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El Pedregal de San Ángel
César Carrillo Trueba
Editorial UNAM
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Jacinto Barrera
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“Dice Italo Calvino que un lector es aquel que se bebe
las palabras una a una y sólo busca que al hilarse éstas contengan una historia. Este libro está hecho para lectores así”, con esta frase, César Carrillo pone fin a los párrafos que, a modo de advertencia, nos ofrece antes de introducirnos en la historia que ha de relatarnos, historia que él mismo nos resume así: “...desde un principio, el propósito fue volver a trazar la secuencia en que fueron llegando, al derrame volcánico que dejó la erupción del Xitle, cada uno de los organismos que aún viven ahí o que lo hicieron en algún momento, y mostrar con esto la compleja trama que encierra el funcionamiento de un ecosistema”.
Desde esta perspectiva, desde la perspectiva del propósito que le anima, El Pedregal de San Ángel cumple su cometido. En efecto, a partir del conocimiento generado en torno a esa región por paisajistas y naturalistas, por geólogos y biólogos; por historiadores y arqueólogos, César Carrillo nos conduce por los derroteros de su historia, evadiendo además, y para fortuna del lector al que está dirigido, el intrincado metalenguaje en que se expresa a sí mismo el saber científico. Si lo que en El Pedregal de San Ángel se encuentra asentado resiste o no la mirada de los especialistas de las distintas disciplinas que ofrecieron su caudal para hacerlo posible, corresponde a aquéllos reflexionarlo.
Pero el libro que comentamos no sólo fue escrito persiguiendo el propósito ya señalado. Lo alienta además una pretensión, en el sentido original de la palabra, en el de impulso hacia adelante. “Este libro —nos dice el autor— pretende ser una historia, aunque —agrega de inmediato— quizá resulten varias”. Y es que César Carrillo busca fundir en una sola las llamadas historia natural y humana, al incorporar a la historia del ecosistema del Pedregal de San Ángel los efectos, no pocas veces involuntarios, que diversas acciones humanas han provocado en dicho ecosistema; con lo que se aleja, y para nuestro gusto, con acierto, de una perspectiva exclusivamente “conservacionista”. De ahí que entre sus mejores páginas se encuentren aquellas que dan cuenta de los efectos producidos por la introducción conciente e inconciente de flora y fauna europea por parte de los conquistadores españoles en ese territorio, al igual que las reunidas bajo el título de “Los estragos de la modernidad”, que narran el avasallador crecimiento de la ciudad sobre aquella zona pedregosa a lo largo de casi un siglo.
El hecho de que sea esa expansión urbana, un elemento por demás externo a la propia historia del ecosistema del Pedregal de San Ángel, lo que define su agonía —suspendida tan sólo por la creación de la reserva ecológica en una pequeña parte de su extensión original—, nos confirma que toda historia se alimenta de otras tantas.
Cada libro tiene su contraimagen en otro libro: al menos en un sentido, El Pedregal de San Ángel la tiene en La Tierra permanece de Teodoro Sturgeon. Aquella vieja y maravillosa novela de ciencia ficción que narra el repoblamiento de una ciudad tras un imaginado holocausto biológico. Y si en el texto de Sturgeon la ciencia se pone al servicio de la ficción, en El Pedregal de San Ángel, sucede lo contrario. La ficción esta subordinada, sin detrimento de la misma, a la divulgación del conocimiento científico. Además, al igual que todo buen texto que cuenta una historia, el de César Carrillo contiene múltiples paradojas. La más evidente es que, a lo largo de sólo dos milenios y sobre el yermo paisaje de lava que formó la erupción del Xitle, se constituyó el ecosistema más complejo del, en algún momento, feraz valle de México; entre sus piedras estuvo y aún está la mayor biodiversidad, o sea, la mayor cantidad de seres vivos de toda la región del Anáhuac, y que, como tantas otras cosas, fuera considerado por los conquistadores, y por extensión hasta nuestros días, tan sólo como un “malpaís”, como un erial.
Una segunda paradoja, no menos fuerte, que encierra El Pedregal de San Ángel, es que, si bien esa zona tuvo su origen en una erupción, que es la demostración de fuerza natural más violenta de aquellas a la que se enfrenta al hombre, su destrucción la provocó otra fuerza aún más poderosa y no la menos violenta de cuentas ha creado el hombre, la urbanización. En otras palabras, en esta historia el cemento resultó aún más poderoso y por lo menos tan destructor como la lava. Otra paradoja que encontré atañe no a la historia que nos narra César Carrillo, sino a la historia del libro como tal. Esta última paradoja reside en que siendo un libro que, por múltiples razones, es tan universitario, (entre estas razones vale la pena destacar el que la reserva ecológica del pedregal fue constituida gracias aun movimiento organizado por profesores y alumnos de su Facultad de Ciencias y que está bajo la custodia de la UNAM; que los más de los estudiosos de esa región pertenecen a esa casa de estudios y que el libro está editado por su Coordinación de la Investigación); la paradoja, repito, reside en que un libro de la Universidad Autónoma de México como éste no haya surgido de su imprenta, o sea, de la tercera imprenta universitaria que surgió en el mundo.
Lo único que espero respecto a esta última paradoja es que la misma no se vea reflejada en el precio del libro, por el bien de los lectores. Lectores que el libro de César Carrillo, por cierto, bien se merece, pues es un libro en el que, además de lo ya señalado, resaltan los efectos, los efectos a la región de la que se escribe, por los hombres que la visitaron, por los escritores que la narraron y, sobre todo, por los hombres y mujeres que la han habitado desde hace ya muchas centenas de años.
Y si en las palabras de advertencia y por boca de ítalo Calvino el autor nos hace el retrato hablado de su lector imaginario, hay que señalar, en su descargo, que con esa misma exigencia y afecto cuidó de su trabajo para entregárnoslo a todos nosotros.
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Jacinto Barrera
INAH
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cómo citar este artículo →
Barrera, Jacinto. 1996. El Pedregal de San Ángel. Ciencias, núm. 42, abril-junio, pp. 59-60. [En línea].
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