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César Carrillo Trueba |
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“La mente del poeta y, en algún momento
decisivo, la mente del científico, funcionan según un procedimiento de asociaciones de imágenes que es el más veloz para vincular y escoger entre las infinitas formas de lo posible y de lo imposible. La fantasía es una especie de máquina electrónica que tiene en cuenta todas las combinaciones posibles y elige las que responden a un fin o simplemente las que son más interesantes, agradables, divertidas”. Ítalo Calvino
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En París, durante el verano de 1924, en un café de
Montparnasse, en pleno día, entre el murmullo de los parroquianos, se encuentran reunidos algunos de los más conocidos miembros del incipiente movimiento surrealista. El pope André Breton preside la reunión. Robert Desnos duerme y responde a las preguntas de Louis Aragon, Benjamin Péret, René Crevel, y demás acompañantes. Desnos habla y, como lo relata Aragon, “en medio de tarros de cerveza, de platos, todo el océano se desmorona con sus estruendos proféticos y sus vapores decorados de oriflamas. Que aquellos que interrogan a este formidable durmiente, lo provoquen un poco y en seguida la predicción, el tono de la magia, el de la revelación, el de la revolución, el tono del fanático y el del apóstol”.
Eran los años heroicos del Surrealismo, movimiento que emergía en medio de las teorías de Einstein, las innovaciones de la mecánica cuántica y el ascenso del psicoanálisis. Como lo señala Maurice Nadeau en su Historia del Surrealismo, “las nociones de relativismo universal, la ruina de la causalidad, la omnipotencia del inconsciente, rompían con las nociones tradicionales fundadas sobre la lógica y el determinismo, imponían una nueva óptica e incitaban a investigaciones fecundas y apasionadas que tornaban vanos los gritos y estéril la agitación”.
La obra de Freud, en particular sus opiniones acerca del significado de los sueños, va a ser una de las piedras angulares del Surrealismo. Es el mismo Breton quien años antes de la fundación del movimiento, vive la revelación de este fenómeno. “Fue en 1919 cuando mi atención se fijó en las frases más o menos parciales que, en plena soledad, ya a punto de dormir, se vuelven perceptibles al espíritu, sin que sea posible por ello descubrir un significado previo (a menos de hacer un análisis profundo)”.
Esta inquietud llegó a ser tan fuerte, que uno de los objetivos del Surrealismo fue “la resolución futura de esos dos estados, en apariencia tan contradictorios, que son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, de surréalité (literalmente: sobrerrealidad)”. Con este fin se fundó el Bureau Central de Recherches Surréalistes (Oficina Central de Investigaciones Surrealistas), con sede en el número 15 de la Rue Grenelle, “un refugio para ideas inclasificables y revueltas perseguidas”, diría Aragon. A fines del mismo año, 1924, aparece el primer número de La Révolution Surréaliste, órgano del movimiento, dirigido por Pierre Naville y Benjamin Péret. Durante cinco años esta publicación mantendrá una sección en donde cada uno de los participantes de este movimiento contará sus sueños.
Las puertas del sueño
Fervientes seguidores de Freud, los surrealistas creían que la liberación de los hombres debería ocurrir en dos frentes: el social y el individual, el del inconsciente. En la liberación del inconsciente, los sueños desempeñan un papel fundamental. Alejados del control que ejerce la conciencia, en ellos es posible encontrar la inmensa creatividad del hombre. El arte no es un problema de talento, decía Breton, basta con “dar forma a esta imaginación que cada quien lleva dentro”, que la creación artística esté al alcance de cualquier persona, esto es, que todos puedan participar en la cruzada surrealista, ya que el Surrealismo busca “la transposición de la realidad a un plano superior (artístico)”.
Ahora, si bien es cierto que “el Surrealismo abre las puertas del sueño”, en la manera en que cada uno de los surrealistas abre esta puerta para acceder al infinito reino de la imaginación, está la clave de la inspiración onírica. Para Pierre Reverdy, “el sueño del poeta es la inmensa red de innumerables hilos que draga sin esperanza las profundas aguas…” Iconoclasta, Reverdy se revela contra toda forma establecida, contra la imaginación anquilosada, fría, que crea poemas siguiendo las reglas formales del razonamiento. Para él, “el pensamiento y el sueño son dos caras de la misma cosa”, de distinta naturaleza, pero con una unión subyacente. “El pensamiento necesita ser preciso en palabras, el sueño se desenvuelve en imágenes”. Estas imágenes son la materia de la poesía, por ello, “el poeta debe buscar en todas partes y dentro de el mismo, la verdadera substancia poética”.
Una tempestad de sueños
Así como las imágenes son la substancia de la poesía, el cine se construye con ellas. El cineasta más sobresaliente del movimiento surrealista, Luis Buñuel, cuenta en sus memorias cómo sus sueños se convertían en escenas de sus películas. “Vi de pronto a la Virgen Santísima inundada de luz que me tendía dulcemente las manos. Presencia fuerte, indiscutible. Ella me hablaba, a mí, siniestro descreído, con toda la ternura del mundo, con un fondo de música de Schubert que yo oía claramente. Me arrodillé, se me llenaron los ojos de lágrimas y me sentí de pronto inundado de fe, una fe vibrante e invencible. Cuando desperté, tarde dos o tres minutos en tranquilizarme. Medio dormido, repetía: ¡Sí, sí, Santa Virgen María, creo! El corazón me latía con fuerza. Añadiré que este sueño presentaba un cierto carácter erótico”. Este sueño se encuentra en La Vía Láctea.
Buñuel vivía una fuerte pasión onírica. El Perro Andaluz, claramente surrealista, es producto de la conjunción de un sueño de Salvador Dalí y de uno de Buñuel. “Esta locura por los sueños, por el placer de soñar, que nunca he tratado de explicar, es una de las inclinaciones profundas que me acercaron al surrealismo”. Esa locura nunca lo abandonó. En sus películas es común encontrar escenas inconexas en medio de una historia, como las ovejas en el camión en Subida al Cielo. “He introducido sueños en mis películas tratando de evitar el aspecto racional y explicativo que suelen tener. Un día dije a un productor mexicano, a quien la broma no hizo mucha gracia: si la película es demasiado corta, meteré un sueño.
La inspiración onírica parece ser común en los cineastas. Fellini lo ha manifestado en varias entrevistas, y Los Sueños de Akira Kurosawa, película del mismo director, es una buena ilustración de ello. La pléyade de imágenes que emergen cada noche parece proporcionar una infinita variedad de materia a la imaginación, como lo percibía Buñuel, “el cerebro… parece estar bombardeado desde el interior por una tempestad de sueños que afluyen en oleadas. Miles y miles de millones de imágenes surgen, pues, cada noche, para disiparse casi en seguida, envolviendo la tierra en un manto de sueños perdidos. Todo, absolutamente todo, es imaginado una u otra noche por uno u otro cerebro, y olvidado”.
Fotografiar un sueño
Los ejemplos de inspiración onírica se podrían multiplicar al igual que las citas de ideas y ocurrencias de los surrealistas. Man Ray, quien revolucionó la fotografía de su época, decía que prefería “retratar una idea antes que un objeto, y un sueño antes que una idea”. Breton quería ver fabricados con todo detalle, objetos vistos en sueños. René Magritte, quien desconfiaba de lo irracional, contaba que al levantarse, después de un largo sueño, lo invadían “un montón de pensamientos” que provenían de sus sueños. Racional como era, cuenta Jacques Meuris Magritte, pensaba que lo que soñaba procedía a su vez de la realidad, por lo que lo que él pintaba, era una mezcla de sueño tomado de la realidad y de la realidad tomada del sueño.
Esta fascinación por los sueños nunca va a menguar en los surrealistas, incluso ya desmembrado el movimiento. Sus creaciones conservan esta impronta, aunque sus ideas sobre la inspiración onírica se hayan modificando con el tiempo. “El surrealismo es la inspiración reconocida, aceptada y practicada. No como una aparición inexplicable, sino como una facultad que se ejercita… cuyos resultados son de interés desigual… Si siguiendo un método surrealista, usted escribe simples imbecilidades, son simples imbecilidades y ya”, pensaba Aragon a fines de la primera época del movimiento. Sin embargo, a pesar de los resultados tan desiguales, como lo dice Nadeau, el surrealismo dejó “obras que se equiparan a las más inspiradas de todos los tiempos”.
¿Una heurística onírica?
El papel de los sueños en la creación artística difícilmente incomodaría a alguien. No ocurre lo mismo en el campo de la ciencia. Esta actividad es vista normalmente como racional, con una lógica muy sólida, que sigue un método establecido, en suma, una actividad en donde los elementos irracionales no tienen cabida. ¿Puede un sueño ayudar a resolver un problema científico? La respuesta es sí. El caso de Auguste Kekulé, químico alemán del siglo pasado, quien descubrió la estructura del benceno, es uno de los casos que se conocen.
El benceno fue descubierto por Faraday en 1825, y trabajado posteriormente por científicos de la talla de Liebig, Wöhler y Berzelius. En la década de los cincuentas, Kekulé se interesa en los compuestos de carbono, en particular por los llamados “aromáticos”. En esa época las nociones de átomo y molécula no eran muy claras y se denominaba “tipo” a la estructura fundamental que conformaba los compuestos. En medio de esta nebulosa conceptual, Kekulé hizo la luz al establecer en 1857, junto con A. Scott Coupper, la cuadrivalencia del carbono y la manera en que estos átomos forman largas cadenas por medio de uniones simples y dobles (“unidades de afinidad”, les llamaron). A partir de entonces, como lo señala Pierre Thuillier, “hacer química… “implicó admitir que existen átomos que se combinan en el espacio gracias a enlaces claramente definidos”. Esto es lo que más tarde se conocerá como “estructura química”.
Kekulé prosiguió sus investigaciones sobre los “aromáticos”, principalmente sobre el benceno. Los años que van de 1860 a 1865 parecen ser para Kekulé los “años de la obsesión del benceno”. Kekulé presentó el 27 de enero de 1865, en la Sociedad Química de París, su trabajo “Sobre la constitución de las sustancias aromáticas”. Ahí propone que todos los aromáticos poseen un núcleo de seis carbones que forman una cadena cerrada, y que se encuentran unidos de manera alterna por enlaces simples y dobles, sin mencionar la forma que tiene la cadena. Kekulé vive obsesionado por esta estructura, y unos meses después, da forma hexagonal a la cadena pero sin colocar los dobles enlaces, por lo que la cadena podría ser también triangular. Sin embargo, Kekulé se inclina por el hexágono. En 1866, plasma en un dibujo la estructura definitiva del benceno: un hexágono muy similar al empleado actualmente en Química.
El soñador de átomos
Cuenta el hijo de Kekulé que tanto la familia, como amigos y colegas, conocían la gran afición que este científico tenía por las ensoñaciones. Las narraciones de sus sueños eran algo común, y frecuentemente soñaba con átomos. Él mismo contó como había tenido un breve sueño en un camión, en Londres, en el cual vio una serie de átomos de carbón danzando y uniéndose unos a otros, formando una cadena. Esa noche la pasó dibujando las formas que había visto en el sueño, y de ahí salió su hipótesis acerca de los enlaces entre átomos de carbono.
En un homenaje que le rindieron en 1890, contó por primera vez en público —lo cual, dice Thuillier, muestra una gran prudencia—, el sueño que le inspiró la estructura del benceno. Su obsesión por los átomos de carbono hacía entrar nuevamente a éstos en el escenario de sus sueños, danzando, uniéndose, formando grupos, combinándose de distintas maneras. “Largas cadenas, a menudo asociadas de forma muy estrecha, permanecían en movimiento, entrelazándose y retorciéndose como serpientes. Pero, cuidado, ¿qué es eso? Una de las serpientes había asido su propia cola, y de esta forma giraba burlonamente ante mis ojos. Me desperté como un rayo y, también esta vez, me pasé el resto de la noche elaborando las consecuencias de la hipótesis”. Esta visión no lo abandonará en ningún momento a lo largo de su incesante búsqueda.
¿Ciencia sin conciencia?
La ciencia se presenta como una actividad consciente y racional. El hecho de que un sueño sea el origen de un descubrimiento importante, molesta a los más ortodoxos miembros de la comunidad científica. Pierre Thuillier analiza este aspecto, citando entre otros, un texto de dos científicos que argumentando que los químicos “hacemos un trabajo experimental y comenzamos por reunir hechos estrictamente establecidos, después de eso formulamos una estructura química”; arremeten contra lo que ellos llaman “el mito de Kekulé”.
Sin dejar de criticar la posición opuesta, a saber, que los descubrimientos científicos son producto de una “revelación”, en donde Kekulé sería algo así como un “Regino” de la ciencia, Thuillier pone en evidencia lo que él ha denominado “las caras ocultas de la invención científica”. Esta actividad, pese a los múltiples intentos de numerosos científicos y filósofos por constreñirla al método científico, sigue procediendo de muy diversas maneras, en ocasiones tomando los más extraños caminos, más cercana al “todo se vale” de Feyerabend. En este inmenso territorio que es la generación de conocimientos, ¿por qué no habrían de tener cabida los sueños?
Barajeando la realidad
Imaginemos a Jim Watson, obsesionado por la estructura del ADN, dibujando anillos de adenina, como él mismo lo cuenta, brincando repentinamente ante uno de ellos, porque en ese momento comprende “las implicaciones potenciales de una estructura de ADN en la cual el sobrante de adenina (la historia es muy conocida)”, preguntándose “si cada molécula de ADN no consistirá de dos cadenas… etcétera, etcétera”. Si, como lo proponen Hobson y McCarley, los sueños son intentos de la conciencia —disminuida durante el sueño—, por interpretar o transformar en historias comprensibles las múltiples activaciones espontáneas y sin sentido de partes aisladas del cerebro, entonces no resulta descabellado pensar que, al igual que Watson viendo las figuras en el papel buscando algún sentido en ellas, Kekulé, con un cerebro lleno de átomos y más átomos, sueñe que éstos bailan, se unen en figuras, y que súbitamente su adormilada conciencia reaccione ante una de ellas. Un cerebro tan obsesionado por los átomos, por las estructuras moleculares, por muy al azar que sea activado, producirá imágenes de átomos.
Valga aclarar que no se trata de una perspectiva esotérica —tan de moda en este momento—, ni de aferrarse a una leyenda más de la historia de la ciencia —como la manzana de Newton o cualquier otra—, sino que, como lo explica T. S. Kuhn, es el conocimiento que tiene el científico, sus reflexiones e ideas, lo que le permite ver en un experimento no favorable, en una metáfora, en una antigua idea, o en una imagen, algo determinante para la comprensión del problema en que trabaja, para la continuación de su investigación. El mismo Kekulé, quitando a su sueño el aura de revelación, dijo: “Señores, aprendamos a soñar… pero abstengámonos de hacer públicos nuestros sueños antes de someterlos a prueba con nuestra conciencia bien despierta”.
Si en su caótico proceder, el cerebro va activando nuestra memoria, reviviendo sensaciones, produciendo oleadas de imágenes, mientras nuestra adormilada conciencia trata de entretejer este maremagnum con las agujas de nuestras obsesiones y preocupaciones, siguiendo los patrones de nuestras locuras y ocurrencias, de nuestra lógica, entonces nuestros sueños pueden ser fuente de inspiración tanto para la creación artística como para la creación científica. El cerebro despierto tendrá que encontrar la manera de dar cauce a esta inspiración.
La ciencia es una actividad humana como cualquier otra, enmarcada socialmente, influenciada por valores culturales, por la economía y la política. La creatividad del científico no se puede normar, en ella interviene fuertemente la subjetividad individual, como lo pensaba el mismo Einstein, y es ahí en donde la ciencia se une al arte. Shelley, poeta inglés del siglo pasado, acuñó el término poiesis, que significa crear, o el mismo acto de la creación. “Teniendo en mente este sentido más extenso de la palabra”, dice Medawar, “Shelley declaró categóricamente en su célebre Defensa de la poesía (1821) que ‘la poesía comprende toda la ciencia’, clasificando así la creatividad científica con la forma de creatividad más habitualmente asociada a la literatura imaginativa y a las bellas artes…”. “La mayor parte de los actuales asuntos de la ciencia consisten en hacer experimentos planeados para descubrir si este imaginario mundo de nuestras hipótesis corresponde al mundo real. Un acto de la imaginación, una aventura especulativa, subyace, por tanto, a toda mejora del conocimiento de la naturaleza”. ¿Y por qué no un sueño?
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Referencias Bibliográficas
Nadeau, M., 1964, Histoire du surréalisme, Seuil, Paris.
Buñuel, L., 1982, Mi último suspiro, Plaza y Janés, Barcelona. Diversos textos de La Révolution Surréaliste. 1924-1929, Collection Complete. Jean-Michel Place Ed., Paris, 1975. Thuillier, P., 1988, Del Sueño a la Ciencia: la serpiente de Kekulé, en: De Arquímedes a Einstein, Alianza y CNCA, Col. Los Noventa. Hobson, J. A. y R. W. McCarley, 1977, The brain as a dream state generator: an activation-synthesis hypothesis of the dream process, Amer. Jour. of Psych., 134(12):159-183. Citado por D. E. Zimmer, 1984, Dormir y Soñar, Salvat, Biblioteca Científica, Barcelona, 1985. Medawar, P. B., 1984, Los límites de la Ciencia, FCE, Breviarios, México, 1988. Watson, J., 1968, La double hélice, Laffont, Paris. Calvino, I., 1989, Seis propuestas para el próximo milenio, Siruela, Madrid. Meuris, J., 1992, René Magritte, Taschen, Ginebra. |
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César Carrillo Trueba
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Carrillo Trueba, César. 1993. La inspiración onírica. Ciencias, núm. 30, abril-junio, pp. 36-41. [En línea].
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