan elementos de diversos animales o plantas para formar un solo ente. Por ello, si bien las partes reciben un tratamiento realista, el conjunto final es un dragón que, de una u otra forma, guarda conexiones con otros monstruos y con distintos reptiles, incluido el cocodrilo.
Entre los mayas, los dragones han sido calificados por sus características —desde fines del siglo XIX— como “bicéfalos”, “celestes”, “terrestres” o “del Inframundo”; mientras que, hoy día, poco a poco se ha llegado a distinguir cuál se asocia de manera directa con alguno de los niveles cósmicos —es decir, Cielo, Tierra o Inframundo (lugar que no implica la idea judeo-cristiana de castigo)—, sin estar separados tajantemente entre sí. Aunque los dragones tienen distintos significados, un grupo de ellos puede identificarse con las Aguas Originales, la Creación, el Inframundo, la Tierra y el Cielo. Sus características apuntan en dirección a un híbrido de cocodrilo.
Valga, entonces, hacer un paréntesis informativo acerca de estos reptiles para saber qué son y cómo viven, y si de ello puede establecerse un nexo referido a su papel mítico.
Crocodylia
A nivel etimológico, “cocodrilo” (del griego krokódeilos) significa “gusano de piedra”, debido al físico y forma de vida de aquél. Pero también hay, implícitas, referencias al pene y a cierto tipo de piedras preciosas color azafrán o doradas (no identificadas en la naturaleza). Así, pues, hablar de cocodrilos conlleva asociaciones mitológicas propias de los dragones, entre ellas fertilidad y riqueza.
De otro lado, la herpetología nos informa que los cocodrilos son enormes reptiles cuadrúpedos, de largos cuerpo y cola. Su hábitat se ubica en zonas ribereñas, lacustres o pantanosas; realizan la mayor parte de sus actividades durante la noche. Su dieta consiste en insectos, batracios, pececillos, crustáceos y animales pequeños mientras es joven, en tanto que agrega animales mayores (incluidos aves y pequeños mamíferos) cuando adulto.
Los cocodrilos tienen la piel recubierta por escamas cuadrangulares que en el dorso se vuelven escudos osificados triangulares, a manera de crestas que corren desde la base del cráneo hasta la cola. Las patas son cortas, con los dedos de las traseras unidos por membranas interdigitales. La disposición anatómica de ojos, nariz y oídos les permite ver, oler y oír mientras están prácticamente sumergidos en el agua. Los dientes son cónicos, situados en alvéolos, y restituibles.
Los cocodrilos regulan su temperatura corporal gracias a que mantienen las fauces abiertas mientras se asolean, amén de alternar su estancia en lugares sombreados.
Crecen durante toda su vida y suelen ser longevos, pues alcanzan 60 o más años de edad; llegan a su madurez sexual a los seis años. La época de aparcamiento y puesta ocurre entre marzo y agosto, o al principio de la temporada de lluvias (según las especies y su hábitat). Las hembras forman nidos donde depositan sus huevos, cuya cantidad varía de acuerdo a la especie y tamaño de la hembra; el período de incubación oscila entre 70 y 90 días. Las hembras cuidan la nidada durante ese lapso, así como a los cocodrilitos, desde que nacen (en un período cercano a la época de lluvias) hasta más de seis meses.
Viven en cuevas hechas por ellos o por otros cocodrilos; en ocasiones pasan etapas de aletargamiento hundidos en los pantanos. Se agrupan en “harems” bajo la tutela de un macho dominante, que sólo acepta a otros machos en tanto no rivalicen con él por el dominio de las hembras; asimismo, controlan un área determinada tanto en la tierra como en el agua. Otra forma de gregarismo está en función de tamaño y edad, pues los más jóvenes y pequeños ocupan las proximidades de las lagunas o ríos, en tanto los más grandes y viejos suelen internarse tierra adentro.
En México sobreviven, con varias subespecies, dos especies de cocodrilos y una de caimanes, a saber: Crocodylus acutus o “cocodrilo de río o amarillo” (la más grande), Crocodylus moreletii o “lagarto negro o de pantano” y Caiman crocodylus o “Caimán” (este se distingue de los anteriores porque su hocico es corto y ancho, y el maxilar superior puede alojar todos los dientes de la mandíbula, al igual que por vivir en las costas del Pacífico).
Así, estos animalitos escamosos, de hábitos nocturnos, de vida anfibia y gregaria, asociada con la temporada de lluvias, tanto o más longevos que un humano, fueron considerados como seres divinos, rasgo que compartieron con otros especímenes de los reinos animal y vegetal.
Un ejemplo de esto último lo ofrecen las ceibas, ya que cuando son jóvenes tienen su corteza recubierta de espinas, gruesas y cortas, semejantes a las escamas dorsales de los cocodrilos. Las pierden con la edad. Tal parecido quizá no fue inadvertido para los mayas, de ahí que establecieran un punto de unión entre reptiles y plantas.
Entonces, ¿cómo y cuál es el papel de los cocodrilos dentro de la mitología mesoamericana en general y maya en particular?
Draco mesoamericanensis
Como he dicho arriba, el dragón que nos atañe es principalmente un cocodrilo. Personifica a la Tierra.
La Tierra, de acuerdo con Joralemon (1976), parece corresponder —en el panteón olmeca— al Dios I (ca. 400 a. C.). Sus rasgos, dice, son de caimán, empero mezclados con felinos y vegetales.
Un dios similar, pero mucho más contemporáneo (s. X-XVI d. C.), lo hallamos entre los mexica, quienes lo llamaron cipactli y lo asociaron al primer día del calendario de 260 días. Cipactli está regido por la pareja de dioses creadores Ometecuhtli y Omecíhuatl, también conocidos como Oxomoco y Cipactónal (quienes viven en el más alto de los Cielos: el Omeyocan) (figura 1).
Los Creadores tuvieron cuatro hijos, dos de los cuales intervienen en la Creación. Una versión indica que la Tierra y el Cielo fueron hechos al partir en dos al dios Tlaltecuhtli (un monstruo que caminaba sobre el Agua Primordial); los Creadores lo recompensaron del descuartizamiento convirtiendo su cabello y piel en plantas; sus ojos, en pozos, fuentes y cuevas pequeñas; su boca, en cavernas de donde surgen los ríos; la nariz, en valles y montañas. Otra versión señala que el primer hombre y la primera mujer fueron Oxomoco y Cipactónal, a quienes los hijos de los Creadores indicaron sus actividades: labrar la tierra y tejer y adivinar. Después, los cuatro hermanos hicieron a la Tierra, Tlaltecuhtli, con un gran pez semejante a un lagarto o Caimán, cipactli (Thompson, 1984; Castellón, 1989).
En resumen, Cipactli o Tlaltecuhtli es un ser monstruoso (lagarto con elementos de pez) que personifica a la Tierra y flota sobre las Aguas Increadas, constituyentes del Inframundo; su cuerpo conforma tanto el Cielo como la Tierra. En los códices Borgia, Nutall o Laud se aprecia que sus imágenes obedecen, quizá, a un cocodrilo.
Estas nociones se encuentran entre otros pueblos, como los huaxtecos, quienes creen que la Tierra es una cocodrilo hembra fertilizada por seres celestiales. En algunas comunidades actuales, los cocodrilos se consideran “portadores” de fuerza vital (Lucía Aranda, comunicación personal, 1991).
Draco mayensis stupefaciens
El cocodrilo también está presente en el pensamiento maya. La palabra que lo designa es ain; en yucateco, además, se encuentran chi’wa’an e itzam (Barrera, et al., 1980). En función de su riqueza y los problemas que ofrece, me referiré a itzam.
Es común que en la literatura sobre los mayas se mencione un dios llamado Itzam Na, que era uno y cuatro al mismo tiempo, dios maya supremo y con numerosas advocaciones (figura 2). Sin embargo, en la actualidad contamos con datos que permiten revisar su papel dentro de la cosmovisión maya y su nexo con los cocodrilos.
Eric Thompson ofrece los informes más completos al respecto. Planteó, con base en múltiples datos, que Itzam Na personificaba al Cosmos y tenía forma de iguana; su punto de partida fue la definición de itzam como “lagartos como iguanas de tierra y agua”. Después, Barrera Vázquez consideró que itzam se refería a una especie de cocodrilo (relacionado con Itzam Cab Ain o Chac Mumul Ain, el “Gran Cocodrilo Lodoso de la Tierra”, mencionado en los Chilames) y lo tradujo como “el mago [sabio] del agua, el que tiene y ejercita poderes ocultos en el agua”. Por último, Acuña ha propuesto que Hun Itzam Na puede traducirse como “Madre (o Casa) 1 Lagarto”, y comenta que Hun Itzam Na y Yax Coc Ah Mut son pareja (al igual que Cipactónal y Oxomoco).
Así, la acepción de itzam o Hun Itzam Na como una iguana se puede modificar en favor del cocodrilo. En apoyo a esta revaloración contamos con datos mayas coloniales y actuales. Los primeros se tienen en los Chilames y el Popol Vuh.
En los Chilames se informa del nacimiento de los dioses Oxlahuntikú (13 Dios, celeste), Bolontikú (9 Dios, infraterrestre) y del propio Itzam Cab Ain (terrestre) antes de la formación del Cosmos. Éste se creó al separarse el Cielo de la Tierra porque Itzam Cab Ain lo provocó.
De otra parte, el Popol Vuh cita a los Creadores por sus varios nombres, algunos asociados al agua: “Corazón de la Laguna, Corazón del Mar, Corazón del Cielo”, amén de “Engendrador y Portadora”. Estos dioses “estaban en el agua rodeados de claridad” y su palabra da paso al Cosmos, al ordenar que el Agua y el Cielo se separen de la Tierra.
Gracias a los datos contemporáneos —ofrecidos por Thompson (1984)—, se sabe que Itzam es un cocodrilo hermafrodita, dios de la montaña, de los cuatro rumbos del mundo (aspecto terrestre), señor de lagos y cocodrilos (acuático), y se asocia con las lluvias (celeste).
Con base en las referencias anteriores, es factible asociar a Itzam actual con Itzam Cab Ain y (de modo indirecto) con “Corazón de la Laguna, Corazón del Mar, Corazón del Cielo”, puesto que todas estas deidades comparten atributos. Al mismo tiempo, pueden indicarse paralelos entre “parejas creadoras” de distintas cosmogonías (como Oxomoco y Cipactónal), ya que existen antes de la Creación sobre el Abismo acuoso del Caos y permiten la formación del Cosmos entero al separar sus niveles (Cielo, Tierra y Agua o Inframundo).
Pero, hasta aquí, los informes nos llevan hacia el siglo XV d. C. ¿Qué pasa en épocas anteriores (siglos III-X d. C.) en función de las representaciones plásticas reptilinas?, y éstas ¿se asocian con los Creadores? Un punto de partida es revisar las implicaciones del día maya imix, correspondiente a cipactli.
Retratos divinos
De acuerdo con los mayas contemporáneos, el día imix se asocia al mundo o tierra sagrados y su dios patrono; es un día propicio para el maíz y también alude a la ceiba colocada en el centro de los poblados (bajo la cual se elige a las autoridades y de cuyas raíces se dice que provienen los linajes, además de servir de camino al Sol en su viaje al Inframundo).
Por lo que toca a sus significados —dentro de la escritura maya— imix está relacionado con el dios viejo que preside el número 5, uno de los Pahuatunes, divinidades del Inframundo o Xibalbá que sostienen la Tierra sobre sus hombros. El signo imix deriva de la estilización de los nenúfares o lirios acuáticos, naab en yucateco (figura 3) y se representa en varias formas; la más completa (de “cuerpo entero”) suele ser reptilina y bicéfala, se relaciona con el numeral 13 y el ciclo de 360 días, y decora su cuerpo con lirios. Los contextos en que aparece son de índole extraterrena, acuática por lo común; y personifica lagos, pantanos, ríos o cenotes (Thompson, 1978). Además, a través del numeral 13 se liga con Oxlahuntikú (13 Dios) y el Cielo. Pero imix, en tanto que es naab o nenúfar, conlleva el significado de “el mar o una gran extensión de agua” (por extensión, el Inframundo o Xibalbá) y “la madre de alguien”. Es decir, imix se apunta como probable equivalente de Itzam debido a las implicaciones de éste último y apoya la traducción de Acuña.
Con respecto a los nexos entre imix con la ceiba, los linajes y los muertos, la iconografía ofrece varios ejemplos. En alguno se puede ver un cocodrilo apoyado en su hocico o en sus patas delanteras, de cuyos cuartos traseros, alzados, brota una planta; sobre ésta se posa un ave. Es decir, el conjunto remite a la división del Cosmos en tres niveles (como hemos visto). De hecho, el animal es quien los conforma.
Amén de lo anterior, se acudió al cocodrilo para indicar una posible relación con los dioses, los antepasados muertos y Xibalbá. Tales son los casos de numerosas vasijas pintadas, así como tumbas, donde se plasmó un reptil semejante al cocodrilo, junto con otros habitantes del Inframundo. En un altar de Copán (figura 4) se ilustra —en apariencia— la genealogía de un gobernante en el momento de su entronización; mientras que una “Escalera Jeroglífica” de Yaxchilán registra una escena de juego de pelota llevado a cabo por un gobernante, en cuyo ropaje se aprecia un cocodrilo.
En otro aspecto, los gobernantes mayas muertos bajaban a Xibalbá (que los recibía en sus mandíbulas) en una canoa que, de vez en cuando, podía adoptar la forma esquemática de un cocodrilo. Además, un excelente ejemplo del acceso al Inframundo lo proporciona el Cenote Sagrado de Chichen Itzá: este es el hocico del Cocodrilo de la Tierra; el habitante del cenote —un cocodrilo— recibía y devoraba a los individuos arrojados ahí.
Entre muchos ejemplos más, los referidos señalan que ese reptil tuvo un papel peculiar en la época clásica maya (siglos III a X d. C.) a través de sus lazos con las plantas —transformación de su cola—, las entradas al Inframundo —sus fauces— y habitar en/ser parte de Xibalbá. Así, la correspondencia entre el cocodrilo, los vegetales o árboles, linajes y antepasados no parece contradecir los informes actuales de los mayas en cuanto al imix, y da pauta para ligarlos con Hun Itzam Na. Esto es: el cocodrilo conecta los tres niveles cósmicos y su cuerpo funge como camino entre ellos para los dioses y los muertos.
Por lo que toca a la asociación del cocodrilo con la tierra, en especifico las montañas, hay algunos puntos que sólo pueden sugerirse por medio de la escritura y la plástica mayas. Antes del siglo XVI parece haber un posible candidato que se identificaría con los montes (también sitios de comunicación entre los niveles del Cosmos). Me refiero al dragón cuyo cuerpo está decorado con signos cauac (figura 5). Éste es un día del calendario de 260 días (quiáhuitl náhuatl o “lluvia”) que, de igual modo, se utiliza en múltiples contextos y con diverso significado: puede ser tun, “piedra (preciosa), pene, huesos duros” de algunos frutos;1 se lee k’u, “dios, divino, sagrado”; y es witz, “montaña”.
Dado que witz personifica las montañas, parece adecuado considerarlo una variante del Cocodrilo Terrestre: recuérdese que el monstruo imix guarda vínculos con ese reptil, se asocia al tun y sus mandíbulas son oquedades o accesos al Inframundo (cuevas, cenotes). Sin embargo, este aspecto requiere un análisis que sobrepasa los objetivos del presente, en función de la riqueza simbólica y semántica del monstruo witz.
Draco crocodyleidos
Hemos visto que los dragones representan al Caos primordial, acuático, y son seres que dieron origen al Cosmos. Su forma principal es reptilina, aunque aceptan de buen grado partes de otros seres. Simbolizan la tierra, el agua y el aire, creación y destrucción, vida y muerte.
En Mesoamérica, los cocodrilos se cuentan entre los mejores animales que podían representar al dragón. Su vida es anfibia, lenta y larga como la de la Tierra misma; sus hijos nacen próximos a la temporada de lluvias, como cualquier brote vegetal, sus escamas se parecen a las espinas de las ceibas jóvenes. Habitan en la cercanía del agua, donde desarrollan casi todas sus actividades, caracterizadas por ser nocturnas. Por todo ello se relacionan con el Inframundo y la Tierra. Se vuelven, pues, excelentes candidatos para deificarlos.
No resulta extraño, entonces, que los cocodrilos se asociaran con múltiples conceptos religiosos y los concretaran en un dragón visible en la naturaleza: Cipactli náhuatl, Itzam maya. Como divinidades, comparten simbolismos. Itzam Na —en varios grupos mayas actuales— es un cocodrilo hembra y macho a la vez, bicéfalo, deidad creadora. Hablar de ella implica referirse a la Tierra que pisamos y su relieve, a los rumbos cósmicos, al agua tanto de Xibalbá como celeste, fluvial y lacustre; también extiende su dominio al Cielo y a la vegetación, en especial los nenúfares y la ceiba; incorpora a los muertos, los antepasados deificados y, en consecuencia, los linajes. Los significados de Itzam, Hun Itzam Na o Itzam Cab Ain encuentran eco a través de los del día imix. Es decir, en mi opinión Itzam deja de ser iguana para volverse cocodrilo: la “Madre 1 Cocodrilo”.
Es posible afirmar, entonces, que para los mayas, a lo largo del tiempo, el dragón-cocodrilo ha simbolizado y representado al Cosmos, cabal y viviente. Entre sus nombres, al menos a partir del siglo XVI, se cuenta Hun Itzam Na, “Madre 1 Lagarto” y tal vez —por extensión— “Linaje del 1 Cocodrilo”. Su pareja es Yax Coc Ah Mut. Cipactónal y Oxomoco se sugieren como su variante náhuatl.
Así, hemos visto algunos aspectos sobre el dragón-cocodrilo, obtenidos de diversos estudios. Por otro lado, nos adentramos —aunque parcial y brevemente— en el panteón maya clásico. Las ideas expuestas forman, pues, un punto de partida para tratar de conocer el papel del cocodrilo dentro de la mitología maya: su importancia radica en ser La Madre de quien descendemos y de cuyo linaje somos parte:
Somos parte del Cosmos.
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Referencias Bibliográficas Acuña, R., “Un encuentro casual con los dioses mayas”, en Humanidades. Un periódico para la Universidad, núm. 23, 4 de septiembre de 1991, p. 24, y núm. 24, 18 de septiembre de 1991, p. 3.
Álvarez del Toro, Miguel, 1972, Los reptiles de Chiapas, 2a. ed., Tuxtla Gutiérrez, Chis., Gobierno del Estado de Chiapas, 178 p., ilus. Barrera Vázquez, A. 1980, et al., Diccionario Maya Cordemex. Maya-español, español-maya, Mérida, Yuc., Ediciones Cordemex, [432 p.] Barrera Vázquez, A. y S. Rendón, 1974, trad. y ed., El libro de los libros de Chilam Balam, México, Fondo de Cultura Económica, 212 p. (Colección Popular, 42). Castellón Huerta, 1989, Blas Román, “Mitos cosmogónicos de los nahuas antiguos”, en Monjaras-Ruiz, Jesús, coord., Mitos cosmogónicos del México indígena, 1a. reimp., México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, (Serie Antropología, Colección Biblioteca del INAH): 125-176, ilus. Joralemon, P. D., 1976, “The Olmec Dragon: A study in Pre-Columbian iconography”, en Nicholson, Henry B., ed., Origins of religious art and iconography in Pre classic Mesoamerica, Los Angeles, UCLA-Latin American Center Publications-Ethnic Arts Council of Los Angeles, 27-71, ilus. Recinos, A. 1947, trad. y ed., Popol Vuh. Las antiguas historias del Quiché, México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 296 p. (Biblioteca Americana, Serie de Literatura Indígena). Rodríguez de la Fuente, F., 1970, Enciclopedia Salvat de la fauna, 12 vols., Barcelona, España, Salvat S. A. de Ediciones, vols. 3 y 8. Thompson, J., Eric. S., 1978, Maya hieroglyphic writing. An introduction, 6th reimp., Oklahoma, University of Oklahoma Press, 500 p., ilus. (Civilization of the American Indian Series, 56). Thompson, J., Eric. S., Historia y religión de los mayas, 6a. ed., México, Siglo XXI, 1984, viii 1 485 p., ilus (Colección América Nuestra, América Antigua, 7). |
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El presente artículo es una versión resumida de una conferencia que ofreció el autor en octubre de 1991.
Notas
1. Las piedras suelen ser “los huesos” de la Tierra.
2. Todas las figuras que ilustran este trabajo se obtuvieron de la bibliografía consultada, a menos que se indique otra referencia.
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Alfonso Arellano Hernández
Instituto de Investigaciones Filológicas,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Arellano Hernández, Alfonso. 1992. Notas sobre un dragón maya. Ciencias, núm. 28, octubre-diciembre, pp. 41-45. [En línea].
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