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Ciencia y religión, ¿complementarias o contrapuestas?
 
Ramón Peralta y Fabi
   
   
       
                       
                       
Y Josué (10:1213) dijo: “Sol, detente en Gabaón; y tú, Luna, en el
valle de Ajalón, y el Sol se detuvo y la Luna se paró. Hasta tanto que la gente se hubo vengado de sus enemigos”, mientras en el Éxodo (14:21) se lee: “y extendió Moisés la mano sobre la mar, e hizo Jehová que la mar se retirase por recio viento oriental toda aquella noche; y tornó la mar en seco y quedaron las aguas divididas”; acto seguido, el “pueblo escogido” cruzó, y cuando las fuerzas del Faraón iniciaron el cruce para acabar con los israelitas, se volvieron a cerrar las aguas. Otros portentos son descritos a lo largo de los cinco libros que forman el Pentateuco, la base textual de la Tora de la religión judía, y una parte del Antiguo Testamento de la cristiana. Asimismo, el Nuevo Testamento, esencia de la fe correspondiente, cuenta (Mateo 1:18) que “el nacimiento de Jesucristo fue así: que siendo María su madre desposada con José, antes que se juntasen, se halló haber concebido del Espíritu Santo”; y en él las citas de milagros de Jesús son más numerosas: convirtió agua en vino, multiplicó panes, caminó sobre el agua, revivió muertos, Lázaro, María y él mismo, y muchas cosas más.
 
La física conocida establece que el Sol y la Luna no se pueden detener, las aguas no se pueden separar y los milagros, por definición, son instancias en las que las leyes de la naturaleza se suspenden, se violan; si alguien fallece, nada lo puede reanimar.
 
Si se afirma que religión y ciencia abordan aspectos ajenos o complementarios, como el espíritu y la materia, habría que preguntarse por qué los textos religiosos contradicen a los textos de la ciencia, siempre y sin excepción. La razón es que —estrictamente— se oponen, se contradicen.
 
En términos generales, las religiones abordan el tema general de la deidad (sus atributos), su relación con el mundo (los milagros) y su comunicación con la humanidad (normas, leyes, promesas y amenazas). La fuente de cada uno de estos elementos es siempre la “revelación”. Es decir, una persona “recibe un mensaje” —la voz divina— en forma directa y clara, personal, íntima. Así, los profetas recibieron estas indicaciones directamente de Dios. En las religiones judeocristiana y musulmana es principalmente Moisés, quien se aísla durante meses y vuelve con más de seiscientos preceptos, los mandamientos incluidos. Para los judíos es la fuente principal, para los cristianos la revelación viene de Moisés y de algunos otros, pero es especialmente Jesús la fuente de todo. Para los musulmanes, quienes incorporan a la revelación mosaica la de Jesús, es a Mahoma a quien Dios revela la forma final de sus comunicaciones.
 
Cabe notar que ninguno de los profetas escribió personalmente alguna palabra; posiblemente ninguno sabía escribir. En todos los casos, los textos son escritos a lo largo del tiempo y por varios autores —la Tora, la Biblia y el Corán son representativos. Los evangelistas, años después de la muerte de Jesús, escriben sobre sus enseñanzas, preceptos y milagros, varios de ellos sin haberlo escuchado o visto. El califa Utman reunió y organizó los textos del Corán veinte años después de la muerte de Mahoma.
 
Un aspecto de los textos sagrados es que son aceptados, en cada religión, con una validez absoluta, si bien las religiones modernas no toman los textos de manera literal; salvo entre grupos de escasa educación, que en número superan a los que sí la tienen. Es aquí donde los expertos respectivos, los exégetas —bajo diferentes nombres y a lo largo del tiempo— han ido aportando las diversas interpretaciones —adaptándose así a la civilización moderna.
 
Hay cientos de religiones profesadas por grupos de distinto tamaño, dicinueve de ellas con más de un millón de seguidores; la cristiana, que tiene más de 32 000 distintas denominaciones porque sus adeptos creen en igual número de variaciones “distintas”, cuenta con más de 2 100 millones de feligreses, y es la mayor; la segunda, con 1 600 millones es la islámica; y la tercera el hinduismo, con 1 000 millones. Si pudiera llamársele religión, el budismo tendría entre 400 y 1 400 millones —dato nada preciso. Hay más de 100 millones de personas que siguen alguna religión formada en el siglo pasado, y quienes declaran no tener religión alguna o ser ateos son cerca de 1 000 millones —todos los números son aproximados y redondeados hacia arriba.
 
De manera resumida, tienen en común el postular que dios es único, omnipotente (todopoderoso), omnisciente (está en todo lugar), eterno, creó el mundo y lo terminará, es justo, misericordioso y se ocupa de cada ser humano. Cada religión, por supuesto, se considera como la única y verdadera.
 
La ciencia, por su parte, enfrenta el reto de hacer comprensible el mundo que percibimos, que nos envuelve y del que somos parte. El supuesto más primario es que ese mundo existe independientemente del observador; el Sol “sale” y las bacterias están en (casi) todos lados, aunque no se vean. Todos, sin excepción, aceptan que así es, aunque sea en secreto. Una prueba es que, al cruzar la calle, cada persona voltea para ver si viene un auto que la pueda aplastar; las posibles excepciones ya no están con nosotros…
 
Independientemente de algunas posiciones filosóficas, tal vez inatacables aunque esencialmente vacuas, la convicción generalizada es que hay un mundo “real” y que es accesible a nuestro intelecto. Lo es porque se pueden ir descubriendo las regularidades que tiene, a las que llamamos leyes naturales, se puede frasear la descripción en un lenguaje universal, común, aunque en ocasiones éste sea complejo y se requiera una educación formal en alguna disciplina, como la física, la biología, la química o las matemáticas; implícito está que se requiere una cultura mínima y un idioma estructurado. Lo que no se pone en tela de juicio es que las regularidades siempre se siguen, en tanto que no hay excepciones. Cuando parece haberlas, la explicación está en el mundo mismo. La Luna siempre gira en torno a la Tierra y no hay quien se despierte con la duda sobre su siguiente aparición; siempre sale el Sol, y lo seguirá haciendo, hasta que ocurran ciertos fenómenos naturales, que nadie puede predecir mirando cartoncitos con figuras de colores o esferas de vidrio u orando ante una imagen de plástico que representa lo que un comerciante tuvo la ocurrencia de hacer.
 
El mundo natural ofrece retos extraordinarios para su cabal comprensión; es tan poco lo que sabemos y lo que podemos predecir, que la soberbia del conocimiento es sólo síntoma de la ignorancia. Aun así, la vida moderna, simplificada por la tecnología que se disfruta en los aspectos cotidianos, y la información sobre lo que es nuestro universo, nos siguen deslumbrando. Parece casi absurdo imaginar que hace poco se suponía que la Tierra era plana y estaba fija en el centro del universo, o que la vida había aparecido como hoy la vemos, plantas y animales que viven, se reproducen y mueren. Toda persona con cierta cultura biológica sabe de la evolución.
 
Un hecho del quehacer científico es que las “verdades” permanecen en tanto que no presenten excepciones. Cuando así ocurre, son sustituidas por nuevas explicaciones que, además de incorporar todo lo que ya se entendía, incorporan una gama más amplia de fenómenos o de información. La ciencia es “falsificable”, en tanto que se pone a prueba todo el tiempo puede mostrarse como equivocada. En la religión nada es falsificable o demostrable.
 
No es tarea de la ciencia enfrentar a la religión, salvo cuando pretende afirmar hechos que con experimentos simples se exhiben como falsos, o que el orden que hemos ido descubriendo en la naturaleza se imagina interrumpido por deseos divinos o testimonios personales de dudosa veracidad. No hay extraterrestres, ni hay telepatía, ni visionarios del futuro, entre otras cosas; tampoco gnomos y fantasmas. Cada vez que se ha requerido se ha probado la falsedad de estas cosas; no es evidente que un científico o un grupo de ellos acepte invertir su tiempo (y los recursos) en esas tareas.
 
Es difícil seguir la lógica de un ser superior justo y misericordioso, que contempla una sociedad injusta y desalmada que creó, con niños que fallecen de hambre o seres inermes que son víctimas de la violencia, mientras “escucha y atiende” plegarias individuales solicitando un favor que, usualmente, supone violar las leyes naturales que todos los días se verifican en los laboratorios del mundo, sin fallar, independientemente de nacionalidad, raza, género, idioma, o posición política.
 
Dícese que “todos los saberes son valiosos”, aunque la oración supone consenso en lo que es un “saber” y lo que tiene “valor”. La cultura moderna comprende todas las actividades humanas, como los estudios sobre la memoria y el átomo, la conciencia y el origen del universo y de la vida, el baile y las leyes del pensamiento; algunas cosas contribuyen a conocernos y mejorar nuestras perspectivas de supervivencia individual y colectiva, otras son irrelevantes y unas nos denigran y empobrecen.
 
Muchas de estas actividades son ciertas y otras falsas, unas son complementarias y otras son contradictorias. La música y la física se complementan, como la biología y la escultura o la química y la literatura. La ciencia y la religión se contraponen.
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Ramón Peralta y Fabi
 
Facultad de Ciencias,
 
Universidad Nacional Autónoma de México.
 

 

como citar este artículo

Peralta y Fabi, Ramón. (2011). Ciencia y religión, ¿complementarias o contrapuestas? Ciencias 103, julio-septiembre, 12-14. [En línea]
     
                       

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