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Observaciones sobre las viruelas y la manera de prevenirlas. Carta I |
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Ramón Aureliano Alarcón
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Leyendo, poco ha, las Cartas edificantes y curiosas, di por acaso con la carta del padre Entrecolles, misionero de la Compañía de Jesús al padre Du Halde, del año de 1726, en la cual habla de la inserción, o inoculación de las viruelas. Me determiné a dar a la luz aunque fuera sólo en parte y para beneficio y mejor aprovechamiento de otros, y para aquellos inclinados a investigar los arcanos de la naturaleza, pues “las noticias que se dirigen para el alivio y conservación de los hombres deben exponerse, no obstante que a primera ojeada parezcan de poca consideración”, como dice el Br. D. Joseph Alzate, sujeto ciertamente digno y de ingenio laborioso. Témese con razón los acometimientos mortales de esta enfermedad pestilencial conocida entre nosotros con el nombre de viruela y la destrucción que hace, ya sobre la especie humana “cuyo número disminuye sin cesar”, ya sobre la “hermosura que altera, o más bien borra de todo punto, no pueden menos de empeñar a los médicos a aplicar a ella todo su cuidado”. Sea esta carta de algún provecho en una época en que las plagas y otras calamidades nos aquejan.
“No siendo de mi incumbencia tomar partido por los que defienden la inoculación, ó los que la impugnan, citare con indiferencia los autores chinos, que la alaban, y la vituperan. La palabra China, que se dá á este methodo, que traduciría mal, por los términos de inserción, ó inoculacion; hablando con exactitud, sería preciso darle el nombre de Semilla de Viruelas, ó modo de sembrarlas, porque se compone la palabra China de dos, y la primera parte significa sembrar, y la segunda Viruelas: y la ultima parte, que es Teou, significa, sin diferencia en el acento, Garvanzo comestible, y toda la distinción está, en que se pone al lado la señal caracteristica de enfermedad. Me inclino á que los Chinos, llamando con el nombre Teou las viruelas, atendieron á la figura de las viruelas, cuyos granos parecen como garvanzos. En la série de esta Carta se verá, que las naraices son como surcos, en que se echa la semilla de las viruelas… Me imagíno que havian observado, que una de las principales señales de las viruelas, es una fuerte picazón, que sienten los niños en las narices, y que de este principio havrán concluido, que el parage mas propio para sembrar las viruelas, es aquel en que comienza á declararse…”
El padre jesuita indica tres recetas que le fueron dadas por algunos médicos de Palacio, sobre el arte de sembrar las viruelas, que lograban aplauso, “pero que se guardaban con mucho secreto sobre el methodo”.
“Además de los regalos, que tuve que hacer, me sacaron palabra [nos dice el misionero] que no comunicaría en la China el secreto, que me participaban, solamente en favor de Europa”. La primera receta dice así: “Quando hallares un niño, desde la edad de un año, hasta siete inclusive, cuyas viruelas han brotado felizmente, sin señal alguna de malignifidad, que las ha tenido claras, y que al decimo tercio, ó dia catorceno se ha limpiado, cayendose las cascaras, ó escamas, recogedlas, estando secas, encerradas en un vaso de porcelana, y cubrid bien su abertura, ó boca con cera: por este medio conservaréis su virtud por muchos años; y si en el vaso se dexa la menor abertura, se evapora en el termino de cien dias. Se supone, que el niño á quien se quiere procurar las viruelas está bueno, y tiene por los menos un año cumplido. Si las escamas, ó pellegitos gurdado son pequeños, tomad cuatro de ellos: si son grandes, dos bastan. Se mezclará un poco mas de un grano de almizcle, y se pondrá entre dos pellegitos, y todo ello se pondrá en algodón á manera de tinta, y se entrará por la nariz izquierda si es niño, y por la derecha si es niña.”
“Observese, que si la criatura tiene la sutura del cranio, está enteramente unida con la parte mas cercana á la frente, llamada la puerta del espiritu, y de la razon: si no está consolidada, ó si el niño tiene entonces camaras, ó otra indisposición, no conviene entonces ingerirle las viruelas. Haviendose insinúado el remedio por las narices, y sobrevenido la calentura, si no parecen los granos hasta el tercer dia, podeis asseguraros, que de diez niños, sanarán ocho, ó nueve; pero si brotan en el segundo dia, la mitad de ellos correrá gran peligro. En fin, si salen los granos en el primer dia, que se manifiesta la calentura, no se puede pronosticar la salud de uno de los niños. En el uso de esta receta, debe arreglarse el Medico como en las viruelas naturales. No se han de emplear mas de una ves remedios expulsivos, y en lo demás se darán al enfermo bebidas, y cordiales que le fortifiquen.”
Hasta aquí el estracto de la Carta edificante y curiosa del jesuita Entrecolles, escrita en Pekín el 12 de mayo de 1726.
Al finalizar esta primera carta hago memoria de haber leido en el tomo I de Las memorias instructivas y curiosas lo siguiente: “Sorprende, pues, que haya recurrido (en Inglaterra) mas bien á la inoculacion, qué á un preservativo inocente de que el señor Berkeley, Obispo de Cloyne, dá la composicion en una de sus obras intitulada en ingles Siris, esto es, encadenamiento de pensamientos diferentes; y tanto mas sorprende, quanto este remedio ó preservativo es tan admirable por su simplicidad, como por lo maravilloso de sus efectos. En realidad no se reduce á otra cosa que á usar por algun tiempo del agua de pez líquida, goudron, cuyo regimen debe seguirse especialmente cuando se advierta que el ayre corre impregnado de los vapores malignos que causan las viruelas. Por lo demás, no hay inconveniente alguno en beberla aunque no parezca que hay que temer la cercania de esta enfermedad; y mayormente cuando es especial contra diversas enfermedades, á que los humanos estamos mas sujetos” (otro uso de esta resina no sólo como un preservativo contra la corrupción de la sangre, puede aconsejarse también a toda persona “sedentária por su empleo, y consiguientemente á las gentes de letras, y demás personas estudiosas, que perpetuamente están expuestas á respirar un ayre mui encerrado”.)
Las opiniones entre los sabios se dividen en qué tanto en la medicina como en la física importa mucho menos el inquerir a fuerza de gastos la explicación de los fenómenos, que el descubrir nuevas relaciones de todo lo que nos rodea con la salud del hombre. Nuestro parecer es que en este punto, como en cualquier otro en que haya competencia entre producciones, debe adoptarse como una máxima sistemática e invariable la moderación.
(Se continuará si los editores de tan apreciable gaceta nos los permiten)
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Referencias Bibliográficas
Alfredo de Micheli, 1979, “La viruela en la Nueva España”, Prensa Méd. Mex. Año xliv, núms. 9-10, septiembre-octubre.
Cartas edificantes y curiosas, escritas de las missiones estrangeras, [y de Levante] por algunos missioneros de la Compañía de Jesus, 1753-1757, tr. del idioma francés por el padre Diego David. Madrid, Oficina de la Viuda de Manuel Fernández, 16 v.
Suárez, Miguel Gerónimo, 1778-1791, Memorias instructivas, y curiosas sobre agricultura, comercio, industria, economía, chymica, botanica, historia natural, etc.: sacadas de las obras que hasta hoy han publicado varios autores extrangeros, y señaladamente las Reales Academias, y Sociedades de Francia, Inglaterra, Alemania, Prusia, y Suecia, Madrid, Pedro María.
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Ramón Aureliano Alarcón
Instituto Mora
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como citar este artículo →
Aureliano Alarcón, Ramón. (1999). Observaciones sobre las viruelas y la manera de prevenirlas. Carta I. Ciencias 55, julio-diciembre, 26-28. [En línea]
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