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Inés Gutiérrez |
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Mucho se ha hablado sobre la profunda, antigua
y persistente relación entre los humanos y las drogas. No obstante, en las últimas décadas la problemática ha escalado hasta convertirse en un enorme conflicto económico, político, cultural, social y de seguridad que afecta a millones de personas de diversas maneras. Es por causa de esto que desde hace varios años se ha mantenido un debate público mundial sobre las políticas necesarias para contender con todos los problemas que se derivan del uso y abuso de dichas sustancias psicoactivas, comúnmente conocidas como drogas. En dicho debate han participado expertos de múltiples áreas del conocimiento con la intención de integrar documentos e investigaciones históricas y actuales que comprendan todas las aristas de este problema. Uno de los aspectos centrales a resolver en este gran embrollo es el tratamiento de las personas que han pasado del consumo recreativo y ocasional al consumo compulsivo y perjudicial, usualmente llamados adictos —no se abordará aquí la discusión sobre el lenguaje apropiado para nombrar a tales personas y se referirá a ellas simplemente como adictas. A pesar de que existen lugares especializados para el tratamiento de dichos individuos, la mayoría de ellos regresan —si tienen los medios— tras sucesivas recaídas, y el riesgo de reincidir en el consumo puede permanecer a lo largo de toda su vida. Una de las principales señales de lo problemático del asunto es el hecho de que no existen estadísticas precisas que revelen la efectividad de los centros de tratamiento que hay en el mundo, específicamente en México. Esto podría deberse a que, como grupo, las personas adictas son difíciles de seguir ya que su sistema y autocontrol están irreversiblemente afectados, lo cual los inhibe de perseguir un tratamiento efectivo para ellos. Otra razón podría ser el pobre entendimiento que tiene la sociedad mundial sobre este padecimiento.
El trastorno por consumo de sustancias o adicción se caracteriza por ser una enfermedad del sistema nervioso en la cual el uso compulsivo —intenso y descontrolado— de las drogas persiste a lo largo del tiempo a pesar de haber consecuencias sociales y de salud graves y negativas. Una vez que son adictas, hay personas que responden de manera positiva después de una intervención, recuperando el rumbo de su vida; pero hay otras que nunca se recuperan.
Una de las actividades humanas que ha contribuido al entendimiento de la patología de la adicción es la investigación científica, en especial en el área de la neurobiología. Durante años, quienes se dedican a investigar el sistema nervioso y la manera como el procesamiento de información moldea el comportamiento, han buscado entender la mente de todo tipo de usuarios, desde los que hacen un uso recreativo hasta aquellos que hacen uso perjudicial, así como todos los que están en medio. Gracias a eso tenemos una noción general de las modificaciones que le suceden al cerebro y al cuerpo tras el consumo de una sustancia psicoactiva.Uno de los principales cambios que experimenta el cuerpo en el desarrollo de una adicción es la tolerancia, que es cuando una persona necesita paulatinamente una dosis incrementada de la droga de su preferencia para experimentar las mismas sensaciones que vivió la primera vez que la consumió. Un segundo fenómeno que ocurre en una adicción es el ansia de consumo o craving en inglés, ésta se caracteriza por un deseo intenso de consumo y un sentimiento corporal desagradable. Finalmente está el síndrome de abstinencia, que se describe como el agonizante malestar que experimentan los usuarios cuando los niveles de la droga en la sangre bajan.
También sabemos que las sustancias psicoactivas crean cambios plásticos en el cerebro por distintos mecanismos y que tanto la naturaleza química de éstas cómo el procesamiento distintivo por parte del cuerpo de cada una resultan en que algunas sean más adictivas que otras. Conocemos las distinciones básicas entre los diferentes grupos de drogas: opiáceos (morfina/heroína y oxicodona), psicoestimulantes (nicotina, cocaína y anfetamina), sedantes o hipnóticos (etanol, barbitúricos y benzodiacepinas), cannabinoides (Cannabis), psicodélicos o alucinógenos (lsd, mdma, dmt, mescalina y psilocibina) e inhalantes (tolueno). Estas categorías se han establecido con base en el blanco molecular del sistema nervioso central al que se unen o afectan dichas sustancias.
Hasta hace algunos años, gran parte de la investigación estaba enfocada en entender los cambios ocasionados por las drogas, colocándolas como el factor determinante. Esto llevó a los centros de rehabilitación a concentrarse en mantener a las personas lejos de la droga de su preferencia, confinándolos en un espacio y cuidándolos a lo largo de su desintoxicación para liberarlos nuevamente a la vida cotidiana. Este tratamiento demostró ser muy poco efectivo, no solamente porque la gente recaía constantemente, sino que también, al salir, mostraban un comportamiento cada vez más aberrante, poniendo en riesgo su vida e incluso la de sus personas cercanas y en los casos más graves se encontraban con el desenlace más trágico de una drogodependencia: la muerte por sobredosis.
Esta falla en la rehabilitación de los adictos y la información que se tiene sobre la existencia de otro tipo de adicciones —como a las apuestas, al sexo o al trabajo—, en las cuales no existe ninguna sustancia extraña con potencial adictivo que altere el cerebro, revelan que el problema es mucho más complejo de lo que pensábamos.
En términos muy simples, el paradigma que ha prevalecido para explicar los cambios neurobiológicos que provocan la adicción es el siguiente: cuando un individuo consume una droga, un neurotransmisor llamado dopamina se libera y funciona como una señal placentera que activa el sistema mesolímbicodopaminérgico, esto es, el sistema de recompensa del cerebro. Con el paso del tiempo el individuo desarrolla tolerancia y consecutivamente surgen la dependencia y el síndrome de abstinencia. Esta visión ha sido cuestionada por lo difícil que es para las personas adictas rehabilitarse y por evidencias experimentales que serán descritas a continuación. Así, esta percepción ha funcionado para explicar cómo se crea o establece la adicción, pero ha sido deficiente en ayudarnos a entender por qué se mantiene tan obstinadamente a lo largo del tiempo.
Afortunadamente, está surgiendo un nuevo paradigma, lentamente y aún sujeto a debate, que promete una explicación más integral de las adicciones. Nos concentraremos aquí sólo en lo que guarda relación a la adicción a las drogas, bien a pesar de que, existe la sospecha, los mismos mecanismos actúan en otras adicciones.
Posibles predictores de la adicción
A lo largo de la historia del estudio de las adicciones se ha propuesto que existen individuos que son más susceptibles a caer en conductas adictivas que otros y esto se ha intentado corroborar por distintos medios. Mediante estudios indirectos se ha encontrado que aquellas personas con una madre o un padre con una drogodependencia tienen una tendencia a incurrir en este tipo de conductas. Sin embargo, las modificaciones de genes y los genes específicos implicados en esta enfermedad no han sido identificados en humanos. Se ha encontrado una correlación entre la presencia de enfermedades psiquiátricas como la esquizofrenia y la depresión con un aumento en la probabilidad de volverse dependientes de alguna sustancia. Algunos estudios con roedores han relacionado cambios en el núcleo de las neuronas con la preferencia por una droga, como la cocaína.
Recientemente se ha demostrado, mediante estudios con modelos animales y humanos, que el estrés temprano —maltrato y eventos estresantes antes de la pubertad— resulta en cambios permanentes en el sistema neurohormonal y en algunos circuitos neuronales del cerebro que tienen una relación directa con el desarrollo de la adicción. Esto significa que el maltrato infantil ocasiona cambios directos en el sistema nervioso central y lo inclina hacia conductas adictivas. A pesar de ello, una proporción de adolescentes que han vivido estrés temprano severo no desarrollan la patología; estos individuos, por lo general, tienen actividades o amistades que los motivan fuera del ámbito familiar, lo cual les facilita el no volver a caer en conductas adictivas.
Entrelazada con los componentes previamente mencionados, se encuentra la epigenética, esto es, la interacción de los genes y el ambiente. Todas las células que componen a un individuo contienen complementos de adn esencialmente idénticos, y éstas se diferencian para formar tejidos y órganos, diferenciación que se da gracias a una serie de cambios regulados en el potencial de transcripción de cada gen que ocurren por señales ambientales manifestadas mediante la comunicación entre células. Estos procesos o factores epigenéticos que encienden y apagan ciertos genes en momentos y en células específicas no sólo suceden durante el desarrollo embrionario, también funcionan a lo largo de la vida del organismo adulto mediando la adaptación de las células a estímulos ambientales. En una revisión realizada por Alfred Robinson y Eric Nestler en 2011 se compiló toda la evidencia que existe sobre cómo estos factores epigenéticos en las neuronas son directamente afectados por las sustancias psicoactivas y crean cambios estables en el cerebro.
Antes de que un individuo comience a consumir una sustancia de abuso podría ser que estos tres agentes (factores genéticos, epigenéticos y estrés temprano) hayan modificado el sistema, dejándolo propenso a engancharse en comportamientos adictivos. Esto no ha sido comprobado de manera contundente, así que por ahora sólo significa que existe una relación entre estos factores y la adicción, pero no implica que si alguien presenta todas estas características o solamente una y consume una sustancia psicoactiva vaya a desarrollar la patología o que éstas sean las únicas causas de una predisposición.
Mecanismos de memoria
Como se ha mencionado previamente, la adicción es un trastorno que persiste durante demasiado tiempo, incluso muchos años después de que la persona se ha desintoxicado y curado de los síntomas de la abstinencia. Por lo tanto, la noción preexistente que concibe a la adicción como una afectación neurobiológica producida por las propiedades placenteras de las drogas debe de ser reevaluada. Una de las propuestas más recientes involucra descubrimientos a nivel molecular, celular, sistémico, de comportamiento y computacional que apuntan a la idea de que la adicción representa un funcionamiento patológico y aberrante de los mecanismos de memoria y aprendizaje que bajo condiciones normales subyacen a la supervivencia, moldeando comportamientos relacionados con la búsqueda de recompensas. Este nuevo paradigma no pretende desechar el conocimiento previo sobre el sistema de recompensa, sino incluirlo en un panorama mucho más amplio.
Se considera que el aprendizaje es la adquisición de información nueva por parte del cerebro y que se manifiesta en la formación de una nueva sinapsis entre dos neuronas; la memoria es el proceso mediante el cual dicha información es codificada y almacenada para después ser recuperada y utilizada, y puede ser clasificada en memoria de corto plazo y memoria de largo plazo.
La memoria de corto plazo es consecuencia de la sensibilización temporal de una sinapsis previa, mientras la de a largo plazo surge debido al reforzamiento constante de una sinapsis previa mediante la activación de genes específicos y la síntesis de proteínas. La estructura cerebral que más se ha relacionado con el aprendizaje y la memoria es el hipocampo.
Para que una especie sea exitosa y sobreviva, los organismos deben buscar y obtener los recursos necesarios para ello —comida y agua—, así como buscar oportunidades para reproducirse; esta búsqueda debe llevarse a cabo a pesar de costos y riesgos y en ella está involucrada la memoria de largo plazo. En los mamíferos, estas metas naturales —comer o aparearse— funcionan como recompensas y se persiguen bajo la anticipación de que su consumo o consumación producirán resultados benéficos, como obtener la energía necesaria para llevar a cabo sus actividades o concebir un hijo. Estas recompensas y anticipación involucran comportamientos que son positivamente reforzantes —que persisten y aumentan a lo largo del tiempo en vista de un desenlace positivo. Por otro lado, existen sensaciones internas, como el hambre, la sed o el deseo sexual, que incentivan dichos comportamientos. Además, hay señales ambientales que se relacionan directamente con la meta: la visión o el olor de la comida, el aroma de una hembra en celo; éstas inician o fortalecen estados de motivación que hacen más probable que el organismo lleve a cabo una serie de acciones complejas, como cazar o buscar pareja. Con el paso del tiempo, dichas secuencias de acciones conductuales se vuelven automáticas —se convierten en hábitos— pero permanecen lo suficientemente flexibles para responder a una serie de eventualidades, entre las cuales están la intoxicación por comida o el rechazo de una posible pareja, llamados reforzadores negativos. Todo esto significa que existen mecanismos neurobiológicos específicos que han evolucionado y como consecuencia le dicen al organismo: “pase lo que pase, sigue haciendo esto pues es indispensable para la supervivencia de nuestra especie”. La memoria es fundamental en todo ello.
Las drogas y el cerebro
Las drogas crean patrones conductuales que recuerdan a aquellos provocados por recompensas naturales; sin embargo, los comportamientos adictivos destacan por su capacidad de sobreponerse a casi cualquier otra meta, reduciendo el conjunto de objetivos propios de un individuo a sólo el de buscar y consumir la sustancia a la que éste se ha vuelto dependiente. Bajo tal visión, la abstinencia podría ser considerada análoga al hambre, la sed o el deseo intenso de aparearse. Adicionalmente, las recaídas después de la desintoxicación son disparadas comúnmente por claves contextuales asociadas al consumo de la droga, como estar acompañado de cierta gente, en lugares especiales, la parafernalia o la sensaciones corporales que estaban ahí antes, durante y después del uso de la sustancia psicoactiva, etcétera.
Existen tres aspectos fundamentales para la persistencia de la adicción, los cuales involucran estructuras cerebrales diferentes —se diferencian por su posición en el cerebro y el tipo de neuronas que predominan— y circuitos de comunicación específicos entre ellas; éstos son: los procesos moleculares y celulares mediante los cuales los comportamientos de búsqueda de una droga se convierten en hábitos compulsivos; los mecanismos neurobiológicos que perpetúan el riesgo de recaer; y los mecanismos por los cuales las claves ambientales asociadas a las drogas terminan por controlar el comportamiento. La integración de los tres podría llevarnos a un entendimiento más completo de la enfermedad.
Hábitos compulsivos
La dopamina ha sido considerada como el neurotransmisor predominante en esta patología, y se había establecido que ésta envía una señal de placer que activa el sistema de recompensa, ocasionando que el organismo prefiera la droga por sus propiedades placenteras. Sin embargo, esto ha sido debatido, ya que en los estudios con animales (roedores principalmente) manipulados para tener niveles muy bajos de dopamina, tanto sus conductas de búsqueda de la droga como su preferencia por agua azucarada sobre agua simple no cesaban; ambas tienen propiedades placenteras intrínsecas.
Esta información llevó a otros autores a proponer que la dopamina promueve el aprendizaje recompensado, funcionando como un puente entre las propiedades placenteras de la meta y las acciones, y promoviendo el comportamiento asociado a la búsqueda de recompensas o metas. Las proyecciones de neuronas dopaminérgicas desde el área ventral tegmental hacia el núcleo accumbens, la corteza prefrontal y la amígdala forman un circuito que tiene un rol crítico en moldear comportamientos de búsqueda de la droga.
Otro estudio propone que el cambio del uso voluntario al uso compulsivo representa una transición de la información que al principio activa predominantemente la corteza prefrontal y pasa a activar el cuerpo estriado mediante la señalización de neuronas dopaminérgicas. A pesar del protagonismo de la dopamina, existe un actor secundario que también participa en la historia: la norepinefrina. Se cree que este neurotransmisor se libera en la corteza prefrontal y acompaña la liberación de dopamina en el núcleo accumbens; ambas estructuras son críticas en comportamientos recompensados.
Algunos estudios sobre las neuronas apuntan a que la persistencia de las adicciones está basada en la remodelación de sinapsis y circuitos neuronales que bajo condiciones normales se asocian con la memoria de largo plazo. Esto significa que el circuito involucrado en este tipo de memoria está tan afectado que las neuronas sufren modificaciones en su forma y las conexiones entre áreas funcionales del cerebro se restablecen, fortalecen o debilitan. Esto podría darse tanto por la intensificación como por la reducción mantenida de la señal entre dos neuronas.
El riesgo de recaer
En el cerebro existen niveles basales de neurotransmisores que pueden ser afectados. Se cree que el aumento espontáneo y disparado de dopamina en ciertas áreas del cerebro podría actuar como una predicción de una recompensa positiva y que dicha anticipación podría ser el trasfondo del momento de euforia que sucede antes de consumir la droga —conocido comúnmente como rush. Ese momento es uno de los elementos más difíciles de ignorar y reemplazar para las personas dependientes, ya que para ellos no existe ninguna otra sensación comparable y no hay nada que pueda provocarla si no es la droga.
Para que los comportamientos dirigidos por recompensas se lleven a cabo de manera exitosa deben efectuarse acciones complejas que permanezcan a pesar de obstáculos y distracciones. La corteza prefrontal, junto con su comunicación con otras áreas, está encargada de representar las metas, de asignarles un valor y seleccionar las acciones específicas y necesarias para conseguir la meta. Se ha hipotetizado que para que se actualice la información dentro de la corteza prefrontal debe haber una liberación de dopamina en forma de ráfaga. Las drogas podrían estar produciendo una señal altamente distorsionada y potente de dopamina; este bombardeo excesivo tanto en la corteza prefrontal como en el núcleo accumbens y el estriado dorsal podría disminuir la respuesta de las recompensas naturales.
Todo esto podría explicar por qué las personas adictas dejan de buscar otras actividades o gustos personales y por qué las drogas cobran un papel tan importante para ellos. El sistema está tan afectado que su visión se reduce a perseguir la euforia, a pesar de estar conscientes del daño ocasionado por las drogas.
Claves ambientales
La dopamina informa al sistema sobre el estado motivacional del organismo, pero estas neuronas no tienen la capacidad de representar la especificidad de las claves contextuales asociadas a la droga, por lo que es aquí donde entra en acción otro neurotransmisor: el glutamato. Los mecanismos de aprendizaje asociativo están involucrados en esto y dependen principalmente de neuronas de glutamato y de su interacción con neuronas de dopamina en estructuras cerebrales como el núcleo accumbens, la amígdala, la corteza prefrontal y el estriado dorsal.
Los receptores de ciertos neurotransmisores como el glutamato, la dopamina, los opioides endógenos y los endocannabinoides se activan de manera coordinada cuando el individuo es expuesto a las claves ambientales asociadas al consumo de la sustancia adictiva. Asimismo, la regulación al alza o baja de la expresión de un gen o una proteína específica podría explicar el aumento en la respuesta a la droga y a las claves contextuales que predicen su consumo. No obstante, existe una estructura que antes no era considerada en los circuitos implicados en la adicción: la corteza insular.
Corteza insular
La ínsula o corteza insular es una estructura del cerebro que ha sido relacionada con la integración de las sensaciones viscerales y las capacidades cognitivas de los humanos. Recientemente ha llamado la atención de los investigadores que se dedican a estudiar las adicciones debido a que, en 2007, un grupo de investigadores encontró en un estudio retrospectivo que un conjunto de fumadores compulsivos —fumaban más de una cajetilla diaria— que habían padecido un infarto cerebral y presentaban un daño en la ínsula reportaban haber dejado de fumar sin problemas de recaídas ni sentir el ansia de consumo después del infarto; parecía que se les había olvidado su adicción. Por otro lado, un grupo de fumadores compulsivos que también habían tenido un infarto cerebral, pero que presentaban daños en otras estructuras y no en la corteza insular, seguían siendo adictos o habían tenido dificultad para dejar de fumar. Lo más sorprendente es que las personas que tenían daños en la corteza insular no reportaban una disminución en las ganas de comer o el deseo sexual.
A la luz de esta nueva información se han realizado en México y en el mundo investigaciones con modelos animales y humanos que intentan resolver el papel que tiene dicha estructura en el trastorno por sustancias de abuso, un papel que parece ser esencial.
En un estudio realizado por Marco Contreras y su equipo, entrenaron a un grupo de ratones para que asociaran una clave visual con el consumo de anfetamina, a la vez que se les había insertado cánulas —tubos muy delgados de acero inoxidable— en ambos hemisferios del cerebro, las cuales llegaban directamente a la corteza insular. En el momento en que los ratones mostraban una preferencia contundente por el lugar en el que se les inyectaba anfetamina —es decir, ya eran adictos—, por medio de las cánulas se les introdujo lidocaína; el efecto de esta sustancia fue bloquear los canales de sodio de las neuronas, lo que resultó en una inactivación reversible de la corteza insular. Durante esta inactivación temporal se les realizó una prueba a los ratones y se vio que dejaban de preferir el lugar asociado a la droga; una vez que el efecto de la lidocaína pasaba, regresaban a preferir el lugar.
En otra serie de estudios con imagenología cerebral —resonancia magnética usada para mapear la actividad del cerebro— se demostró que la corteza insular se activa cuando a las personas adictas se les expone a las señales ambientales asociadas a la droga que desencadenan el ansia de consumir.
Así, a pesar de que esta estructura ha sido ignorada en la mayor parte de la literatura sobre adicciones y su participación todavía es controversial, algunos expertos sugieren que en la ínsula están representadas las sensaciones corporales asociadas al consumo de la droga —como los efectos cardiovasculares, gastrointestinales o de las vías aéreas que se experimentan con el consumo de la droga— y que ésta representación se activa cuando el sujeto es expuesto a claves que han sido previamente asociadas al consumo del estupefaciente. Por ende, se cree que dicha estructura es una de las encargadas de mantener la adicción a lo largo del tiempo.
Un nuevo paradigma
Esta nueva visión, que involucra diversos mecanismos y estructuras del sistema nervioso, coloca las adicciones en un contexto mucho más amplio y nos permite estudiarlas desde distintos ángulos y proponer intervenciones y tratamientos en diferentes momentos.
En ella se integra el sistema mesolímbicodopaminérgico con la activación de genes y síntesis de proteínas involucrados en la memoria, las cuales conducen a dicho sistema a funcionar de manera anormal. Asimismo, ésta nos lleva a comprender que, no obstante lo que se pensaba anteriormente, la patología en cuestión es sumamente compleja y apenas estamos acercándonos a comprenderla; es una enfermedad que involucra algunas de las cuestiones evolutivas más importantes para nuestra especie sobre las cuales no tenemos control.
Aunque todavía falta mucho por saber y no exista un consenso que afirme que la adicción es una enfermedad multifactorial, tenemos información objetiva suficiente para afirmar que la empatía y los incentivos sociales para ampliar el espectro de actividades que una persona pueda llevar a cabo sirven como herramientas de terapia que permiten aumentar la resiliencia de los individuos. Nos ayuda también a entender que, para que una persona pase de un uso ocasional o recreativo a la búsqueda compulsiva de una droga, necesita pasar mucho tiempo y que deben establecerse cambios permanentes en el cerebro.
Esto fundamenta de igual manera la posibilidad de intervenciones tempranas en personas que estén en riesgo, lo cual, aunado a nuevos fármacos, la estimulación magnética transcraneana —forma no invasiva ni dolorosa de estimulación de la corteza cerebral basada en pulsos magnéticos— y otras innovadoras técnicas moleculares con blancos específicos en las distintas vías de señalización, prometen un tratamiento más efectivo e integral de esta terrible enfermedad.
Finalmente, este nuevo paradigma nos plantea la posibilidad de dejar de ver a las personas adictas como fracasados sociales y merecedores de su padecimiento. Un informe acerca de los centros de rehabilitación en América Latina emitido por la Open Society Foundation reporta que en México operan 2 027 centros, de los cuales sólo 12% cumple con la Norma oficial; el resto son de iniciativa privada y, por no estar regulados por el gobierno, en ellos ocurren violaciones graves a los derechos humanos, así como maltrato, tortura, humillación, confinamiento sin consentimiento, abuso físico y psicológico y descuido, empleados como supuestos mecanismos de terapia. Dicha situación no sólo refleja la ineficiencia e incapacidad del gobierno para cumplir con la obligación que tiene de prevenir los abusos, sino que también habla del pobre entendimiento que tenemos sobre lo que en realidad significa ser dependiente de una droga, de las ideas erróneas que han permeado la sociedad y desencadenado que se rechace, discrimine, criminalice y satanice a tales personas.
Es momento de reflexionar y dejar de usar el término drogadicto tan indiscriminadamente. Por su parte, los científicos y el sector gubernamental deben continuar generando e integrando la información necesaria para proponer terapias actualizadas. Está en nuestras manos empoderarnos mediante la información actual, así como romper, poco a poco, los prejuicios que tenemos sobre las personas adictas, ya que éstas son personas que viven en un estado de sufrimiento perpetuo y mucho de ese sufrimiento se debe a que son malentendidas. |
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Agradecimientos Quiero agradecer al Dr. Federico Bermúdez Rattoni por orientarme en la elaboración de este escrito, por ayudarme a aclarar mis ideas y comunicarlas de la manera más clara posible, pero sobre todo por su paciencia e interés. |
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Referencias Bibliográficas
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Inés Gutiérrez Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México. Inés Gutiérrez es estudiante de la carrera de biología, en la Facultad de Ciencias de la UNAM y realiza su tesis en el Laboratorio de Neurobiología del Aprendizaje y la Memoria a cargo del doctor Federico Bermúdez en el apartado de neurociencias del Instituto de Fisiología Celular. |
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