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Peter Adamson
     
               
               
En la antigüedad europea los filósofos escribieron en griego.
Incluso después de la conquista romana del Mediterráneo y la desaparición del paganismo, la filosofía siguió estando estrechamente asociada a la cultura helénica. Los más destacados pensadores del mundo romano, como Cicerón y Séneca, estaban impregnados de la literatura griega. Cicerón fue inclusive a Atenas a rendir homenaje a la cuna de sus héroes filosóficos. Es relevante que el mismo emperador Marco Aurelio llegó a escribir sus Meditaciones en griego. Ciertamente, Cicerón, y más tarde Boecio, intentaron iniciar una tradición filosófica en latín, pero aun así, en los inicios de la Edad Media, la mayor parte del pensamiento griego era accesible en latín sólo parcial e indirectamente.
 
La situación era mejor en otros lados. En la parte este del imperio romano, los bizantinos hablantes de griego podían continuar leyendo a Platón y Aristóteles en versión original. Y los filósofos en el mundo islámico disfrutaron de un extraordinario acceso al legado intelectual helénico. En la Bagdad del siglo x los lectores de árabe tenían el mismo acceso a Aristóteles que los lectores de inglés hoy día.
 
Todo esto sucedió gracias al bien fundado movimiento de traducción que tuvo lugar durante el califato abasí, que comenzó en la segunda mitad del siglo viii. Impulsado desde el más alto nivel, incluso por el califa y su familia, este movimiento buscaba importar la filosofía y la ciencia griega a la cultura islámica. Su imperio contaba con los recursos para lograrlo, y no sólo financieros sino también culturales. Desde la Antigüedad tardía hasta el auge del Islam, el griego había sobrevivido como la lengua de la actividad intelectual entre los cristianos, especialmente en Siria. Así que, cuando los aristócratas musulmanes decidieron tener la ciencia y la filosofía griega traducida al árabe, fue a los cristianos que tuvieron que acudir. En ocasiones, una obra griega debía ser traducida primero al sirio y luego entonces al árabe. Era un desafío enorme. El griego no es una lengua semita, así que se movían de un grupo de lengua a otro; más parecido a traducir finés al inglés que latín al inglés. Y no había, inicialmente, terminología establecida para expresar las ideas filosóficas en árabe.
 
¿Qué llevó a la clase política de la sociedad abasí a apoyar tan enorme y difícil empresa? Parte de la explicación se encuentra, sin duda, en la simple utilidad del corpus científico: los textos clave de disciplinas tales como ingeniería y medicina tenían obvias aplicaciones prácticas. Sin embargo, esto no nos dice por qué los traductores eran pagados tan generosamente para poner, digamos la Metafísica de Aristóteles o las Enéadas de Plotino, en árabe. Algunos relevantes investigadores especialistas en el movimiento de traducción del griego al árabe, en especial Dimitri Gutas en su obra sobre el pensamiento griego y la cultura árabe (Greek Thought, Arabic Culture, publicada en 1998), han sugerido que los motivos fueron, de hecho, profundamente políticos. Los califas querían establecer su propia hegemonía cultural, compitiendo con la cultura persa así como con sus vecinos los bizantinos. Los abasís querían mostrar que ellos podían ser mejores portadores de la cultura helénica que los bizantinos de habla griega, sumidos en la ignorancia por las irracionalidades de la teología cristiana.
 
Pero los intelectuales musulmanes vieron también en los textos griegos una fuente para defender y entender mejor su propia religión. Uno de los primeros en abrazar esta posibilidad fue Al-Kindi, designado tradicionalmente como el primer filósofo que escribió en árabe —murió alrededor de 870 d. C. Pudiente musulmán que se movía en el círculo de la corte, Al-Kindi supervisó la actividad de los estudiosos cristianos que eran capaces de poner el griego en árabe. Los resultados fueron irregulares. La versión que dieron de la Metafísica de Aristóteles llega a ser en ocasiones casi incomprensible (para ser justo, se podría decir también lo mismo de la versión en griego), mientras que su “traducción” de los escritos de Plotino con frecuencia toma la forma de una libre paráfrasis con nuevo material que añadieron.
 
Esto es un ejemplo particularmente dramático de algo que es característico de las traducciones del griego al árabe en general, y quizá de todas las traducciones filosóficas. Quienes hayan traducido filosofía de una lengua extranjera sabrán que, para lograrlo, se necesita una profunda comprensión de lo que se está leyendo. En el transcurso de la traducción se deben tomar decisiones difíciles en cuanto a cómo hacer para que el texto original fluya en la lengua a la que se está pasando, y el lector (quien quizá no conoce o no puede tener acceso a la versión original) queda totalmente a la merced de las decisiones del traductor.
 
He aquí mi ejemplo favorito. Aristóteles usa la palabra griega eidos para referirse tanto a “forma” —es el caso de “las sustancias están hechas de forma y materia”— como a “especie” —“el humano es una especie que se encuentra en el género animal”. Pero en árabe, al igual que en inglés, existen dos palabras diferentes (“forma” es ra, y “especie” es naw). Por lo tanto, el traductor árabe tenía que decidir, cada vez que se encontraba con la palabra eidos, cuál de estos conceptos tenía en mente Aristóteles —a veces era obvio, pero otras no. El Plotino árabe, por el contrario, va más allá de tales decisiones de terminología necesarias. Hace intervenciones drásticas en el texto, lo cual ayuda a poner en relieve las enseñanzas de Plotino para la teología monoteístas, reformulando la idea neoplatónica de un supremo y único primer principio, como el del poderoso creador de los acontecimientos abrahámicos.
 
¿Cuál fue el papel de Al-Kindi en todo esto? No estoy totalmente seguro, de hecho. Parece claro que él mismo no hizo traducciones, y quizá incluso no conocía mucho el griego. Pero está establecido en las fuentes que él “corrigió” el Plotino en árabe, el cual pudo haber sido ampliado para añadir sus propias ideas al texto. Evidentemente, Al-Kindi y sus colaboradores pensaban que una “verdadera” traducción es aquella que es portadora de la verdad, y no solamente que es fiel al texto original.
 
Pero Al-Kindi no estaba satisfecho con esto. Escribió también una serie de trabajos independientes, generalmente en forma de cartas o epístolas a sus superiores, entre quienes se encontraba el califa mismo.
 
Esas cartas explican la importancia y el poder de las ideas griegas, y cómo dichas ideas podrían dar cuenta de las preocupaciones del Islam del siglo nueve. En efecto, él era como un hombre de relaciones públicas del pensamiento helénico. Lo cual no significa que siguiera ciegamente lo que sus antiguos predecesores habían escrito en griego. Al contrario, la originalidad del círculo de Al-Kindi descansa en su adopción y adaptación de las ideas helénicas. Cuando Al-Kindi, en sus textos, trata de establecer la identidad del primer principio en Aristóteles y Plotino con el dios de El Corán, el camino está preparado por las traducciones que ya daban cuenta de dicho principio como el creador. Él sabía algo que somos dados a olvidar hoy día: que traducir una obra filosófica puede ser una manera poderosa de hacer filosofía.
 
     
Referencias Bibliográficas
 
Adamson, Peter. 2002. The Arabic Plotinus. Duckworth, Londres.
_____. 2007. Great Medieval Thinkers: Al-Kindi. Oxford University Press, Nueva York.
_____. 2016. Philosophy in the Islamic World. Oxford University Press, Nueva York.

En la red
www.historyofphilosophy.net

     
Nota

Este texto se publica aquí con la autorización del autor y los editores de la revista electrónica Aeon, a quienes agradecemos su gran gentileza (versión original en: goo.gl/v3p3Yc).

Traducción
César Carrillo Trueba

     

     
Peter Adamson
Universidad Ludwing Maximilian de Múnich.
     

     
 
cómo citar este artículo
 
Adamson, Peter. (Traducción César Carrillo). 2017. Los traductores árabes hicieron mucho más que sólo preservar la filosofía griega, . Ciencias, núm. 124, abril-junio, pp. 38-43. [En línea].
     

 

 

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