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La rata que no estaba extinta
 
Héctor T. Arita
   
   
     
                     
                     
Las noticias sobre mi muerte han sido grandemente exageradas
Mark Twain
 
A primera vista, el mercado de Thakhek no aparenta ser un lu­gar
propicio para la investi­ga­ción científica. Como en otros sitios de la antigua Indochina francesa, el lugar parece estar perpetuamente lleno de com­pradores, tanto nativos co­mo visitantes. Localizada en la orilla del caudaloso río Mekong, la ciudad de Thakhek, capital de la provincia laosiana de Kham­mouan, alberga una población de unas 26 000 per­so­nas, pero es además un ­bullicioso centro turístico lleno de viajeros de todo el mundo. De hecho, el nombre del lugar significa algo así como “Puerto de los Invitados” en la lengua Lao. Su mercado ofrece una amplia variedad de objetos y alimentos, e incluso los zoólogos pueden encontrar va­liosos tesoros por unos cuantos kips, como lo descubrió Robert Timmins en 1996.

Timmins se encontraba en Laos realizando exploracio­nes sobre la historia natural de las calizas de Khammouan, y sabía que los mercados locales son en ocasiones fuente de va­lio­sos ejemplares biológicos. En aquella visita, llamó la aten­ción de Timmins un par de roe­do­res que eran ofrecidos como alimento. De unos 40 cen­tí­me­tros de largo, inclu­yendo la esponjosa cola, los animales tenían el aspecto de una rata peluda con cola de ardilla. Tenían la cabeza grande, con un prominente hocico bulboso y orejas redondeadas. Cada animal pesaba unos 400 gramos, de manera que podían proveer una buena cantidad de carne para los conocedores locales, quienes llamaban kha-nyou a aquella rata-ardilla. ­Pero no era comida lo que ­Timmins buscaba aquel día en el mercado. Dándose cuen­­ta de que se encontraba frente a una nueva especie de roe­dor, compró los dos animales, preparó sus pieles y cuerpos como ejemplares científicos y los envió a al Museo de Historia Natural de Londres para su estudio.
 
Nueve años después, los ejem­plares de Timmins y otros colectados posteriormente sir­vieron de base para describir Laonastes aenigmanus, la rata laosiana de las rocas, que representaba no sólo una es­pe­cie hasta entonces desco­no­cida para la ciencia, sino una familia de roedores completamente nueva, los laonásti­dos. El descubrimiento de una nueva familia de mamíferos es un evento sumamente raro. De hecho, el antecedente inmediato era el descubrimiento, en 1974, de una familia nue­va de quirópteros repre­sen­tada por el murciélago abe­jorro de Tailandia. Según el re­porte científico, Laonastes te­nía ade­más una posición taxonómica muy especial. Las comparacio­nes colocaban a la kha-nyou junto con especies de roedores de América del Sur, como los conejillos de Indias y las chinchillas, y de África, como los puercoespines del Viejo Mundo. De hecho, los parientes más cercanos de las ratas laosianas parecían ser los gun­dis, unos roedores del nor­te de África. El descubrimiento de una especie con estas afi­ni­da­­des en el sureste de Asia plan­teaba interesantes pregun­tas respecto a la biogeografía y la historia evolutiva de los roedo­res. Pero las ratas lao­sia­nas guardaban aún otras sorpresas.
 
En marzo de 2006, un gru­po interdisciplinario de cien­tí­fi­­cos estadounidenses, fran­ce­ses y chinos dio un giro ines­perado al conocimiento so­bre la rata laosiana al comparar esta especie con grupos de roedores fósiles. El asom­bro­so resultado fue que Lao­nas­tes no representaba una fa­milia nueva, sino que podía ser clasificada dentro de la fa­mi­lia de los diatómidos, un gru­po de roedores conocidos de numerosos sitios en el sur­este de Asia, pero que tenían una interesante particularidad: se habían extinguido hacía 11 millones de años. Estudios posteriores demostraron además que las ratas laosianas, jun­to con los gundis, forman un grupo primitivo de roedores que se separaron hace más de 44 millones de años del gru­po de las chinchillas y los puercoespines africanos. Las kha-nyou no eran muy nuevas, después de todo, sino que eran auténticos fósiles vivientes.

Entre los mamíferos existen varios ejemplos de es­pe­cies que se consideraban ex­tin­tas y que han sido posteriormente encontradas con vida. En Pa­kis­tán, por ejemplo, existe una especie de ardilla voladora que se conocía solamente por una colección de 11 pieles preparadas a finales del siglo xix y que fue descubierta nueva­men­te en 1996. En México, el murciélago de ca­beza plana del norte del país se consideró extinto hasta 2004, cuando se le observó por primera vez en más de trein­ta años. Un ejem­plo más espectacular es el pecarí del Chaco, un jabalí que se creía extinto desde el Pleistoceno, hace unos 10 000 años y que fue descubierto con vida en las planicies de Pa­raguay, Bolivia y Argentina en los años setentas.
 
Todos estos ejemplos, sin em­bargo, palidecen ante el ca­so de la rata de Laos y el del monito de monte o colocolo, un pequeño mamífero de los bos­ques de Argentina y Chile que pertenece a un grupo de mar­supiales primitivos que se con­sideraban extintos desde el Mio­ce­no, hace unos 10 millones de años. Recientemente se encontraron fósiles en Aus­tralia de un marsupial semejante al colocolo, lo que apoya la teoría de que en un tiempo —hace más de 40 millones de años— los marsupiales podían dispersarse entre lo que ahora es América del Sur, la An­tár­tica y Australia, ya que los tres formaban una sola masa continental llamada Gondwana.
 
En paleontología se llama “ta­xones Lázaro” a las especies o grupos de especies que desaparecen del registro fósil para luego aparecer en estratos más recientes. El término es desafortunado, porque pa­re­ce implicar que se trata de or­ganismos que realmente se extinguieron y que poste­rior­mente regresaron de entre los muertos, como lo hizo Lá­za­ro de Betania, de acuerdo con los pormenores relatados en el evangelio de San Juan. En rea­lidad, el “efecto Lázaro” resulta de sesgos en la forma­ción de los fósiles o de proble­mas con su muestreo. Los dia­tómidos, por ejemplo, fueron roe­dores muy diversos y con am­plia dis­tribución en el Oligo­ceno y el Mioceno, entre 11 y 34 millones de años atrás. No existen fósiles conocidos del grupo con edades inferiores a 11 mi­llones de años, pero la existen­cia de un diatómido actual —la rata de Laos— es prueba de que el grupo nunca se extinguió. Lo que sucedió es que el grupo se volvió tan poco co­mún que no dejó rastro conocido en el registro fósil desde el Mioceno. Si de verdad estos roedores se hubieran extingui­do en el Mioceno y de pronto aparecieran de nuevo en Laos, se trataría de un fenómeno mu­cho más milagroso que la pro­pia resurrección de Lázaro, quien después de todo estuvo muerto sólo cuatro días, de acuer­do con las narraciones del Nuevo Testamento, y no 11 millones de años.
 
Tal vez un nombre más ade­cuado para el efecto Lá­za­ro sería “el efecto Blanco Herrera”. Blanco Herrera es aquel personaje que “no estaba muer­to, estaba de parranda” de la rumba El muerto vivo que popularizó Peret en los años sesentas. La canción narra la historia, supuestamente ­ve­rídi­ca, de un colombiano de An­tio­quia que desapareció por varios días, se le dio por muerto y que de pronto, para gran sor­pre­sa de sus familiares, reapa­reció. El tal Blanco Herrera no murió, simplemente “estaba to­mando caña” según reza la le­tra de la canción. Pues bien, ésta es una analogía más cercana al caso de la rata laosiana y los supuestamente extintos diatómidos. Los científicos ha­bían dado por ex­tinta a la familia, sin saber que en realidad en un remoto sitio de Laos exis­tía un último sobreviviente del grupo. Parafraseando a Mark Twain, las noticias sobre la extinción de los diatómidos habían sido grandemente exageradas.
 
El descubrimiento de una nueva especie animal es siem­pre interesante, pero el caso de la rata laosiana de las rocas es realmente especial. No sólo se demuestra la persistencia de un grupo de mamíferos que se creía extinto hace millones de años, sino que se abren nuevas perspectivas para el estudio del origen y evolución de las faunas modernas. El sureste de Asia, en particular, guarda aún muchos secretos, varios de los cuales podrían estar escondidos en algún otro mercado local.
 
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Referencias bibliográficas

Dawson, M. R. et al. 2006. “Laonastes and the ‘Lazarus effect’ in Recent mammals”, en Science, núm. 311, pp. 1456-1458.
Huchon, D. et al. 2007. “Multiple molecular evidences for a living mammalian fossil”, en Proceedings of the National Academy of Sciences of the US, núm. 104, pp. 7495-7499.
Jenkins, P. D. et al. 2005. “Morphological and mo­lecu­lar investigations of a new family, genus and species of rodent (Mammalia: Rodentia: Hystricognatha) from Laos pdr”, en Systematics and Biodiversity, núm. 2, pp. 419-454.
 
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como citar este artículo

Arita, Héctor T. (2009). La rata que no estaba extinta. Ciencias 94, abril-junio, 12-14. [En línea]
     

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