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Silvia Andreli Díaz Navarro y Luis Gabriel Mateo Mejía |
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En el discurso postmoderno existen diversas variable que son
tomadas en cuenta para abordar lo que se ha denominado filosofía de la historia o pensamiento modernista; entre éstas encontramos la figura del hombre que trabaja, es decir, el Homo laboris, con la subjetividad que lo circunscribe en tanto persona que ejerce la actividad laboral en forma consciente, una subjetividad que a menudo fluye con una velocidad mayor a la que posiblemente es dada a la razón humana. Algunos pensadores como Erich Fromm han reflexionado sobre la condición del ser humano contemporáneo, especialmente la moderna, en donde los seres humanos son altamente productivos en medio de una sociedad cada vez más demandante de necesidades y servicios. A dicha condición humana, denominada también como Homo faber, es a la que se refiere tanto el planteamiento de Fromm como el concepto de Homo laboris. En ambos términos encontramos ciertas analogías y semejanzas; una es la afección que nos aqueja hoy día: el estrés. Pero encontramos otra todavía más profunda, que daña directamente el corazón del ser humano, la enfermedad del vació y la nada: el “sin sentido de la vida”. En esto se enfoca este breve ensayo, principalmente en la relación causal que existe entre la condición de Homo laboris y la de Homo faber, ambos constructores y realizadores del trabajo, con el “sin sentido” que puede tener nuestra sociedad actual, altamente modernizada y desarrollada por medio de la constante tecnológica que termina por dominar todas las esferas de la vida. Cabe señalar que esta crítica ha sido explicada por la Escuela de Fráncfort en su teoría crítica de la sociedad y del pensamiento moderno.
Para analizar la relación entre un profundo “sin sentido” y el ser humano contemporáneo se necesita dimensionar su importancia, la cual se ve reflejada en la realidad —basta con ver las noticias en la televisión, escuchar la radio, navegar por la red o leer los periódicos para darse cuenta de los hechos caóticos que externan y acontecen a millones en el planeta. Es preciso considerar un enfoque teórico y metodológico basado en la filosofía para analizar dicha realidad desde una perspectiva de criticidad racional hacía la configuración del pensamiento, tal como se concebía en el siglo xx; en otras palabras, la historia de la filosofía no puede ser ajena al entendimiento de nuestra realidad ni indiferente, y debe dar una palabra —aunque sea de arrebato y malestar— contra los enormes estragos que ocasionan las enfermedades del pensamiento modernista, como la esquizofrenia y la paranoia, el “sin sentido” de las cosas, el estrés y otros efectos negativos de la vivencia cotidiana de nuestra civilización occidental.
El “sin sentido” de la vida
Se afirma que el hombre moderno se ve a sí mismo como demarcado, delimitado, circunscrito por su necesidad de trabajo, debido a que en nuestro sistema económico y político el trabajo es el medio por excelencia para la subsistencia, el desarrollo humano y el crecimiento profesional, aunque no siempre las tres cosas vayan de la mano y en el mismo carril.
Desde la perspectiva de Zygmunt Bauman, existe una gran paradoja entre la vida moderna y el sentido de modernidad, de ahí el término postmodernidad. El miedo en la modernidad fluye con la misma velocidad que lo hace el desarrollo tecnológico, impregnando las distintas áreas de la existencia humana, de la vida moderna. Vivimos así un miedo real por el inexorable paso del tiempo y los cambios globales; al mismo tiempo, seguimos estancados en los límites y determinaciones que implican un esfuerzo para ser felices ante las contradicciones y amenazas que se nos presentan en el diario vivir.
Fromm señala que el ser humano moderno tiene miedo a ser autentico y libre; no obstante, hoy en día encontramos que en las grandes ciudades —en donde prácticamente se puede comprar de todo— las personas están fuertemente inclinadas a vivir la libertad a tope, es decir, sin restricciones; pero existe también una inmensa contradicción, puesto que el sujeto se ha perdido en su propia inconmensurable libertad.
El ser humano postmoderno se ve completamente delimitado y determinado a trabajar, pese a lo que quiera, le guste o no, por aquello que —a falta de un mejor término— se denomina retribución, paga o salario. Todo parece indicar que el trabajo y su desarrollo especializado, altamente profesionalizado, va por un sendero; mientras la vida de los hombres y mujeres, seres humanos de carne y hueso, puede ir por otro y hasta en sentido contrario. Esta es una de las principales causas del “sin sentido” de la vida, la pérdida de significado como enfermedad que plaga toda la vida hoy día. En términos de Viktor Frankl: el ser humano necesita un sentido y significado para la vida, así como un sentido y significado último para la muerte.
Perspectivas de la condición humana
Conductismo. Para explicar cabalmente la condición del hombre laboral en relación con la enfermedad de nuestro tiempo se necesita demostrar la manera en que la psicología laboral ha demostrado la existencia de ciertos fenómenos en la conducta, que termina siendo una postura reflexiva. Se tiene así el reflejo condicionado, fruto de la investigación y conocimientos desarrollados por el conductismo, cuyos mejores expositores fueron Pavlov y Watson. En el conductismo se genera una conducta reforzada por los estímulos y las respuestas, elementos permanentes de condicionamiento, que permiten de manera automática realizar la actividad esperada en la forma adecuada. La especialización de la conducta se obtiene con base en la repetición y al desarrollo de la habilidad para ejecutarla de forma eficiente y eficaz.
Por su parte, Watson entiende la psique como un sistema del ser humano en el cual se desarrollan las habilidades tanto conductuales como cognitivas mediante el reforzamiento, mismo que encara la particularidad del proceso cíclico que obtiene el resultado esperado. En suma, el proyecto de conducta esperado se planea mediante la previsión de los estímulos adecuados. Esta base es usada y explotada de forma racional en todos los ambientes laborales, en los cuales cada sujeto es parte de un engranaje que se espera obtendrá y realizará las actividades señaladas en los manuales de procedimiento y tablas de trabajo, los cuales se formulan en función del perfil académico-educativo. La condición del ser humano desde el punto de vista del conductismo permite equipararlo con una máquina de vida laboral y productiva; casi se podría asumir la proposición: “la totalidad del trabajo es la totalidad de la vida”.
Gestalt. Esta perspectiva encierra la suma conductual y psicológica del sujeto. El fundamento o principio racional de esta propuesta psicológica y filosófica es que el quehacer mismo de la vida es mayor que cada una de sus partes conductuales y humanas. Para la gestalt, la sensación y la visión son las claves de su holismo científico, el cual niega rotundamente las esencias que nacen de los elementos que configuran la complejidad de la conducta debido a que lo premonitorio en la vida humana es su estructura y ésta, a su vez, es la esencia que permanece en la actividad humana y, por ende, en la actividad laboral de todos los sujetos. Hoy en día, dicha estructura está cargada de una totalidad racional e instrumental, inclinada hacia la parte izquierda del cerebro, que impide la meditación de la conducta desde planos más profundos de la contemplación y la atenuación considerable del ser.
Laboralmente hablando, esta forma de pensar se acerca a la posibilidad de vivir enajenado o alineado, evitando los extremos para dar funcionalidad al simple hecho de ser y existir. Sin embargo, una dura crítica a una postura tan radical como ésta se halla en el hecho de considerar las necesidades materiales de la vida como partes fundamentales de la existencia, es decir, de forma consciente no se puede renunciar a tener y dar paso a la simplicidad del ser.
En otras palabras, el ser humano no puede hoy día realizar la potencialidad de su vida sin una carga contundente de cosas materiales que le permitan indicar aquello que sí es, desde el horizonte de la legitimidad del poder y la posesión. La vida de los ideales no es divergente de la vivencia plena de la realidad, es decir, las realidades humanas son tanto materiales como mentales, por lo que el sujeto moderno requiere en su trabajo el logro y el éxito de su profesión en el sentido material y profesional.
Cognitivismo. Si el conductismo hace del humano una máquina al estilo del ciclo de Carnot, el cognitivismo sigue el estilo de las computadoras, lo cual viene a reforzar la conducta automática y mecánica del Homo laboris en sociedad. El investigador y psicólogo U. Neisser planteó en 1967 un análisis de la mente que buscaba el centro entre el holismo y el localizacionismo; encontró un hecho singular: la mente puede autoajustarse y autorregularse, es un sistema de elaboración y no uno meramente pasivo. Por lo que, a manera de una matemática integrada con una filosofía de la conducta, el sujeto puede buscar el conocimiento y encontrarlo de forma objetiva en la realidad.
Ello viene a demostrar que el sujeto, nacido para la competencia laboral, puede muy bien desarrollarse profesionalmente y a la par puede integrar todas sus facultades volitivas y conductuales. Nada más obvio que generar un paralelismo con una máquina cibernética, que recibe la automatización del exterior y que es capaz de automatizarse a sí misma. Esto lo vemos reflejado en la conducta del hombre moderno, quien apuesta por un modelo económico, altamente racionalizado, además de mantener la creencia en su desarrollo humano y personal. La paradoja que encierra el cognitivismo es un claro ejemplo de la crisis de valores debida al exceso de uso de la racionalidad instrumental que vive nuestra sociedad industrial y postmoderna en su exacerbada aplicación de las ciencias exactas y la tecnología. En consecuencia, el Homo laboris vive dentro, sumergido, circunscrito en un mundo de dilemas, contradicciones y paradojas.
Insight o intuición. El concepto de insight fue desarrollado por el psicólogo Wolfgang Köhler en 1967. El modo de pensar ocasionado por el insight es otra clara reflexión sobre la condición del hombre que labora, cargado de una enfermedad postmodernista altamente desarrollada, que remite el valor de lo humano a la inanidad. En el siglo xx, los fenómenos intuitivos o de iluminación demostraron que las ideas repentinas e inesperadas reajustaban el campo de fuerzas de la conducta, al cual alude la gestalt con su elaborada reconstrucción intuitiva que coloca de vuelta la sensación en el primer plano de la investigación científica.
La sensación es un hecho que fue considerado como secundario por la tradición filosófica, por lo que a raíz de estos estudios tuvo una reevaluación entre las causas de la conducta humana. Surgieron así pensadores como Thomas Kuhn, quien reconstituye la visión de la ciencia con paradigmas que pueden ser cambiantes.
En la actualidad, el ser humano —completamente diferenciado y seccionado por el campo laboral— se enfrenta a dichos paradigmas en forma exacerbada debido a que en el pensamiento de Occidente la razón culmina en una esfera social tecnologizada y altamente racionalizada, exageradamente influyente, cambiante, con un alto grado de licuefacción y pocos niveles de viscosidad, como lo explica Bauman. Nuestra sociedad es el lugar en donde la función primaria es la acumulación del capital, la generación de la posesión y la riqueza.
En este sentido, el intuicionismo es la teoría del isomorfismo de dos partes de la realidad: la psíquica y la fisiológica, cuyo principio fundamental es que toda realidad psíquica tiene su correlato fisiológico, lo que permite ubicar una conducta adecuada para la solución de un problema. Es por ello que el sujeto puede posicionar el paradigma de producción como la pieza clave de su desarrollo humano. Laboralmente hablando, la conducta productiva y la exagerada pauta de exigencia laboral pueden contribuir a la generación de enfermedades, alienaciones y pautas de comportamiento.
Mentalismo. La mente demostró ser más que una simple caja negra y pasó a ser un verdadero procesador de información. El enfoque interdisciplinario de la neurología y la cibernética integró el filtro de la mente como un sistema de entradas (input) para ser procesadas por operaciones psíquicas y obtener así conductas (output). En 1956, el psicólogo G. A. Miller estudió la mente como un canal de capacidad limitada, memoria de corto y largo plazo, encontrando en la conducta automatizada una adaptación a la forma de las máquinas. La gestalt respalda la conducta de la mente compuesta por unidades informativas, bloques unitarios o cifras individuales, que son capaces de integrarse en forma local y estructurada en la conformación del todo inteligible del sujeto. Como consecuencia de ello, la mente es educada, reforzada y encauzada —tanto desde el conductismo como desde la psicología laboral— a la instrumentalidad del desarrollo científico, tecnológico e industrial, que estructura la conducta en función de la productividad económica y la eficiencia comercial, aun a expensas de otros esquemas conductuales que implican una reflexión ética y profesional.
El mentalismo es una aplicación de la psicología cognitiva que contribuye a la determinación de la vida humana como un instrumento, un medio, alejándose de la finalidad teleológica del sujeto: que es ser un fin en sí mismo. De ahí que el hombre laboral no podrá autoliberarse para ser un elemento de la sociedad en evolución si primero no deja de ser un elemento de producción masiva. Esto lleva a replantear los objetivos de todo campo laboral y económico, los cuales deben de contar con ejes de crecimiento tanto humano como profesional.
Test de Turing. Expuesta en 1950 por el matemático y filósofo británico Alan Turing con el fin de demostrar la existencia de la inteligencia en una máquina, esta prueba corrobora el pensamiento postmoderno y el problema de la enfermedad que acosa a la sociedad postindustrial de nuestra época. En el test de Turing se ve claramente cómo la “inteligencia artificial” ha rebasado en gran medida la necesidad de interactuar de los humanos pues, en cierto modo, bastan las máquinas. En la actualidad, nuestra sociedad occidental vive el paradigma de la “inteligencia artificial”, en donde la vida laboral y personal se encuentran conectadas en sintonía con la red. Quedan relegadas a segundo plano las pasiones y conductas volitivas. Hoy en día se puede vivir muy bien hablando económicamente y con ironía en la segunda vida del ciberespacio.
Esto permite corroborar la psicología laboral planteada en el mentalismo: el Homo laboris va dejando de ser un fin para ser un medio o instrumento de trasformación de la materia. En cuanto a lo laboral, los seres humanos empleamos una cantidad de horas productivas en el trabajo con las computadoras, equiparables a las horas dedicadas al trabajo agrícola en el siglo pasado. En todo caso, el aumento de la faena laboral deberá equipararse con el aumento en la vivencia familiar; esto hace reflexionar sobre el sentido de la vida laboral y la forma de lograr los objetivos económicos que se propone un profesionista a corto, mediano y largo plazo.
Sentido común. La economía y las ciencias dictan precisamente lo contrario al sentido común: la sobreexplotación de la racionalidad instrumental. ¿Qué es realmente el sentido común? En 1989, Hyman Minsky señaló que el sentido común no ofrece certezas absolutas, pero contiene elementos para adecuar la conducta a aquello que hace plausible sus motivaciones.
En la actualidad, vivimos un futuro que nos ha sobrepasado por mucho, una “inteligencia artificial” que nos sobrepuja a un humanismo materializado de forma exorbitante. Basta jugar ajedrez con una computadora para darnos cuenta de que no podremos ganar, así tengamos experiencia en el juego; en este sentido, las máquinas son capaces de dictarnos conductas precisas, mismas que sobrepasan el horizonte de la lógica del pensamiento singular de los sujetos.
Ante esta situación, nos vemos impelidos a tener un sentido común que contenga características como la ductilidad, la sensatez e incluso la ironía, a fin de que nuestra conducta pueda mantener un sentido y significado. Sin embargo, las máquinas o la “inteligencia artificial” no pueden emular del todo ciertas formas del pensamiento como la ostensión, la metáfora, la metonimia y la analogía debido a que nuestro cerebro puede trabajar con base en observaciones inductivas y no solamente por medio de una lógica lineal absoluta.
A pesar de ello, las ciencias de la computación han desarrollado programas para tomar decisiones bajo esquemas de lógica borrosa o estados de incertidumbre, atendiendo redes de conexión de datos, pero dichos programas no rebasan el mismo sentido común de la vida cotidiana de los sujetos, por lo que, en sentido estricto, éste es una forma de equilibrio y búsqueda de significado en la existencia humana. En Occidente, donde la economía y la política se rigen bajo estrictas normas de vigilancia, se requiere que el verdadero sentido común sea una base para el desarrollo humano y no una herramienta más de adaptación, lo cual favorecería la vivencia de los sujetos, desde planos menos materializados o menos ambiciosos, como consecuencia de esquemas de identidad configurados bajo la certeza de la posesión de las cosas. El hombre laboral requiere una integración del sentido común y la existencia humana, es decir, una visión de conjunto de la vida artificial y tecnológica a la par de la vivencia de hechos significativos para la vida.
El pensamiento postmoderno
En 2010 Zygmunt Bauman y Bolívar Echeverría describieron con lujo de detalle la condición del humano en del pensamiento contemporáneo, mejor conocido como postmoderno. El término postmodernidad, nacido en la arquitectura y llevado a la literatura, nos ha enseñado lo inestable que puede ser la razón al endiosarla como herramienta e instrumento máximo en la construcción de nuestra civilización occidental. La razón se torna contraria a sí misma en la frontera de sus límites, dirige la vida en dirección contraria a la plenitud, acercándola a la catástrofe nuclear.
Es por eso que pensadores como Bolívar Echeverría analizan la educación de la ciudadanía en su dimensión política, desde una visión que sitúa la generación de riqueza en un punto de equilibrio ante la creciente demanda de capital a nivel global. Sin llevar estos principios a una izquierda política, se precisa rescatar el método de análisis social para entender la enorme necesidad de dialogar con las realidades más complejas de nuestro sistema económico y político.
El pensamiento postmoderno es una reflexión sobre la historia y su sentido en la búsqueda de nuevos pasos, razón por la cual el análisis crítico es indispensable en la continuidad de la vida de todos los seres humanos. En forma particular, el México contemporáneo demuestra ser un campo fértil para entender los distintos escenarios como si fueran distintos países. Se requiere analizar el perfil de la cultura en aquellos escenarios del México profundo, como el de la pobreza y la inseguridad, en donde hace acto de presencia el desarrollo internacional a niveles macroeconómicos. La condición laboral del hombre y de la mujer mexicana es un claro ejemplo de la discrepancia y paradojas existentes en el pensamiento postmoderno.
En todos estos espacios o dimensiones dialógicas se aprecia la enfermedad del hombre laboral. Inclinado a la explotación racional de todas sus capacidades y de todas sus habilidades; aplastado por una falta de plenitud en el desarrollo de las potencialidades de la vida; circunscrito por demarcaciones y límites que impiden lograr objetivos a largo plazo en la vida. La planeación, la misión y la vocación de la vida son elementos que “casi, casi” deben ser pensados en la cuna, más que en los años de desarrollo humano y crecimiento personal.
Como lo explica Bauman, la vida ahora se torna un arte y un juego, lo cual implica un enorme reto para lograr la felicidad, ya que pasamos de estados de adaptación, eliminación, afirmación, comienzo y finitud en forma infinitamente rápida.
Conclusiones
En la actualidad se vive innegablemente la enfermedad de una condición humana ambigua, confusa, enclenque, desde el naciente conductismo hasta la pérdida del sentido común. El Homo laboris es la expresión de un humanismo arcaico que deja al sujeto fuera del camino, alejado de la vereda de la verdadera humanización, pues su principal exigencia es equipararse o igualarse con una máquina. No obstante, los sujetos nunca seremos máquinas, nunca podremos ser una simple tarjeta de circuitos; nuestra existencia demanda autenticidad e individualidad, es decir, personalismo. Se requiere pensar en la construcción de una civilización que no pretenda deshumanizar al humano para lograr su supervivencia y se debe pensar en profundidad la manera de plantear dichos derechos.
La condición de Homo laboris es una forma de trauma o neurosis que termina en una psicosis colectiva. Estamos enfermos de trabajo puesto que éste, además de requerir un análisis de la distribución de la riqueza social desde una perspectiva más equitativa, necesita una integración de las facultades mentales y el potencial afectivo de los seres humanos. Solamente desde una perspectiva de esta índole podemos hablar de un tipo de humanismo contemporáneo, ajustado a las demandas del pensamiento postmoderno.
En cuanto al hombre laboral como condición de sujeto frente al entorno social o ante aquello que denominamos mundo, se hace evidente la necesidad de un medio reformado por el instrumentalismo racional de las ciencias. Se ha orquestado toda una maquinaría para hacer del ser humano un sujeto dependiente, más que libre y espontáneo. Hoy día los hombres y las mujeres tenemos que buscar la forma de canjear nuestra libertad por esclavitud y viceversa pues, al parecer, ambas polaridades se implican en el horizonte del pensamiento y en la civilización occidental.
Muy a pesar de las investigaciones realizadas para entender la mente —sus límites y capacidades— se han desarrollado numerosas ciencias interdisciplinarias que enfatizan los límites de la riqueza y la grandeza del cuerpo humano. Por tanto, las grandes crisis de Occidente (de valores éticos, políticos y económicos) no determinan el humanismo ni su afán por hallar un horizonte de significados. Se hace inminente, en consecuencia, la búsqueda de significados y sentidos que permitan la realización de los seres humanos.
Es evidente la presencia de enormes vacíos ocasionados por los problemas sociales y económicos, y nos muestra la urgencia con la que debemos cambiar el cauce del río denominado modernidad, por un caudal que contenga los elementos necesarios para la pesca del futuro, un devenir para los seres humanos civilizados, hombres y mujeres que deberán continuar manteniendo la vida sobre la Tierra.
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Referencias Bibliográficas
Bauman, Zygmunt. 2004. Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires. _____. 2009. El arte de la vida. Paidós Ibérica, Barcelona. Echeverría, Bolívar. 1997. Las ilusiones de la modernidad. unam-El Equilibrista, México. _____. 2011. Bolívar Echeverría, ensayos políticos. Ministerio de Coordinación de la Política y Gobiernos Autónomos Descentralizados, Quito. Frankl, Viktor. 1991. El hombre en busca de sentido. Herder, Barcelona. Fromm, Erich. 1942. El miedo a la libertad. Paidós Ibérica, Barcelona. 2004. |
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Silvia Andreli Díaz Navarro Instituto Tecnológico Superior P'urhépecha. Silvia Andreli Díaz Navarro es licenciada en educación preescolar y maestra en tecnología educativa. También es enlace docente en el Instituto Tecnológico Superior P'urhépecha y docente en línea de Ciencias y Humanidades. Luis Gabriel Mateo Mejía Instituto Tecnológico Superior P'urhépecha. Luis Gabriel Mateo Mejía es maestro en tecnología para el aprendizaje y docente del Instituto de Filosofía en línea. También es profesor de apoyo de Ciencias y Humanidades en el Instituto Tecnológico Superior P'urhépecha. |
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cómo citar este artículo →
Díaz Navarro, Silvia Andreli y Luis Gabriel Mateo Mejía. 2017. El humano ¿un ser laboral?, Homo laboris y el pensamiento postmoderno. Ciencias, núm. 124, abril-junio, pp. 70-77. [En línea].
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