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  del bestiario  
Los dinteles de Yaxchilán
 
 
Héctor T. Arita
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Itzamnaaj B’alam II –Escudo Jaguar II– fue el más grande de los soberanos del reino de Yaxchilán. La majestuosidad de los numerosos monumentos arquitectónicos que mandó construir, así como la impresionante belleza de los dinteles y estelas, dan cuenta del enorme poderío que alcanzó. El dintel 24, uno de los tres que comisionó para adornar las puertas del edificio 23, es una de las piezas emblemáticas en el arte del tallado en relieve del periodo Clásico maya –años 250 a 900 de nuestra era. La obra muestra con exquisito detalle un ritual en el que la Señora Xook, una de las consortes de Escudo Jaguar II, pasa una cuerda con espinas a través de un orificio practicado en su lengua. La sangre escurre por la cuerda hasta caer sobre papeles colocados en un canasto a los pies de Escudo Jaguar, quien sostiene una enorme antorcha que ilumina la escena. El tallado muestra todo el esplendor del tocado de plumas en la cabeza del rey, así como la elegante capa que cubre su espalda y las sandalias de piel de jaguar que protegen sus pies. También se puede ver que la prestante dama, arrodillada para el ritual, portaba una especie de huipil con tejido de formas geométricas, así como diversos ornamentos de jade y un intricado tocado en la cabeza.

Como otros monumentos del Clásico maya, además de una magnífica obra de arte, el dintel 24 es un documento histórico de gran valía. Gracias a sus glifos podemos saber que el sacrificio de la Señora Xook tuvo lugar el 28 de octubre del año 709. Interpretando los glifos de otros monumentos es posible deducir que para esa fecha Escudo Jaguar II llevaba veintiocho años en el trono de Yaxchilán, en el que permanecería hasta el 15 de junio de 742, día en el cual, según los poéticos glifos del dintel 27, “su aliento de flor blanca se extinguió”.
La historia del reino de Yaxchilán se extiende por cerca de 450 años, desde el 359 hasta el 808 cuando se erigió el pequeño Templo 3, cuya única entrada estaba rematada por el dintel 10. Éste es de un estilo tan pobre que al principio los arqueólogos pensaron que se trataba de un monumento primitivo, producido por los primeros habitantes del sitio. En cambio, es el último de los monumentos fechados de Yaxchilán, un postrero suspiro decadente de lo que fue un glorioso y orgulloso reino. Existe evidencia arqueológica de que pocos años después de la dedicación del Templo 3, Yaxchilán fue abandonada y devorada paulatinamente por la inexorable selva. Excepto por las ocasionales visitas de los lacandones, el sitio permaneció en el olvido por más de un milenio hasta que en 1892 Alfred Maudslay se convirtió en el primer europeo en admirar sus maravillas.
 
El patrón histórico que se observa en Yaxchilán se repite en otros sitios mayas del Clásico. En la mayoría de las ciudades se conmemoraba con estelas el final de cada k’atun o ciclo de veinte años mayas. En el año 790, hasta 45 monumentos fechados fueron erigidos en diferentes metrópolis durante el decimonoveno k’atun del noveno bak’tun –periodo de 400 años. Cinco k’atunes –100 años– después, apenas una decena de estos monumentos fueron elaborados. Para el final del cuarto k’atun del décimo bak’tun, el 15 de enero del 909, sólo un registro fue producido, el monumento 101 de Toniná. Así, el siglo ix marca el final de las grandes ciudades mayas del Clásico. Los principales centros del área del río Usumacinta –Palenque, Piedras Negras, Yaxchilán– fueron abandonados a principios de ese siglo. Las ciudades de lo que ahora es Belice, el sureste de Guatemala y Honduras corrieron igual suerte un poco más tarde, de modo que sitios como Caracol, Copán y Quiriguá quedaron desiertos hacia el año 860. Finalmente, las ciudades del Petén, incluyendo las megametrópolis de Tikal y Calakmul, sucumbieron antes del año 910.

¿Qué fue lo que sucedió durante ese siglo que acabó con el esplendor de los mayas del Clásico? Se han planteado diversas explicaciones para tratar de entender el llamado colapso del mundo maya: guerras, rebeliones civiles, cambios climáticos, invasiones, un colapso de la agricultura, plagas, etcétera. Recientes estudios muestran que grandes cambios climáticos, en particular relacionados con los patrones de lluvia, podrían haber tenido una influencia importante sobre los eventos históricos del área maya. En 1995 un grupo encabezado por David A. Hodell presentó un trabajo que mostraba, con base en el análisis de sedimentos en lagunas de la península de Yucatán, que los años 800 hasta el 1000 fueron los más secos de los últimos siete milenios. Hodell y sus colaboradores especularon que esta megasequía podría haber desencadenado una serie de eventos que condujeron al colapso de los mayas del Clásico.

El reporte fue recibido con escepticismo por algunos arqueólogos. Los datos parecían ajustarse al modelo que Sylvanus Morley planteó en su monumental obra The Ancient Maya de 1946, donde escribió sobre la idea de la caída más o menos repentina del Viejo Imperio –las ciudades del Clásico maya– y el surgimiento de un Nuevo Imperio en el norte de la península de Yucatán, representado por ciudades como Chichén Itzá y Uxmal. Sin embargo, la evidencia arqueológica desecha el esquema dicotómico de Morley, al mostrar que el llamado colapso maya consta de muchos episodios individuales y no de un único evento repentino. La hipótesis de la megasequía no podía explicar las particularidades de la historia de cada sitio.

Recientemente, un estudio de Gerald H. Haug y sus colaboradores parece dar un nuevo giro a la hipótesis del cambio climático. Estudiaron los sedimentos de la depresión de Cariaco, en el mar del norte de Venezuela. Las condiciones en este sitio permiten la acumulación alternada de sedimentos marinos y procedentes del continente, formando así capas anuales que pueden datarse con increíble precisión. Más aún, la concentración de minerales de hierro y titanio permite medir la cantidad de sedimento continental arrastrado por los ríos, cuantificando indirectamente la cantidad de lluvia en un año. Los núcleos extraídos de Cariaco permiten, al menos en teoría, tener un registro anual de los patrones de lluvia de los últimos 14 500 años en el Caribe. Haug y sus colaboradores corroboraron la observación de Hodell de un periodo particularmente seco entre los años 800 y 1000, pero además encontraron mínimos de titanio en cuatro intervalos específicos, que interpretaron como periodos multianuales extremadamente secos. Las fechas de estos mínimos de lluvia, establecidos con técnicas de carbono radioactivo, corresponden con los años 760, 810, 860 y 910, los cuales coinciden con las fechas del abandono secuencial de las grandes ciudades mayas del Clásico.

A pesar de esta asombrosa coincidencia entre los datos de Haug y colaboradores, y las fechas de los últimos monumentos fechados en el mundo maya del Clásico, poca gente cree que el llamado colapso haya sido causado únicamente por las sequías. Pero es muy probable que los períodos de extrema sequía contribuyeran a exacerbar los conflictos sociales provocados por la escasez de alimento y una creciente incapacidad de la elite dominante para proveer al pueblo de sus necesidades básicas. Los gobernantes, ocupados en sus ritos religiosos cada vez menos efectivos, y en estériles guerras externas, seguramente perdieron credibilidad entre los comunes. La destrucción de los centros religiosos, el abandono de las ciudades y la caída de las dinastías gobernantes habrían sido las consecuencias lógicas de esa inestabilidad social.

Existe una perturbadora similitud entre los eventos del área maya en el siglo IX y algunos episodios de la historia contemporánea. A pesar de la contundente evidencia científica, algunos gobernantes de las naciones más poderosas no aceptan el hecho de que la actividad humana está provocando cambios climáticos globales que pueden tener graves consecuencias. Encerrados en un peligroso fundamentalismo religioso, y ocupados por impulsar guerras en territorio extraño, esos gobernantes han descuidado a sus propios ciudadanos, vulnerados por la furia de los fenómenos naturales. La destrucción de Nueva Orleans por el huracán Katrina, las enormes pérdidas humanas y materiales, y la subsecuente inestabilidad social resuenan en el concierto histórico con el llamado colapso de la civilización maya del Clásico. La historia nos muestra vívidas lecciones de cómo una civilización capaz de producir extraordinarias manifestaciones de arte monumental, como los dinteles de Yaxchilán, puede sucumbir ante un cambiante clima natural y social. Los gobernantes contemporáneos harían bien en aprender esas lecciones.
Héctor T. Arita
Instituto de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
Referencias bibliográficas
 
Martin, S. y N. Grube. 2000. Chronicle of the Maya kings and queens. Thames & Hudson, Londres.
Peterson, L. C. y G. H. Haug. 2005. “Climate and the collapse of Maya civilization”, en American Scientist, núm. 93, pp. 322-329.
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como citar este artículo

Arita, Héctor T. (2006). Los dinteles de Yaxchilán. Ciencias 81, enero-marzo, 16-19. [En línea]
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