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La Astronomía prehispánica como expresión de las nociones de espacio y tiempo en Mesoamérica
 
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Jesús Galindo Trejo
   
               
               

Desde un lejano pasado, al levantar su vista al firmamento, el hombre se ha confrontado con profundas emociones y al mismo tiempo con numerosas incógnitas que lo han conducido a su vez a la elaboración de toda clase de explicaciones, las cuales van desde emotivas leyendas hasta plantea­mien­tos racionales, avanzando siempre en el conocimiento del Universo. La be­lle­za del cielo y su comportamiento han inspirado la inteligencia humana desde esas épocas remotas y gracias a ello ha penetrado las profundidades del cosmos. Sin embargo, el proceso en detalle de cómo el hombre llegó al conocimiento de los fenómenos ce­les­tes tiene que ver sobre todo con las ca­racterísticas de cada sociedad. Por ser el firmamento tan diverso y vasto, los observadores de la antigüedad elegían para su estudio ciertos objetos celestes que tenían particular significado en el marco de su propia cultura.

 

En el caso de Mesoamérica, con ba­se en los vestigios culturales que he­mos podido analizar se sabe que du­­ran­te varios milenios se observó cui­da­dosamente el movimiento apa­ren­te del Sol, la Luna y varios planetas; tam­bién se identificaron algunas constelaciones y se observó la Vía Láctea y, además, se re­gistraron eclipses, cometas e inclu­si­ve explosiones de supernova. Se de­be tomar en cuenta que esta prác­ti­ca observacional no se realizaba so­la­men­te como un mero ejercicio pa­ra asentar datos, sino que se trataba de una actividad que implicaba una es­tre­cha relación con conceptos re­li­gio­sos de la mayor jerarquía. De esta ma­ne­ra, en el cielo se reconocían di­fe­ren­tes deidades cuyos influjos podían afectar a todo habitante de la Tie­rra. El entender cómo se comporta el cie­lo se convirtió en una especie de cul­to re­ligioso valorado como de ex­cep­cio­nal trascendencia en Meso­a­mé­ri­ca. Ade­más, derivado de este cul­to as­tro­nó­mi­co, fue posible desarrollar un ele­men­to cultural fundamental pa­ra cualquier civilización: el calendario.

Este esquema de organización del tiempo es un producto netamente cul­tu­ral, representa en sí un modelo pre­ci­so para describir los periodos de ob­ser­va­ción de algún objeto celeste. Por supuesto, esta actividad alta­men­te es­pe­cializada estaba reservada a la cla­se sacerdotal, como lo ilustra cla­ra­men­te el Códice Mendoza en el ca­so de los mexicas. Estos sacerdotes-as­tró­nomos se encargaban de llevar el se­gui­mien­to del tiempo observando las estrellas y el Sol. Igualmen­te intentarían in­ter­pre­tar lo que veían en la bóveda ce­les­te para pre­ver y evi­tar algún po­si­ble daño o bien el adveni­miento de al­guna situación favorable.
 
Otro aspecto tangible que de­mues­tra la importancia del conocimiento as­tro­nómico en Mesoamérica es la orien­ta­ción de estructuras arquitec­tó­ni­cas de acuerdo con la posición de di­ver­sos astros en los momentos de apa­re­cer o desaparecer en el horizonte lo­cal. Aquí nos encontramos obvia­men­te frente a un uso político de dicho co­no­ci­mien­to. El soberano que ordenase y decidiera la orientación de un edifi­cio estaba en la posición de demostrar a su pueblo cómo su obra terrenal, es de­cir, el edificio referido, se encontra­ba en armonía con los preceptos de las deidades celestes. Por lo tanto, el so­be­rano podía legitimar su posición de po­der ya que contaba con el beneplá­ci­to de los dioses, lo cual, en ocasiones, podía ser de manera espectacular, em­pleando efectos de luz y sombra, como la famosa hierofanía solar que se ob­ser­va en los días del equinoccio en la pi­rá­mi­de de El Castillo en Chichén It­zá. Aquí el descenso y ascenso del dios Kukulcán, la Serpiente Emplumada, a lo largo de la balaustrada de la pirá­mi­de, muestra fastuosamente el favor de la deidad hacia este espléndido edificio maya.

Partiendo del hecho de que el mo­vi­mien­to aparente de la bóveda ce­les­te proporciona la única manera de de­fi­nir orientaciones de trascendencia universal en un paisaje terrestre, pode­mos notar que en Mesoamérica se eri­gie­ron suntuosos edificios y se trazaron magníficas ciudades considerando este aspecto. Además de alineaciones so­la­res en momentos astronómica­men­te importantes, como solsticios, equi­noccios y días del paso cenital del Sol, los mesoamericanos eligieron ma­yor­men­te alineaciones que se daban en momentos de aparente nula im­por­tancia astronómica. No obstante, las fe­chas en las que suceden tales ali­nea­mien­tos poseen una peculiar ca­rac­terística: dividen el año solar en varias partes que se pueden expresar por me­dio de los números que definen el sis­te­ma calendárico mesoamericano. Es decir, las cuentas de días determinadas por tales fechas, utilizando un sols­ticio como pivote, nos conducen a los números 260, 52, 73 y 65. Como es bien conocido, el sistema calendárico me­so­americano, que estuvo vigente por más de tres milenios, consta de dos ca­len­darios: uno solar de 365 días, cono­cido como Xiuhpohualli, organizado en 18 veintenas más 5 días complemen­ta­rios, y otro ritual de sólo 260 días, lla­ma­do Tonalpohualli, estructurado en 20 trecenas. Ambos calendarios em­pe­­za­ban al mismo tiempo y corrían simul­tá­nea­men­te en paralelo, pero des­pués de los primeros 260 días se desfa­sa­ban, para volver a coincidir al cabo de 52 periodos de 365 días y nuevamente empezar en forma simultánea. Por su parte, el calendario ritual debía re­correr 73 periodos de 260 días. Así, se establece la ecuación básica del ca­len­da­rio: 52 × 365 = 73 × 260.
 
En la región zapoteca se consideró como de especial importancia dividir el calendario ritual en cuatro partes de 65 días cada una. Notables ejemplos de esta alineación calendárico-astro­nó­mica son el Templo Mayor de Te­noch­titlan, la Pirámide de la Luna de Teoti­huacan, el Templo de los Jaguares en la cancha del juego de pelota de Chichén Itzá, la Pirámide de los Cinco Pi­sos de Edzná, la Casa E del Palacio de Palenque, la Pirámide de los Nichos en El Tajín, el Edificio Enjoyado o Em­ba­jada Teotihuacana en Monte Albán, el Conjunto del Arroyo en Mitla, el Tem­­plo Mayor de Tula y la Pirámide de la Ven­ta, una de las principales ciu­da­des olmecas. Pensamos que esta pecu­liar manera de orientar estructuras arqui­tec­tónicas constituye uno de los rasgos definitorios que conforman a la cultu­ra mesoamericana.

La orientación de estructuras arquitectónicas también se efectuó consi­de­ran­do otros objetos celestes dife­ren­tes al Sol. En varias ocasiones fueron la Luna y la Vía Láctea las que deter­mi­na­ron la orientación de importantes edificios. Como un ejemplo del pri­mer caso tenemos el Templo de Ixchel en San Gervasio en la Isla de Cozumel. Fuentes etnohistóricas hablan del im­por­tan­te culto que se rendía a la diosa de la Luna en un recinto similar a este vestigio arqueológico. Dicho templo es­tá orientado en dirección a la puesta de la Luna cuando alcanza su parada ma­yor, es decir, cuando se pone más ha­cia el norte sobre el horizonte po­nien­te de la isla.
 
Un ejemplo espectacular del se­gun­do caso lo tenemos en el Edificio de Las Pinturas en Bonampak; se tra­ta de tres cuartos que posee dicho edifi­cio, completamente pintados con dife­ren­tes escenas de ceremonias, guerra, presentación del heredero, músicos e incluso el retrato de un pintor. Las bó­vedas de los cuartos tienen representa­ciones del llamado Monstruo del cielo y aparecen diversos mascarones sola­res. Algunos estudiosos han conside­ra­do a ese ente mítico como una expresión de la Vía Láctea. En la bóveda del cuarto central se plasmaron cuatro cua­dretes con representaciones de objetos celestes ya que cada uno contiene va­rios glifos de estrella. Una tortuga so­bre cuyo caparazón se pintaron tres gli­fos de estrella, una manada de ja­ba­líes con algunos glifos de estrella, un per­so­na­je acompañado con dos gli­fos de estrella señalando con una varita a la tortuga y otro personaje con un ­gli­­fo de estrella y sosteniendo una es­pe­cie de charola o espejo. En la fecha pin­ta­da por los propios mayas en el in­te­rior del cuarto central, 6 de agos­to de 792, ocurrió una serie de even­tos que sugieren la maestría alcan­za­da por los sacerdotes-astrónomos ma­yas. Al empezar la noche, la Vía Láctea apareció alineada a lo largo del eje de simetría del edifico; varias horas des­pués, esta gran banda de estrellas de brillo tenue se colocó justamente a lo largo de la fachada del edificio. En­tre tanto, del horizonte oriente surgió una región del cielo que pudo ser identi­fi­ca­da con la pintura de la bóveda del cuarto central. La tortuga con las tres estrellas representaría así la conste­la­ción de Orión, la manada de jabalíes el cúmulo estelar de Las Pléyades, el personaje con la varita la estrella roja Aldebarán, la más brillante de la cons­telación del Toro, y finalmente el otro personaje podría representar el pla­ne­ta Marte, que sólo por esa noche se encontraba en uno de los cuernos del Toro (figura 1).
 
 

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FIG2La observación de la bóveda ce­les­te por los sacerdotes-astrónomos me­so­americanos pudo alcanzar ex­cep­­cio­nal nivel de exactitud, como lo muestran los pocos códices que so­bre­vi­ven. Así, en el códice maya que se encuentra en la ciudad alemana de Dresden se puede identificar varias ta­blas que registran el periodo sinódico de Venus y la sucesión de las etapas de observación del planeta en su ór­bi­ta alrededor del Sol. También se han identificado otras ta­blas que posiblemente se re­fieran a los periodos sinódicos de otros pla­netas. Otras tablas señalan la periodicidad de eclipses de Sol y de Luna. Toda ­es­ta in­for­mación astronómica se en­cuen­tra rodeada de escenas donde las dei­dades celestes actúan y determinan el comportamiento del Universo.

Algunos fenómenos celestes esporádicos y llamativos, como cometas, lluvias de estrellas, tránsitos de Venus por el disco solar e incluso explosiones de supernova, parecen haber sido registrados por los observadores me­so­americanos. Existen expresiones idio­máticas que los describen, como en el caso de los cometas y las lluvias de estrellas, que en nahuatl se deno­mi­nan citlalin popoca, estrella hu­mean­te, y citlalin tlamina, estrella flecha­do­ra; éstos eran considerados, curiosamen­te al igual que en Occidente, como augu­rios de desgracias para los reinos, so­be­ranos y el pueblo.
 
Por otra parte, la observación del trán­sito de Venus o las explosiones de supernova requieren téc­ni­cas sumamente elaboradas, al­go que sugieren las más re­cien­tes investigaciones ar­queo­as­tro­nó­mi­cas en Mesoamérica. En la ciudad teotihuacana de Xihuin­go, a unos 35 kilómetros al no­reste de Teotihuacan, en el Es­tado de Hi­dal­go, se ha localizado un número ex­cep­cio­nal­men­te gran­de de ciertos pe­tro­gli­fos formados básicamente por dos círcu­los concéntricos cru­zados por dos ejes perpen­di­culares en­tre sí, di­seños la­bra­dos por medio de suce­sio­nes de puntos. En general se les co­no­ce como marca­dores punteados.

A lo largo de toda Mesoamérica es­te tipo de petroglifos se considera como un elemento diagnóstico de la pre­sen­cia teotihuacana. Existen variantes de estos marcadores con uno, tres y cua­tro círculos concéntricos. En el pun­to más elevado de Xihuingo se en­cuen­tra el marcador con más puntos dis­tri­bui­dos en cuatro círculos.
 
 
 
 
 
 
El marcador más cercano a éste se localiza en un ni­vel inferior, a unos 40 metros de dis­tan­cia; se trata de un marcador de di­se­ño clásico, asociado al cual se en­cuen­tran, en una roca cercana, varios petroglifos: el numeral 13, formado por dos barras y tres puntos, arriba del cual aparecen dos círculos concéntricos de trazo continuo; una estrella de cinco puntos, también con dos círculos con­céntricos en su interior; una cara ele­men­tal, es decir, un semicírculo con tres puntos dispuestos triangularmen­te, semejando los ojos y la boca, tal vez sugiriendo la acción de observar —ade­más de otros petroglifos, por desgracia, ya muy destruidos (figura 2).

Desde el marcador inferior, el su­pe­rior visualmente se encuentra justamente en el horizonte permitiendo la observación del cielo arriba de él. Al medir la posición del superior desde el inferior respecto al cielo y tomando en cuenta la época en que probable­mente fueron labrados, entre los siglos iv y v, se encuentra que la cons­te­la­ción del Es­cor­pión se erguía ma­jes­­tuo­­sa­men­te sobre el marcador su­pe­rior; sin em­bar­go, al no identificar en el inferior nin­gu­na representación de ese arác­ni­do pa­rece que podría tra­tar­se de otro even­to celeste. En efecto, en el cen­tro del mar­ca­dor superior emer­ge pre­­­ci­sa­men­te el centro geo­mé­tri­co de la cola del Es­corpión, don­de, de acuer­do con va­rias crónicas chi­nas, fue registrada una gran explosión de supernova entre fe­brero y marzo del año 393, resplande­ciendo más in­ten­sa­men­te que la estre­lla más bri­llan­te del cielo, Sirio.

Por lo tanto, el con­jun­to de petroglifos se po­dría in­ter­pre­tar que en el año 13 “algo bri­llan­te” o tonalo, —brillante como el Sol, en náhuatl—, un gran resplandor se­ñalado por la estrella de cinco puntas se ob­ser­vó en la dirección del marca­dor su­pe­rior. Esto se podría con­si­de­rar como el primer registro documentado de una explosión de supernova en Me­­soa­mé­rica.

En Mayapán, la última metrópoli ma­ya antes de la llegada de los espa­ño­les, existen testimonios pictóricos que sugieren que los sacerdotes-astrónomos prehispánicos pudieron registrar uno de los fenómenos solares más es­pec­taculares: el tránsito de Venus por el disco del Sol. En un edificio adosado a la pirámide de El Castillo de esta ciu­dad se plasmó una pintura mural de ob­vio significado astronómico: gran­des discos solares dentro de los cuales apa­recen diversos personajes descen­den­tes, algunos de los cuales presentan man­chas en la piel y están ricamente ataviados. Una pareja de guerreros, en ambos lados de cada disco, parecen cus­­to­diar­lo.El muro que contiene la pin­tu­ra está orientado de tal forma que dos veces al año la luz solar ilumina los dis­cos al ras. Las fechas de tal iluminación dividen el año solar en múltiplos de 73 días, de acuerdo con una orientación ca­lendárico-astronómica explicada an­te­rior­mente.
 

Al interior del Sol sólo pueden apa­recer dos objetos: una mancha solar o un planeta interior. Mercurio es de­ma­siado pequeño para ser detectado por el ojo humano, y las manchas solares só­lo excepcionalmente alcanzan un ta­ma­ño suficiente para ser observadas a simple vista; sin embargo, por encon­trar­se entre el Sol y la Tierra, Venus po­see un tamaño angular aproximada­men­te del doble del tamaño necesario para ser percibido con la vista y, además, el entorno alrededor de Mayapán es plano, lo que permite que en una sa­li­da o puesta de Sol se pueda observar su disco sin ayuda de filtros espe­cia­les, ya que la atmósfera baja sirve de filtro al absorber un notable porcen­­taje de la radiación solar. Tomando en con­si­de­ra­ción la época en la que se plas­mó el mural, entre 1200 y 1350, los personajes descendentes podrían re­presentar el planeta Venus en su trán­si­to por el disco solar. Durante di­cho intervalo de tiempo sucedieron cua­tro tránsitos, dos se dieron estando el Sol muy arriba del horizonte y otros dos acontecieron durante el ocaso so­lar, lo que permitió que fueran regis­tra­dos a simple vista. El próximo 5 de junio de 2012 sucederá el próximo trán­si­to de Venus durante el ocaso solar y podremos constatar la propuesta aquí descrita.

El cielo significó un aliciente para el espíritu del hombre mesoamericano, gracias a este magnífico estímulo vi­sual su mente analítica pudo ejerci­tar­se y acercarse a entender mejor el fun­cio­na­mien­to de la bóveda celeste. Al mismo tiempo se congració con sus dioses inalcanzables y obtuvo la cer­te­za de que este culto celeste propiciaría obtener de ellos los favores necesarios para su existencia.

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Referencias bibliográficas
 
Galindo Trejo, Jesús. 1994. Arqueoastronomía en la Amé­ri­ca Antigua. Conacyt/Equipo Sirius, México-Madrid.
Galindo Trejo, Jesús. 2000. “Constelaciones en el firmamento ma­ya”, en Ciencias, núm. 57, pp. 26-27.
Galindo Trejo, Jesús. 2003. “La Astronomía prehispánica en Mé­xi­co”, en Lajas Celestes: Astronomía e Historia en Cha­pul­te­pec. Conaculta-inah, México, pp. 15-77.
 
Galindo Trejo, Jesús. 2008. “Calendario y orientación astronó­mi­ca: una práctica ancestral en Oaxaca prehispánica”, en La Pintura Mural prehispánica en México, Beatriz de la Fuente (ed.). Instituto de Investigaciones Estéticas, unam, México, pp. 295-345.
Morante López, Rubén B. 2001. “Las cámaras as­tro­nó­mi­cas subterráneas”, en Arqueología Mexicana, vol. VII, núm. 47, pp. 46-51.
Sprajc, Ivan. 1993. Venus, lluvia y maíz. inah (Colec­ción científica 318), México, pp. 75-79.

     
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Jesús Galindo Trejo
Instituto de Astronomía, Universidad Nacional Autónoma de México.
 
Cursó la licenciatura en la Escuela Superior de Física y Matemáticas del ipn y obtuvo el doctorado en Astrofísica Teórica en la Ruhr Universitaet Bochum, en Alemania. Fue investigador titular en el Instituto de Astronomía de la unam durante más de 20 años. Actualmente labora en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la misma. Su trabajo de investigación se centra principalmente en la Arqueoastronomía del México prehispánico. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
 
como citar este artículo
Galindo Trejo, Jesús. (2009). La Astronomía prehispánica como expresión de las nociones de espacio y tiempo en Mesoamérica. Ciencias 95, julio-septiembre, 66-71. [En línea]
     

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