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La Mujer: Biología y Sociedad (2a. parte)
 
Erendira Alvarez y Ma. Cristina Fernadez
   
   
     
                     

Darwin y Wilson argumentan a favor de la inferioridad de la mujer

 

En la primera parte, publicada en el número 10 de esta revista, se inició la discusión del papel asignado a la mujer en cuanto a su posición humana y los diversos conceptos biológicos asociado a ésta. En esta segunda entrega pretendemos analizar lo dicho por algunos biólogos respecto a la condición social de los sexos. Más que haber hecho una selección a priori de los autores, fuimos buscando a quienes han abordado este tema a partir del terreno biológico.   

CARACTERIZACION DE LOS SEXOS EN LA ESPECIE HUMANA SEGUNA CHARLES DARWIN    

Con Darwin la biología adquiere su expresión plena cuando en el siglo XIX desarrolló la teoría de la evolución que planteaba un nuevo enfoque totalizante acerca de los problemas de los organismos vivientes.    

El carácter revolucionario de la obra de Darwin, como señala Prenant,1 es hacer de la biología una ciencia completamente digna de este nombre, La revolución biológica puede resumirse casi con el nombre de Darwin. El darwinismo afirma que el mundo vivo es resultado de la evolución, la cual se realiza por medios puramente materiales y que la especie humana es uno de sus productos; en consecuencia su origen es puramente material. Con Darwin la concepción de la especie humana cambia de manera radical; a partir de él dejaba de creerse en la creación divina. Debido a esto, las objeciones más fuertes a la teoría fueron presentadas por la Iglesia. Finalmente, las ideas de Darwin —en principio revolucionarias— terminaron por sustituir a las ideas teológicas. Ahora se explicarían las jerarquías en base a la lucha por la existencia.   

A partir de los planteamientos hechos por Darwin en su teoría evolutiva, se impulsa a la valoración de la “naturaleza humana” y con ello se intenta dar una explicación de las leyes que rigen la sociedad humana en base a su condición biológica. Los autores a los que nos referimos, tienen esta misma pretensión; no podrían explicarse sin hacer referencia a los postulados de Darwin.    

En la primera parte de El origen del hombre y la selección en relación al sexo, Darwin expone su teoría acerca de la ascendencia de éste; en la segunda explica lo que es la selección sexual y dedica un capítulo a la descripción de lo que él llama características sexuales secundarias como resultado de la acción de las selecciones natural y sexual.   

Para Darwin la selección sexual “depende de las ventajas que unos individuos tienen sobre otros del mismo sexo y especie desde el solo punto de vista de la reproducción”;2 esto significa que si un carácter hace a ciertos individuos más atrayentes para el sexo opuesto, o bien si un carácter dado aumenta la eficacia competitiva con respecto a individuos del mismo sexo, entonces será favorecido por la selección sexual. Ahora bien, como los distintos caracteres de la eficacia biológica pueden no estar correlacionados, entonces la selección sexual actuará favoreciendo un balance general de ventajas y desventajas.    

Darwin afirmaba que debido a que las “pasiones” del macho en su mayoría se presentan con más fuerza que en las hembras y es principalmente en ellos donde actúa la selección sexual en tanto que la hembra —por lo general es más pasiva que su congénere masculino—, resulte ser quien elige al macho para aparearse. En base a estos planteamientos explica cuáles son los caracteres sexuales secundarios en la especie humana.    

El proceso de selección sexual en el humano se ha dado a través del combate entablado por los machos para la posesión de sus hembras. Explica que el mayor tamaño, fuerza, valor, competitividad y energía del hombre con respecto a la mujer, fueron favorecidos a causa de las batallas con los machos rivales de su especie. La supuesta mayor capacidad intelectual e inventiva del hombre los atribuye Darwin a la selección natural “combinada a los efectos hereditarios del hábito, pues serían los hombres más capaces los que obtendrían éxitos mayores en la defensa y sustento de sus mujeres, descendientes y de sí mismos”.3   

Así, para Darwin el hombre es más grande, fuerte, valiente, pendenciero, enérgico y con un superior ingenio que la mujer: posee mayor capacidad en las facultades mentales superiores como la razón, observación, invención e imaginación; los hombres son más atrevidos y fieros que las hembras; la mujer difiere del hombre en su mayor ternura y menor egoísmo; muestra más capacidad de intuición, rápida percepción del entorno y quizá también esté mejor adecuada a la imitación que el hombre.     

La mujer difiere del hombre en su condición mental —explicaba Darwin—; las facultades de intuición, rápida percepción e imitación son peculiares de la mujer “más algunas de estas facultades, al menos son propias y características de las razas inferiores, y por tanto corresponden a un estado de cultura pasado y más bajo".4  

Escribe Darwin: “La principal distinción de las facultades mentales de los dos sexos se manifiesta en que el hombre llega en todo lo que acomete a un punto más alto que la mujer, así se trate de casos donde se requiere pensamiento profundo, razón, imaginación o simplemente en el uso de los sentidos y de las manos… sí, los hombres están en decidida superioridad sobre las mujeres en muchos aspectos; el término medio de sus facultades mentales del hombre estará por encima del de la mujer”.5 Y en vista de que sin estas aptitudes no pueden alcanzarse triunfos importantes en muchas cuestiones, Darwin finalmente manifiesta: “El hombre, terminó por ser superior a le mujer”.

LOS DATOS QUE CONTRADICEN A DARWIN    

Cuando Darwin habla de las diferencias que existen entre el hombre y la mujer las agrupa dentro de las llamadas características sexuales secundarias. Desde el punto de vista biológico, dichas características son aquéllas que aparecen en la pubertad por la acción de las hormonas sexuales, creando diferencias externas perceptibles de un sexo a otro.  

Desde nuestro punto de vista es claro que muchas cualidades que Darwin propone como propias de cada sexo, no corresponden al concepto biológico de característica sexual secundaria. Tal es el caso de la mayor energía, agresividad e inteligencia con las que Darwin caracteriza al sexo masculino y la mayor ternura, menor egoísmo, mayor capacidad de intuición y rápida percepción que atribuye a la mujer.    

La mayor capacidad intelectual e inventiva que otorga al hombre —según explica él mismo— fue objeto de selección durante la virilidad y, al fortalecerse por el uso, tendieron a transmitirse principalmente a los machos: es decir, Darwin explica en términos lamarckianos la transmisión de estos caracteres y deduce que los cerebros femeninos se “atrofiaron” por desuso. Curiosamente consideraba que este mecanismo no funcionaba a la inversa, esto es, pensaba que aunque la mujer fuese adiestrada para ejercitar su razón e imaginación, no podría alcanzar el mismo grado mental que el hombre.    

Como el propio Darwin sabía, el punto más débil de su teoría radicaba en la falta de una explicación adecuada de la herencia biológica. Al dar la descripción de las “características sexuales secundarias” se manifiesta cómo Darwin no pudo resolver completamente la relación entre la selección natural y los efectos del uso y desuso. El nunca descartó por completo la teoría lamarckiana de la herencia de las adaptaciones adquiridas, según la cual un carácter se desarrolla, fortifica y modifica por medio del uso y puede así pasar a la generación siguiente.  

Esta cuestión fue resuelta hasta fines del siglo XIX cuando Weisman —y más tarde otros— demostraron que los caracteres adquiridos durante la vida de los individuos no se transmiten a la progenie. La actual teoría de la evolución, que sintetiza los principios genéticos descubiertos por Mendel y el principio darwinista de la selección natural y se enriquece con el desarrollo de la genética molecular sin alterar su naturaleza fundamental, demuele por completo la noción de la herencia de características adquiridas. La relación entre el genotipo (constitución genética) y el fenotipo (morfología, fisiología y comportamiento) de un individuo es unidireccional. Las modificaciones adquiridas por el uso y desuso o por otras interacciones entre el individuo y el ambiente no cambia la información genética contenida en el ADN (las moléculas de éste no pueden alterar su estructura en respuesta a estimules específicos del medio ambiente); la evolución de los organismos está sujeta a los cambios en el ADN, los cuales ocurren por medio del proceso de mutación y no a través de modificaciones fenotípicas.     

Se ha demostrado que en la formación de cualquier característica intervienen tanto la herencia como el medio ambiente, pero las variaciones que se observan entre los individuos dependen en mayor medida de un factor que de otro; por ejemplo la determinación del grupo sanguíneo de un individuo depende casi exclusivamente del material genético. Pero la capacidad para utilizar el lenguaje estará sujeto a la estructura de su boca y garganta que le proporciona su información genética, al combinarse con lo que aprende por experiencia del medio ambiente.     

En cualquier sistema viviente el ADN del genoma determina sus potenciales fisiológicos y estructurales, pero el que estos potenciales se desarrollen depende del medio ambiente en que se encuentre el organismo. Pongamos un ejemplo sencillo: una semilla genéticamente capaz de formar una planta y producir frutos sólo desarrollará este potencial si las condiciones ambientales lo permiten; es decir, la semilla originará una planta únicamente si tienen en su entorno el agua, la luz y los nutrientes necesarios para su desarrollo, pero si el medio ambiente es desfavorable o contrario a sus requerimientos, su material genético no se manifiesta o se manifiesta nada más parcialmente.     

En el caso de la semilla podemos entender que el desarrollo de la planta puede analogarse con la realización de un programa. Este “programa genético” de la semilla es invariable y sobre él las condiciones del medio sólo pueden determinar cualquiera de las dos siguientes posibilidades: a) que las condiciones medioambientales “permitan” que el “programa genético” se exprese en su totalidad, es decir, de manera óptima; b) que las condiciones no sean “adecuadas” y por ello el “programa genético” no se exprese en su totalidad, es decir, “se exprese de manera deficiente”, lo cual afectaría las posibilidades de sobrevivencia de la planta de manera negativa.    

Obviamente el esquema se complica cuando se pretenden encontrar patrones de comportamiento humano porque en el sentido estricto, para la conducta humana no existe ningún “programa genético” a partir de la cual la conducta se desarrolle “normalmente” o “deficientemente”, sino que se desarrollará de manera distinta en diversos ambientes. Lo que el ambiente determina para la conducta humana no es que se “exprese” como “programa genético” preestablecido, sino que lo que estas condiciones determinan es la forma que toma dicha conducta.    

A todo la anterior debemos aunar el hecho de que ha sido el ser humano el creador de su particular medioambiente, que ya no es del todo natural sino social, y éste influye desde el plasma germinal y continúa su acción propiciando y suprimiendo potencialidades hasta la muerte del individuo.     

Esto nos da una idea de la dificultad de poder hablar de conductas “instintivas” o “naturales” en el humano. En palabras de De la Fuente Muñiz, “el instinto es una categoría decreciente que alcanza en el hombre su mínima expresión… lo que más distingue a un ser humano de otro es resultado del aprendizaje”.7   

Todos los seres humanos han nacido dentro de alguna forma de sociedad, entonces, la conducta que presenten sólo puede entenderse en función de su interrelación con otros individuos y la relación de éstos con su sociedad.     

Las presiones sociales y las actividades que han sido asociadas como “femeninas”, es decir, mantener y reforzar su papel como madre y ama de casa no son en absoluto favorables para desarrollar la capacidad intelectual de ésta. Diría D. Ritchie, es como disparar a un ave que se encuentre en una jaula pequeña y luego explicar que era incapaz de volar.       

Ahora bien, dados las fundamentos que desechan la teoría de los efectos del uso y desuso y la transmisión de los caracteres adquiridos, además de los argumentos anteriormente expuestos, las explicaciones al respecto propuestas por Darwin caen por su propio peso.    

Cuando Darwin habla de la importancia de la fuerza física y la ventaja que le confiere ésta al sexo masculino, no considera que pasa a ser un elemento de importancia secundaria (en una sociedad a la que él llama civilizada) debido a que las condiciones de vida en general y de trabajo en particular están determinadas por los medios de trabajo, los cuales no requieren de una gran fortaleza física. Tampoco toma en cuenta cómo la sociedad (particularmente en ese momento histórico) afirma que la debilidad es lo característico de la femineidad y por ello no se alienta en absoluto a la mujer a desarrollar su potencial físico. Es claro que existen marcadas diferencias en la fortaleza física de los sexos, pero como señala A. Artous, “El factor de desigualdad no está dado por la diferencia sino por la transformación de ésta en una limitación insalvable que ha dado origen a una determinada organización social”.8   

Finalmente, es importante hacer notar cómo las características que Darwin describe en cada uno de los sexos son en su mayoría atributos que la sociedad victoriana reconocía en el hombre y la mujer respectivamente, y cómo estas mismas características son las que dicha sociedad requería para su construcción y funcionamiento.  

E. O. WILSON y EL PAPEL SOCIAL DE LOS SEXOS   

La teoría evolutiva propuesta por Darwin tuvo una gran repercusión en el desarrollo de los estudios biológicos y provocó en muchos científicos contemporáneos y posteriores a él una gran inquietud por llegar a conocer el proceso de cambio de las especies. Actualmente la perspectiva evolucionista abarca todos los campos de la biología.    

El estudio de la conducta humana no escapó a esta concepción. El comportamiento se explica en términos adaptativos, pues se considera que éste le asigna a los individuos ventajas en la sobrevivencia y la reproducción.     

En un Congreso Interdisciplinario realizado en noviembre de 1948 en la ciudad de Nueva York, se originó una nueva “ciencia” del comportamiento social, la Sociobiología, cuyo objetivo central es el estudio de las bases biológicas de todo comportamiento social con el fin de encontrar leyes de validez universal aplicables a todas las especies animales incluyendo a los humanos.     

La sociobiología constituye en la actualidad uno de los ejemplos más claros del intento de biologizar el estudio de las sociedades humanas. Partiendo de la perspectiva neodarwinista pretende encontrar la “naturaleza humana”, y a partir de esta diferencia, lo propio de la naturaleza de los sexos”.    

Nos hemos enfocado al análisis que E. O. Wilson hace acerca de los papeles sexuales humanos ya que los trabajos de éste ha dado difusión a la teoría sociobiológica.    

En 1975 publica su libro Sociobiology: the new Synthesis en el cual expone un estudio sistemático de conocimientos acerca de la conducta y la estructura social.    

Wilson ha definido a la sociobiología como “el estudio sistemático de las bases biológicas de todo comportamiento social”;9 centra su atención en las especies animales pero también está interesado en el estudio del comportamiento social humano. Para Wilson, la sociobiología está separada de la sociología debido a que la primera tiene un enfoque estructuralista y no genético. Opina: “Quizá no sea muy aventurado decir que la sociología y otras ciencias sociales, además de las humanidades, son las últimas ramas de la biología que esperan ser incluidas en la síntesis. Una de las funciones de la sociobiología es, pues, estructurar los fundamentos de las ciencias sociales de forma que sean incluidas en dicha síntesis.10    

Wilson considera que todo comportamiento confiere adaptación; el objetivo de su análisis es encontrar el valor adaptativo de la conducta social. Para ello distingue diversas formas de comportamiento; así habla, por ejemplo, de comportamiento reproductivo, altruista, etc., considerando que cada uno de éstos responde a una adaptación especifica.    

Con sus planteamientos Wilson vuelve a la “expresión anticuada de la teoría evolutiva darwinista, que fue peculiar de los partidarios de Darwin en el pasado siglo cuando se consideraba necesario probar que cualquier carácter contenía adaptación. A pesar de que la teoría evolucionista moderna está autoexpurgándose de este panseleccionismo, los sociobiólogos siguen aferrados a la línea tradicional. Todo aquello que induce a asociar la maravillosa operación de adaptación con cada faceta del mundo vivo, es una política de conservadurismo extremo más que una comprensión de la teoría evolutiva moderna”.11   

Debido a la gran competencia que hay entre los machos de una misma especie por la posesión de las hembras existe una fuerte selección sexual que tiene como resultado el desarrollo de características sexuales que hacen al macho ostentoso y agresivo; Wilson explica la selección sexual en términos darwinianos, la define como la evolución de los rasgos peculiares de un sexo resultante de la competencia por las parejas. En esta competición considera dos aspectos de igual importancia: la selección epigámica (selección realizada entre machos y hembras) y la selección intrasexual (interacciones entre machos y con menos frecuencia entre hembras).     

Los dos sexos, explica Wilson, necesitan asegurar su descendencia y cada uno tiene una estrategia distinta para lograrlo; la hembra es mas discriminatoria, tiende a copular con un solo macho, ya que invierte más energía en la reproducción y necesita asegurarse de efectuar la cópula con el macho más eficaz; éste, por el contrario, asegura su adecuación copulando con varias hembras.      

Otro concepto manejado por Wilson es el de la “inversión parental”, la cual define como cualquier comportamiento hacia las crías que aumenta las oportunidades de sobrevivencia de las mismas a costa de la capacidad paterna de invertir en otra descendencia. Wilson retoma este concepto y sostiene que el sexo que invierta una mayor cantidad de energía en la reproducción, contribuirá en mayor medida al cuidado parental, por tanto son principalmente las hembras las que se encargarán de la crianza de los vástagos.    

Estos son los planteamientos que hace Wilson con respecto al sexo en las especies animales y sólo en algunos casos se refiere al significado que para él revisten en la especie humana; los conceptos que ahí define son la base teórica de la explicación que posteriormente dará a la conducta del hombre y de la mujer en su libro Sobre la naturaleza humana.  

De los párrafos anteriores es importante notar cómo Wilson fundamenta sus explicaciones con argumentos evolucionistas pero con interpretaciones por demás arbitrarias. Así, habla, por ejemplo, de “sociedades más perfectas”, idea cuya construcción fundamental radica en encontrar criterios para ordenar en una escala ascendente a las diversas sociedades.    

Al utilizar términos como “conflicto de intereses”, “lo que le conviene al macho”, “lo que le conviene a la hembra”, etc., Wilson está manifestando no solamente una manera de hacerse entender (quien haya consultado sus textos sabrá que no parece ser esta la preocupación principal del autor), sino que hace una serie de interpretaciones en donde expresa sobreentendidamente la supremacía masculina, primero en los animales y, como veremos posteriormente, también en el género humano. L. Allen señala acertadamente que Wilson observa a los animales en el espejo de sus propias conveniencias sociales y encuentra las instituciones y jerarquizaciones que ahí busca.    

Wilson explica el comportamiento sexual en los animales utilizando términos con connotaciones sexistas, así habla por ejemplo de “machismo desenfrenado” en insectos y deduce argumentaciones por analogía que resultan inadmisibles porque aún no tomando en cuenta la autoconciencia del género humano, las extrapolaciones de una especia a otra son especulativas.   

En su libro Sobre la naturaleza humana, Wilson explica que en nuestra especie el sexo es complejo y ambiguo porque no está destinado únicamente a la reproducción ni a dar ni a recibir placer. El sexo en sí mismo no concede una ventaja darwiniana directa, pues impone un déficit genético para el individuo ya que en cada generación se disminuye a la mitad la inversión de genes por descendiente; sin embargo, afirma Wilson, “el sexo crea diversidad”.12   

Wilson considera que el sistema de dos sexos permite la división del trabajo más eficiente que existe, “la hembra perfecta es un individuo especializado en hacer huevos”, y «el macho se define como el fabricante de esperma”.13   

Para el autor el dimorfismo gamético extiende sus consecuencias a toda la biología y psicología de la especie humana. El hecho más importante —dice— es que la hembra hace una mayor inversión que el macho en cada una de sus células sexuales, lo que trae como resultado un “conflicto de intereses”.   

En contraposición a la afirmación de Wilson, sostenemos que en los humanos el dimorfismo gamético no es el causante del comportamiento diferencial de los sexos, sino que este último es fundamentalmente resultado de la caracterización que históricamente han tenido los roles sexuales.    

Dicha caracterización de los roles masculino y femenino se ha elaborado por medio de tradiciones que recaen sobre hombres y mujeres individualmente en forma de expectativas y exigencias que les afectan desde la infancia. Tal secuencia de eventos puede producir normas de conducta que son tan regulares en las sociedades que se les acepta como una evidencia directa de la determinación genética de la conducta masculina y femenina.    

La justificación de la poligamia, la agresión a los hombres y la argumentación de que a la mujer “le conviene” ser mis discriminadora en la elección de su pareja, porque invierte más energía en la reproducción, no encuentra su explicación en el supuesto-conflicto de intereses” dado por la diferencia en las estrategias reproductivas del hombre y de la mujer como pretende demostrar Wilson. Él mismo se contradice porque en los primeros párrafos de su obra Sobre la naturaleza humana acepta que la reproducción no es la principal función del sexo; sin embargo, posteriormente explica el comportamiento diferencial de los sexos en términos de la inversión reproductiva.   

Aun cuando la religión —que en la historia ha tenido un papel relevante— haya pretendido reforzar la idea de que el sexo sólo debe tener como fin la reproducción, es bastante claro que generalmente en las relaciones de los sexos humanos la reproducción es una consecuencia última y no el móvil principal de su comportamiento.      

Es importante notar que Wilson, por un lado, acepta la influencia de la cultura en la asignación de los roles sexuales, pero por otro afirma que éstos no escapan a la biología. Para él “lo cultural” y “lo biológico” no son más que formas fenotípicas.     

En estos planteamientos se marcan equivocadamente los límites biológicos humanos. Nuestra especie efectivamente tiene restricciones biológicas; por ejemplo, genéticamente somos incapaces de volar sin aditamentos o de vivir en el agua como peces, sin embargo, estas limitaciones no incluyen los modos de actuar y de vivir de los seres humanos ni las estructuras políticas y sociales de éstos. Las tradiciones, el lenguaje, la literatura, los conocimientos científicos, la tecnología. los roles sexuales y, en general todas las creaciones de los humanos, no están restringidas a un marco genético porque la cultura no es una unidad biológica sino una forma de existencia que se construye y cambia mediante procesos particulares y únicos del género humano.     

Para Wilson la división sexual del trabajo está sellada por la anatomía, fuerza, estatura, etc., mayores en el hombre, “las diferencias físicas y temperamentales entre hombre y mujer han sido magnificadas por la cultura hasta llegar a una dominación masculina universal”.14   

La generalización de los modelos sociales conduce a creer que éstos son únicos para la construcción y funcionamiento de las sociedades, pero ello no comprueba en nada que tengan una base biológica.     

Por otra parte, los géneros masculino y femenino asociados al patriarcado involucran una serie de conductas que son rasgos culturales que no son hereditarios en el sentido biológico; la prueba de ello es que deben ser adquiridos de nuevo en cada individuo mediante el proceso de socialización. Desde el principio los niños son tratados en forma diferente de las niñas. El tipo de comportamiento que los niños lleguen a tener se debe a una compleja interacción entre los elementos genéticos y la experiencia, la cual está determinada por factores culturales que son fomentadores de las diferencias entre los sexos.    

Como la teoría moderna de la evolución sostiene que sólo evolucionan por selección natural las características que tienen una base genética, entonces Wilson afirma que los distintos aspectos del comportamiento social humano están hasta cierto punto determinados genéticamente. Un ejemplo de cómo explica la existencia de estos genes está en su libro Sociobiología: la nueva síntesis. Ahí Wilson plantea: “Una cuestión clave de la biología humana es la de si existe una predisposición genética a entrar en ciertas clases o a representar ciertos papeles sociales. Las circunstancias bajo las que pudiera darse esta diferenciación genética puede concebirse con facilidad… Dahlberg (1947) demostró que si un solo gene parece ser el responsable del éxito y auge en el estatus, puede concentrarse con rapidez en las clases socioeconómicamente superiores”. En base a esto, Wilson hace una serie de suposiciones para explicar cómo actuarían y se mantendrían estos genes en la sociedad, lo que lo lleva a plantear: “incluso a pesar de la plausibilidad del argumento general hay pocas pruebas de solidificación hereditaria del estatus”. Sin embargo, más adelante menciona: “los factores hereditarios del éxito humano son intensamente poligénicos y forman una larga lista, habiéndose medido sólo unos pocos de ellos”.15   

De esta manera, Wilson postula arbitrariamente la presencia de genes de la conducta y no ofrece ninguna prueba de la presencia de éstos; en cambio, se sabe que no hay ninguna evidencia directa de cierta base genética de las diversas formas de comportamiento humano. Debido a cuestiones metodológicas y éticas (manipulación experimental de los individuos), ni siquiera ha sido posible conocer la influencia de los genes sobre el comportamiento humano; lo que se ha explicado al respecto sólo constituyen expectativas confusas.  

No hay nada que pruebe la teoría de Wilson acerca de la predisposición genética de las diferencias en los roles sexuales. Las características definidas por Wilson como pertenecientes a la mujer y al hombre únicamente son categorías simbólicas que históricamente se han asociado y alimentado en cada uno de los sexos.    

Una de las muchas objeciones al análisis de Wilson acerca de las causas de la dominación del hombre sobre la mujer es la carencia de datos etnográficos que lo apoyen. Las explicaciones que pretende dar se concretan a una exposición ambigua de interpretaciones y suposiciones que carecen de elementos serios de comprobación.

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Referencias Bibliográficas

1. Colección Editorial de la Sección: Ann Arnor Science for the people, 1982, La biología como arma social, Ed. Alhambra, España.
2. Darwin, Ch., 1979, El origen del hombre y la selección en relación al sexo, Ed., A. F, Madrid.
3. Ibidem.
4. Ibidem.
5. Ibidem.
6. Ibidem.
7. De la Fuente Muñiz, R., 1979, Psicología médica, FCE, México.
8. Artous, A., 1978, Los orígenes de la presión social de la mujer, Ed., Fontamara, España.
9. Wilson, E. O., 1978, Sociobiología: la nueva síntesis, Ed. Omega, Barcelona.
10. Ibidem.
11. Ibidem.
12. Wilson, E. O., 1978, Sobre la naturaleza humana, FCE, México.
13. Ibidem.
14. Ibidem.
15. Wilson, E. O., op. cit.

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Erendira Alvarez y Ma. Cristina Fernadez
Facultad de Ciencias, UNAM
 
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