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Elena Lazos Chavero | |||||||||||||||||
“…En aquel entonces era la pobreza del dinero. Había maíz, frijol, arroz, pero no había dinero. Había más tristeza porque no había dinero. Entonces …el campesino cambió de sistema de vida”; “el ganado es un ahorro y en caso de enfermedad lo puede sacar de cualquier problema”; “el ganado está en primer lugar…, tiene muchas incrementaciones, la agricultura no se da”; “no baja tanto el precio del ganado”; “uno sólo no puede hacer mucha milpa, sin hijos que le ayuden, uno puede tener ganado, aunque no lo vigile todos los días, el ganado se está reproduciendo”; “yo he aguantado muchos gastos con el… estudio de mis hijos, sólo tengo que vender becerros para mandar dinero, con sólo la milpa no los saco adelante”.
Campesinos de Tatahuicapan y de Benigno Mendoza, Sierra de Santa Marta
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En los últimos años hemos sido testigos de un largo debate
acerca del manejo y la destrucción de los recursos naturales en las zonas tropicales en todo el mundo. El ritmo alarmante de la deforestación es fuente de preocupación de muchas organizaciones, de investigadores y de instituciones gubernamentales. Del conjunto de éstos distinguimos dos posiciones opuestas en la explicación de la destrucción de los recursos. Por un lado, se ha defendido la pequeña producción agrícola campesina como un modelo de sustentabilidad productiva y se ha culpado a las actividades económicas de los grandes propietarios o de las compañías madereras o mineras o a las actividades “modernizadoras” de los gobiernos como agentes de la mayor destrucción ambiental. Por otro lado, se ha condenado y responsabilizado a la población rural pobre por generar la destrucción de la fragilidad de las tierras tropicales sin mencionar a otros posibles sujetos sociales. Sin embargo, en esta última década, ha habido importantes avances en el entendimiento de las causas y de la naturaleza del problema. Esta oposición se ha matizado, brindando así una nueva perspectiva.
Aun cuando la mayor destrucción de los recursos haya estado bajo la responsabilidad de las grandes concesiones madereras y compañías mineras y de la llamada “modernización” instrumentada por los planes de desarrollo gubernamentales y apoyada por los bancos internacionales, es igualmente cierto que las comunidades rurales han tenido un impacto serio en el deterioro de sus propios recursos. Estamos ya en una etapa en la cual podemos evaluar más objetivamente las ventajas y las desventajas de la agricultura practicada en los trópicos (el sistema de roza, tumba y quema). Una gran multiplicidad de estudios ha mostrado sus virtudes ecológicas y sociales, al identificarla como una agricultura base de muchas civilizaciones. Sin embargo, bajo la política agrícola internacional actual, las presiones demográficas y la pobreza de muchas comunidades tropicales, los límites y el agotamiento del ciclo de la agricultura de roza, tumba y quema nos lleva a replantear otras alternativas agrícolas más bondadosas (i. e. abonos verdes).
Viejas polémicas y nuevos sujetos
En este acalorado debate sobre el deterioro de los recursos naturales ha desempeñado un papel importante la “ganaderización” de las tierras tropicales. En la mayor parte de los trabajos, la ganadería se ha considerado como un modelo meramente externo, como una imposición que viene de fuera y que sus únicos móviles sociales y económicos se tejen de manera extrarregional. Estas aseveraciones están fundadas en el inicio y en el apogeo de la expansión ganadera que en la mayoría de los países del Tercer Mundo se dio a partir de la década de los cuarenta. En varias investigaciones, inclusive, la hipótesis central era que el crecimiento del proceso ganadero respondía a las prioridades del capital financiero internacional y a la existencia de una burguesía territorializada y conservadora. Algunos autores tiñeron esta propuesta al reconocer igualmente la influencia del mercado interno como el factor estructural de demanda más importante en algunos momentos del desarrollo ganadero.
Si bien es cierto que cada estudioso le asigna un peso distinto a la multiplicidad de causas de la “ganaderización”, todos coinciden en señalar que el florecimiento de la ganadería se basó en la extensión territorial y no en la intensificación tecnológica, y que estuvo en manos de acaparadores de tierras o de compañías trasnacionales y no en los ejidos ni en comunidades campesinas. Esto conllevó desequilibrios de uso del suelo, ecológicos, sociales, económicos y políticos. Por su carácter latifundista, la ganadería entró en contradicción con la reforma agraria, con el campesinado numeroso, con los proyectos de autosuficiencia alimentaria de granos básicos y con las pocas propuestas de conservación ecológica de ese entonces. No solamente los pastos ocuparon la superficie cultivable, sino también los cultivos forrajeros fueron extendiéndose sobre antiguos campos de maíz y frijol. La ganadería llegó incluso, en muchas investigaciones, a ser satanizada: “…son los campesinos y los trabajadores asalariados del campo las víctimas de un proceso cada vez más brutal: la expansión de la industria ganadera en México para que se beneficien el capital extranjero y la agroindustria internacional”, escribió Feder. En un texto de Toledo podemos leer: “…la ganadería bovina libra, desde hace tiempo, una especie de guerra secreta contra la población campesina de México, al competir por el espacio natural, el suelo, el agua y los granos”; mientras que Velasco afirma: “…el incremento de la ganadería bovina, que por ser extensiva, devora maizales y enfrenta a las reses, con los hombres.”
En una primera aproximación, el conjunto de estas investigaciones ayudaron a la comprensión de la “ganaderización” en dos niveles: 1. la interrelación entre los intereses del financiamiento internacional y la política agropecuaria nacional; y 2. la interrelación entre los procesos sociopolíticos y macroeconómicos y el destino de las tierras agrícolas y forestales. Con respecto al primer nivel, se llegó a demostrar que desde mediados de los años sesenta, la ganadería en México había estado fuertemente moldeada por las políticas crediticias del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo con el objetivo de tener el control de la producción y de la comercialización ganadera.1 Respecto al segundo nivel, en México se resaltaron las enmiendas del presidente Miguel Alemán al artículo 27 Constitucional cuyas metas fueron bloquear el reparto de tierras ganaderas a los campesinos y dar amparo a los grandes latifundios ganaderos. Con esto y con la expedición anterior de la Ley de Asociaciones Ganaderas emitida por Cárdenas en 1936 se consolidaron las bases económicas y políticas del grupo ganadero. En este sentido, como lo señala Rutsch, “…la ganadería mexicana es aún y ha sido, tanto en su concepción jurídica-política como de hecho en la práctica productiva una producción de tipo extensiva”. Por otro lado, no solamente los distintos gobiernos favorecieron a los ganaderos, sino igualmente desde principios de siglo existió el vínculo entre la burocracia política del país y la actividad ganadera. Los ganaderos poderosos han ocupado siempre altos puestos en la administración pública: es el caso de muchos gobernadores, diputados, presidentes municipales y comisariados ejidales.
Políticamente, en la década de los ochenta varios estudios tuvieron un papel importante al responsabilizar a las instituciones nacionales e internacionales y al gobierno (estatal y federal) de la destrucción ecológica y del desmembramiento social que provocaron los planes de desarrollo en aras del progreso, convirtiendo bosques, selvas y tierras agrícolas en áreas destinadas a una ganadería extensiva y poco productiva. Desde el gobierno de Díaz Ordaz hasta el de López Portillo hubieron diversos planes ganaderos apoyados por altos créditos blandos otorgados por organismos financieros del exterior, con lo cual el crédito se convirtió en un poderoso incentivo del crecimiento ganadero en manos privadas. Debemos recordar aquí el programa de colonización en tiempos de Ruiz Cortínez, “la marcha hacia el mar”, cuyo objetivo económico era desarrollar la agricultura de plantación y cuyo propósito político era servir como válvula de escape ante las presiones de campesinos minifundistas en búsqueda de tierras. Los resultados no cumplieron con las metas,2 pero sí provocaron la deforestación masiva del trópico húmedo.
Además de evidenciar el latifundismo ganadero y su respaldo político, se demostró el costo más evidente de esta precipitada extensión de la ganadería en tierras tropicales: la acelerada deforestación. El avance de los pastos tuvo una tasa de aumento de 157% sólo entre 1970 y 1979 en la zona sur del país, mientras que las existencias forestales entre 1950 y 1970 decrecían en un 50%.
El crecimiento del hato ganadero en México ha ido acelerándose desde 1950, alcanzando el mayor incremento en la década de los setenta y perfilando un pequeño descenso hacia 1990.
Hasta 1960 esta edad de oro estaba controlada por el sector agrario privado, con escasos ejemplos en el sector campesino. Para esta década, 94% de las unidades ganaderas del país estaban en manos privadas y las unidades ejidales participaban sólo con 6 por ciento. A partir de estos años, los campesinos se iniciaron en esta “prometedora” actividad productiva. Ya para 1970, las unidades ejidales con tribuían con 12 de las unidades ganaderas nacionales. Si tomamos en cuenta los datos censales para el trópico húmedo y seco, podemos observar esta misma tendencia: mientras que para 1960 sólo 26% de las cabezas de ganado estaban en manos ejidales o en propiedades privadas menores a 5 hectáreas; para 1990, 60% ocupaban tierras campesinas.
Desde finales de los años setenta la ganadería se extendió hacia el sector ejidal en muchas zonas tropicales del país. En una gran cantidad de comunidades indígenas los campesinos-ejidatarios se convirtieron paulatinamente en pequeños ganaderos, mientras que, a grandes rasgos, en las comunidades mestizas los pequeños ganaderos o agricultores, colonizadores de las nuevas tierras del trópico húmedo, se transformaron en medianos ganaderos. Tenemos dos procesos que se interrelacionan constantemente pero que desarrollaron dinámicas distintas.
Difusión del ganado en comunidades indígenas
Podemos establecer que frente a la carencia de créditos agrícolas, los precios irrisorios del maíz, la falta de liquidez monetaria constante, la ausencia de un mercado regional agrícola que pueda captar nuevos productos, la aleatoriedad agrícola, la inseguridad en una capitalización, y la escasez de mano de obra por las altas tasas de migración temporal hacia ranchos ganaderos y ciudades industriales cercanas, los campesinos convierten poco a poco sus milpas y acahuales en potreros de muy baja productividad o conjugan estas dos alternativas pero con una fuerte reducción de la superficie agrícola. El inicio de la ganadería se explica por la combinación de factores y no se puede entender con la interpretación de una sola variable. El intrajuego de estos azares se modifica temporal y regionalmente. En algunas comunidades, la productividad agrícola puede ser inclusive alta, es decir, con los graneros de la mayoría de las familias llenos, y aún así, los campesinos buscan otras alternativas de producción. En estos casos, el problema puede radicar más en la inestabilidad comercial de los mercados agrícolas, los cuales resultan demasiado fluctuantes comparados con la alta inversión de trabajo necesaria. La estacionalidad agrícola provoca una fluidez monetaria azarosa, imperiosa para cualquier urgencia de la unidad doméstica. Además, el estancamiento de los precios de maíz desde 1960 hasta 1985 fue un elemento decisivo en el viraje hacia la ganadería del sector ejidal en todo el país, que va a conocer su auge en los setenta.
Todo esto produjo una transfiguración del paisaje en gran parte del trópico húmedo, lo que ha significado la destrucción de los bosques y selvas de las mismas comunidades. Aunada a esta situación, el abandono de prácticas de conservación, el descuido de prácticas agrícolas, el remplazo de milpas diversificadas por monocultivos de maíz, la pérdida de germoplasma (variedades locales de maíz, frijol y calabaza), la falta de fertilidad debido a los acahuales de corta edad y la erosión son las vivencias ecológicas que hoy día han llevado al campesinado a un anquilosamiento de alternativas productivas y a considerar a la ganadería como la única opción con futuro.
Así, los campesinos indígenas se convirtieron en “pastores” de un ganado vacuno con bajo rendimiento y en los destructores de sus propios recursos naturales. El inicio y la difusión de este nuevo modelo agrario respondió tanto a condiciones externas como a condiciones internas de las propias comunidades campesinas. Las interpretaciones anteriores explicaron la ganaderización por medio de un modelo que veía únicamente la influencia externa como el factor más importante; actualmente, considero que la ganadería se ha convertido en un modelo interno, que aunque siga teniendo nexos y determinantes externos, ha sido apropiada por los campesinos en su lucha económica y política. La ruptura del modelo y de la cultura milpera3 conllevaron la adopción y difusión de un modelo que prometía un futuro mejor para los campesinos. El parcelamiento de las tierras comunales tuvo como consecuencia una redistribución más equitativa de la tierra pero, al mismo tiempo, muchos campesinos que no alcanzaron el estatuto de ejidatarios perdieron la posibilidad de cultivar su pedazo de tierra. El parcelamiento, el estancamiento de los precios del maíz, la falta de mercados para generar nuevas alternativas productivas y la disminución de mano de obra familiar por la migración a las ciudades cercanas fueron las condiciones internas económicas que propiciaron la “ganaderización”. El reflejo del “becerro de oro” por los grandes ganaderos vecinos y el ansia por salir de la pobreza fueron las condiciones ideológicas y culturales internas que permitieron la difusión de la ganadería entre los campesinos.
El ganado en la ideología mestiza
En las comunidades recientemente constituidas, la mayoría de los migrantes mestizos colonizadores de los nuevos terrenos en el trópico húmedo carecían de tierras en sus lugares de origen y su búsqueda de éstas los internaba en selvas casi vírgenes con el objetivo etéreo de transformarlas en parcelas o potreros “productivos”. El modelo agrícola vivido por ellos ya había sido derrumbado desde sus lugares de origen y posiblemente ni siquiera experimentado por ellos mismos, sino por sus padres. Muy probablemente la mayoría de los mestizos colonizadores no pasaron por un modelo milpero diversificado, y quizás algunos intentaron la siembra del maíz durante los primeros años, pero las pérdidas de las cosechas4 y la inseguridad en los precios los llevó a “postrerizar” rápidamente las tierras y a invertir en la ganadería mediante diversas vías (ahorro agrícola por cultivos comerciales, ganado a medias con grandes ganaderos de la región, renta de pastos).
Ideológicamente, muchos de los colonizadores, aunque no fueran ganaderos en sus lugares de origen, portaban el modelo cultural del ganadero.5 Otros colonizadores eran ya ganaderos en sus pueblos de procedencia, por lo que al llegar a las nuevas tierras desmontaban la selva para sembrar pastos inmediatamente y enclavar las pocas cabezas de ganado que traían.
Los mestizos solicitantes de tierras soñaban con un modelo que prometiera sacarlos de la pobreza. Y ese modelo por la experiencia vivida en sus lugares de origen no se basaba en la agricultura sino en la ganadería. “Allá por mi tierra, los ganaderos eran los ricos, no, los pobres campesinos no salen de pobres…” son opiniones compartidas entre muchos de estos migrantes. No se trata de campesinos mestizos que per se fueran destructores de los recursos naturales, sino de campesinos que no estaban ligados simbólicamente con los recursos naturales de la región, eran campesinos, errantes muchos de ellos, que habían pasado por varios lugares probando suerte. El modelo agrícola mil pero ya no funcionaba ni productiva ni simbólicamente para ellos. El modelo ganadero que comenzaba a predominar en el trópico húmedo mexicano era el que marchaba para ellos. Las condiciones internas económicas, sociales y culturales para la “ganaderización” ya se habían dado desde sus lugares de origen y se reforzaban con el paso por ranchos ganaderos donde trabajaban como vaqueros hasta llegar a las tierras “prometidas” e implementar el mismo modelo que ya había sido apropiado por ellos.
¿Un solo camino?
¡Tantas comunidades en el país que han forjado su propio destino dentro de la ganadería! Si bien es cierto que debemos reconocer la influencia de la compulsión macroeconómica ejercida en las decisiones de las unidades familiares (falta de créditos agrícolas, apertura de créditos ganaderos, estancamiento en los precios del maíz, fluidez monetaria constante con la ganadería, ausencia de un mercado agrícola regional) y la influencia ideológica y cultural de la sociedad de consumo, las familias campesinas-ganaderas “potrerizan” sus tierras como única alternativa viable y redituable.
La “ganaderización” de las tierras de las comunidades indígenas estuvo en manos campesinas y de las mestizas estuvo en manos de pequeños y medianos ganaderos-campesinos. Tanto los campesinos de las comunidades indígenas como los ganaderos-campesinos de los poblados mestizos perdieron la autosuficiencia alimentaria, los primeros de manera paulatina, los segundos de manera abrupta, por el espejismo ideológico de las “vacas gordas”.
Ahora resulta claro que aquellos campesinos que no han “ganaderizado” sus tierras es porque no han tenido los recursos económicos para hacerlo. La ganadería se ha convertido en una actividad ya adoptada por la mayoría de los pobladores de las comunidades campesinas de gran parte del país. En este sentido, de seguir con este modelo ganadero, la selva y los bosques del trópico húmedo, incluyendo los territorios en donde se han establecido áreas protegidas, quedarán en el recuerdo, con todo lo que esto implica para el deterioro de los recursos y de las condiciones de vida de los campesinos. Por estas razones, planteamos un nuevo modelo agrario de desarrollo alternativo, que busca tres metas. La primera es paliar la tan precaria economía de estos agricultores, a condición de lograr una participación plena y responsable por parte de ellos. La segunda es tener un manejo ecológico diversificado y a largo plazo. La tercera meta es la recuperación de los deteriorados recursos naturales, tanto de la vegetación y la fauna como la conservación de los suelos y de las aguas. Este modelo intensivo permitiría liberar zonas para restaurar ecológicamente acahuales, para construir corredores de vegetación natural que permitan el intercambio genético poblacional (tanto de vegetación como de fauna), y para reforestar la vegetación riparia. En suma, sería una manera de enfrentar el agudo deterioro de los recursos naturales al tiempo que se desarrollan alternativas productivas reales.
Figura 3. Formas de inicio de la ganadería de Tatahuicapan
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Notas
1 .Hasta 1977, México había recibido 5.6% de los 50 mil millones de dólares prestados por el Banco Mundial a los países pobres. Para ese mismo año, México recibió del BID 44% del total del préstamo agrícola, el cual totalizaba 492 millones de dólares. Bajo las presiones de este financiamiento, se lograba que México entrara a formar parte de la estrategia mundial de aumentar las fuentes de suministro de carne barata y con ello transformar la estructura del mercado internacional de ganado y carne, estrategia que había nacido principalmente en Estados Unidos. En 1976, 63% de los préstamos agrícolas otorgados por el Banco Mundial se destinaron al sector ganadero.
2. Uno de los primeros planes en Tabasco que fungió como modelo a seguir, el Plan Chontalpa, tuvo como meta impulsar un crecimiento regional por medio de la aplicación del paquete de la “revolución verde”; mejorar las condiciones de vida de la población rural y reducir el déficit productivo nacional. 3. Mucho se ha hablado de la cultura del maíz, pero creo que dice más el término cultura milpera. Este término no solamente se refiere al cultivo principal, sino que implica un sistema agrícola diversificado, un tipo de organización laboral específico, una distribución de consumo, una vida cotidiana típica, una búsqueda de la autosuficiencia alimentaria y un conjunto de ceremonias y rituales asociados con la milpa. 4. Estas experiencias contradicen el modelo más conocido de rotación agrícola y de fertilidad de suelos, el cual demuestra que en el área tropical después de un periodo largo de descanso de la vegetación, existen durante los primeros años altos rendimientos, y a medida que la vegetación no tenga el suficiente tiempo de descanso, habrá una disminución de la fertilidad. 5. En el aspecto económico, la ganadería al representar una inversión más segura luce los signos de prosperidad. La norma es: “entre más ganado, más ganancias”. Por el contrario, una mayor superficie cultivada de maíz o una parcela altamente diversificada no necesariamente significa más riqueza. La calidad del ganado es más un orgullo patrimonial que en verdad una mayor rentabilidad económica. En el aspecto cultural, los ganaderos muestran un paquete de valores que los hacen sentir superiores a los agricultores: el dominio sobre los animales les da una mayor hombría, la habilidad ecuestre, el control patriarcal sobre la organización del trabajo y de la familia y el machismo exacerbado. La actitud que se demuestra al tener estos valores tan interiorizados nos hace distinguir rápidamente y a simple vista un ganadero de un milperos. |
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Referencias Bibliográficas
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Elena Lazos Chavero
Instituto de Investigaciones Sociales,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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cómo citar este artículo →
Lazos Chavero, Elena. 1996. El encuentro de subjetividades en la ganadería campesina. Ciencias, núm. 44, octubre-diciembre, pp. 36-44. [En línea].
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