de la academia |
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Hombre sin letras, espíritu libre |
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Leonardo da Vinci | ||||||||||||||
Si no alego, como lo hacen ellos, los autores, es porque
mejor y más digno del lector es aducir la experiencia, maestra de sus maestros. Ellos van inflados y pomposos, revestidos y ornados, no de sus obras sino de las de otros, y niegan la legitimidad de las mías. Pero si ellos me desprecian como inventor, ¿qué severidad no merecen, ellos que ni son inventores, tan sólo trompetas, buenas para declamar las obras de otros? Los inventores, intermediarios entre la Naturaleza y el Hombre, deben ser juzgados y exactamente considerados en relación con las trompetas que declaman las obras de otros como el objeto colocado frente a un espejo y su reflejo en el espejo: el primero es algo por sí mismo, el segundo nada es. Una especie que no debe nada a los dones de la naturaleza, sino todo a un revestimiento artificial, sin el cual bien se podría colocar en un rebaño de bestias.
Muchos se atribuirán el derecho de criticarme bajo el pretexto de que mis demostraciones contradicen la autoridad de ciertos autores que sus juicios inexpertos tienen en gran respeto; sin ver que mis investigaciones derivan de la pura y simple experiencia, la verdadera maestra.
Esas reglas te permiten distinguir lo verdadero de lo falso; lo que ayuda a los hombre a no apegarse más que a lo posible y lo medido, y te impide de envolverte en la ignorancia; pues es la vía del fracaso lo que lleva, por desesperación, a la melancolía.
Dado que no pueda encontrar un tema particularmente útil o agradable, pues los hombres que me han precedido tomaron para ellos todos los temas útiles y necesarios, haré como el pobre que llega el último a la tienda y no puede abastecerse más que tomando todo lo que los demás vieron sin tomarlo y lo dejaron a causa de su escaso valor. Esa mercancía despreciada y rechazada, desecho de una masa de compradores, llenará mi modesto equipaje y yo iré a distribuirlo, no en las grandes ciudades, sino por los pequeños poblados, con el beneficio que merece mi oferta.
El deseo de saber es natural en las buenas personas.
Muchos, lo sé, encontrarán este trabajo inútil; serán esos de los que Demetrio decía que él no hacía mayor caso del viento producido por las palabras en su boca que del viento salidos de su trasero. Hombres movidos solamente por el deseo de riquezas materiales y absolutamente desprovistos del de la sabiduría, alimento y verdadera riqueza del alma; los bienes del alma están por encima de los del cuerpo tal y como el alma se encuentra por encima del cuerpo. Con frecuencia, cuando veo a uno de ellos tomar esta obra en su mano me pregunto si no la va a llevar a su nariz, como lo hace un simio, y preguntarse si se come.
Como no tengo cultura literaria, cualquier presuntuoso se creerá con derecho, lo sé, de criticarme alegando que yo no soy de letras. Gente tonta: ignoran que yo podría responder como Marius a los patricios de Roma: “aquellos que se pavonean con las obras de otros pretenden refutar las mías”. Sostendrán que, falto de experiencia literaria, yo no puedo tratar como se debe las cuestiones de las que me ocupo. Pero ignoran que éstas provienen menos de las palabras de otros que de la experiencia, maestra de un buen escritor: yo la he tomado por maestra y no dejaré de decirlo.
Discutir aduciendo la autoridad no es emplear la inteligencia sino la memoria.
Las buena letras nacen de una naturaleza buena; y como debemos alabar la causa y no tanto el resultado, yo celebraré más una buena naturaleza sin letras que un buen “humanista” sin naturaleza.
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Referencias bibliográficas
Fragmentos procedentes del Códice Atlántico, tomados de Léonard de Vinci par lui-même. Textos compilados y traducidos por André Chastel. Nagel, París, 1952. |
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Leonardo da Vinci (1452-1519) Traducción César Carrillo Trueba |
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