A cincuenta años de su creación, el Museo Nacional de
Antropología a sigue siendo muestra absoluta de la imagen que de los pueblos indígenas el Estado mexicano ha elaborado: en la planta baja, con un montaje impactante, el antiguo esplendor, grandes civilizaciones de cuyos logros podemos enorgullecernos; en la alta, en un mezzanine de poca altura, confinados en un reducido espacio, anteriormente maniquíes sin rostro y como detenidos en el tiempo, los actuales pueblos que habitan la misma región que los primeros. Entre ambos niveles no existe relación alguna, menos continuidad, tan sólo algunos rasgos que parecen más bien contingentes, como el hecho de ocupar el mismo territorio —algo que ya señalara Guillermo Bonfil—, quizá el nombre que se les ha dado a ambos, eventualmente una lengua afín, tan sólo ecos, simples reverberaciones en el tiempo, verdaderos objetos de museo.
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Casasola, Xicaca. Diosa del agua (456492) |
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"Que Tláloc no es Tláloc, que es Chalchiutlicue |
Poco importa que desde entonces una cantidad no despreciable de investigaciones haya puesto en evidencia la continuidad de los antiguos pueblos y los contemporáneos, desde su cosmovisión, técnicas y alimentación, hasta la preservación de objetos rituales hechos hace más de quinientos años. Esto último es el caso del llamado Tláloc que engalana la fachada del museo que da a Paseo de la Reforma, mejor conocido como
“la piedra de los tecomates” por los pobladores de San Miguel Coatlinchan y sus alrededores, cerca de Texcoco, pieza fundamental de la vida en esa región del estado de México por su papel en la procuración de agua de lluvia para la agricultura de temporal. La decisión arbitraria de arrebatárselas porque se necesitaba una escultura de tales dimensiones para acrecentar la grandeza que se proponía conferir al nuevo museo rompió justamente con dicha continuidad, con esa profunda relación que a las autoridades e investigadores de entonces les pareció insignificante, para ser expuesta totalmente separada del área de etnografía, como si se buscara probar o imponer esa falta de relación que tan firmemente se ha mantenido a manera de piedra angular que sostiene la conformación de nuestra nación.
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Translado del monolito de Tláloc. 1964. @CONACULTA, INAH, SINAFO, FN, México. |
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Es así mismo una prueba más del desdén con que se mira a los pueblos indígenas y su cultura, su cosmovisión y modo de vida, considerados como próximos a desaparecer, cuyo destino es el museo, tal y como lo expresara a mediados de siglo el célebre investigador de la unam, José Gómez Robleda: “dicho conglomerado humano [los indios] aún permanece en condiciones económicas, sociales y culturales de inferioridad [...] su arte y su técnica primitivos así como también sus lenguas, deben pasar al Museo”. No es en las sociedades indígenas en donde el tiempo se ha detenido... es en el museo, en la imagen que de ellas se sigue difundiendo.
El documental La piedra ausente, de Sandra Rozental y Jesse Lerner da cuenta de esta historia con gran detalle y actualidad. Ojalá aparezca próximamente en cartelera.
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