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El asalto corporativo a la agricultura
 
Silvia Ribeiro
   
   
     
                     
                     
 
Frente a las crisis alimentaria y climática, las empresas
trans­nacionales —que han lucrado enormemente con la crisis, ob­teniendo ganancias récord de­bido a su control del mercado y la especulación— nos dicen a coro con el go­bier­no, que la solución son los cultivos transgénicos, porque aumenta­rán la producción y po­drán ha­cer frente a las variaciones cli­máticas. Estas afir­maciones no se basan en datos reales, ya que las propias estadísticas de la Secretaría de Agricultura de Estados Uni­­dos y varios estudios de uni­ver­si­da­des estadounidenses mues­tran que los transgénicos producen menos, o en ocasiones igual que otras variedades no trans­génicas. Lo que es un he­cho irrefutable, y la razón por la que las empresas productoras los promueven a ultranza, es que las semillas transgénicas están bajo el mayor oligopolio corporativo en la historia de la agricultura industrial.
 
Actualmente, las diez mayores empresas semilleras con­trolan las dos terceras par­­tes del mercado global de semillas (transgénicas o no) ­bajo propiedad intelectual. Este dato se hace más imponente si recordamos que, hasta hace cuatro décadas, las semillas estaban casi totalmente en manos de campesinos, agricul­tores e instituciones públicas y circulaban libremente. Hoy día, en 2008, 82% del mercado global de semillas comerciales está bajo propiedad intelectual (patentes o certificados de obtentor), y de éstas, sólo tres empresas, Monsanto, Syngenta y DuPont, las mayores productoras de transgénicos, controlan 47 por ciento.
 
Aunque estamos inundados de noticias sobre fusiones corporativas que muestran que cada vez un menor número de empresas controlan mayores por­cen­tajes del mercado en todos los rubros, las semillas no son lo mismo que televisores, automóviles o cosméticos. Son la llave de la red alimentaria de cada país y del mun­do, y son el corazón de la vida campesina y la base de toda la agricultura. La cuar­ta parte de la población mundial, los campesinos, campesinas y agricultores familiares del mun­do, conservan sus pro­pias semillas para cultivar la comida de muchísimos millones más, sin depender de los precios y condiciones de las empresas semilleras. Esto es un factor cada vez más importante en la actual coyuntura. Dado el cerrado oligopolio de empresas transnacionales que domi­nan el sector no es posible ha­blar de soberanía alimen­ta­ria, ni siquiera de soberanía nacio­nal, si se depende de unas po­cas empresas para comer.

Según la investigación del Grupo etc, hace sólo tres dé­ca­das existían más de siete mil em­presas semilleras, ninguna de las cuales llegaba a 1% del mercado mundial. En 2000, las diez mayores controlaban 37% del mercado. Actual­men­te controlan 55% de todo tipo de semillas comerciales. La escalada por el control total del mercado es vertiginosa, y en épocas de crisis alimentaria mundial los países que estimulen el uso de semillas industriales quedarán esclavizados por el control de precios, condiciones y tipo de variedades que se les ocurra poner en el mercado a las pocas em­presas que tienen el control de este elemento clave: la llave de todo el resto de las activida­des agrícolas y alimentarias.
 
Las empresas semilleras modernas son además las ma­yores empresas globales de agroquímicos. De hecho, la con­centración corporativa del sector semillero comenzó hace una década cuando las em­­presas químicas decidieron tra­garse al sector semillas para condicionar la venta conjunta de semillas y agroquímicos. Su casamiento dio como resultado los transgénicos, lo cual ex­pli­ca que más de 80% de los transgénicos en campo, y la vasta mayoría de los que las empresas dicen desarrollar, son “tolerantes” a los agro­­tóxi­cos patentados por las mis­mas compañías, lo que im­pli­ca un mayor uso debido a la adic­ción a éstos.

DuPont, que por años ocu­pó el primer puesto como semillera, quedó por debajo de Monsanto con la compra que ésta hizo en 2005 de la multinacional mexicana Seminis. Monsanto es ahora la mayor empresa mundial de venta de semillas comerciales de todo tipo, además de que ya tenía el monopolio virtual en la venta de semillas transgénicas (87% a nivel global). En la última dé­cada Monsanto engulló, entre otras empresas, a Advanta Ca­nola Seeds, Calgene, Agracetus, Holden, Monsoy, Agro­ceres, Asgrow (soya y maíz), Dekalb Genetics y la división internacional de semillas de Cargill. En 2008 compró Semillas Cristiani Burkard, la mayor empresa semillera de Centroamérica, con lo que se posicionó como la empresa dominante en toda Meso­américa.
 
En área cultivada a escala global, en 2005 las semillas transgénicas de Monsanto cu­­brían 91% de la soya, 97% de maíz, 63.5% de algodón y 59% de canola. A nivel global (sumando cultivos convencionales y transgénicos), Mon­san­to domina 41% del mer­cado de maíz.
 
Además, la compra de Seminis le significó acceder al germoplasma y suministro de 3 500 variedades de se­mi­llas (muchas con centro de ori­gen en México) a productores de frutas y hortalizas en 150 países. En rubros donde Monsan­to era invisible, pasó a con­tro­lar en el mercado mun­dial 34% de los chiles, 31% de los frijoles, 38% de los pepinos, 29% de los pimientos, 23% de los jitoma­tes y 25% de las cebollas, además de otras hortalizas (cuadro 1).
 
Si en el rubro de semillas comer­ciales en general estos datos son graves, en el mer­ca­do de semillas transgénicas, se vuelven absurdos. Sólo seis empresas, Monsanto, Syngenta, DuPont (con su subsidiaria Pioneer HiBred), Bayer (incluyendo Aventis Cropscience), Basf y Dow Agrosciences con­trolan la totalidad del mercado mundial de semillas trans­gé­ni­cas. Todas ellas están entre las principales productoras de agroquímicos. Las diez mayores empresas de agroquímicos controlan 89% del mercado mundial de agrotóxicos.
 
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La dependencia extrema de los agricultores y la domi­na­­ción corporativa de mercado —en la que predomina Monsanto con amplio margen— es el rasgo característico de los cultivos transgénicos. Pero ade­más del control por la dominación del mercado, todas las semillas transgénicas están patentadas, lo que significa que los derechos de los agricultores reconocidos por la fao (Or­ganización de Naciones Uni­das para la Agricultura y la Ali­men­tación), de guardar par­te de la cosecha y volverla a sembrar, se transforma en un delito. Esto ya le ha reportado a Monsanto más de 21 millones de dólares en litigios contra agri­cultores cuyas semillas han sido contaminadas, y más de 160 millones en acuer­dos fuera de la corte, por la simple amenaza de llevarlos a juicio.
 
Para reforzar aún más este control y burlar los pocos con­troles antimonopolios, las com­­pañías están además haciendo acuerdos de colaboración en investigación y para compartir sus patentes, logrando una mayor superficie de control so­bre los agricultores. En 2007, Monsanto y Basf hicieron un acuerdo por la colosal suma de 1 500 millones de dólares, para desarrollar variedades transgénicas tolerantes a la sequía en maíz, algodón, canola y soya. En mayo de 2008, Syngenta y Monsanto acordaron realizar una “tregua” en sus litigios de patentes para soya y maíz, y unir sus oligo­polios y controlar la oferta. Al mes siguiente, Monsanto y DuPont hicieron un acuerdo para ampliar su mercado común de agroquímicos.
 
Causa vértigo constatar no sólo la dominación del mer­­cado por un puñado de empre­sas en un aspecto tan vital, sino ade­más cómo se han ido crean­do leyes de “bioseguridad” a favor de éstas, y modificando las leyes de semillas en muchos países del mundo para garantizar las ganancias, ventajas e impunidad de estos crecientes oligopolios. Con pe­­queñas diferencias nacionales, en la última década hemos presenciado la legalización de las pa­tentes y otras formas restrictivas de privatización de las semillas, el desman­te­la­mien­to de la investigación pública y de la producción y distribución pú­blica de varie­da­des y, concomitantemente, la privatización de la “certificación”, es decir quién define qué semillas pue­den estar en el mercado. Es una enajenación directa de la fun­ción que hasta hace una dé­cada era del ámbito público, permitiendo que la certificación sea entregada a terceros, que incluso podrían ser las propias empre­sas que las producen o firmas creadas por ellas.
 
Es ilus­tra­tivo en este senti­do el informe América Latina: la sa­grada privatización, donde se analizan las leyes de se­­mi­llas de varios países del con­­tinente. En la perspectiva con­ti­nental, queda aún más claro que ha habido un traslado sucesivo de conceptos: comenzaron regulando las semillas híbridas y comerciales como “una opción” de los agricultores y ahora van hacia la ilegalidad del uso de cualquier ­semilla que no sea “certificada” y, por ende, de las empresas. Aunque esto aún no se plasma en la leyes de todos los países de la región, está claro que constituye el objetivo.
 
En México, la Ley de Pro­duc­ción, Certificación y Co­mer­­cio de Semillas recoge todos estos puntos, complementando la trágica Ley de Bioseguridad y Organismos Genéti­camente Modificados, más ade­cua­da­mente llamada “Ley Monsanto”. Ambas fueron pro­­­movidas y ampliamente fes­te­ja­das por Monsanto y las ­demás transnacionales de agro­trans­gé­ni­cos, como un logro para la defensa de sus intereses.
 
Como si fuera poco, la do­minación corporativa por medio del mercado y las leyes se com­plementa con la con­ta­mina­ción transgénica de va­rie­da­des tradicionales o con­ven­cio­nales, que además de los posibles efectos dañinos en las semillas, implica el ries­go de que las víctimas sean llevadas a juicio por “uso inde­bido de patente”. Como arma final para la bioesclavitud, las empresas presionan ahora para legalizar el uso de semillas Terminator, (tecnologías de res­tricción del uso genético o gurts) que se vuelven estériles en la segunda generación.
 
 
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Frente a la crisis climática, las empresas de transgénicos también aseguran que ellas aportarán la solución con cultivos manipulados para resistir la sequía, la salinidad, las inun­daciones, el frío y otros factores de estrés climático. Todos estos cultivos aún no existen en el mercado, pero lo que sí existe son 532 patentes aprobadas o en trámite, (en Es­tados Unidos, Europa, Ar­gen­tina, México, Brasil, China, Sud­áfrica, entre otros) sobre caracteres genéticos prove­nien­tes de cultivos campesinos que podrían enfrentar estas condiciones. Nue­va­men­te, el barón de las patentes de “genes climáticos” es Monsanto, que en asociación con basf y algunas empresas biotecnológicas más pequeñas, controlan las dos terceras partes del germoplasma “resistente al clima”.
 
Un aspecto trágico es que las formas de agricultura alta­mente tecnificadas, como la llamada “agricultura de precisión”, en realidad han empeorado los problemas que decían solucionar. Por ejemplo, el riego controlado para “aho­rrar” agua, que sólo llega a la super­ficie de las raíces de las plantas, ha provocado mayor salini­zación del suelo, destruyendo o disminuyendo drásticamente las posibilidades de sembrar cualquier planta.
 
Los cultivos “resistentes al clima”, prometen aplicar la misma lógica, por lo que además de los nuevos problemas que provocarán por ser transgénicos, afectarían muy negativamente los suelos y la posibilidad de ir hacia soluciones reales.
 
La crisis climática y ali­men­taria es crudamente real, pero la respuesta no vendrá con más de lo mismo que la creó. Son los campesinos y agricultores familiares quienes tienen la experiencia, el conocimiento y la diversidad de semillas que se necesita para afrontar los cambios del clima y la crisis alimentaria. Mientras que la industria semillera afirma que desde la década de los sesentas ha creado 70 000 nue­vas variedades vegetales (la mayoría ornamentales), se estima que los campesinos del mundo crean por lo menos un millón de nuevas variedades cada año, adaptadas a miles de condiciones diferentes en todo el mundo. Y lo que menos se necesita en esta situación son nuevos monopolios para impedir que lo sigan haciendo.
 
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Referencias bibliográficas:

Grain, América Latina: la sagrada privatización (http:// www.grain.org/biodiversidad/?id=296).
Grupo etc, actualización 2008 del documento Oligopolios, S. A., que se publicará en breve y estará disponible en www.etcgroup.org.
, La apropiación de la agenda climática, ju­nio de 2008 (http://www.etcgroup.org/es/materiales/publicaciones.html?pub_id=695).
, semillas 2005.
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como citar este artículo
Ribeiro, Silvia. (2009). El asalto corporativo a la agricultura. Ciencias 92, octubre-marzo, 114-117. [En línea]
     
 
     

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