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Teófilo Herrera      
               
               
Los pueblos prehispánicos de Mesoamérica estaban
en íntimo contacto con la naturaleza, a la cual protegían mediante normas estrictas de conservación, que permitían mantener un buen equilibrio ecológico de las plantas, los hongos y los animales, los cuales, por otra parte, podían ser explotados y aprovechados en una forma racional —de muy diversas maneras— sin provocar grandes alteraciones del ambiente contrariamente a lo que sucede en la época actual, en vastas regiones del planeta Tierra.
 
Uno de los recursos naturales que los indígenas mesoamericanos han utilizado con especial predilección es el de los hongos, ya sea como alimento o por sus propiedades estimulantes, medicinales y alucinógenas. Es por ello que hay muchos datos etnomicológicos acerca de la época prehispánica, lo cual cambió con la Conquista, debido a la micofobia de los conquistadores españoles y a la prohibición de éstos durante el Virreinato. En particular fue proscrito el consumo de los hongos alucinógenos, lo que ocasionó que en esa época sólo esporádicamente sean mencionados dichos hongos, aunque varios libros y documentos que serán mencionados más adelante contienen interesantes referencias sobre la etnomicología tradicional mesoamericana, la cual está siendo objeto de estudios en la época actual.
 
Hongos de piedra
 
Los testimonios más antiguos de la etnomicología prehispánica son los llamados “hongos de piedra” de los mayas, la mayoría de ellos de 25 a 35 cm de altura, encontrados en Guatemala, El Salvador, y Chiapas. De Borghegyi clasificó estos hongos de piedra según sus características escultóricas y su antigüedad (desde 1000 a. C hasta 90 d. C., pero su simbolismo ha sido muy discutido y todavía no se puede explicar con precisión. Aunque la mayoría de los autores se inclina a considerar que fueron objetos sagrados o mágicos para uso ritual, especialmente en ceremonias religiosas, algunos autores consideran que representan imágenes de otro tipo de hongos como por ejemplo, de algunos comestibles de estípite y píleo gruesos —caracteres que estarían representados en los hongos de piedra— lo cual descartaría a los tan estimados hongos alucinógenos, los cuales pertenecen al género Psilocybe y son más esbeltos. Algunos hongos tóxicos con principios activos peculiares, como Amanita muscaria, que posee actividad tóxica muscarínica y alucinógena, también podrían estar entre las especies involucradas en las mencionadas imágenes representadas en piedra.
 
Otras interpretaciones asocian a estas especies con símbolos fálicos o manos de mortero, aunque en este último caso quizá con el propósito de moler los hongos alucinógenas, pues aunque éstos generalmente son consumidos crudos, masticándolos después de morderlos en forma lenta y gradual, en ciertos lugares de México todavía se ingieren después de molerlos en metate o mortero. Esto podría ser como lo ha sugerido Lowy, una reminiscencia de la forma en que se preparaban dichos hongos en determinadas regiones de Mesoamérica precolombina para uso ceremonial.
 
Pictografía micológica
 
Los códices y manuscritos, tanto los precolombinos como los que fueron elaborados después de la conquista con participación indígena y española, son preciosos documentos que también aportan evidencias sobre la importancia de los hongos en la vida diaria y ceremonial de los indígenas mesoamericanos. Otro tanto puede decirse de algunas representaciones pictóricas murales que han permanecido como testimonio de las culturas de éstos.
 
Entre los códices que representan figuras o símbolos de hongos, se distinguen El Códice Borbónico, en el que hay símbolos fungoides en relación con Tláloc, dios del agua y de la lluvia, quien propicia el desarrollo de los hongos, así como en relación con hechiceros, lo cual sugiere el uso de los alucinógenos en ceremonias religiosas o en ritos mágicos. El Códice Vindobonensis, indica, de acuerdo con Caso, la importancia de los hongos en determinadas festividades religiosas. En el Códice Madrid (Códice Tro-Cortesiano), uno de los pocos códices mayas que se salvaron de la destrucción que de ellos hizo Fray Diego de Landa por considerarlos heréticos, hay representaciones estilizadas de hongos que han sido interpretadas como Amanita muscaria, lo que permite suponer, según Lowy, que esta especie fue utilizada en cierta época por los mayas con fines rituales, suposición que se refuerza con la leyenda que aún persiste en algunos lugares de Guatemala y Chiapas en los que se relaciona a este hongo con la leyenda del trueno, al parecer, por sus efectos alucinógenos.
 
En el Códice Magliabecchiano, puede observarse un grupo de tres hongos, frente a ellos un indígena ingiriendo hongos alucinógenos y detrás de él al dios que lo inspira por medio de éstos. El Códice Florentino de Bernardino de Sahagún, muestra a un hombre en forma de pájaro demoniaco sobre un grupo de hongos alucinógenos, lo que concuerda con el efecto de los mismos, cuando la persona que los ha ingerido se siente con la facultad de volar. La representación también indica el carácter satánico de dichos hongos.
 
En la arqueología mesoamericana destacan las representaciones pictóricas murales. Por ejemplo, en los frescos de Tepantitla, Teopancalco y Sacuala, de la zona arqueológica de Teotihuacán, hay numerosos símbolos y figuras de hongos relacionados con Tláloc, y con ciertas ceremonias, ritos e imágenes paradisíacas que evocan los placeres en el Tlalocan o paraíso de Tláloc.
 
De un estudio realizado por Mapes, Guzmán y Caballero sobre la etnomicología purépecha, Guzmán ha señalado la importancia del hallazgo de dos piezas de cerámica: una nayarita del año 100 d. C con la figura de un sacerdote debajo de lo que podría corresponder a Amanita muscaria, y otra colimense, de entre 200 a. C y 100 d. C., que representa a unos chamanes danzando alrededor de un hongo semejante a Psilocybe zapotecorum, alucinógeno que todavía se consume en México, sobre todo en la región zapoteca de Oaxaca. Este mismo autor, basándose en los trabajos antes mencionados, hace referencia en un trabajo publicado en 1990, a una pequeña piedra de unos 5 cm de altura, esculpida en una zona de la región de Pátzcuaro, Michoacán, proponiendo que probablemente representa, por una cara, el botón de Amanita muscaria y por la otra a la muerte, aludiendo así al efecto de dicho hongo, —pues éste tiene como se indicó antes— un doble efecto tóxico muscarínico y alucinógeno, y no es mortal, excepto en casos excepcionales de consumo excesivo del hongo.
 
“Con aquel negro manjar su cruel Dios los comulgaba”
 
Varios cronistas e historiadores españoles del siglo XVI hicieron referencias a los conocimientos que los indígenas habían conservado de sus antepasados prehispánicos, incluyendo la parte correspondiente a las costumbres, las ceremonias, los tratamientos medicinales y los alimentos de los pueblos indígenas mesoamericanos. Por los relatos de ellos y los documentos de la Inquisición, así como por las narraciones indígenas del Popol Vuh y los Anales de los Kalchiqueles, entre otros, se deduce que el uso de los hongos alucinógenos estaba generalizado en Mesoamérica.
 
Fray Bernardino de Sahagún, quien puede ser considerado el padre de la etnomicología y en general de la etnobiología de México, indica en su Historia de las Cosas de la Nueva España, escrita en la segunda mitad del Siglo XVI —que corresponde a una versión del Códice Florentino antes mencionado— la existencia del Tenonanácatl un hongo divino, que en realidad corresponde a un conjunto de hongos con propiedades alucinógenas por las cuales fueron adorados y estimados como hongos sagrados (estimación que aún persiste en varios lugares de México). Su ingestión era considerada como un mecanismo para tener contacto y hasta una comunicación íntima con sus dioses pues efectivamente, con frecuencia se pasa por una etapa mística bajo el efecto de estos hongos. Anota Sahagún que este hongo se desarrolla bajo el heno, en los campos; que es redondo, de pie alto, de mal sabor, y que al ser comido daña la garganta y emborracha, y que en gran cantidad provoca lujuria y visiones, aunque también es medicina para la calentura con frío y para la gota. En otra parte de su importante obra, el mismo autor describe varios tipos de hongos. Algunos de ellos son comestibles o medicinales y considera la posibilidad del envenenamiento por setas, pues indica el remedio para evitarlo (ungüento amarillo preparado sobre la base de insecto llamado axin o aje: Llaveia axinus).
   
Por su parte, Diego Durán, en su Historia de las Indias de la Nueva España (1567-1588) señala los efectos embriagantes de los hongos alucinógenos, al grado de provocar locura y suicidios, pues con la fuerza de estos hongos se presentaban visiones y revelaciones del porvenir, en las que hablaba el demonio.
 
Francisco Hernández fue nombrado por Felipe II, Protomédico de Indias (las Occidentales) en donde realizó importantes exploraciones y registros científicos de 1570 a 1577. Este trabajo culminó con la elaboración de la monumental Historia Natural de la Nueva España, que en la versión del botánico español Casimiro Gómez Ortega (1790) —la cual trata acerca de la Historia de las Plantas de la Nueva España— relata que hay ciertos hongos llamados citlalnanacame, que son mortíferos y otros llamados teyhuintinanacame que no lo son, pero que “producen cierta demencia temporal que se manifiesta en risa inmoderada”. Añade que éstos “son leonados, acres y de un fuerte olor desagradable”. También describe otros hongos con el nombre de teihuinti “que, sin producir risa, hacen pasar delante de los ojos toda suerte de visiones, como guerras y figuras de demonios”. Además, hace alusión a los hongos comestibles, “de naturaleza fría, sin sabor ni olor notables”, llamados iztacnanacame, tlapalnanacame y chimalnanacame, de colores blanco, rojo y amarillo respectivamente, lo cual sugiere que los indígenas mesoamericanos podían distinguir diversos tipos de hongos y sabían utilizarlos según la ocasión, pues eran capaces de seleccionar los comestibles y poder diferenciar éstos de los medicinales, los alucinógenas y de los muy tóxicos, cuyos efectos discriminaban con precisión.
 
Fray Toribio de Benavente, más conocido con el sobrenombre de Motolinía, en su obra escrita en el siglo XVI, Historia de los indios de Nueva España (publicada en el siglo XIX), también se refiere a los hongos alucinógenos que utilizaban los indígenas. Al comparar la ingestión de estos hongos con la comunión cristiana, comenta: “con aquel negro manjar su cruel dios los comulgaba”, considerando que era la “carne de dios o del demonio que ellos adoraban”. Sobre los ritos antiguos, sacrificios e idolatrías, el autor añade al referirse a los hongos: “los de esta tierra son de tal calidad, que comidos crudos y por ser amargos, beben tras ellos o comen con ellos un poco de miel de abejas y de allí a poco rato veían mil visiones y en especial culebras y como salían de todo sentido, parecíanles que las piernas y el cuerpo tenían llenos de gusanos que los comían vivos y así medio rabiando se salían fuera de casa deseando que alguno los matase; y con esta bestial embriaguez y trabajo que sentían, acontecía alguna vez ahorcarse y también eran contra los otros más crueles”.
 
Hacia 1543, Andrés de Olmos, en Antigüedades mexicanas, anota que los otomíes utilizaban hongos en sus ceremonias religiosas. El original de esta obra se perdió, pero se conoce a través de la versión que tradujo al francés André Thévet, alrededor de 1574, con el título L'historie du Mexique (publicada por primera vez en 1905).
 
En 1579, Gaspar de Covarrubias menciona en su Relación de las Minas de Temazcaltepec, que los hongos eran parte del tributo que pagaban los matlatzincas al señor de México y que los alucinógenos eran consumidos durante la fiesta intzachohui (del otomí chohui hongo).
 
En 1598, Fernando Alvarado Tezozómoc, en su “Crónica mexicana”, comenta que los mexica, después de las grandes ceremonias, les daban a comer a los extranjeros hongos silvestres con el fin de que se emborracharan y empezaran a bailar.
 
Hongos heréticos
 
Durante la época virreinal, debido a la prohibición de las autoridades españolas de consumir los hongos alucinógenos, siguiendo el criterio de los miembros de la Inquisición, dichos hongos solamente fueron mencionados esporádicamente durante los siglos (XVII y XVIII). En 1637, en Doctrina y enseñanza de la lengua mazahua de cosas muy útiles y provechosa: para los ministros de doctrina, Diego de Nájera Yanguas menciona la confesión de un penitente por el pecado que iba a cometer al ingerirlos, aunque sólo porque estaba enfermo. En 1656, en Manual de ministros de indios para el conocimiento de idolatría: y extirpación de ellas, Jacinto de la Serna, anota que Juan Chichitón, un indio de Tenango, dio de comer unos hongos llamados cuauhtlananácatl a todas las personas que asistieron a una ceremonia “a modo de comunión”, junto con pulque, y esto “los sacó de juicio que fue lástima”.
 
 
En la edición de 1840 del Códice Yanhuitlán, a cargo de Wigberto Jiménez Moreno y Salvador Mateos Higuera, se comenta que los indios “habían tomado nanacates para invocar al demonio como lo hacían los antepasados, que es público y notorio que siempre cuando no llueve o cuando se cogen los maíces, llaman al diablo y que cuando cogen los maíces hacen sus borracheras”.
 
En el Archivo General de la Nación se conservan constancias de las Audiencias del Santo Oficio de la Inquisición donde consta entre otros casos, que varias personas del pueblo de Taximaroa, Michoacán, tomaron una bebida de nanacates (del náhuatl nanácatl = hongo) para saber dónde estaba una mujer que había abandonado a su marido. En la parte correspondiente a “procesos de indios, idólatras y hechiceros”, se reproducen en las publicaciones del propio Archivo (1912), los juicios contra indígenas que utilizaban los hongos alucinógenos para saber si habían de morir pronto, si serían ricos o pobres, si les vendrían desdichas, o para tener otras revelaciones de origen sobrenatural por medio de dichos hongos.
 
In nanacamatinime
 
Los datos anteriores dan una idea sobre el conocimiento de los hongos en Mesoamérica y la importancia que éstos tenían para los pobladores prehispánicos de esta parte del Nuevo Mundo. Esta afirmación se refuerza al añadir que, debido al contacto íntimo y constante de los indígenas con la naturaleza, así como a los diversos usos que éstos daban a los hongos, los nahuas lograron desde una época muy anterior a la Conquista Española, por ejemplo, la elaboración de un sistema de clasificación de los seres vivos, incluyendo a los hongos, comparable a la clasificación binaria que ideó Linneo en el siglo XVIII, la cual por lo tanto surgió varios siglos más tarde que la clasificación indígena.
   
Este sistema se encuentra en la forma más elemental de una lengua aglutinante, como es el náhuatl. Por ejemplo, siguiendo a Molina y a Martín del Campo, de nanácatl, que significa hongo, derivan entre otros muchos términos: iztacnanácatl, hongo blanco (de iztac, blanco); cozticnanácatl, hongo amarillo (de cóztic, amarillo); cuauhnanácatl, hongo de árbol (de cuáuitl, árbol); cauhtlananácatl, hongo del bosque o del monte (de cuauhtla, montaña boscosa); micoaninanácatl, hongo venenoso (de micoani, cosa mortífera o ponzoñosa, veneno); teyuintinanácatl, hongo que emborracha (de teyuinti, embriagante); teonanácatl, hongo divino o sagrado (de teótl, dios); teotlaquilnanácatl, hongo sagrado que pinta o describe, o bien, comida espiritual o divina (de teotl, dios y tlaquilli, encalado, bruñido; o de teotlacuilli, comida espiritual o divina. Es por ello que eran “Los que saben de hongos”: In nanacamatinime.
 
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Referencias Bibliográficas
 
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 _________________________________________      
Teófilo Herrera
Instituto de Biología y Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
_____________________________________________      
 
cómo citar este artículo
 
Herrera, Teófilo. 1992. De los que saben de hongos. Ciencias, núm. 28, octubre-diciembre, pp. 37-40. [En línea].
     

 

 

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