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Los árboles:
tecnología verde
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Emilye Rosas Landa Loustau y Antonio
del Río Portilla

 
                     
Según cuentan los libros de historia, la cuenca
de México fue descrita como un enorme lago rodeado de montañas verdes y cielo azul, inmortalizada en una novela como la región más transparente. Los volcanes Iztaccihuatl y Popocatepetl al horizonte descansaban la vista y los ríos que alimentaban el lago apaciguaban el espíritu. Seguro que el águila devorando a la serpiente no fue lo único que motivó a los mexicas a asentarse en esta cuenca.

No obstante, en la actualidad la ciudad de México está al borde del colapso: 1 200 toneladas de basura producidas diariamente, escasez de agua, reducción de áreas verdes por construcción ilegal, aire contaminado, tráfico y muchos otros problemas. Veamos el caso de las áreas verdes.

La ciudad de México tiene una superficie total urbana —es decir, sin incluir suelo de conservación— de 632.66 km2, de la cual 128.28 km2 corresponden a áreas verdes urbanas, es decir aproximadamente 20%. De éstas, poco más de la mitad son áreas arboladas (71.70 km2) y el resto de pastos y arbustos. Si dividimos la superficie arbolada entre el número de habitantes de la zona urbana de la ciudad de México, obtenemos que cada habitante tiene alrededor de 9 m2 de árboles. Sin embargo, sólo 44.69 km2 arbolados se hallan bajo un programa de mantenimiento que asegura que los árboles estén saludables para que brinden un beneficio ambiental cercano al que se estima en forma teórica y que se basa en su tamaño, especie y estado de salud, por lo que cada capitalino sólo tiene 5.3 m2 de árboles (en promedio) cuando lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud es de 9 a 11 m2, es decir, se requiere casi el doble de zonas arboladas en la ciudad de México. ¿Por qué se recomienda esta superficie por persona? ¿Cuáles son las funciones que desempeñan en nuestro entorno urbano las zonas verdes?

Beneficios

Empecemos por calcular la cantidad de dióxido de carbono que absorben las áreas verdes cuidadas de la ciudad de México. Se estima que cada metro cuadrado de zona arbolada es capaz de absorber 2.8 kg de dióxido de carbono al año, entonces la superficie arbolada en esta ciudad podría absorber aproximadamente 125 132 toneladas de dióxido de carbono en ese lapso. Si se venden estas reducciones de dióxido de carbono en los mercados voluntarios de carbono, donde cada certificado de reducción de emisiones de dióxido de carbono vale en promedio 6 dólares por tonelada (de acuerdo con la plataforma mexicana de bonos de carbono el precio de estos instrumentos financieros depende de la localización y tipo de proyecto y del mercado en que se ofertan, por lo que el precio va de 1 a 12 dólares por tonelada), es decir, aproximadamente 120 pesos por tonelada. Se obtendrían así 15 015 840 de pesos al año.

Con el fin de comparar esta cifra con algún servicio conocido por el capitalino pondremos como ejemplo que la línea 1 del metrobús al vender sus reducciones de emisiones de dióxido de carbono en Europa obtuvo poco más de 2 millones de pesos en 2009. En este caso los bonos de carbono de las áreas verdes son casi veinte veces los bonos de carbono provenientes del metro.

Si se incrementara la extensión de las áreas arboladas de la capital, no sólo podríamos reducir nuestras emisiones de este gas invernadero, sino además financiar su mantenimiento junto con algunas otras acciones sociales o ambientales.

Además de absorber dióxido de carbono los bosques urbanos producen oxígeno; la cantidad de este gas generado por un metro cuadrado de bosque depende de la especie de los árboles, de su tamaño y su salud.

En diferentes ciudades de Estados Unidos se hizo un estudio del oxígeno liberado por los bosques urbanos y se obtuvo que la tasa mínima de emisión de oxígeno es de 2.7 toneladas al año por metro cuadrado. Utilizando este dato, la zona arbolada cuidada de la ciudad de México provee 300 437 toneladas de oxígeno anualmente. Sería muy necesario hacer un estudio similar en nuestras ciudades a fin de que se registren las especies de árboles locales y sus emisiones de oxígeno.

Por otro lado, un adulto en promedio respira 0.84 kg de oxígeno al día, es decir 306.6 kg al año; multiplicando este consumo por la población que había en 2010 en la ciudad de México (8 851 080 habitantes) obtenemos 2 713 741 toneladas de oxígeno, es decir, los bosques de la ciudad proveen nueve veces menos oxígeno que lo requerido por los capitalinos. Afortunadamente 21% de la atmósfera está compuesta de oxígeno de modo que todos los capitalinos logramos sobrevivir, aunque está claro que si la ciudad de México fuera un sistema cerrado nos asfixiaríamos en pocos días.

Otra de las virtudes de los bosques urbanos es la de remover contaminantes del aire como el ozono, el dióxido de nitrógeno, el dióxido de azufre y el monóxido de carbono. En un estudio de 2006, David Nowak, Daniel Crane y Jack Stevens revisaron los datos de cincuenta y cinco ciudades estadounidenses en las que sus bosques eliminaron en promedio 1% de estos contaminantes anualmente. Dependiendo de la ciudad estudiada, los bosques remueven del aire entre 11 100 y 22 000 toneladas de contaminantes; aquí mismo se indica que el valor promedio de remoción de contaminantes es de 10.8 g/m2 por año. Estos valores parecen modestos, pero si se considera que la remoción de una tonelada métrica de dióxido de nitrógeno cuesta 6 752 dólares, la de dióxido de azufre 1 653 y 959 la de monóxido de carbono, los bosques urbanos de los Estados Unidos son capaces de ahorrar del orden de 60 millones de dólares cada año tan sólo por remover contaminantes de la atmósfera. Es claro que tales datos son alentadores y pueden ser considerados como inversiones rentables en el largo plazo. De nuevo es necesario indicar que se requiere un estudio semejante al hecho por Nowak, Crane y Stevens para la ciudad de México y otras ciudades del país, pues como ellos mencionan, los valores de captura de contaminantes depende de la especie y tamaño de los árboles, además de las condiciones meteorológicas de la zona.

Más árboles, más beneficios

Usualmente, cuando una ciudad crece se reemplazan sus zonas verdes por edificios, caminos o estacionamientos que generan islas de calor. Este fenómeno consiste en una elevación de la temperatura local debido a que los materiales urbanos absorben un gran porcentaje de la radiación solar que reciben en lugar de reflejarla.

Se ha encontrado que las islas de calor pueden elevar la temperatura de la zona centro hasta 10 °C por encima de la temperatura ambiente de los alrededores. La sombra y humedad que los bosques nos brindan permiten reducir 20% el costo de ventilación artificial en los edificios. Se dice por ejemplo que cada grado centígrado incrementado en una zona urbana provoca que los costos por ventilación artificial suban de 4 a 8%.

Cada delegación de la ciudad de México invierte una cantidad distinta de electricidad en ventilación artificial, pues algunas concentran un gran número de oficinas con ventilación artificial mientras que otras son de carácter residencial y sólo algunas casas cuentan con dicho servicio.

Una vez más, resulta clara la necesidad de diferenciar el origen del consumo eléctrico en nuestra ciudad; relacionando el consumo eléctrico causado por ventilación artificial y el incremento en la temperatura local por islas de calor podríamos determinar la extensión de área arbolada necesaria para atenuar los efectos.

Por otra parte, se ha observado que las temperaturas altas promueven la reacción fotoquímica de hidrocarburos y óxidos nitrosos de la atmósfera que producen ozono, elevando la concentración de este compuesto en las zonas urbanas. Al moderar la temperatura local, los bosques no contribuyen a la formación de ozono. Se ha registrado que por cada grado centígrado incrementado, la concentración de esmog crece de 7 a 18%. De acuerdo con los estudios realizados en el Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México, durante el siglo xx la temperatura de la ciudad de México se ha incrementado en 3° C a causa de la urbanización; esto significa que el consumo de energía eléctrica por ventilación artificial se incrementó 24% y la concentración de esmog 54% tan sólo en el siglo pasado.

Los bosques urbanos con mantenimiento pueden retribuirnos más de 42 millones de pesos anualmente. Una vez que se tengan datos técnicos precisos, a estos recursos se les puede sumar los que se obtienen por producción de oxígeno, remoción de contaminantes y disminución en consumo eléctrico por ventilación artificial. Las áreas arboladas deben considerarse como tecnologías verdes rentables, con beneficios que influyen directamente en la calidad de vida de los habitantes de las ciudades.

Faltan árboles

Resulta claro que el índice de superficie arbolada por habitante no es la adecuada para que la población se beneficie de las funciones que cumplen los bosques, que cada capitalino no disfrutará de un aire más limpio, ni de reducir tu tarifa eléctrica, de una temperatura más agradable en su localidad, etcétera. Pero, además de los beneficios ya mencionados, los árboles capturan partículas o polvo en sus hojas, bloquean la radiación ultravioleta, filtran agua contaminada, amortiguan la contaminación auditiva y contribuyen a la salud mental de quienes pueden vivir cerca de un bosque; algunos árboles producen frutos que nos alimentan y cualquiera los puede plantar y cuidar.

Finalmente, dadas las enormes emisiones de dióxido de carbono de nuestra urbe es claro que para disminuirlas se requiere implementar tantas alternativas de fuentes renovables de energía como sea posible. Sin embargo, pensamos que la alternativa de reverdecer las ciudades es la más accesible para la población. Aprendamos a vivir en simbiosis, para lo cual se necesita un poco de respeto y esfuerzo.

Estimado lector: ¿se cree capaz de plantar y cuidar un árbol durante toda su vida?, ¿mantener un jardín?, ¿embellecer un camellón?, ¿cavar jardineras en su banqueta? Son pequeños sacrificios para obtener grandes beneficios, ¿no lo cree?

     
Referencias bibliográficas

Cardelino, C. A. y W. L. Chameides. 1990. “Natural hydrocarbons, urbanization and urban ozone”, en Journal of Geophysical Research, vol. 95, núm. D9, pp. 13971-13979.
Carreiro, Margaret M., Yong Chang Song y Juanguo Wu. 2008. Ecology, Planning and Management of Urban Forests. Springer, Nueva York.
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Simpson, James R. 1998. “Urban forest impacts on regional cooling and heating energy use: Sacramento County case study”, en Journal Arboriculture, vol. 24, núm. 4, pp. 201-214.
Torres Rivas, Daniel. 2005. Planeación, espacios verdes y sustentabilidad en el Distrito Federal. Tesis, División de Ciencias y Artes para el Diseño, Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, México.

En la red

www.transparenciamedioambiente.df.gob.mx
data.sedema.cdmx.gob.mx/sedema
www.gob.mx/inecc
www.verticalgreen.com
www.azoteasverdes.com.mx
goo.gl/DzjXUP
www.inegi.org.mx
goo.gl/y6aVqy
www.state.sc.us/forest/trpeople.htm
goo.gl/a1ZVsH

     

     
Emilye Rosas Landa Loustau
Facultad de Ingeniería,
Universidad Nacional Autónoma de México.

Antonio del Río Portilla
Instituto de Energías Renovables,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     

     
 
cómo citar este artículo


Rosas Landa Loustau, Emilye y Antonio del Río Portilla. 2017. Los árboles: tecnología verde. Ciencias, núm. 125, julio-septiembre, pp. 29-41. [En línea].
     

 

 

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