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Javier Valdés Gutiérrez |
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La vida universitaria del Instituto de Biología se inició precisamente el año de la autonomía el día 9 de noviembre de 1929, fecha en que su primer director, nombrado por el H. Consejo Universitario, Profesor Isaac Ochoterena, recibió a nombre de la Universidad Nacional Autónoma de México, los restos de la antigua Dirección de Estudios Biológicos de manos de Don Alfonso L. Herrera, mediante el oficio número 5860 de la Sección de Control de la, en ese entonces, Secretaría de Agricultura y Fomento. Dicho oficio, particularmente extenso, hacía mención en su hoja número 9 en términos francamente dramáticos de lo inadecuado de los edificios y de las pésimas condiciones en que se encontraban, la escasez y deterioro del equipo y la completa desorganización de la valiosísima biblioteca y el abandono en que se encontraban los archivos. Así se inició la Universidad en ese mismo año, y hacer funcionar el nuevo Instituto de Biología y el patrimonio físico recibido, que consistió de dos edificios en el Bosque de Chapultepec y el Museo de Historia Natural establecido en la Colonia de Santa María de la Ribera, en las calles del Chopo, conocido durante más de cincuenta años como “Museo del Chopo". Los edificios de Chapultepec fueron la bellísima Casa del Lago, que aún existe como parte de la Dirección General de Difusión Cultural de la UNAM y la llamada Casa de la Reja, que también existe como parte de la administración del bosque. Para el funcionamiento de estas instalaciones se contó con un reducido grupo de investigadores y unos cuantos empleados administrativos. Algunos de esos investigadores fundadores del Instituto de Biología, surgieron de un grupo de jóvenes discípulos de Ochoterena, que había preparado durante la década de los años veinte, en el Departamento de Biología de la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso, del cual fue Jefe. Otros procedían de la extinta Dirección de Estudios Biológicos. Estos fundadores fueron: Leopoldo Ancona Hernández En el año 1930 el Instituto contó por primera vez con un presupuesto universitario que consistió de $93600.00 para la totalidad de sus gastos, incluyendo los sueldos del personal, siendo interesante destacar que en la década de los años 1919 a 1929 la Dirección de Estudios Biológicos contenía además de las instalaciones otorgadas a la UNAM, el Jardín Botánico de Chapultepec, actualmente desaparecido y el Parque Zoológico, los cuales permanecieron por un tiempo como dependencias de la Secretaría de Agricultura y Fomento y posteriormente fueron incorporados al Departamento del Distrito Federal. Aunque en años posteriores el presupuesto continuó descendiendo, hasta la cantidad de $78800.00 en 1935, en los años siguientes poco a poco se fue acrecentando y permitiendo un mejor funcionamiento así como la incorporación de nuevo personal académico. No obstante es importante indicar que la estrechez económica y la situación académica del país, principalmente en el aspecto científico, durante la década de los años treinta, determinaron que la estructura inicial del Instituto de Biología no obedeciera a los cánones ortodoxos de la investigación biológica en esa época, ni siquiera fue a semejanza de alguna institución similar en el mundo, sino que obedeció a aquello de lo que se disponía, tanto en recursos económicos como en personal académico. En sus primeros años de funcionamiento el Instituto estuvo organizado en secciones; la más conocida, la de botánica que en aquél entonces contenía al Herbario Nacional, con un acervo de 30000 ejemplares, los que afortunadamente se catalogaron rápidamente. Otra sección era la de consultas, destinada a contestar interrogantes sobre plantas o animales que plantearon las Secretarias de Estado o algunos otros organismos gubernamentales; esta sección duró como tal muy poco tiempo. La sección de Zoología estuvo formada por varios laboratorios, varios de ellos dedicados a insectos, como los de entomología general, entomología útil y entomología médica. Además había secciones de vertebrados, de histología, de hidrobiología, de farmacología y química y de helmintología. Esta última fue en su momento una verdadera novedad, por ser en esa época prácticamente el primer laboratorio en México dedicado a esa especialidad. Por otra parte se mantuvo funcionando con éxito el Museo de Historia Natural, ya que mientras en 1929 recibió solamente 5000 visitantes anuales, en 1934 sobrepasaron los 170000. A fines de la década de los años treinta y durante los primeros años de la de los cuarenta, las condiciones presupuestales permitieron el ingreso de nuevos elementos del personal académico, algunos ya completamente formados, como era el caso de dos destacados miembros de la migración española: Don Enrique Rioja y Don Faustino Miranda, hidrobiólogo y botánico respectivamente, y de los mexicanos Bernardo Villa y Maximino Martínez, este último con antecedentes en la antigua Dirección de Estudios Biológicos. Esto determinó una nueva estructura formada por departamentos donde se agrupaban las secciones ya existentes con algunas nuevas. Así se formaron dos grandes departamentos, el de Botánica y el de Zoología. El Departamento de Botánica contaba con dos secciones: la de criptogamia, dedicada a la investigación sobre bacterias y levaduras de bebidas fermentadas de México, además de hongos, líquenes, hepáticas, musgos y helechos, y la de fanerogamia, dedicada a la taxonomía de las plantas con semillas; esta segunda sección tenía a su cargo el Herbario Nacional que en ese tiempo contenía ya alrededor de 60000 ejemplares. El Departamento de Zoología estaba formado por las secciones de entomología, helmintología, ictiología, herpetología, ornitología, mastozoología, hidrobiología y paleontología en las cuales, además de las investigaciones propias de esas especialidades, se iniciaron o se enriquecieron las colecciones respectivas, que en la actualidad son las más importantes del país. Además continuó funcionando la Sección de Histología y se establecieron un laboratorio de bioquímica y dos nuevas secciones de servicio, la de fotografía y la de dibujo. Por estos años el Instituto de Biología comenzó a experimentar en nuevos campos, ya que Miranda, prácticamente inició los estudios de sinecología vegetal, con sus investigaciones sobre las comunidades vegetales de México; y con Rioja, el Instituto empezó a enfocar seriamente los aspectos marinos de la biología. El Museo de Historia Natural también continuó funcionando en el aspecto de exhibición al público, pero desafortunadamente el bello pero inadecuado edificio, construido en 1910 por Japón para exportar sus productos con motivo de las fiestas del Centenario de la Independencia de México, cada día se deterioraba más, al grado que las colecciones también empezaron a destruirse. En el año de 1947 Don Isaac Ochoterena fue relevado de la dirección del Instituto y fue sustituido por el doctor Roberto Llamas Flores, quien ejercería la dirección hasta el año de 1961, o sea, que durante sus primeros 37 años de existencia el Instituto de Biología tuvo tan sólo dos directores. Durante la década de los años cincuenta el Instituto experimento un cambio radical, como ocurrió con toda la Universidad, ya que por una parte en 1954 se establecieron los nombramientos de investigadores de tiempo completo y por otra se construyó e inauguró la Ciudad Universitaria, en la cual, por primera vez, se pudieron concentrar todos los Institutos de investigación científica. Estos dos hechos significaron un gran avance en la investigación universitaria. De 1956 a 1958 se realizó el cambio a las flamantes instalaciones, lo que desde luego implico el laborioso y delicado traslado del equipo y de las ya valiosas colecciones de plantas y animales, así como de las importantes y voluminosas bibliotecas. En estas nuevas instalaciones de Ciudad Universitaria, el personal académico ya pudo disponer de cubículos privados y de locales apropiados para las colecciones, el equipo y los materiales, lo que no sucedía en la hermosa pero inapropiada Casa del Lago. Este cambio físico se reflejó en una mejor interacción entre la investigación y la enseñanza de la biología en la Universidad, dado que propicio un contacto más cercano entre los alumnos del Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias y sus maestros, casi todos investigadores del Instituto. Por otra parte, también en esta década, muy al principio, se consolidó otro departamento: el de Bioquímica. En 1959 la Universidad, bajo la rectoría de Don Nabor Carrillo y siendo el Secretario General el doctor Efrén C. del Pozo, decidió la creación de un Jardín Botánico, que por una parte, venía a reponer el desaparecido en Chapultepec y, por otra, enfocaba la botánica con una visión actualizada para contribuir a la enseñanza, la difusión cultural y la investigación científica. Este jardín universitario nació como una institución independiente, pero pocos años después, como veremos, fue incorporada al Instituto, iniciándose así la expansión territorial largamente cometida. El establecimiento de este Jardín Botánico se le encomendó al Doctor Faustino Miranda, quien se rodeo de un grupo de botánicos, también del Instituto. Todo este equipo emprendió la difícil tarea de sembrar, en el agreste pedregal de basaltos y escasos suelos ácidos, plantas provenientes de las selvas tropicales de México, para lo que se construyeron invernaderos especialmente adquiridos. También se propició el crecimiento de plantas de las zonas áridas, de suelos calizos y con precipitaciones mucho más reducidas que en el Valle de México. Así, del año 1959 al de 1963, se entabló una ardua lucha, un verdadero reto a la naturaleza, que si bien a la larga ganaron el ingenio humano y la adaptación de instalaciones, implicó muchos esfuerzos. En todo caso desde el mismo año de 1959 el Jardín Botánico proporcionó servicio a las escuelas de diversos niveles y al público en general, exhibiendo en vivo la diversidad de la flora mexicana en el propio recinto universitario, con lo que se contribuyó a la enseñanza y a la difusión botánica. Las primeras colecciones de plantas vivas procedieron de las zonas áridas del país y fueron principalmente cactáceas, pero casi simultáneamente se introdujeron plantas de zonas cálido húmedas, sobre todo orquídeas. De ambos grupos, con el tiempo, se ha llegado a tener colecciones muy importantes. Sin embargo, el Museo de Historia Natural no tuvo cabida en la planeación de la Ciudad Universitaria y permaneció en su inadecuado y cada vez más deteriorado edificio del Chopo, lo que dio como resultado que se perdieran y destruyeran numerosos ejemplares, hasta que durante la década de los años sesenta, se tomó la decisión de cerrarlo al público. Como contrapartida, durante el año de 1965, siendo rector de la UNAM Don Ignacio Chávez, el Jardín Botánico fue incorporado al Instituto de Biología, de manera que si por un lado se perdía una vieja unidad, por otro se ganaba una nueva; no quiero decir con esto que se haya establecido una compensación, ya que algunos de los ejemplares que se perdieron en el Museo eran de un valor irrecuperable, sin embargo, otros muchos ejemplares que aún estaban en buenas condiciones, pudieron trasladarse a colecciones de distintos laboratorios del Instituto e, inclusive, algunos muy llamativos y de gran tamaño se prestaron al Museo que el Departamento del Distrito Federal tiene en Chapultepec. En todo caso la desaparición del Museo de Historia Natural representó una sensible pérdida académica tanto para la Universidad como para el país; pérdida que hasta le fecha no ha sido subsanada, a pesar de que ha habido serio intentos para lograrlo. Como resultado de la reestructuración de la legislación universitaria a principios de los años sesenta, se implantaron cambios en varios aspectos, uno de ellos fue el establecimiento de periodos definidos para los directores de los institutos de investigación; así, durante 1967, fue nombrado director del Instituto el doctor Agustín Ayala Castañares en sustitución del doctor Roberto Llamas, quien ejerciera el cargo por espacio de veinte año. Fue precisamente al doctor Ayala a quien le tocó, por un lado, la ingrata tarea de desmantelar el viejo Museo del Chopo, y por otro, prácticamente al mismo tiempo, el llevar a cabo la incorporación total del Jardín Botánico, como una nueva entidad del Instituto. La llegada del doctor Ayala dio al Instituto de Biología un nuevo y vigoroso impulso; los Departamentos de Botánica y Zoología se reforzaron, el departamento de Bioquímica se transformó en el de Biología Experimental y se creó uno nuevo, el de Ciencias del Mar y Limnología. Precisamente en esta época comenzaron a tomar forma las ideas, nacidas en el Jardín Botánico, de contar con estaciones de campo que permitieran preservar los recursos bióticos y estudiar los fenómenos biológicos in situ, acercando así la investigación biológica a la realidad de la naturaleza, al contar directamente en el campo, con las instalaciones y el equipo necesarios. Por otra parte, se les dio al Instituto un espíritu de apertura lo que permitió establecer convenios y contratos con instituciones estatales y paraestatales encaminados a solucionar problemas biológicos a nivel nacional. Todo esto posibilitó la adquisición de equipos y materiales sin gravar el presupuesto universitario asignado al Instituto. También en esta etapa, se inició un movimiento tendiente a conseguir los conductos y los medios para enviar a jóvenes brillantes a especializarse en diversas ramas de la biología, en importantes universidades del extranjero; para que a su regreso pudieran ser asimilados por la UNAM, y así reforzar el nivel académico. En las postrimerías del periodo del doctor Ayala, en los años de 1971-72, la Universidad decidió concentrar en el lado oriental de la Ciudad Universitaria a todos los institutos de investigación científica, naciendo entonces el área de investigación tal como la conocemos hasta la fecha. Así fue como el Instituto abandonó el primer edificio que ocupó en Ciudad Universitaria y que estaba situado entre la Facultad de Medicina Veterinaria y el Instituto de Investigaciones Biomédicas del cual ahora forma parte; este local albergó al Instituto por espacio de dieciséis años. El nuevo edificio del Instituto de Biología fue el primero en construirse y en empezar a funcionar en la actual área de investigación a fines de 1972; pero precisamente en ese momento, durante la década de los setenta, siendo Rector de la UNAM el doctor Guillermo Soberón, el doctor Agustín Ayala fue sustituido en la dirección por el doctor Carlos Márquez Mayaudón; como otros institutos de investigación de la Universidad, el de Biología disfrutó del auge económico de esa época, de forma tal que el nuevo edificio que en 1972 parecía adecuado, en menos de diez años ya fue insuficiente, como lo sigue siendo hasta la fecha. Un poco antes del cambio al nuevo edificio surgió la idea de reforzar al Departamento de Biología Experimental, de manera que en 1972, aprovechando las nuevas instalaciones, se captó personal académico del Instituto de Investigaciones Biomédicas y del área de investigación de la Faculta de Medicina, con lo que se logró el deseado impulso al Departamento, ya que, además de la bioquímica, se ocupó de investigaciones en neuroquímica, fisiología celular, membranas biológicas y otras ramas afines. Precisamente durante ese mismo año, al Departamento de Ciencias del Mar y Limnología, se le construyó una gran ala del nuevo edificio. Para entonces lo que unos años antes había sido tan solo una idea, la de las estaciones de campo, comenzó a hacerse realidad, ya que después de largos y complicados trámites, el entonces Departamento de Asuntos Agrarios, donó a la Universidad, para uso del Instituto de Biología, una considerable extensión de tierras federales que abarca 750 hectáreas de selva tropical húmeda y bien conservada, situada en la región de Los Tuxtlas, en el Estado de Veracruz, precisamente donde fuera la Colonia Militar Montepío y que nunca se había ocupado. Las gestiones se realizaron a mediados del periodo del doctor Ayala Castañares y, a finales del mismo, la Universidad tomó posesión de dichos terrenos. Allí se iniciaron las actividades de lo que se llamó Estación de Biología de Campo Los Tuxtlas, contando entonces apenas con un jacal de techo de lámina, un encargado y un vigilante. No obstante, esta modestísima instalación permitió que algunos investigadores y estudiantes se albergaran en ella, y así se iniciaran, en 1867, las primeras investigaciones de biología en una estación de campo en México. Este hecho se puede considerar como el factor disparador de la descentralización de la investigación científica universitaria, que se inició formalmente en 1968 y además como el principio del establecimiento de estaciones de biología de campo y de biología marina en el Instituto de Biología, ya que muy poco tiempo después del inicio de las actividades en la Estación de Los Tuxtlas, la Universidad, también a través del Instituto de Biología, recibió por donación de un particular, el docto Antonio Urquiza Fernández de Jáuregui, un enorme promedio de 1600 hectáreas cubiertas por una selva mediana caducifolia, muy bien conservada, situado en la costa del Estado de Jalisco, entre Puerto Vallarta y Barra de Navidad, en la región denominada Chamela. Esta importante donación permitió proyectar una nueva estación de campo en un ecosistema muy diferente al de Los Tuxtlas, la cual con el nombre de Estación de Investigación, Experimentación y Difusión Chamela, inició sus actividades también de manera muy rudimentaria entre 1970 y 1971. Durante esos mismo años el Instituto, tras 40 años de experiencia en investigaciones de biología marina, también hizo sentir su presencia en las costas mexicanas, ya que se fundaron la Estación de Investigaciones Marinas El Carmen, en el Estado de Campeche, y la Estación de Mazatlán, en Sinaloa. Así terminó su gestión el Dr. Ayala Castañares. Durante los primeros años del régimen del doctor Márquez poco a poco se fueron estructurando las Estaciones de Los Tuxtlas y de Chamela, y se hicieron las primeras construcciones formales de concreto. Esto permitió que la Universidad hiciera sentir su presencia en dos selvas situadas una en cada costa del territorio nacional, a través tanto de contratación de personal administrativo de la región, como de la llegada de cada vez mayor número de investigadores y estudiantes que concurrían a realizar sus investigaciones y a enfrentarse con los aspectos prácticos de materias biológicas. Por otra parte, se empezaron a delinear proyectos de investigación a largo plazo, aprovechando la gran ventaja de contar con esas importantes áreas de reservas biológicas excluidas de la perturbación humana. En esta misma época el Jardín Botánico mejoró algunas de sus instalaciones y expandió sus zonas de exhibición al público, en especial las destinadas a cactus y plantas de zonas áridas, para lo cual se tuvo que elaborar un complicado sistema de riego en el escabroso pedregal de Ciudad Universitaria. Por otra parte, se iniciaron las clases de horticultura para niños que resultaron ser todo un éxito, al grado de que se impartieron algunas para adultos. También en los años setenta empezaron a regresar los primeros becarios del extranjero y al mismo tiempo el Instituto de Biología experimentaba un aumento muy considerable de personal tanto académico, dado que ingresaron numerosos nuevos investigadores y técnicos académicos, como administrativo. En este crecimiento se conjugaron varios factores, como el auge económico de la época, el inicio formal de las actividades en las Estaciones de Los Tuxtlas y Chamela, la expansión del Jardín Botánico y el incremento de los Departamentos de Zoología, Botánica y Biología Experimental. Sin embargo, en las postrimerías del periodo del doctor Márquez, a fines de 1978, el personal de este último Departamento estimó más conveniente no depender de un Instituto tan grande y se hicieron los trámites para que se organizara como un centro independiente, naciendo así el Centro de Investigaciones en Fisiología Celular como una nueva entidad universitaria. De esta manera el Instituto de Biología nuevamente daba forma y vida propia a un nuevo componente de la investigación científica en la Universidad. En marzo de 1979 terminó la gestión del doctor Carlos Márquez y lo sustituyó el doctor José Sarukhán Kermes y precisamente a él le tocó llevar a la práctica los movimientos internos de separación de dicho departamento, tarea particularmente complicada debido a la cantidad y calidad del equipo, la especialización de la biblioteca y el movimiento y reacomodo de personal. Con el doctor Sarukhán el Instituto de Biología inició una fructífera etapa de reafirmación y refinamiento tanto en el nivel académico como en el de instalaciones, equipo y recursos económicos. En el mes de noviembre de ese mismo año de 1979, se celebraron los cincuenta años de existencia del Instituto, para lo cual se realizaron una serie de actos alusivos, como la colocación de una placa conmemorativa en la aún bella Casa del Lago de Chapultepec, primera sede del Instituto, la plantación de un pequeño y hermoso pino mexicano en el jardín central del edificio actual con el nombre del “árbol del cincuentenario”; también se realizó un merecido homenaje a los académicos fundadores del Instituto brindándose un reconocimiento a los que aún están vivos y un merecido recuerdo a los ya fallecidos. En 1980 se dio comienzo a una etapa nueva de auge académico para el instituto, ya que por una parte se inició formalmente el regreso de varios becarios que habían obtenido sus doctorados en importantes universidades del extranjero y, por otra, se estimuló fuertemente a otros jóvenes para que salieran a obtener sus doctorados en ramas biológicas poco o nada desarrolladas en México. Además se procuró integrar al plantel académico a científicos nacionales y extranjeros especializados tanto en áreas que no se trabajaban aún en el Instituto como en las ya existentes, para reforzar y ampliar así los niveles. En los primeros años de la presente década, el Jardín Botánico se había concretado a realizar actividades puramente de exhibición descuidando notablemente las de investigación, además de que algunas de éstas duplicaban las líneas del Departamento de Botánica, por lo que el doctor Sarukhán decidió reestructurar a fondo esta dependencia, con la finalidad de que desarrollara nuevas e importantes líneas de investigadora además de las ya existentes. De esta forma se estableciendo las de cultivo de tejidos vegetales, la citogenética de plantas y la etnobotánica con fines de aplicación al futuro, ya que la etnobotánica histórica se ha trabajado en el Instituto desde siempre. Desde luego que este nuevo giro del Jardín Botánico, implicó la captación y formación de personal académico especializado y la obtención del equipo adecuado. Por otra parte, se estimularon las actividades de difusión y enseñanza, para lo cual se formó una nueva área especializada en estas funciones. Desde luego que este esquema académico no tenía cabida en las instalaciones del Jardín Botánico, por lo que en el año de 1983 se logró que la Universidad construyera un gran edificio diseñado especialmente para este fin, dotado inclusive con un bello auditorio y una gran sala de exhibición para exposiciones temporales. Casi simultáneamente con la reestructuración académica y fiscal del Jardín Botánico, vino la de las Estaciones de Los Tuxtlas y de Chamela, que si bien, como hemos visto, venían funcionando desde hacía varios años y ya contaban con algunas construcciones que facilitaban la estancia y el trabajo de los investigadores y estudiantes, aún no eran verdaderas entidades de investigación, sino más bien albergues temporales que brindaban ciertas facilidades. Por lo que se decidió darles un fuerte impulso; para ello se les dotó de programas de investigación específicos, así como del personal administrativo adecuado, y del personal académico propio; ambos grupos residentes en ellas. Así, se construyeron en plenas selvas de Los Tuxtlas y Chamela, edificios para personal académico residente, edificios para personal académico visitante además de comedores, cocinas, cuartos de lavado y secado de ropa, oficina, laboratorios, bibliotecas, radio y en general un ambiente apropiado para el trabajo científico. Por otra parte se les dotó de equipo adecuado. Aunque la nueva organización académica de las Estaciones de Chamela y Los Tuxtlas se inició desde el año de 1980, las estupendas instalaciones que funcionan hasta la fecha, se inauguraron en 1983 y 1984 respectivamente. Dos grandes Departamentos, el de Botánica y el de Zoología, recibieron también un vigoroso impulso durante esta etapa, en particular por lo que respecta a las diferentes colecciones de seres conservados, ya que a principios de los años ochenta, el Instituto, tras complicadas negociaciones, consiguió del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología un fuerte apoyo económico para enriquecerlas y conservarlas con el carácter de Colecciones Nacionales. Estas colecciones, las más importantes del país, constituyeron un invaluable acerco científico, que la Nación y la Universidad han puesto en custodia permanente del Instituto de Biología y que, en conjunto suman tres y medio millones de ejemplares catalogados. Las más importantes por su volumen son el Herbario Nacional, con 540000 ejemplares de plantas conservadas y la colección entomológica, con más de dos millones y medio, además de las de mamíferos, aves, reptiles y anfibios, peces, crustáceos y gusanos. Durante el año de 1984 se decidió elaborar un nuevo Reglamento Interno para el Instituto y a la vez reestructurar la organización académica constituyendo cinco Unidades de Investigación, de manera que se establecieron como tales el Jardín Botánico, la Estación de Biología Los Tuxtlas, la Estación de Biología Chamela y tres departamentos, los tradicionales de Botánica y Zoología y un nuevo, el Departamento de Ecología, al cual se integraron investigadores de los otros dos departamentos, así como elementos especialmente formados en distintas ramas de la ecología. En marzo de 1985, el doctor José Sarukhán fue reelecto para un segundo periodo como director del Instituto, periodo que no concluyó por haber sido nombrado en 1987, Coordinador de la Investigación Científica de esta Universidad. En junio de ese mismo año el maestro Antonio Lot Helgueras fue nombrado sexto director del Instituto de Biología y, evidentemente, estamos viviendo esta gestión, que a pesar de que aún es joven, ya ha protagonizado hechos que quedarán plasmados en la historia del Instituto; tal es el caso del Departamento de Ecología que desde su nacimiento en 1984, se definió con potencialidad académica, de manera que en muy poco tiempo, sus elementos pensaron en la conveniencia de construir una unidad independiente, no tan grande y diversificada, en la cual se concentraran más específicamente sus investigaciones. Así, una vez más, a partir del Instituto, a principios de 1988, se creó otra nueva dependencia universitaria de investigación con el nombre de Centro de Ecología, por lo que el Instituto de Biología es quizá la entidad que ha contribuido en mayor grado a la expansión de la investigación universitaria. También en el actual periodo del maestro Lot, aunque los planteamientos se iniciaron a mediados de la década de los ochenta, apenas en abril del presente año se inauguró en Pabellón, Aguascalientes, el Laboratorio de Investigación y Conservación de Granos y Semillas, del Departamento de Botánica, llevando al Instituto a la región del Bajío. Como se puede desprender de la narración que hemos hecho, el abuelo del Instituto de Biología, o sea, el Instituto Médico Nacional, existió de 1888 a 1915, 27 años; su hijo, la Dirección de Estudios Biológicos de 1915 a 1929, apenas 14 años y el nieto e hijo de estas instituciones, o sea, nuestro Instituto, cumplió en 1989 sesenta años, por lo que es muy justificada esta celebración en un medio en que rara vez se alcanza el abolengo científico. Pero no solamente por edad cabe esta celebración, sino además porque a través de estos años, los directores, funcionarios, personal académico y empleados, han sabido preservar, enriquecer y expandir dentro y fuera del ámbito universitario, lo iniciado en 1929. Durante 60 años el Instituto de Biología ha albergado, ha formado o ha auspiciado, la formación de líderes nacionales en diversos campos de la biología, principalmente en dos de sus grandes vertientes, la botánica y la zoología y dentro de ellas, en numerosas especialidades como la taxonomía de muy diversos grupos de seres, la ecología, la etnobiología, mastozoología, entomología, microbiología y otras muchas ramas; lo que se ha reflejado en una vastísima producción científica, publicada en los 59 volúmenes de sus anales, en numerosos libros y en un sinnúmero de revistas nacionales e internacionales. Además, ha dejado sentir su presencia en prácticamente todos los eventos académicos de su competencia y ha formado con su personal académico, sus instalaciones y su infraestructura, un vasto caudal de profesionales de la biología para este país. Estimo que también es muy oportuno destacar tanto su obra como generador de instituciones de investigación como el hecho de que en su seno se hayan formado varias generaciones de maestros, todos ellos con un alto espíritu de mística hacia su labor y hacia la Universidad, lo que, en los momentos actuales, es particularmente importante. |
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Javier Valdés Gutiérrez
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