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Discriminación,
conocimiento indígena
y programas de desarrollo
agrícola en México
Elena Lazos Chavero
   
   
     
                     
“—¿Cuánto tiempo lleva esperando al ingeniero? Ayer
vine, pero no me pudo atender. Ora, vine desde temprano, ya son las 2 [p. m.]. —¿Cuál es el asunto a tratar? —Estamos en el Plan Tabi, se descompuso la bomba, nadie puede meter el riego y con este calor, ya llevamos cinco días y sin meterle riego, como es pepino y tomate, es delicado, se pierde”. Este fragmento de una conversación con un productor de Oxkutzcab”, en el sur de Yucatán, acontecida hace casi ya veinte años, cuando se iniciaba la transferencia 
a los usuarios de los sistemas en los distritos de riego, se sigue presentando hoy día en las relaciones entre los campesinos y los funcionarios públicos de las dependencias gubernamentales. La larga espera para que el jefe de distrito pudiera atender a uno de los productores mayas del sur de Yucatán revela las relaciones de poder establecidas bajo un sistema de discriminación. Los ingenieros y licenciados de las instituciones instrumentadas en nombre de la modernización, cultivan el poder al controlar, por un lado, la arena donde las decisiones productivas y sobre el manejo y conservación de los recursos naturales se toman a nivel local y, por otro lado, los programas que debieran estar al servicio de los pequeños y medianos productores, pero que caen en los esquemas bien conocidos de clientelismo y corrupción.
 

Estas actitudes, que reflejan las percepciones y sentires de la ideología dominante y remontan a la época colonial, aún constituyen un complejo tejido de relaciones entre las familias campesinas (sean mestizas o indígenas) y los funcionarios de las instituciones gubernamentales y permite reflexionar sobre los modelos de desarrollo impuestos en el medio rural. Los funcionarios públicos, particularmente de sagarpa, nunca han propuesto a nivel oficial un foro de aprendizaje mutuo, nunca se ha considerado importante entender y dialogar sobre los conocimientos y prácticas agrícolas y ecológicas de los propios productores. Las relaciones generadas han sido de tipo vertical y clientelar, por lo que siempre son los productores quienes deben aprender las tecnologías y los saberes científicos. Los talleres organizados por la secretaría son ejemplo de estos sentires: unos exponen y los otros aprenden, unos deciden y los otros acatan, unos dominan y los otros se subordinan.

Detrás de todo esto se encuentra una concepción clara sobre los productores que viene de lejos, como se aprecia en una publicación escrita por Contreras en 1891: “[entre] las principales causas sobre el atraso de la agricultura [están]: la mediocridad de costumbres en la clase indígena, el limitado desarrollo e incipiente cultura de esta raza, respecto de la blanca criolla […] El trabajo del indígena no contribuye al desarrollo de la industria agrícola […] La falta de conocimientos científicos de los sistemas de cultivo agrícola […] no ensanchando la esfera de sus esfuerzos personales más allá de lo que exigen generalmente las exiguas necesidades de la familia, de un comercio a pequeña escala”.

En dicha obra, Teneduría de libros en Partida Doble o sea curso completo de comercio, se establecen tres puntos importantes: a) la mediocridad de la clase indígena demostrada en los pocos esfuerzos, ya que sólo cultivan para el autoconsumo; b) la falta de desarrollo y de conocimientos científicos de la clase indígena con respecto a la blanca criolla; y c) la escasa contribución del trabajo indígena al desarrollo de la industria agrícola. Estas tres imágenes, en mayor o menor medida, siguen pululando hoy día entre los funcionarios de las secretarías de desarrollo social (sedesol), agricultura (sagarpa), recursos naturales (semarnat), de salud e inclusive de educación pública (sep). La desigualdad social y la extrema pobreza se explican entonces por la falta de motivación de las poblaciones rurales para trabajar y por las condiciones de vida impuestas al parecer por su propia cultura y tradición.

Asimismo, para una gran mayoría, la falta de interés por conservar su entorno ecológico se debe a la falla educativa y a sus actitudes, es decir, a su ignorancia por no estar en contacto con los conocimientos científicos adecuados. Por eso, siempre se ha intentado hacerlos partícipes de las preocupaciones científicas. De los saberes medicinales tradicionales, por ejemplo, se dice que escapan “al ámbito de la ciencia moderna y de la ciencia superior”, por lo que se les considera en diversos matices de desigualdad en un esquema de racismo y machismo, como “una forma de inferioridad asumida como natural e insuperable”.

El cúmulo de conocimientos agrícolas, medicinales, alimentarios y ecológicos de las poblaciones rurales se ve minimizado, ya sea por la medicina occidental en manos de la Secretaría de Salud o por los espejismos tecnológicos de la Revolución Verde, cuyos defensores dominan en sagarpa y en su nombre hablan de modernización y progreso. El término mismo es una construcción simbólica a nivel del lenguaje pero también práctico. Su impulsora, la Fundación Rockefeller, “se preocupaba” por transformar el agro mexicano: el objetivo era pasar de una agricultura atrasada a una agricultura innovadora tecnológicamente y encaminada hacia el desarrollo. Actualmente, la fundamentación para la introducción de maíces transgénicos en el país está ligada a estas ideas vertidas desde hace más de cincuenta años y las compañías transnacionales interesadas siguen abanderando el progreso tecnológico como solución a la pobreza alimentaria. No sólo varios científicos nacionales, principalmente biotecnólogos, abogan por estas ideas, igualmente lo hacen líderes del sector social y grandes y medianos productores, apoyándose en el progreso tecnológico, desdeñando sus propios cultivos como el maíz e incluso pasando por encima de la ley, como lo muestra la declaración de del ingeniero Daniel Barba realizada en 2008: “afortunadamente, algunos se pusieron listos y gracias a Pioneer, Asgrow, Dekalb hay nuevas esperanzas. Estas empresas les ofrecen paquetes completos con una intensa asesoría: desde el tipo de cultivos, los fertilizantes, los plaguicidas, los herbicidas, la maquinaria. Inclusive, nos dijeron que 
ya pronto sembraremos maíz trans génico, aunque mire, 
creo que algunos ya lo están haciendo”.

Ya sea por una problemática productiva o por la interiorización de un racismo que menosprecia la cultura indígena y, con ella, los sistemas productivos que generó, hasta hace apenas dos años, por ejemplo, no existían suficientes investigaciones para establecer la distribución nacional de los maíces nativos; inclusive, los censos agropecuarios no detallan ni las superficies ni los montos de producción de dichos maíces. Todo esto demuestra que ni los maíces nativos, ni los cultivos asociados son considerados importantes para el desarrollo nacional, como se aprecia en la respuesta de un funcionario de sagarpa, en una entrevista efectuada en 2002 en Culiacán, Sinaloa: “¿tener estadísticas de las variedades criollas? No, no tenemos, bueno tenemos superficie de maíz rústico, ahí están esas variedades que ustedes dicen. Pero no, no hay un listado de variedades ni de sus superficies diferenciadas. Pero es muy poquito, son puñitos de maíces, ni para qué gastar tiempo”.

Actualmente, la mayoría de las comunidades rurales se encuentra desprovista de una reapropiación de sus conocimientos y de sus prácticas agrícolas, ecológicas y medicinales. Existe una falta de valoración de las mismas debido a la primacía de la ideología del desarrollo y el progreso impuesta por medio de todos los funcionarios y operarios públicos que llegan a las comunidades rurales (enfermeras, doctores, ingenieros, maestros, licenciados) y no reconocen los espacios y los saberes médicos, agrícolas, ecológicos, alimentarios. Las instituciones gubernamentales han generado una gran dependencia en sus programas y, aunado a ellas, la gran mercadotecnia de productos industriales en los medios masivos de comunicación ha provocado la pérdida de la fortaleza que los sistemas de saberes, forjados durante generaciones, mantenían. El testimonio de una enfermera de San Miguel Huautla, Oaxaca, entrevistada en 2011 es claro: “—aquí [en Oportunidades] vienen a aprender, a escuchar las pláticas que les damos. Las mujeres jóvenes aprenden como hacer las papillas para el bebé; los adultos de la tercera edad aprenden como deben asearse y que deben comer. Si faltan tres veces, se reporta y luego se les puede quitar el estímulo. —¿Y qué pasa con los ancianos que viven lejos de la clínica? Hemos visto viejitas que vienen desde el cerro, mínimo son 5 o 6 kilómetros. 
—Pues se pueden venir despacio y llegan. Tienen que venir. —¿Y los enfermos también tienen que venir a las pláticas? —Pues pueden faltar tres veces al año”.


En todos estos pasajes vividos, el poder ejercido por los funcionarios sobre las comunidades indígenas y campesinas no es sólo instrumental, es un fenómeno relacional, sociopsicológico, donde los elementos que están en cuestión (saberes, subsidios, créditos, paquetes tecnológicos, servicios de salud) interesan a todos los actores sociales participantes inmersos en contextos culturales diversificados. La enfermera 
sigue los lineamientos o reglas de operación del programa “Setenta y Más”, al ejercer el poder controlando la suspensión o continuación del pago asistencialista que todo anciano y anciana debería recibir sin condicionamientos. El poder no depende sólo de los diferenciales de recursos disponibles para los distintos actores, sino también de las concepciones, valoraciones y percepciones que ellos tienen sobre tales recursos. Concebir el poder exige entender la dimensión cultural como uno de sus componentes constitutivos.


Un testimonio más: “—¿Cuánto tiempo lleva esperando en la fila para que le den su credencial? —Me vine desde las 5 
de la mañana, ya llevo 6 horas 
y los de Oportunidades todavía ni llegan. Dejé a los chiquitos solos, sin desayunar. —Y sino viene por su credencial, ¿qué pasaría? —No me dan el apoyo y yo lo necesito. —¿Y por qué no les reclaman? Los operarios de Oportunidades llegaron a las 12:30 p. m. No ofrecieron disculpa ni explicación alguna por su retraso. Por el contrario, llegaron a almorzar y molestos de ver las largas filas de mujeres y de ancianas, comenzaron perezosamente a trabajar. Cuando nosotras les preguntamos sobre las causas de su retraso, se limitaron a decir: ‘mucho trabajo’”. ¿Cómo debemos decodificar estas actitudes? ¿Discriminación porque son mujeres y ancianas pobres que pueden esperarlos por más de ocho horas en filas al rayo del Sol? ¿Racismo porque son “indias mixtecas”, porque son analfabetas y por ende ignorantes para ellos? ¿Cuál es la línea que divide a los operarios y funcionarios de las poblaciones rurales

Esta situación va más allá del no reconocimiento de los saberes y prácticas de la medicina tradicional o de la agricultura tradicional. El poder ejercido en todos estos ejemplos que 
se suceden día con día en las distintas dependencias gubernamentales se enmarca en un contexto de discriminación y 
racismo.


Por ello, la reapropiación y la revaloración de los conocimientos locales implican una transformación de la cultura política nacional. Para empezar con una reapropiación de estos espacios a distintos niveles, debemos impulsar “la sociología de las ausencias” como un inicio crucial “para identificar las anteojeras que limitan la interpretación y la evaluación”. Debemos recuperar las realidades suprimidas, silenciadas y marginadas. Para ello, existen múltiples vías propuestas y practicadas por varias organizaciones de la sociedad civil e instituciones académicas que luchan por otros mundos de justicia ambiental y social.

     
Referencias bibliograficas
 
Contreras Aldama, Antonio. 1891. Teneduría de libros en partida doble o sea curso completo de comercio. Imprenta de Gobierno, México.
Durand, Leticia y Luis Vázquez. 2011. “Discursos sobre la participación social en la Reserva de la Biósfera Sierra de Huautla, Morelos”, en Saberes colectivos y diálogo de saberes en México, Argueta, A., et al. unam y Universidad Iberoamericana, México, pp. 101-120.
Hersch, Paul. 2011. “Diálogo de saberes: ¿para qué?, ¿para quién? Algunas experiencias desde el programa de investigación Actores Sociales de la Flora Medicinal en México, inah”, en Saberes colectivos y diálogo de saberes en México,  en Argueta, A., et al., unam y Universidad Iberoamericana, México, pp. 173-200.
Lazos, Elena y Michelle Chauvet. 2011. Análisis del contexto social y biocultural de las colectas de maíces nativos en México. CONABIO, México.
__________, y Luisa Paré. 2000. Miradas indígenas sobre una naturaleza entristecida: percepciones del deterioro ambiental entre nahuas del sur de Veracruz. Ed. Plaza y Valdes e Instituto de Investigaciones Sociales, unam, México.
Sousa Santos, Boaventura de. 2011. Una epistemología del sur. Siglo xxi/clacso, México.Bonneau, L., B. Andreotti, y E. Clément. 2008. “Evidence of Rayleigh-Hertz surface waves and shear stiffness anomaly in granular media”, en Physical Review Letters, vol. 101, núm. 11.

Brownell, Philip H. 1984. “Prey detection by the sand scorpion”, en Scientific American, vol. 251, núm. 6, pp. 86–97.
     
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Elena Lazos Chavero
Instituto de Investigaciones Sociales,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
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como citar este artículo
Lazos Chavero, Elena. (2014). Discriminación, conocimiento indígena y programas
de desarrollo agrícola en México. Ciencias 111-112, octubre 2013-marzo 2014, 128-131. [En línea]
     

 

 

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