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Orquídeas en México
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Exequiel Ezcurra
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La biología que estudié en la escuela enseñaba que la evolución biológica es un asunto de supremacía entre organismos, de competencia, de matar o morir; era una visión de una naturaleza cruel, con dientes y garras ensangrentados. “La supervivencia del más apto”, pontificaba mi maestro, un biólogo pintoresco y cazador pertinaz, quien muy superficialmente leyó a Darwin y veía el mundo como si todo estuviera enfilado en el cañón de su escopeta.
En el jardín de mi casa, mi madre plantó una orquídea. Ella la llamaba flor de patito; años después supe su nombre científico, Oncidium bifolium. Por esa orquídea pude entender que la evolución biológica era una historia mucho más compleja y maravillosa que la visión de competidores despiadados y depredadores ensangrentados. Tendría como trece años cuando me acerqué por primera vez al microcosmos de las orquídeas, y desde entonces, y para siempre, mi visión de la vida cambió completamente.
Pocas plantas son tan íntimamente dependientes de otras formas de vida para su supervivencia como las orquídeas y, quizás, es eso lo que las hace tan increíblemente fascinantes. Desde su germinación parecen estar en otra liga del mundo biológico. Sus semillas son insólitamente pequeñas —algunas literalmente microscópicas— lo que les permite volar grandes distancias y establecerse en las partes más altas de los árboles o en lugares muy remotos. Pero, para lograr esta hazaña, han evolucionado semillas que carecen de reservas de nutrimentos, por lo que necesitan una fuente de alimento para germinar y establecerse. Así, para crecer se asocian con hongos llamados micorrizas, que las ayudan a obtener nutrimentos de la materia orgánica en descomposición, o de la corteza de los árboles donde se establecen, y las orquídeas los recompensan más tarde dándoles cobijo en sus raíces.
Todo es así en las orquídeas; una serie de historias de delicadas asociaciones biológicas, basadas en premios y seducciones dirigidos hacia otras formas de vida. Tallos huecos que mantienen hormigas en su seno, las cuales custodian celosamente la planta y son capaces de dar la vida en su defensa. Nectarios extraflorales, una dulce ofrenda con la que otras orquídeas pagan el servicio de patrullaje —por así decirlo— y contratan hormigas agresivas en su defensa contra otros insectos parásitos. Flores increíblemente polimórficas, capaces de disfrazarse de abeja hembra para atraer zánganos despistados; o producir aromas narcotizantes para esclavizar polinizadores con tendencia hacia las adicciones; o mimetizarse, simulando ser flores de otras especies vegetales y robarse así los polinizadores ajenos, casi sin esfuerzo. Ninguna otra especie del reino vegetal tiene la sexualidad exacta y precisa de las orquídeas. Mientras que la mayor parte de las plantas literalmente dispersan su polen a los cuatro vientos, las orquídeas le apuestan al todo o nada. Envuelven su polen en un amoroso paquete llamado polinia, y le encargan su dispersión a uno de los miles de cupidos alados que reclutan del reino de los insectos. La polinia, con su contenido completo de gametos masculinos, debe llegar delicadamente al estigma femenino, en estado receptivo, de alguna flor de otra orquídea de su misma especie. Si el mensajero falla, la flor fracasa en su cometido reproductivo. Así, no es extraño ver que toda la familia recurra a la seducción y al soborno para lograr su cometido vital. Las orquídeas no sobrevivirían sin los hongos y las bacterias microscópicas asociados a sus raíces, sin los árboles de las selvas y los bosques que les brindan soporte y sustento, sin las hormigas que las defienden, y sin un verdadero ejército de avispas, abejas, abejorros y escarabajos que consumen el dulce y pegajoso néctar de sus flores, y que llevan los misteriosos sacos del polen a través del bosque para que la planta masculina pueda tener conocimiento carnal —por decirlo metafóricamente— de otras plantas solitarias que, desde la copa de un árbol, la corteza de algún tronco o el suelo de algún pantano, esperan pacientemente que estos pequeños cupidos de seis patas traigan el esperma de sus distantes parejas. Aunque no las veamos, muchas orquídeas están rodeadas de sutiles y complejas señales de todo tipo. Olores como almizcle, geraniol, bombicol, esteroides, feromonas, compuestos alifáticos; aromas sensuales, dulces o perfumados; pequeñas moléculas que envían inconfundibles señales al unirse con los receptores sensoriales de una miríada de animales, y que atraen dispersores de los frutos, como en el caso de la vainilla, polinizadores de las flores, o acercan machos lujuriosos hacia flores disfrazadas de receptivas y expectantes hembras. El mundo de las orquídeas vibra con millones de señales de comunicación química que forman una especie de World Wide Web del mundo natural. Esto es lo que las hace tan fascinantes. Su supervivencia no parece estar vinculada tanto al combate como a la cooperación. Fundamentalmente, parece ser el resultado de alianzas biológicas para la supervivencia y para la reproducción; dicho sin recato, la simbiosis y el sexo. Muchas de estas cosas no las aprendí en la escuela, sino en el campo, estudiando diferentes especies biológicas. Entre ellas, tengo grabado en el corazón el Oncidium del jardin de mi casa materna, donde me inicié en el aprendizaje y el estudio de la delicada red de interacciones que mantiene la vida en la Tierra. Y de esas interacciones también trata este libro. A través del meticuloso trabajo editorial de Antonio Bolívar y de las imágenes magistralmente compiladas por Fulvio Eccardi, el libro es una celebración de las orquídeas de México y de su asombrosa riqueza. Pero también es una celebración de las delicadas fuerzas que mantienen unida todas las formas de vida sobre el planeta, la cooperación y la pasión. Sus etimologías se conjugan en una sola palabra: compasión. Y creo que la palabra es totalmente pertinente en este contexto, porque si las selvas y los bosques continúan desapareciendo, también lo harán las orquídeas y toda la maravillosa red de interacciones biológicas que mantienen. Entonces, este libro también es una obra que celebra la compasión, atributo que creemos tan humano y que, a la vez, es tan raro en estos tiempos. La protección de la naturaleza, de esa naturaleza increíble, maravillosa, que destaca y exalta este libro, también es un necesario acto de compasión. El libro Orquídeas de México nos convoca a ello. |
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Las orquídeas de México.
Hágsater, Eric, et al. Instituto Chinoin, 2005.
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Exequiel Ezcurra
Museo de Historia Natural
San Diego, California.
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como citar este artículo → Ezcurra, Exequiel. (2006). Orquídeas en México. Ciencias 82, abril-junio, 76-78. [En línea]
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del herbario | |||
Plantas introducidas en México
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José Luis Villaseñor y Patricia Magaña
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Los seres humanos, consciente o inconscientemente, siempre han transportado distintos tipos de organismos a través de pequeñas distancias o de mares y continentes, lo cual tiene un impacto en la historia biológica del planeta, constituyéndose, en ocasiones, en verdaderos desastres biológicos. La especie llevada de un sitio a otro, donde originalmente no existía, es llamada ajena, introducida o exótica. Afortunadamente, las plantas y animales útiles introducidos en muchos sitios han permitido el sustento, supervivencia y desarrollo de múltiples culturas; sin embargo, un buen número han resultado dañinas para las comunidades silvestres en las que se establecen, porque eliminan o desplazan a los organismos nativos.
En el caso de las plantas, varias especies introducidas que en principio se consideraban inocuas, terminan por ser un problema al convertirse en invasoras o en plagas; una vez adaptadas, y en ausencia de enemigos naturales, pueden incrementar rápidamente sus poblaciones y dispersarse en las comunidades naturales, hasta constituir una de las más fuertes amenazas para la diversidad natural. Se calcula que entre 1 y 5% de las especies de plantas introducidas en distintos ecosistemas del mundo, han causado severos problemas agrícolas o daños en los sistemas manejados por el ser humano.
Es difícil saber si una especie será plaga o no; apenas se han determinado algunos patrones generales para hacer predicciones. En México no se sabe cómo llegaron las distintas especies y cómo se dispersaron por el territorio. Por ejemplo, se cree que el origen del lirio acuático, cuya amplia dispersión lo ha convertido en una terrible plaga en los ecosistemas acuáticos del mundo, es amazónico. En México se registró por primera vez hacia finales del siglo XIX, y desde entonces se han propuesto distintos programas para erradicarlo o controlarlo. La mayor parte de las malezas o malas hierbas mexicanas que crecen asociadas con los cultivos son plantas nativas, aunque también hay una proporción de introducidas. En 1998, José Luis Villaseñor y Francisco Espinosa publicaron un catálogo de malezas mexicanas. Posteriormente, elaboraron una lista preliminar de las plantas introducidas en México, que incluye como especie introducida a toda planta exótica reportada como silvestre al menos una vez en una localidad de México. La lista registra 618 especies que pertenecen a 355 géneros y 87 familias de plantas con flores, de las cuales, más del noventa por ciento están incluidas en el Compendio Global de Malezas, un catálogo de las malezas de todo el mundo. Muchas se conocen en el país principalmente como plantas cultivadas —por ejemplo la lenteja, el jitomate o la papa—, pero fueron incluidas en el listado porque crecen como plantas silvestres sin la intervención humana. Hasta 2003, los registros de Villaseñor de la flora nativa de México se acercaban a 22 968 especies de plantas con flores. Si le sumamos las 618 especies introducidas, puede hablarse de que la riqueza florística conocida de México es de unas 23 586 especies. La familia Poaceae —la de los pastos, el maíz, el trigo, etcétera— registra en México el mayor número de especies introducidas, con 74 géneros y 171 especies; le sigue Fabaceae —la de las leguminosas como el frijol, el haba y la lenteja— con 36 géneros y 57 especies, Asteraceae —las compuestas como la dalia, el girasol y el cardosanto— con 39 géneros y 56 especies, o Brassicaceae —las crucíferas como el alpiste o la coliflor— con 25 géneros y 45 especies. En promedio, por cada género introducido en México existen 1.7 especies.
El origen de esta flora es muy diverso. Sin embargo, la mayor parte —ochenta por ciento— proviene de África, Asia y Europa, lo cual se relaciona con los siglos de colonización y dominación española. En segundo lugar está Sudamérica, con cerca del diez por ciento de las especies, y existe un grupo de plantas de las que no se tiene claro de dónde provienen. Los estados con la flora nativa más rica son Chiapas, Oaxaca y Veracruz. Mientras que la riqueza de plantas introducidas se calculó por medio de un índice de densidad, el cual reveló que Veracruz, Chiapas, Distrito Federal, Morelos y Michoacán son los estados con la mayor densidad de especies introducidas. Esto indica que tienen en su territorio grandes extensiones de áreas perturbadas o donde la vegetación original fue removida. La invasión de un área por una especie introducida no es un proceso rápido ni sencillo, porque debe enfrentar barreras tanto abióticas como bióticas. Pero una vez establecida, puede decirse que se ha naturalizado. Si se considera como criterio de naturalización el que una especie esté presente cuando menos en dos estados del país, entonces ochenta por ciento de las plantas introducidas en México ya están naturalizadas. El restante veinte por ciento son plantas introducidas casuales, porque sólo se registraron en un estado. Hasta la fecha solamente dos especies —Eleusine indica y Sonchus oleraceus— se han registrado en los treinta y dos estados de la república, por lo que pueden considerarse plantas invasoras o plagas. La Comisión Nacional para el Estudio y Uso de la Biodiversidad (conabio), considera la introducción de especies exóticas invasoras como una de las mayores amenazas que actualmente enfrentan los ecosistemas y las especies nativas, por los daños que pueden causar en los ecosistemas terrestres y acuáticos, como provocar desequilibrios ecológicos entre las poblaciones silvestres, cambios en la composición de especies y en la estructura trófica, desplazamiento de especies nativas, pérdida de biodiversidad, reducción en la diversidad genética y transmisión de enfermedades como plagas agrícolas y forestales. Por ello, la conabio impulsó un programa de especies invasoras, que ha realizado diversas actividades para evaluar su impacto en el país. Como siempre, se requieren más estudios de herbario y de campo para determinar cuáles de las plantas introducidas pueden considerarse totalmente naturalizadas, cuáles invasoras y cuáles tan sólo son casuales y difícilmente mantendrán poblaciones reproductivas. Igual de complicado es determinar el grado de daño que causan en la flora nativa. Lo que indudablemente se puede decir es que la riqueza florística del país es mayor con estas invitadas que llegaron para quedarse. |
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José Luis Villaseñor
Instituto de Biología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Patricia Magaña R.
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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Referencias bibliográficas
Villaseñor, J. L. 2003. “Diversidad y distribución de las Magnoliophyta de México”, en Interciencia, núm. 28, pp. 160–167.
Villaseñor, J. L. y F. J. Espinosa García. 1998. Catálogo de malezas de México. Ediciones Científicas Universitarias, unam, Consejo Nacional Consultivo Fitosanitario y Fondo de Cultura Económica, México.
Villaseñor, J. L. y F. J. Espinosa García. 2004. “The alien flowering plants of Mexico”, en Diversity Distrib., núm. 10, pp. 113-123.
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como citar este artículo → Villaseñor, José Luis y Magaña Rueda, Patricia. (2006). Plantas introducidas en México. Ciencias 82, abril-junio, 38-40. [En línea]
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