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Sara Barrasa y Mariana Vallejo |
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El trabajo de campo es parte fundamental de la investigación
en diversas disciplinas. Para conocer el territorio y el paisaje es necesario recorrerlo, esto es, se necesita realizar trabajo de campo en la zona de estudio previamente definida. Así, en este proyecto el trabajo de campo nos llevó hasta Chiapas para adentrarnos en el corazón de la Reserva de la Biósfera La Encrucijada, ubicada en la llanura costera del océano Pacífico, en donde se encuentran diferentes tipos de humedales asociados a lagunas, esteros y estuarios, zonas inundadas temporalmente, como marismas y pampas, ecosistemas de gran valor como manglares, zapotonales, popales, tulares, selvas medianas subperennifolias, selvas bajas caducifolias, vegetación de dunas costeras, vegetación flotante y subacuática; es reservorio de gran cantidad de especies de flora y fauna de importancia por ser raras (garza cándida, cocodrilo de río o real), por estar amenazadas (boa, oso hormiguero), en peligro de extinción (jaguar, mono araña, palma de coyol) y bajo protección especial (mangle blanco y botoncillo). La protección ambiental en la zona tiene su origen en 1972, cuando La Encrucijada fue declarada Área Natural y Típica del Estado de Chiapas, “Tipo Ecológico Manglar Zapotón”. En 1995 fue declarada, por Decreto presidencial, como Reserva de la Biósfera, entonces el Gobierno Federal asumió su administración. Un año después, la Convención sobre Humedales ramsar la declaró “un humedal de importancia internacional”.
De acuerdo con el Programa de manejo, las principales problemáticas que se presentan están relacionadas con actividades económicas: ganadería, agricultura y pesca. Las dos primeras han producido un importante cambio en los paisajes, ya que han transformado la selva en potreros y cultivos, mientras que la tercera se ha desarrollado con técnicas inadecuadas y poco selectivas llegando a la sobreexplotación del recurso. También se registran incendios forestales inducidos por cazadores furtivos que buscan la extracción ilegal y la comercialización de la fauna silvestre.
Los paisajes de La Encrucijada
El trabajo de campo perseguía dos grandes objetivos: entrevistar a la población de una comunidad, previamente identificada, para conocer desde su perspectiva la génesis y evolución del paisaje, su percepción de las problemáticas ambientales; y recorrer la región que describió detalladamente Don Miguel Álvarez del Toro en su libro ¡Así era Chiapas! 42 años de andanzas por montañas, selvas y caminos del estado!
Para cumplir el primer objetivo realizamos entrevistas semiestructuradas a modo de conversación a adultos mayores, hombres y mujeres, sobre sus percepciones de los cambios en el paisaje a lo largo de su vida, esto es, cómo era la comunidad cuando eran jóvenes, cómo eran el clima, la selva, el manglar y los esteros, cuáles han sido las actividades principales a las que se han dedicado, qué remedios conocen (animales y plantas curativas). Todos habitantes de la comunidad de Brisas del Hueyate, elegida por la cercanía a la región del Hueyate, sitio emblemático para Miguel Álvarez del Toro, lo que nos lleva al segundo objetivo.
Originario del estado de Colima, Álvarez del Toro fue zoólogo, naturalista y conservacionista autodidacta; inició su carrera a finales de los años treintas, colaborando con la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia como colector científico. En 1942, el gobernador del estado de Chiapas, Rafael Pascacio, lo invita a ocupar el cargo de zoólogo general de los Viveros Tropicales y Museo de Historia Natural, que posteriormente se convertiría en el Instituto de Historia Natural. Conocedor del estado por sus muchos recorridos y viajes de exploración, fue pieza clave en la conservación de Chiapas, promotor de muchas de las áreas naturales protegidas que hoy conocemos, entre ellas, la actual Reserva de la Biósfera La Encrucijada, que recorrió en los años cincuentas.
Don Miguel hizo su primer viaje a la región del Hueyate con el fin de cazar un jaguar por encargo de otro gobernador, el licenciado Aranda. Así inicia su relato: “en abril de 1954 vi por primera vez la misteriosa región conocida como el Hueyate; una zona de esteros, pantanos, manglares y zapotonales inmensos, guarida de una gran población de jaguares, cocodrilos, boas y millones de aves acuáticas, nubes de zancudos y toda la población mundial de jejenes minúsculos, pero molestos al máximo”. Justifica la elección del lugar para su visita por la presencia de agua dulce en una región caracterizada por aguas salobres en la que “los animales acudían a beber allí, siendo por lo tanto fácil cazar lo que uno quisiera, desde palomas hasta jaguares”.
Inició su viaje en Tuxtla Gutiérrez y se dirigió hacia Arriaga para tomar el tren hasta Acapetahua y luego, “en carreta tirada por bueyes, viajar toda la noche para llegar a Río Arriba; ahí se alquilaba un cayuco impulsado por un motor fuera de borda y casi fuera de uso, que tardaba unas seis horas para llegar a Zacapulco. Después de esta odisea, cuya dureza solo comprenderá quien la haya realizado, o cuando menos quien haya viajado toda una noche en carreta por un camino lleno de hoyos, llegué con mi equipo y dos ayudantes, un mediodía de abril del año antes mencionado, a la pesquería Barra de Zacapulco”.
Nosotros comenzamos nuestro viaje hacia la Reserva de la Biósfera La Encrucijada (rebien) 62 años después, el 16 de mayo; salimos de Morelia (Michoacán) tras catorce horas de viaje por carretera, llegamos a Tuxtla Gutiérrez y al día siguiente continuamos en dirección a la costa. Nos detuvimos en la oficina de la conanp en Acapetahua para presentarnos e informar de nuestra entrada a la Reserva y del trabajo de campo. Continuamos dieciocho kilómetros más hasta el embarcadero Las Garzas, punto de entrada a la Reserva. Observamos un paisaje dominado por potreros y cultivos de palma africana, en donde hoy sólo quedan vestigios de la selva que alguna vez fue.
En el embarcadero nos espera el tío Abel, quien será nuestro guía en la región del Hueyate, en el corazón mismo de La Encrucijada. Nos explica las condiciones en que estaremos en el campamento, en donde ya no tenemos señal de teléfono ni internet, y así será durante los siguientes días. Allí comenzamos a descubrir parte de la fauna local —varias especies de garzas, un martín pescador y un cocodrilo juvenil—, a recorrer el manglar del sistema lagunar ChantutoPanzacola, en el cual las copas de los árboles forman un impresionante túnel repleto de ramas y raíces de mangles; continuamos hasta llegar a canales más abiertos y grandes donde podemos observar otro paisaje con distintas especies de mangle (Rhizophora mangle, Rizophora harrisonii) y diversidad de aves; navegamos por amplios canales donde podemos disfrutar de espectaculares mangles de treinta metros de altura, constatando su buen estado de conservación.
El tío Abel nos enseña parte de la diversidad de avifauna de la región: águila caracolera, águila pescadora, garza blanca, cormorán y pato aguja, hasta llegar a la bocabarra, dejando a nuestra derecha Barra Zacapulco, donde vemos pelícanos y gaviotas. A partir de ahí ingresamos al estero El Hueyate por el cual discurrimos durante poco más de hora y media, llegando por fin a la Isla Concepción.
Regresando a la narración de Don Miguel, cuando llega a Zacapulco no encuentra a los guías que le habían recomendado, pero le sugieren que vaya con Don José a la Concepción, una “isla donde los tigres eran muy abundantes […] al amanecer salimos de Zacapulco y arribamos a La Concepción en las primeras horas de la tarde. Fue un viaje bastante cansado, sentado en los bordes del cayuco o sobre los bártulos, con un sol quemante y una atmosfera calurosa muy húmeda, aunado todo esto a una marcha lenta hasta la desesperación”.
En nuestro caso, hemos tardado casi dos horas en lancha a motor, y por fin estamos en el campamento Isla Concepción que pertenece al ejido Brisas del Hueyate, Municipio de Huixtla. Álvarez del Toro describe así La Concepción: “resultó ser una isla de un poco más de trescientas hectáreas, la mayor parte cubierta de bosques. En la orilla del canal, elevada apenas un par de metros sobre la superficie del agua, había una veintena de cocoteros que ya empezaban a dar frutos, los que podían cortarse estando la persona parada en el suelo; un poco detrás de las palmas estaba una casa de paja y un pequeño cobertizo que servía de cocina”. Y nos habla de sus pobladores en aquella época: “habitaba la isla una familia compuesta del padre, la madre y media docena de chamacos, el mayor de cinco años y el menor aun dentro de la madre […] El ocupante de estas tierras nacionales, o sea el padre de la familia, se llamaba José y llegó a ser un buen amigo desde este primer viaje […] En cuanto se enteró del objeto de nuestra visita, José me aseguro que en los zapotonales del interior de La Concepción encontraría los tigres que yo necesitara”.
En La Concepción nosotros convivimos con dos de los hijos de Don José y Doña Esther, el tío Abel y Don José, ejidatarios y guías turísticos cuando se presenta la ocasión, así como con sus esposas, Yolanda y Elizabeth, y el pequeño Alexander. El campamento consta de varias construcciones chicas de techo de palma, los antiguos espacios que fueran hogar de la familia; en la actualidad habitan en Brisas y vienen a la isla para dar mantenimiento al campamento y los senderos, y recibir a los visitantes. Nos instalamos en un cuarto de grandes dimensiones con ocho camas; toda la habitación está protegida con mosquiteros, y cada cama tiene pabellón antimosquitos, indicador de la población de insectos del lugar.
Por suerte, las comunicaciones han mejorado en las décadas que han pasado desde los primeros viajes de Don Miguel y ahora contamos con la carretera costera, pavimentada y de doble carril en cada sentido, desde Acapetahua al embarcadero se llega por carretera rural pavimentada y el recorrido total en lancha hasta la Isla Concepción se hace en poco menos de dos horas (figura 1). Los terrenos nacionales que llegó a colonizar Don José hoy son parte del ejido Brisas del Hueyate.
Adentrándonos en el Hueyate
Es pertinente aclarar la particularidad de las denominadas islas en esta región, son espacios de suelo firme rodeadas de agua salobre con manglar. Aunque al observar la imagen satelital se aprecia un cambio en la vegetación, es poco intuitivo entender que se trata de islas según el concepto tradicional: “porción de tierra firme en mar, lago o río, rodeada de agua por todas partes” —la define Lugo Hubp—, ya que el cambio de vegetación que se observa corresponde a los manglares que crecen en el agua salobre y se distribuyen de manera abundante en la región. Don Miguel dice: “estos islotes solamente son tierras algo más elevadas, el resto del terreno son lodazales cubiertos por bosques de manglar”.
Describe asimismo la fauna de la región: “sorprendía la cantidad de venados, jabalíes, tejones, armadillos, guaqueques y tepezcuintles que habitaban estas tierras, realmente parecía imposible la abundancia de caimanes, tortugas y peces armados que había en las aguas”. En nuestro caso, compartimos el espacio con iguanas, pájaros carpinteros, innumerables insectos de todos tamaños y colores; otras especies de fauna las fuimos descubriendo día a día. A pesar de lo sorprendente que nos pueda resultar el contacto directo con tantos animales en la actualidad, no es comparable con la cantidad y variedad que poblaba la región décadas atrás.
En cuanto cae la noche, el tío Abel nos invita a salir en cayuco al estero para “aluzar cocodrilos”. Recorremos las orillas del estero con potentes linternas que van a reflejar la luz en los ojos de los grandes reptiles (cocodrilos y caimanes). El tío Abel nos muestra, con mucha paciencia, la presencia de al menos treinta animales en un par de horas de recorrido en los alrededores de la Isla.
A la mañana siguiente, después de un recorrido en lancha de aproximadamente veinte minutos, llegamos a la comunidad de Brisas del Hueyate. Dado que uno de los objetivos de esta salida de campo son las entrevistas semiestructuradas a los adultos mayores de la comunidad, le pedimos al tío Abel que nos ayude a ubicarlos y así conocer su historia y sus percepciones sobre los cambios en el paisaje. La mañana transcurre entre narraciones de cómo llegaron a fundarla en los años sesentas, aunque el reconocimiento legal fue en 1991 con una dotación de 547 hectáreas. Utilizando la técnica de bola de nieve, entrevistamos a ejidatarios fundadores que han nacido en la comunidad o llevan décadas viviendo allí, se dedican a sus milpas, al cultivo del marañón y a la pesca, principalmente. Este ejido tiene sus terrenos en la barra que se encuentra entre el Pacífico y el estero, además de la Isla Concepción que pertenece a la familia Hernández, hijos y nietos de Don José, primer habitante de lo que fueron Terrenos Nacionales. Don Miguel dejó de visitar esta región “cuando empezó a llegar gente para colonizar la faja de tierra junto al mar, destrozándolo todo, incluso los hermosos bosques de chicozapote”.
De regreso al campamento respaldamos los archivos de audio con las entrevistas realizadas y embarcamos de nuevo en el cayuco, esta vez llevando por guía a Don José, un gran conocedor de la región al igual que su hermano, aunque más reservado. Nos dirigimos por el estero en dirección noroeste, pasando primero la Isla Solo Tú, más adelante está la Isla Tahití. Después de unos minutos disfrutando de los increíbles mangles de más de treinta metros, nos internamos por unos canales secundarios, momento en el que Don José apaga y levanta el motor pues la densidad de raíces sólo permite avanzar a remo. La desaparición del ruido del motor nos permite disfrutar de una nueva experiencia multisensorial: vista, oído y piel, ya que percibimos los cambios incluso de temperatura y humedad por las densas copas de los mangles que nos protegen del Sol.
Avanzamos por el laberinto de mangles y nos aproximamos a otra isla; tímidamente pusimos pie en tierra sólo para tomar la foto de la señal donde se indica el nombre del lugar: Isla Koakespala. Nos embarga la emoción por estar en un lugar tan emblemático y clave en la creación de la actual Reserva, sitio que sólo imaginábamos por los relatos de Don Miguel: “exploramos toda esa zona; era tan hermosa, tan tranquila y salvaje que resultaba ideal para declararla reserva natural […] César le llamó a su parte Koakespala y yo le puse a mi porción Tahití. Posteriormente, cuando ya fue posible, cedimos los derechos para declarar la Reserva de La Encrucijada”.
Al día siguiente y bajo un intenso sol le pedimos a don José que nos lleve a conocer la zona de tulares, tan mencionada por Don Miguel y desconocida para nosotros. Bajamos del cayuco y nos internamos en el denso tular, en donde con ayuda del machete don José abre paso para avanzar un poco, esto nos permite tener conciencia de la dinámica de este ecosistema. Álvarez del Toro describe así la zona: “toda esta red de canales, apenas transitables para cayucos pequeños, salía a enormes extensiones de agua, la mayor parte cubierta de vegetación compuesta del omnipresente jacinto, zacates diversos y en las partes menos profundas por tulares espesos. Naturalmente había millares y millares de aves acuáticas de muy diversas especies”.
Para terminar la jornada recurrimos de nuevo a nuestros guías pero esta vez como informantes clave, ya que durante los días que llevamos conviviendo con ellos nos hemos percatado de que son grandes conocedores de la zona y su historia, por lo cual decidimos realizar una actividad de mapeo participativo; con la poca luz que cuenta el campamento, transformamos el comedor en un área de trabajo con imágenes de satélite, mapas, plumones y acetatos. Preguntamos por la tenencia de la tierra y los cambios producidos en la región, las dinámicas tanto sociales como naturales. Con esta actividad logramos identificar los sitios importantes para ellos, la dimensión del territorio, las distintas unidades del paisaje que reconocen, como las islas, los tulares y zapotonales, así como los detalles de la Isla Concepción, la cual han recorrido y trabajado durante toda su vida. Nos levantamos temprano para ir a recorrer el denominado “sendero de monos”. Tras un rato caminando e identificando la vegetación de la isla, dominada principalmente por palmares de palma real y macana, los primeros monos araña nos empiezan a acompañar en las ramas altas de los árboles.
Don Miguel narra el cambio producido en la región en los años que la estuvo visitando (entre los cincuentas y los ochentas): “recuerdo con mucha tristeza un día en que encontré un mono solitario, resto de las grandes manadas, comiendo los frutos de la palma real. En cuanto me descubrió, salió en estampida ¡qué diferencia! Antes, los monos se reunían en las ramas sobre mi cabeza, casi al alcance de la mano; esto me daba mucha sensación de seguridad porque, si algún jaguar se aproximaba, los monos lo descubrirían primero y darían la alarma. Mas todo esto se acabó por la crueldad e ignorancia de los humanos”.
Todavía nos espera otro sendero. Nuestro destino es llegar al punto donde se encuentran algunos de los ejemplares más grandes de mangle rojo (Rhizophora mangle (L.) C.DC.), con enormes raíces aéreas de varios metros, esbeltos troncos y altísimas copas.
Regresamos al campamento y el tío Abel nos avisa que hay un nido con huevos de cocodrilo que están por salir. La lagarta (en la región se denomina lagarto real al cocodrilo de río Crocodylus acutus) ha hecho el nido en la orilla frente al campamento, pero lleva varias noches sin venir a vigilar.
Nos acercamos al punto y oímos a los animales bajo tierra, un sonido parecido al de un pequeño gato recién nacido. Procedemos a escarbar en la arena hasta que llegamos a los primeros huevos; los vamos sacando poco a poco, hasta un total de 24, y les ayudamos quebrando los cascarones parcialmente para que los pequeños cocodrilos se desenrosquen y salgan totalmente del huevo. Esta experiencia de cercanía con la vida silvestre es un indicador de que la región del Hueyate y la Isla Concepción han logrado conservar el hábitat de numerosas especies, entre ellas, los cocodrilos.
Con Don José volvemos a recorrer el estero en dirección sur, esta vez más allá de zapotonales y tulares, hasta que un tapón de lirios nos impide seguir navegando. En el recorrido disfrutamos de la presencia de distintas especies de garzas (cándida, tigre, blanca) y de la imponente presencia de las águilas pescadora y canela que sobrevuelan el estero y nos observan desde las ramas altas de los zapotonales y manglares. El tapón de lirio ha estado presente desde hace décadas, Don Miguel da cuenta así: “Aurelio nos advirtió que al mero Hueyate no podríamos llegar porque el canal principal estaba sellado por la gran cantidad de jacinto o lirio acuático flotante. Navegamos como otra hora más para llegar al tapón y efectivamente era imposible el paso, en vez de agua se veía una inmensa pradera verde hasta donde alcanzaba la vista”.
Al día siguiente volvemos a Brisas a terminar las entrevistas —un total de siete, a tres mujeres y cuatro hombres. El ejido es de reciente creación en donde habitan pocos adultos mayores y nos esforzamos por identificarlos a todos y conseguir la mayor cantidad de entrevistas posibles en función de su disponibilidad (algunas personas estaban enfermas, otras ausentes de la comunidad).
Por la tarde, ya en el campamento nos encontramos con Humberto, sobrino de Don José y el tío Abel, uno de los promotores del campamento ecoturístico que ayuda a la conservación de la región. Con él y el tío Abel entramos una vez más en el sendero que sale detrás del pozo. Al igual que sus tíos, Humberto tiene una gran agudeza visual y sabe interpretar cualquier crujido de rama que se pueda oír, lo que nos permite ver a una familia de tejones que corre con sus crías entre la hojarasca y los árboles, un mapache haciendo siesta en una rama alta que cruza el camino así como algunas aves que identifica por su canto. Después de un buen rato caminando, un ruido nos sorprende a la derecha del sendero, y un pululo (nombre local del caimán Caiman cococrylus fuscus) salta de entre la hojarasca en que estaba descansando, entrando al agua por enmedio de las raíces de los mangles. Nos acercamos a verlo y fotografiarlo, y una vez más es el tío Abel el que nos ayuda a ubicarlo, lo cual nos cuesta mucho trabajo y es poco el éxito. En el libro ¡Así era Chiapas! hay diversas referencias a los grandes reptiles de la región: “avanzamos con mucha dificultad entre esa espesa vegetación emergente y flotante […] Había también los depredadores naturales de esos ecosistemas: los caimanes y cocodrilos”.
Después de seis días en la región del Hueyate, la aventura ha llegado a su fin. Nos llevamos las tarjetas de memoria de las cámaras llenas de imágenes, las grabadoras con horas de conversaciones, los cuadernos de campo plenos de notas y los corazones contentos. Si comparamos nuestra experiencia con la de Don Miguel en los años cincuentas y sesentas, podría parecer que hemos recorrido lugares diferentes por el cambio que se ha producido en la región: la pérdida de selva para cultivos y potreros, la extinción de especies, el aumento de las poblaciones humanas. Aun así, La Encrucijada, y en concreto la región de El Hueyate, siguen siendo de los rincones mejor preservados de Chiapas, en donde todavía se puede encontrar humedales costeros bien conservados y especies de flora y fauna que es difícil ver en otros lugares. No nos hemos ido y ya sentimos las ganas de volver.`
A modo de conclusión
El trabajo de campo en la investigación geográfica es fundamental, ya que nos permite conocer de primera mano el territorio que es objeto de estudio. Por mucha bibliografía que se haya leído previamente, mucha cartografía e imágenes que se haya consultado, la experiencia directa en campo nos proporciona una visión del entorno que no se puede obtener en el trabajo de gabinete, por muy exhaustivo que éste sea. Al escribir este texto hemos sido conscientes de la importancia del trabajo de campo, de lo enriquecedor de la experiencia en sí misma. Lamentablemente, en los artículos que publicamos se pierde mucha de la información y, sobre todo, de la experiencia tan enriquecedora que supone el trabajo de campo. Aquí hemos querido compartir una parte de la rica experiencia que vivimos en La Encrucijada.
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Agradecimientos Las autoras quieren agradecer la participación tanto en las actividades del trabajo de campo como en la generación de la cartografía a Bryam Beltrán-González (Posgrado en Geografía, CIGA-UNAM, campus Morelia) y a Gabriela Cuevas (CIGA-UNAM, campus Morelia). Este trabajo ha sido posible gracias al apoyo del proyecto DGPA-PAPIIT ia300816. |
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Referencias Bibliográficas
Álvarez del Toro, M. 1990. ¡Así era Chiapas! 42 años de andanzas por montañas, selvas y caminos en el estado. 2ª ed. John D. y Catherin T. MacArthur Foundation, Fundamat/Instituto de Historia Natural, México. Instituto Nacional de Ecología. 1999. Programa de manejo de la Reserva de la Biósfera La Encrucijada. México, ine/semarnap. Lugo Hubp, J. 2011. Diccionario geomorfológico. Instituto de Geografía, unam, México. |
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Sara Barrasa Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental, Campus Morelia, Universidad Nacional Autónoma de México. Licencianda en Ciencias Ambientales. Tienen un doctorado en Ecología y Medio Ambiente por la Universidad Autónoma de Madrid (España). Su línea de trabajo es la percepción del cambio en los paisajes en áreas protegidas. Es investigadora en el Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental de la UNAM. Mariana Vallejo Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental, Campus Morelia, Universidad Nacional Autónoma de México. Es bióloga por la Facultad de Ciencias de la unam, realizó maestría y Doctorado en el Posgrado en Ciencias Biológicas de la UNAM. Ha trabajado el manejo de socioecosistemas y cómo pueden conservar altos niveles biodiversidad. Actualmente trabaja en el iies, UNAM. |
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