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J. Sternberg
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Como era un planeta de arena muy fina, dorados acantilados,
agua esmeralda y recursos nulos, los hombres decidieron transformarlo en centro turístico, sin pretender explorar su suelo, estéril por otra parte.
Los primeros desembarcaron en otoño. Edificaron algunos balnearios, y cuando llego el verano pudieron recibir varios centenares de veraneantes. Arribaron seis cientos cincuenta. Pasaron semanas encantadoras dorándose a los dos soles del planeta, extasiándose con su paisaje, su clima y la seguridad de que ese mundo carecería de insectos molestos o peces carnívoros.
Pero el 26 de julio, de un solo golpe y al mismo tiempo, el planeta se trago a todos los veraneantes. El planeta no poseía más forma de vida que la suya, era la única criatura viva en el espacio. Y le gustaban los seres vivos, en particular los hombres. Sobre todo cuando estaban bronceados, pulidos por el viento y el verano, calientitos y cocidos.
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_____________________________________________________________ cómo citar este artículo →
Sternberg, J. 1984. La criatura. Ciencias 6, octubre-diciembre, 60-61. [En línea]
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