revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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Fernanda Navarro
     
               
               
Una noticia convirtió el asombro y la incredulidad en acción: “Reactores nucleares en la ribera del lago de Pátzcuaro”. Sin saber de dónde provenía el proyecto, pero con sospechas de que formaba parte del Programa de Energéticos del Gobierno Federal, procedimos a llamar a la formación de un Comité de Defensa Ecológica de Michoacán, CODEMICH en la universidad del estado. Pocos días después se constituyó la Sección Pátzcuaro-zona lacustre del CODEMICH. Si bien al principio nos movimos más por intuición y temor, no tardamos en decidir tomar como base las numerosas manifestaciones de protesta en Europa y en Estados Unidos que la prensa mundial registra cotidianamente, Por otra parte, no dejamos, en ningún momento, de recurrir a personas altamente calificadas y con reconocida formación científica, tanto para nuestro asesoramiento, como para los actos públicos que organizamos.
 
Ante la necesidad de contar con una plataforma para la acción —y como tarjeta de presentación— elaboramos nuestra declaración de principios. Al mismo tiempo empezarnos a establecer contactos con diversas organizaciones de otros países afines a la nuestra: Suecia, Estados Unidos, Holanda, Francia y Suiza. Comenzamos a recibir materiales, bibliografías y muchos datos para nosotros novedosos, por ejemplo, la existencia de una asociación de científicos comprometidos con una posición anti-nuclear, Union of Concerned Scientists, la noticia de que tres físicos nucleares que trabajaban en la General Electric renunciaron a sus puestos por considerar que las medidas de seguridad no ofrecían garantías. También recibimos un documento del Partido Comunista Sueco en contra de la energía nuclear. Todo esto al mismo tiempo que señalaba la complejidad del asunto, reafirmaba nuestra posición. Sobre la marcha, de una manera pragmática, espontánea y apresurada —con todas las desventajas que esto implica— empezamos a publicar pequeños folletos de información básica para sensibilizar a la población. Se nos tachó de amarillistas. Después hubo programas de radio, conjuntamente con miembros del SUTIN, y programas de televisión. Se había trascendido el nivel local y el interés creció.
 
Peculiaridad de la situación
 
Nuestro movimiento de oposición al establecimiento del Centro de Investigación de Reactores Nucleares en el lago de Pátzcuaro, se topó con una situación extraña que dificultó y complicó la tarea: el hecho de que el proyecto no provenía del Gobierno, tampoco de las transnacionales —contra las cuales la lucha habría podido ser más clara y frontal— sino de un Sindicato conocido por su trayectoria progresista y democrática: el SUTIN. Se nos presentaba un dilema, pero nuestra inquietud y preocupación fundamental era hacer frente a una tecnología que aún no ha encontrado su propio antídoto y ya se usa masivamente, por convenir así a los intereses de las naciones más poderosas. Nos interesaba mostrar la legitimidad de nuestra oposición a un proyecto nuclear aunque viniera de un sindicato con las características del SUTIN. Era necesario deslindar la cuestión tecnológica de la política.
 
Justamente, en esos días conocimos un documento que causó una profunda impresión en nosotros: la Declaración de Científicos Sociales en contra de la utilización de la Energía Nuclear, firmado por destacados marxistas: sociólogos, filósofos y economistas europeos. A partir de aquí empezamos a ver otro ángulo que iba más allá de los peligros directos de la energía nuclear que en principio, constituyó el problema que más nos preocupaba. Ahora se trataba de otro factor, el político. De acuerdo con los científicos sociales a que aludimos, el Programa Nuclear no procede de una consideración técnica exclusivamente, sino de una opción política, ideológica y de civilización. El tipo de sociedad que se va generando por la naturaleza intrínseca de la energía nuclear, la militarización, la centralización, etcétera, plantea una realidad nueva que resulta altamente indeseable y alarmante, y que justamente es contra lo que luchamos: un estado policíaco. El grupo de científicos afirma en su declaración: “la nuclearización es irreversible. Sus pesadas estructuras, pretendidamente neutrales, tienden a cerrar el camino al socialismo”. Y nosotros aquí, en México, enfrentándonos a un sindicato que habla de socialismo y que enarbola la bandera de independencia tecnológica y el nacionalismo. Decididamente, la cuestión era —lo es aún— compleja.
 
Es osado juzgar nuestra difícil posición vista desde la superficialidad de la apariencia y sin posibilidad de explicar ni fundamentar nada ya que nunca tuvimos acceso a la prensa nacional, como lo tuvo el SUTIN. No es de sorprender, entonces, que no escapáramos a los calificativos de “sospechosos” y “reaccionarios”. Sin embargo, seguimos teniendo la convicción de que es legítimo —desde la izquierda— oponerse al proyecto nuclear así venga de un sindicato progresista. Y no estamos solos al adoptar esta posición anti-nuclear. Esto muestra la complejidad del fenómeno nuclear, el cual rompe con tantos esquemas ideológicos y políticos tradicionales al grado de imposibilitar cualquier clasificación simplista o intento de hacer corresponder posiciones pro o anti­nucleares con posiciones de izquierda o de derecha, respectivamente. Absolutamente imposible. Más bien tiene que ver con el tipo de sociedad que se busque.
 
Cuestionamientos
 
El curso que fue tomando la argumentación nos llevó a cuestionar conceptos que, a pesar de su ambigüedad, no habían sido sometidos a un examen crítico —por lo menos entre nosotros. Sostuvimos discusiones en torno a conceptos como necesidad, nacionalismo, independencia tecnológica, progreso, desarrollo, etcétera— siempre dentro del mismo contexto: la energía nuclear en México.
 
Llegamos a la conclusión de que la mayoría de estos conceptos adolecen de una falta de precisión y de una ambivalencia tales, que son presa fácil de la demagogia. Tomemos como ejemplo el nacionalismo, que nunca ha sido ni podrá ser la ideología del proletariado sino de la pequeña burguesía y, sin embargo, el SUTIN la tomó como bandera. Necesidad, depende de la óptica con que se vea y de si se toma la realidad irracional y aberrante —como el punto de partida para calcular las necesidades para el año 2000. Nosotros hacemos una diferencia entre el reconocimiento de la realidad y su aceptación. Si aceptamos todo lo real, lo existente, como necesario e ineludible, tendríamos que aceptar, por ejemplo, el uso de escafandras para respirar en el D.F., en el año 2000. No se trata de una disputa entre realistas y utopistas, sino simplemente de aceptar que hay alternativas diferentes al proyecto nuclear. (Aquí recuerdo una frase de Bertold Brech: “Porque las cosas son así, tienen que cambiar”).
 
Hubo otros parámetros obligados para situar la discusión: ¿a quién beneficia la energía nuclear?, o más exactamente ¿quiénes se beneficiarán con la electricidad producida con reactores nucleares? Fundamentalmente a la industria automovilística en México y a la industria bélica también, en los países industrializados. Luego entonces, ¿se puede hablar de desarrollo y progreso? Nosotros lo entendemos así cuando se traduce en beneficio real para el pueblo, pero, en este caso ¿en qué va a mejorar a las clases marginadas? ni en un cikowat más. Otras preguntas que quedaron sin respuesta y que las recojo aquí porque creo que es valiosa la inquietud que revelan y por la necesidad que plantea de buscar nuevos marcos teóricos:
 
— ¿Se puede decir que la ciencia y la tecnología son realmente neutrales? ¿No predomina el interés ideológico sobre la racionalidad científica y tecnológica? ¿No son finalmente usadas como instrumento de dominación por parte de las grandes potencias?
— Al decir que es necesaria la adopción de la energía nuclear, ¿no se está partiendo sobre la base de la imitación del modelo de desarrollo de las potencias, respecto de las cuales siempre vamos a permanecer a la zaga?
 
Alternativas
 
Nosotros pensamos que sí hay fuentes alternativas de energía que, a su vez, posibilitan formas de organización social menos enajenantes y deshumanizadas, ya que su manejo y su control pueden estar al alcance del hombre. Además de proponer un mayor estímulo a la explotación de fuentes de energía como las ya existentes: la geotermia, la termohidráulica, etcétera, creemos que debe exigirse una mayor inversión para las fuentes renovables de energía desarrolladas, como la solar, la eólica, etcétera. Cuando se pregunta acerca de la disparidad en el nivel de desarrollo de esas fuentes energéticas frente a la nuclear, se llega a la abismal diferencia en el presupuesto para su investigación y desarrollo. Y al preguntarnos nuevamente surge una serie de alarmantes factores, entre los cuales destacan el político y el económico: la carrera armamentista y los negocios de cifras astronómicas de las transnacionales que venden reactores nucleares, para no hablar del impacto en la salud que tiene la radioactividad.
 
Otro tipo de tecnología sí puede traducirse en beneficio para los millares de poblaciones pequeñas a todo lo largo y ancho del país, no electrificadas aún y sin ninguna posibilidad de serlo con la macroindustria. Lo mismo ocurre con otras necesidades de estos sectores marginados de la población.
 
Nosotros, ahora, dirigiremos nuestra actividad como Comité de Defensa Ecológica, por un lado, a colaborar en el Plan de Rehabilitación del lago de Pátzcuaro para atacar la grave situación en que se encuentra y, por otro, empezamos a aplicar en algunas comunidades piloto, este tipo de tecnologías alternativas.
 
Si todo esto parece rayar en la ingenuidad y la irrealidad, simplemente queremos terminar disintiendo de Hegel: “todo lo real es racional” y coincidiendo con los franceses de Mayo del 68: “¡Sé realista, pide lo imposible!”
     
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Fernanda Navarro
Profesora
Facultad de Filosofía, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
     
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cómo citar este artículo
Navarro, Fernanda. 1982. “¿Energía nuclear en México?”. Ciencias núm. 1, enero-febrero, pp. 36-38. [En línea]
     

 

 

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