cuento |
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La inercia,
los peatones
y la muerte
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Alexis Po | ||||||||||||||
Cualquier transeúnte que se cruzaba con ella,
invariablemente volvía la mirada para verla.
Su aspecto era cadavérico, de piel rígida y grisácea; la mirada fija, perdida, semejaba la imagen de una esfinge olvidada en las dunas del tiempo, de la arena y del sol resplandeciente, esfinge que posa para el cielo tan igual y tan diferente, día a día.
El cuerpo rígido —tambaleante, de robot— seguía de frente: las piernas tiesas, cual soldado acatando lo orden, sin pensar, sin sentir, sin discernir ni cuestionar.
Los brazos colgaban como el péndulo de un reloj que midiera el tiempo segundo tras segundo, sólido y acompasado, rítmico y constante… mientras existan el universo y la materia.
Músculos faciales tensos, ni gesto ni sonrisa, no miosina, no sinopsis no acetilcolina, no cambio de polaridad membrana-membrana.
Aquel ser sin parpadea, tenso, rígido y en movimiento, se convertía en espectáculo como la aurora, como el crepúsculo, como el bosque y la montaña, como el paisaje marino, como el rock, las luces y la muchedumbre.
El caucho de un auto obligado a detenerse bruscamente pintó el asfalto: sí, había frenado por la impertinencia de aquella autómata ¿qué digo?, no, rectifico: de esa zombi.
Aquella belleza de otro momento continuó hasta que fue detectada por el servicio recolector de entes en inercia: la mujer había fallecido de un paro cardiaco; continuaba caminando porque así había muerto… la naturaleza —en obediencia a la primera Ley de Newton— la mantuvo así hasta que el aparato psicomotor del sistema nervioso central fue desconectado por los físico-médicos del servicio de limpia.
La inercia, superada por la mayor fuerza aplicada, había cesado y el cadáver deambulante cesó su marcha.
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Alexis Po
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cómo citar este artículo →
Po, Alexis. 1991. La inercia, los peatones y la muerte. Ciencias núm. 23, julio-septiembre, pp. 70-71. [En línea]
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