del tintero |
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De la cosecha del viejo Antonio:
la historia del calendario
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Subcomandante Marcos
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Cuentan los más viejos de los viejos de nuestros pueblos, que en los tiempos primeros el tiempo se andaba así nomás, todo desordenado y dando tropezones como bolo en fiesta de la Santa Cruz. Los hombres y mujeres mucho perdían y se perdían porque el tiempo no se caminaba parejo, sino que en veces se apresuraba y en veces se caminaba lento, arrastrándose apenas como viejito renco, y en veces el sol era grande piel que todo lo forraba, y en veces pura agua nomás, agua arriba, agua abajo y agua en medio, porque antes no se llovía sólo de abajo para arriba sino que llovía también para los lados y en veces hasta de abajo para arriba se llovía. O sea que todo era un relajo, y acaso se podía sembrar, cazar o arreglarle a las champas el techo de zacatón o las paredes de varilla y lodo.
Y los dioses todo lo miraban y miraban, porque estos dioses, que eran los más primeros, los que nacieron el mundo, nomás se la pasaban paseando y agarrando macabiles en el río y chupando caña y en veces también ayudaban a desgranar el maíz para las tortillas. Así que todo lo miraban estos dioses, los que nacieron el mundo, los más primeros. Y se pensaron, pero no rápido se pensaron, sino que tardaron porque no muy ligeros eran estos dioses, así que pasó un buen rato en que sólo miraron al tiempo pasar dando tumbos por la tierra y ya después que así dilataron pues entonces sí se pensaron.
Ya después de que se pensaron, porque también se tardaron un rato pensando, los dioses la llamaron a la Mamá que le llamaron Ixmucané, y ahí nomás le dijeron:
“Oí pues Mamá Ixmucané, este tiempo que se camina por la tierra no se anda bien y nomás se la pasa brincando y corriendo y arrastrando y a veces para adelante y a veces para atrás y así pues de plano no se puede sembrar, y ya mirás que tampoco se puede cosechar a gusto y ahí están tristeando los hombres y mujeres y ya mucho batallamos para encontrar al macabil y no está la caña donde la dejamos y nosotros pues te decimos, no sabemos qué pensás, Mamá Ixmucané, pero como que no está bueno que el tiempo se ande así nomás, sin nadie ni nada que lo oriente cuándo y por dónde se tiene que caminar y con qué paso. Así pensamos, Mamá Ixmucané, no sabemos qué nos vas a decir vos con este problema que te decimos”.
La Mamá Ixmucané se suspiró durante un buen rato y entonces ya dijo:
“No está bien que el tiempo ande así nomás como burro sin mecate, haciendo sus destrozos y mucho estropeando a todas estas buenas gentes”.
—Sí, pues, no está bien —dijeron los dioses.
Y se esperaron un rato porque sabían bien que no había terminado de hablar la Mamá Ixmucané, sino que apenas empezaba. Por eso, desde entonces, las mamás apenas empiezan a hablarnos cuando parece que ya terminaron.
Otro rato se estuvo suspirando la Mamá Ixmucané y entonces siguió hablando:
“Allá arriba, en el cielo, está pues la cuenta que debe seguir el tiempo, y el tiempo sí hace caso si alguien le está leyendo y diciendo qué sigue y cómo y cuándo y dónde”.
—Sí está y sí hace caso —dijeron los dioses.
Más se suspira la Mamá Ixmucané y por fin dice:
“Estoy dispuesta a leerle al tiempo la cuenta para que aprenda a andarse derecho, pero ya no tengo buenos mis ojos y acaso puedo mirar al cielo, no puedo”.
—No puede —dijeron los dioses.
—Viera que puedo —dijo la Mamá Ixmucané. Pa luego lo enderezo al tiempo, pero ahí está que no puedo mirar y leer el cielo, porque no tengo buenos mis ojos.
—Mmmh —dijeron los dioses.
—Mmmh —dijo la Mamá Ixmucané.
Así tardaron, nomás diciendo “mmmh” los unos y la otra, hasta que por fin los dioses se pensaron otra vez y dijeron:
—Mirá vos, Mamá Ixmucané, no sé qué pensás pero nosotros pensamos que está bueno si te traemos el cielo pacá abajo y pues ya cerquita bien que lo podés mirar y leer y enderezarle el paso al tiempo.
Y la Mamá Ixmucané se suspiró fuerte cuando dijo:
”¿Caso tengo dónde ponerlo al cielo? No, no, no. ¿No mirás que está chiquita mi champa? No, no, no”.
—No, no, no —dijeron los dioses.
Y otro buen rato se quedaron con sus “mmmh”, “mmmh”. Ya luego se pensaron los dioses otra vez y dijeron:
—Mirá voz, Mamá Ixmucané, no sé qué pensás, pero nosotros pensamos que está bueno si lo copiamos lo que está escrito en el cielo y lo traemos y vos lo copias y ya lo podés leer y así enderezás el paso del tiempo.
—Ta bueno —dijo la Mamá Ixmucané.
Y subieron los dioses y se copiaron en un cuaderno la cuenta que contaba el cielo y se bajaron otra vez y fueron con el cuaderno a ver a la Mamá Ixmucané y le dijeron:
—Mirá vos, Mamá Ixmucané, aquí está pues la cuenta que cuenta el cielo, aquí la apuntamos en este cuaderno pero no va a durar, así que tenés que copiarlo en otro lado donde dure todo el tiempo la cuenta que endereza el camino del tiempo.
—Sí, sí, sí —dijo la Mamá Ixmucané. En mis manos la copia la cuenta y yo le enderezo el paso al tiempo para que derecho se camine y no se ande como viejito bolo.
Y en la palma y el dorso de las manos de la Mamá Ixmucané los dioses escribieron la cuenta que en el cielo cuenta para enderezar el camino del tiempo, y por eso las mamás sabedoras muchas rayas se llevan en las manos y en ellas leen el calendario y cuidan así que el tiempo se camine derecho y no se olvide la cosecha que la historia siembra en la memoria.
Se calla el viejo Antonio y la doña Juanita repite, viéndose las manos:
“Viene el agua a tiempo”.
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Subcomandante Marcos _______________________________________________________________
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Subcomandate Marcos. (1999). De la cosecha del viejo Antonio: la historia del calendario. Ciencias 54, abril-junio, 68-69. [En línea] |
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