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La literatura
y la humanización
de la medicina
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Antonio R. Cabral | ||||||||||||||
Los pacientes confían en que sus médicos prevengan,
diagnostiquen y traten certeramente sus enfermedades, además, esperan que lo hagan con humanismo. Sin duda, la medicina camina paulatinamente hacia las tres primeras metas; en cambio, el cuarto atributo parece perder cada día más terreno. Los médicos de antaño poco sabían de biología molecular, genética humana, bioingeniería y epidemiología; pero cargaban en su maletín altas dosis de plática, paciencia, candor y calor humano. Esta deshumanización tiene causas muy variadas que no analizaré aquí. En cambio, en este ensayo abusaré del tiempo del indulgente lector con algunas reflexiones acerca de cómo el arte, en particular la literatura, puede contribuir a promover la difícil y paradójica tarea de “humanizar” la medicina. El entrecomillado es porque pienso que si algún ser extraterrestre (no necesariamente inteligente) nos visitara, se sorprendería al saber que una actividad tan inherentemente humana como es el alivio del sufrimiento está en peligro de destruir precisamente lo que por siglos ha sido el meollo de su éxito.
La relación entre literatura y ciencia está en debate desde la época victoriana. Matthew Arnold defendió la literatura mientras que Thomas Huxley propuso que las ciencias naturales remplazaran las letras humanas durante la educación general. En su famoso y controvertido ensayo Las dos culturas, C. P. Snow sugirió en 1959 que las ciencias naturales y las humanísticas están irremediablemente separadas y que el futuro pertenece a los científicos. Tal aserto podría tener cierta verdad entre algunos círculos científicos y literarios; sin embargo, conforta saber que desde 1972 algunas escuelas de medicina norteamericanas utilizan métodos literarios, textos clásicos y clases de literatura para tratar de ayudar a los médicos en formación a escuchar mejor a sus pacientes y humanizar sus actividades. Igualmente, varias revistas médicas de circulación internacional desde hace varios años publican secciones dedicadas a la literatura en donde, por ejemplo, reseñan textos literarios y reproducen poemas.
El estudio de la literatura puede contribuir a incrementar las dimensiones humanas del médico de varias maneras: 1) las narraciones literarias de los padecimientos pueden enseñar lecciones concretas acerca de las vidas de las personas enfermas; 2) las obras maestras de ficción permiten a los médicos comprender la fuerza y las implicaciones de lo que hacen; 3) por medio de la narrativa, los médicos pueden entrenarse a captar mejor las historias clínicas de sus pacientes y con ello aumentar su certidumbre diagnóstica y terapéutica; 4) los estudios literarios tienen la capacidad de incrementar la experiencia narrativa de los médicos y de ahondar en el entendimiento de actos en los que está involucrado el discernimiento ético; 5) el estudio de la literatura ha ayudado a enfrentar algunos de los desafíos actuales de la medicina, por ejemplo, la posición de los médicos como entes sociales y modificadores de su entorno ambiental; finalmente, 6) la literatura puede atemperar la siempre potencial enajenación que produce la experiencia diaria de la enfermedad y del sufrimiento.
Abundan los trabajos literarios sobre la vida de pacientes, del quehacer médico, del conocimiento narrativo, de la ética narrativa y sobre la teoría literaria de la medicina. Como el viaje emprendido por Dante al infierno en la Divina Comedia, que podría ser como un recorrido hacia cualquier enfermedad. En La muerte de Iván Ilich, Tolstoi lleva de la mano al lector aliado de la cama de un burócrata maduro y moribundo de cáncer que articula sin temores las lamentaciones de una vida egoísta y sus miedos de morir totalmente solo. En su obra maestra La metamorfosis, Kafka narra una parte de la vida de Gregorio Samsa, quien se ha convertido repentinamente en insecto, y la reacción de su familia, lo que podría ser quizás una metáfora de las varias transformaciones y del estoicismo que producen las enfermedades en pacientes, familiares y aun en médicos. En Intoxicated by my Illness, Anatole Broyard, genio de la llamada “literatura de la muerte”, describe sin tapujos su enfrentamiento con el cáncer de vejiga y con su propia mortalidad.
Las representaciones literarias del trabajo cotidiano de los galenos pueden ayudar también a aclarar su papel en la sociedad y lo que ésta puede esperar de ellos. La montaña mágica de Thomas Mann y La peste de Albert Camus son narraciones de los mundos personales, profesionales y políticos de los médicos. Médicos-escritores como Anton Chéjov, William Carlos Williams y Oliver Sacks, entre otros, escriben sobre la medicina con gran profundidad. En El pabellón número 6, Chéjov describe los grandes conflictos internos del estoico doctor Raguin ante la vida y ante la incurabilidad de algunas enfermedades. En Despertares, Oliver Sacks narra claramente la obsesión de los médicos por encontrar curas milagrosas y su lucha por convencer a las autoridades del poder de la investigación. En su formidable cuento Sólo para fumadores, Julio Ramón Ribeyro nos da una clara idea de cómo el cigarro gobierna la vida del fumador y de los graves daños que le causa su adicción.
Cuando un médico recibe a un paciente está expuesto a una compleja historia; con sus palabras y gestos el enfermo narra algunos episodios y sensaciones; si el paciente está dubitativo o es un narrador caótico, el galeno debe estar especialmente alerta para escuchar la historia, atender lo importante y desechar lo superfluo, para rellenar huecos y finalmente para agrupar los datos que le permitan emitir su diagnóstico. Para ello, el médico requiere técnicas que pueden ser ejercitadas por medio de la lectura, como respetar el lenguaje, no tomar partido, organizar los puntos en un texto que lo ayude a atar cabos y a entender una historia dentro de muchas otras narradas por el mismo sujeto.
La descripción de algunas enfermedades por quienes las padecen también contribuye a entender la relación siempre estrecha entre literatura y medicina. Aunque ayuda, como a Dostoievski, el sufrimiento no es un prerrequisito para la creación literaria; tampoco equivale a decir que el escritor deba estar enfermo para que pueda transmitir ideas reales del sufrimiento. Mann tuvo tuberculosis y sífilis, pero sólo en sus novelas. Igualmente, la influencia de la enfermedad del escritor puede comprobarse de diversas maneras y sus narraciones son verdaderas historias clínicas. Por ejemplo, el obsesivo interés de nuestro admirado Marcel Proust por los más pequeños detalles de la vida cotidiana y de su constante recreación, fueron, dicen sus biógrafos, el origen de su temperamento neurótico; además, su asma fue un santuario que lo enfrentó a Cronos y lo impulsó a crear su portentosa obra En busca del tiempo perdido.
El sentido común dicta que el médico aprende humanismo en su cuna y que sólo lo pone en práctica en el hospital o en el consultorio. Las escuelas de medicina esperan que los alumnos aprendan la ciencia clínica de sus maestros; suponen también que los estudiantes absorben de la misma manera las cualidades humanas de la medicina, esto es lo que muchos llaman “el arte de la medicina”. Creo que esto tiene algo de verdad, sin embargo, así como los médicos no aprenden toda su ciencia sólo de ver, los estudiantes tampoco pueden adquirir sólidamente las bases humanas de la práctica médica sin un entrenamiento explícito y progresivo. Tengo para mí que, junto con otras estrategias y medidas, la literatura podría auxiliarnos a todos en ese esfuerzo.
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Antonio R. Cabral
Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición, "Salvador Zubirán".
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cómo citar este artículo →
Cabral R., Antonio. 1996. La literatura y la humanización de la medicina. Ciencias, núm. 44, octubre-diciembre, pp. 8-9. [En línea].
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