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El origen de
PRInosaurio
Alma Soto Zárraga
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En México, la política es el PRI
y lo demás es romanticismo. Abel Quezada, Excélsior,
11 de enero de 1970.
Escarbar entre los restos de una nación hecha polvo puede
ayudar a encontrar algo que parece un fósil, pero no es sino el ser viviente más evolucionado que haya habitado sobre la faz de la tierra política. Ubicar su origen es posible haciendo algo de paleontopolítica bien documentada.
Los primeros vestigios de su existencia —adherida ontológicamente al mismo sistema que le sirve de hábitat— apuntan a que el PRInosaurus (del gr. “lagarto tirano, revolucionario e institucional”) ha gobernado sobre las demás especies con diversos nombres, rostros y funge como columna vertebral del arcaico ecosistema que es el sistema político mexicano, transparente disfraz de una poderosa dictadura. Sus años de esplendor abarcan el periodo del Avilacamachistoceno hasta los albores del Salinozoico. Se caracteriza por su comportamiento de simulación: sigue con vida gracias a su habilidad para fingir estar muerto, y después atacar. Es uno de los últimos saurios no avianos —aviadores— que parecían extinguirse durante el Cretinácico-Foxiario.
La existencia del gran predador está documentada en uno de los descubrimientos más fidedignos con los que cuenta la paleontología de la esfera política en México: la caricatura. No queda bien claro quién fue el primero en encontrar sus huesos —aunque sí queda claro quienes tuvieron el valor de rechazar el hueso y denunciarlo— pero seguro se inspiraron en lo que ya era un apodo nada cariñoso al aparatoso sistema empollado por el partido oficial, que había hecho de las suyas durante setenta años.
Los maestros de la caricatura política, Rius, Naranjo y Helioflores, fueron pioneros en encontrar el primer vestigio del Prinosaurio: un pedazo de retórica y demagogia del presidencialismo que sólo podía cambiar mediante la necesaria y abrupta renovación de las formas, de aquella acartonada y falsa solemnidad.
Los moneros clasificaron, descubrieron la familia, el orden y el suborden para empatar la idea del prinosaurio con la imagen del mismísimo Tyrannosaurius rex: su apariencia agresiva, sus fauces insaciables, que sirven a un apetito voraz de poder y que emiten el ensordecedor rugido típico de la mejor maquinaria propagandística, les permitieron capturar, como en pinturas rupestres, el comportamiento bestial de esos seres, en escenas donde se le ve cazando a sus presas en elecciones intermedias, dormitando en el Senado, simulando con las reformas o haciendo como que se extinguen, pero en realidad acechan para atacar.
Otro resto del PRInosaurio hallado en todo el país es el fósil de una garra de uña pulcra, con frecuencia de un solo dedo, un dedazo. El primer monero en desenterrar esa extremidad pudo haber sido Abel Quezada, quien escribiera en: “Los políticos, raza en extinción”, publicado en Novedades el 5 de enero de 1982, sobre la llegada de un tecnócrata al poder: “los políticos son una especie extinta —o a punto de extinguirse— en este país. Los que piensan que la diferencia entre un político y un técnico consiste en que el político es aquel que ha ocupado puestos de elección están equivocados de origen. Aquí hace muchos años que nadie ha elegido a nadie”. En ese entonces referirse a un político era necesariamente referirse a los priístas.
Algunos caricaturistas asocian la apariencia de un gigantesco, hambriento y cruel dinosaurio con el comportamiento y métodos del partido más antiguo de México con el fin de burlarse de todo lo que representó el aparato de control político encarnado por el PRI, para darle la vuelta a las reglas del juego de la prensa mexicana de la época y, por ende, prensa del régimen del partido de Estado.
Para la época posterior a Salinas, y a pesar de su control y censura, el chiste gráfico del prinosaurio ya era común en la cultura popular, como se aprecia en los cartones de moneros combativos como El Fisgón, Helguera, Hernández y otros como Magú, Patricio, Rocha, Falcón, Alarcón, también han desenterrado sus huesos.
El huevo del PRInosaurio
En los procesos evolutivos que exige la política nacional, se ha formado una nueva especie de dinosaurio que no deja atrás la esencia de su antecesor, ya que incurre en los mismos vicios pero aumentados: autoritarismo, defraudación electoral, prepotencia, cuentas oscuras, amiguismo… continuismo.
Luis Sánchez Aguilar lo describió desde 1994 en el libro El PRInosaurio: la bestia política mexicana de Manu Dornbierer, al decir que “el panismo logró esta simbiosis, hasta dar vida al PRI-ANosaurio, copió a tal grado sus mañas y formas de supervivencia que llegó a generar, producto de la orgía más escabrosa, un ser de genética indestructible”.
Estos estudios paleontopolíticos apuntan a que, en efecto, todo aquél bonito discurso de la democracia y del cambio, fue un dulce y tibio sueño con el que nos pusieron a incubar el huevo del Prinosaurio, para que cuando abramos los ojos, no sólo comprendamos que nunca se extinguió, sino que ha cobrado la fuerza de un ser que se reinventa antes que morir, y que su nueva cría puede superarle en trampas, alianzas y triquiñuelas.
Estará en nosotros verlo extinto o renaciente.
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Editora en las revistas El Chamuco y Transeúnte
como citar este artículo → Soto Zárraga, Alma. (2010). El origen del PRInosaurio. Ciencias 98, abril-junio, 52-53. [En línea]
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