revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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            R022B01

Palos de ciego

 
   
   
     
                     

Una reseña, glosa e ilustración del libro de V. Nabokov Laughter in the Dark (New Directions Papperbook Penguin Books Canada, Ltd., 7a. ed., 1978), como si fuera una metáfora del procedimiento científico para comprender la realidad externa a base de cuatro sentidos, instrumentos, raciocinio y azar. Por Carlos Larralde, Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM.

“Había una vez, en Alemania, un hombre llamado Albinus. Era rico, respetable, feliz; un día abandonó a su esposa por una joven amante; amó, no fue amado y su vida terminó en desastre.

“Ésta es toda la historia, y ahí la dejaríamos si no hubiera beneficio y placer en contarla; y aunque hay espacio suficiente en una lápida para contener, envuelta en musgo, la versión resumida de la vida de un hombre, el detalle es siempre bienvenido” (V. Nabokov).

En el proceso Albinus queda ciego y es trasladado a un cottage en las montañas de Suiza. Ahí vive con su bella Margot y una cocinera, quien no puede hablarle ni siquiera verle, del miedo que él le infunde. Rex, el amante de Margot, también vive con ellos —en el piso más amplio y soleado— pero en secreto. La pareja disfruta del dinero de Albinus, y de su ceguera, presentándole a firmar cheques de gastos corrientes por cifras exorbitantes, y amándose en sesiones de tormentosos silencios. Se regocijan realizando ante su presencia acciones cotidianas que la repetición vuelve casi imperceptibles en condiciones normales, pero que el obligatorio silencio subraya y las vuelve deliciosas. Albinus progresa en la definición del mundo que le rodea a través de combinaciones sensoriales insospechadas por los videntes —pausas seguidas de olores, ruidos a deshoras, boca de Margot silenciada a espasmos, cosquilleos de labios y de piel sin el acompañamiento habitual de los zumbidos— hasta que Albinus formula la hipótesis de que con ellos convive otra persona. Cuando su cuñado Paul se lo confirma al visitarlo sin previo aviso, —sorprendiendo a Rex desnudo estimulando con una pajilla la cara del ciego, por divertirse con sus gestos para espantar silenciosos insectos de su delicada piel —Albinus, desolado, grita una solicitud de negación “…Paul do say I am alone… I implore you… I am quite blind”, no del todo diferente al temor reverencia! (“awe”, en Inglés) que siente el científico al descubrir otro más de los designios divinos en el acontecer natural.

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            R022B03

La historia de la vida en la tierra

Héctor Gómez de Silva
   
   
     
                     

La vida en la Tierra tiene una historia de miles de millones de años, lapso de tiempo incomprensible para los efímeros seres humanos. Por ello se justifica que utilicemos, en esta nota, una metáfora basada en un concepto para medir el transcurso del tiempo, más familiar para todos, como lo es el año de 365 días.

Así al calcularse la edad de la Tierra en 4600 millones de años, y al encontrarnos con que los fósiles de seres vivos más antiguos que se conocen, muestran que hace alrededor de 3500 millones de años ya existía una gran diversidad de especies de bacterias, concluimos que la vida debió haberse originado en el planeta hace más de 3500 millones pero no más de 4600 millones de años. Ahora bien, para fines prácticos, vamos a suponer que surgió la vida hace 3650 ¼ millones de años, con el fin de poder comparar su duración con 365 1/4 días, o sea un año.

Por lo tanto, y volviendo a la metáfora, un día equivaldría a 10 millones de años. Así, observamos que la forma mas compleja de vida durante los primeros meses la representaban las bacterias. Ya para lo que vendría a ser fines de julio o principios de agosto, aparece, por primera vez en el registro fósil, un protista, pero más de la mitad del tiempo, la Tierra estuvo habitada sólo por bacterias.

Los primeros animales no aparecieron hasta hace unos 600 o 700 millones de años, o sea ¡a finales de octubre! La Era Paleozoica, en la que la fauna comienza a parecerse a la actual (por lo menos se conocen representantes de varios phyla que aún existen) empieza a principios de noviembre. ¡Los fósiles más estudiados y los phyla actuales tienen menos de dos meses de existir! metafóricamente hablando, claro está.

Aunque los animales y las plantas se originaron en el mar, las primeras plantas y animales terrestres no aparecen hasta el 20 de noviembre o un poco después; pero tanto las primeras plantas como los primeros animales terrestres (artrópodos) eran muy pequeños.

En pocos días, aparecen los primeros anfibios y el 28 de noviembre, el primer reptil. Los continentes se encuentran unidos formando el supercontinente Pangea más o menos del 1° al 12 de diciembre, en el que se empieza a fragmentar. Entre el 7 y el 8 de diciembre (o sea hace 240 millones de años) se produce la mayor extinción de todos los tiempos, en la que se calcula que se extinguió repentinamente el 96% de las especies.

Los dinosaurios y los mamíferos aparecen alrededor del 9 o 10 de diciembre. Ambos surgen como carnívoros o insectívoros pequeños, pero los dinosaurios se expanden y dominan el mundo, hasta que sus últimos representantes se extinguen, aproximadamente al mediodía del 25 de diciembre, junto con un gran porcentaje de otras especies. Habían dominado el mundo medio mes, mas de 160 millones de años. Pero mucho antes de extinguirse, antes del 16 de diciembre, dieron origen a las primeras aves.

Del 25 de diciembre en adelante, los mamíferos han sido los vertebrados dominantes. En los últimos 5 1/2 días del año, surgieron los primates, murciélagos, ballenas, roedores, ungulados, carnívoros y la mayoría de los órdenes de mamíferos que actualmente forman parte de la fauna.

Fue el 31 de diciembre (hoy) cuando los antepasados del hombre se separaron de los antepasados de los gorilas y chimpancés. El género Homo apareció hace 1.8 millones de años, a las 7:30 de la tarde. Ya tenía entonces el doble de la capacidad craneana que la de su antepasado el Australopithecus, lo que equivale a la mitad de la capacidad craneana promedio de nuestra especie. A las 11:15 (casi 30000 años) nuestra especie ya pintaba en los muros de las cuevas. El alfabeto fue inventado en el Medio Oriente hace 6 minutos (hace alrededor de 5000 años). Nuestra era comienza hace 2.86 minutos (hace 1990 años) y Charles Darwin publicó El Origen de las Especies por medio de la selección natural apenas hace 11 segundos (132 años).

Usted esta leyendo este artículo precisamente a las 12 de la noche del “año de la vida”.

Mark Twain, un excelente escritor irónico, escribió, utilizando otra metáfora, “Si la Torre Eiffel representara la edad del Universo, la capa de pintura que tiene en la punta representaría la porción que le correspondería al hombre de este tiempo, y cualquiera se daría cuenta de que la torre se construyó sólo para el lucimiento de esa delgada capa de la punta… ¿o no?” Los seres humanos sólo forman parte de los últimos minutos del año de la vida.

No olvide que, siguiendo la metáfora del año de la vida, si ésta comenzó el año pasado, el ser humano apenas surgió hace pocas horas; su sangre se separó de la de los grandes monos apenas hoy, los primates surgieron hace cinco días y medio, los mamíferos aparecieron hace 21 días y los animales multicelulares sólo hace un mes y pico. Recuerde eso cuando lea que las bacterias han existido en la Tierra más de 3500 millones de años.

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 Referencias Bibliográficas

Gore, Rick, “Extinctions”, National Geographic, 175 (6): 662-699, junio de 1989.
Nance, R. Damian, Thomas R. Worsley y Judith B. Moody, “The Supercontinent Cycle”, Scientific American 259 (1): 44-51, julio de 1988.
Weaver, Kenneth F, “The Search for Our Ancestors”, National Geographic, 168 (5): 560-623, noviembre de 1985.
Smithson, T. R., 1989, “The earliest Known Reptile”, Nature, 342 (6250; 7 de diciembre de 1989): 676-678.

     
       
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Héctor Gómez de Silva                                                                                                  Facultad de Ciencias, UNAM.
 
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            R022B05

Olvidar a París

 

José Luis Rodal Arciniega

   
   
     
                     

— Un autre petit cognac, monsieur?
Las palabras de la azafata me devolvieron lentamente al mundo exterior.

— ¿Qué? — alcancé a decir en español.

— On ferme le bar, monsieur, et si vous voulez… — Non, non, merci — comprendí de golpe que aterrizaríamos en unos minutos.

Desde que abordé el avión en la Ciudad de México me sumergí en mis pensamientos: hechos precisos, datos vagos, especulaciones que debían organizarse para construir un esquema explicativo que apaciguase mi nerviosismo, suministrándome hipótesis plausibles con respecto al por qué de esa invitación inesperada para venir a Francia. En eso se me fue el tiempo de vuelo y la breve escala en Houston (ni siquiera le eché un vistazo a la última novela de Dallal que equivocadamente me regaló la China al despedirme en el aeropuerto).

En Roissy, me presté gustoso a cumplir con las formalidades de entrada e incluso disfruté con las actividades banales de recuperar el equipaje y cambiar algunos marchitos pesos por solvente moneda francesa (el enfrentar situaciones concretas, simples e inmediatas me tranquiliza enormemente). Después me dirigí, maletas en mano, al sitio de taxis.

— Vous allez où monsieur? —me preguntó el chofer cuarentón de mejillas sonrosadas.

En un francés impecable (hablarlo bien es una de las mayores vanidades que gozo en permitirme) le dije que me llevara, siguiendo las instrucciones del profesor, a la estación del metro Alésia, de ahí me iría caminando al departamento de la Rue des Plantes donde me alojaría hoy y los próximos días.

Durante el trayecto a la ciudad repasé los antecedentes principales. Henri Devilliers fue, sin sombra de duda, el mejor de todos los profesores que tuve en Francia y con el que llevé una relación más estrecha. Politólogo brillante, especialista en asuntos internacionales, seducía con su erudición y sus modos aristocráticos, lo mismo a sus alumnos en la cátedra que al crédulo ciudadano medio en sus frecuentes intervenciones en la prensa, la radio y la televisión. Ducho en el arte de encantar a los demás, manejaba con soltura la regla y el consentimiento y alternaba sutilmente la complicidad y la provocación. De cada generación de, pongamos veinte estudiantes, sólo se dignaba dirigir las tesis de dos (o tres cuando mucho).

Al aceptar dirigir la mía, y así manifestarme su predilección, me inflamó de orgullo y contribuyó a que fuera aceptado por mis condiscípulos franceses, todos egresados de escuelas prestigiadas, todos de buena familia, todos habitantes de barrio chic. Simón fue otro de los privilegiados. Al mexicano y al chileno siempre se les veía juntos… detrás de su profesor.

Cuando regresé a México parecía aguardarme un vertiginoso desarrollo profesional. Era cuestión, pensaba yo, de recopilar en corto tiempo la información pertinente para elaborar la tesis y retornar a Francia para la redacción final y la presentación del examen doctoral, para luego, de nueva cuenta en México, empezar a convertirme en el Henri Devilliers de por acá. Aun ahora, pasados cinco años, no sé bien por qué no sucedió así. En parte, puedo achacárselo al corte de becas que se produjo apenas hechos oficiales la crisis económica y el cambio de sexenio. Pero no, creo que el mayor mal estuvo en mí. Primero, fue esa condenada vocación apostólica que me llevó a enterrarme en una oscura universidad pública de provincia; después vinieron ese casamiento tonto (esa historia de amor equivocada) y el paulatino abandono de mis ambiciones. Casi sin darme cuenta fui dejándome absorber por actividades menores ajenas a la tesis. Mi reputación en la universidad de candidato al doctorado, se fue desvaneciendo. Harto de las miradas de sorna de mis colegas y abrumado por la imposibilidad de enseñar cualquier cosa a estudiantes mongoloides, dejé la universidad para probar suerte, ayudado por los parientes de mi mujer, en la administración pública. Más cuando me divorcié quedé peor que antes. Durante el último año me gané el pan pinchemente, haciendo traducciones y dando cursitos de francés que me conseguía la directora de la Alianza Francesa en la localidad.

Recibí la carta del profesor cuando atravesaba un periodo de fuerte depresión (¡tanta amargura y frustración acumuladas!). Quién sabe cómo diablos dio conmigo. Hacía varios años que habíamos suspendido todo contacto epistolar. La carta tenía timbres nacionales y sellos de la Ciudad de México. Antes de leerla había imaginado su contenido lleno de reproches y reclamos referentes a la tesis inconclusa. No había nada de eso. Por el contrario, estaba escrita en un tono suave, con múltiples guiños de complicidad alusivos al pasado. En su prosa amanerada (muy siglo diecisiete) me incitaba a volver a París para visitarlo. Sugirió que tenía un trabajo interesante para mí. En la fórmula de despedida me llamaba mon cher ami y lo que me resultó más extraño: adjuntos a la carta me envió un boleto de avión (¡primera clase!) México-París-México, las coordenadas del lugar donde debería alojarme a mi llegada y la recomendación encarecida para que justificara el viaje diciendo a mis conocidos, en México y en París, que iba-venía a presentar la tesis.

Me percaté de que ya recorríamos calles parisinas. Me sentí emocionado. En mi mente se yuxtaponían los recuerdos de los “días de vino y rosas” vividos aquí.

— On arrive au metro Alésia, Monsieur— farfulló el taxista.

Pagué y descendí del auto. Parado en una esquina abrí mi vieja guía y tracé mentalmente la ruta más larga para llegar al departamento prometido. En cours de route me detuve en un bar-tabac y compré de jalón media docena de cajas de puritos Wintermans.

Se trataba de un edificio de medio lujo, con la fachada recientemente renovada. Me presenté ante la conserje (una atildada señora portuguesa, algo encamable y todavía con varios años de buena vida por delante). Ella me dio las llaves del departamento y un sobre cerrado. Subí hasta el cuarto piso por la escalera alfombrada y entré sin mayor dificultad. Un breve recorrido por el sitio y exclamé complacido: —Pas mal du tout la petit baraque! Tenía una sala con muebles de cuero y en las paredes varias fotografías de París tomadas por el gran Edouard Golbin, una recamara como para ahuyentar cualquier asomo de claustrofobia, un cuarto de lectura con un escritorio de marquetería y un par de sólidos libreros, un baño enorme con tina y sauna, una cocina integral llena de gadgets domésticos. Una segunda ojeada al departamento me brindó más sorpresas agradables: en la cocina, una docena de botellas de vino de primera clase, un par de pomos de Calvados Busnel y otro par de Armañac de una marca que no conocía; en la recamara, un equipo danés de sonido y una treintena de discos compactos entre los que sobresalían todas las canciones de Bárbara, el Arte de la Fuga de Bach, las mejores piezas de Satie interpretadas por Aldo Ciccolini y las sonatas para pianoforte de Hayden; en el cuarto que servía de biblioteca, novelas cuyos títulos me evocaron sabrosas discusiones literarias con Devilliers, en su casa de Neuilly… hace no sé cuánto tiempo.

Quien sea que haya puesto aquí estas cosas (Devilliers encabezada la lista de sospechosos), tiene un conocimiento íntimo de mis gustos. ¿A qué venía ese afán por complacerme? Recordé entonces el sobre que me dio la conserje. En el papel, que leí ávidamente, sólo estaban escritas, de manera impersonal, nuevas instrucciones. Debía encontrarme con él dentro de tres días a las diez de la mañana, en la entrada sur del bosque cercano al pueblo de Rambouillet (a unos treinta minutos de tren de la estación de Montparnasse). Mientras tanto, ya ero dueño de mi tiempo. Para mis “gastos menores” podía disponer de diez mil francos, los cuales se encontraban dentro del libro de Mikhaïl Boulgokov Le Roman de Monsieur de Molière, en el cuarto de lectura. Yo quedaba en libertad de decidir si visitaba a viejas amistades o no, pero se me reiteraba lo petición de justificar mi presencia en París “par des raisons académiques”. Adicionalmente por ningún motivo debería de dar a nadie mi dirección actual en la ciudad y mucho menos traer personas (hombres o mujeres) al departamento. Antes de terminar de leer ya estaba yo de veras perplejo y preocupado. En la última línea estaba escrito, como si se hubiera previsto mi estado de ánimo, rassurez vous, le mystère sera devoilé dans trois jours.

¡El boleto de avión, los diez mil francos y todo lo demás! Yo estaba seguro de que el profesor esperaba algo de mí. Pero qué carajos querría, me repetía mentalmente. Yo ya comencé a recibir, más… ¿cuáles serían los otros términos del intercambio? Y, sobre todo: ¿por qué las precauciones? Necesitaba un buen trago de Calvados. Me serví una porción generosa. Puse un disco de Bach y me tendí sobre el sofá de cuero. Seguí dándole vueltas al asunto. El trago se volvió medio botella. Jugando a distinguir las voces de una fuga me fue invadiendo una agradable somnolencia.

Me desperté y miré el reloj. Debí haber dormido por lo menos doce horas. Aparte las cortinas, corrí el cerrojo de la ventana y me asomé al balcón que daba al jardín interior del edificio. Era una fresca pero soleada mañana de principios de otoño. Qué carajos, pensé, estás de nuevo en París y eso es lo que cuenta. Desayuné varios croissants con chocolate en un bar de la Avenue du Maine, luego pasé a la estación para informarme sobre los horarios de los trenes a Rambouillet. El resto de la mañana me transcurrió caminando sin rumbo definido por la ciudad. El hambre hizo acto de presencia cuando vagaba por el Boulevard des Italiens. Caminé unas cuadras hasta Chartier. Como siempre, estaba hasta la madre de gente y tuve que hacer cola veinte minutos hasta que un mesero marroquí me señaló una pequeña mesa para dos personas poblada a la mitad por un gordo trajeado, que despachaba vorazmente un plato de tripes a la mode de Caen. Ni siquiera levantó los ojos del plato para verme. Mejor así, me dije, éste es de los que no hacen platica. Leí con atención la minuta cargada de promesas y me incliné finalmente por una combinación heterodoxa, compuesta de filet d’hareng a l’huile d'olive, blanquette de veau, choux de Bruxelles, fromage Pont l’Evêque y Crème de marrons-chantilly. Para rociar tales platillos seleccione una demi-bouteille de Entre deux-mers y una botelluca de Castillon (los vinos no fueron nada del otro mundo pero me trajeron reminiscencias del viaje en bicicleta con Anne-Marie por los riberas de la Dordogne). Con un Calvados y un café servidos, me puse o hojear la sección de cine del Pariscope. Prendí un purito Wintermans para facilitar la elección de las dos películas que vería eso tarde.

A lo salida del cine me dieron ganas de visitar a una amiga-amante de otros tiempos. Toqué a su puerta sin recibir respuesta. Alertada por los timbrazos salió una vecina y me informó que Gisèle estaba disfrutando unas vacaciones en la nueva Caledonia y no regresaría, así lo había anunciado, hasta el mes de noviembre. Descubrí entonces que más que uno amiga necesitaba al segundo término del binomio y me fui a merodear por ciertos rumbos. Después de una consulta con mis fantasmas del momento contraté los servicios de una blondinette de carita de muñeco y formas adolescentes. Me repugnaba la idea de ocuparme con ella en un cuartucho de la Rue Saint-Denis. Tampoco podía llevarla al departamento de la Rue des Plantes. Me acordé que esta vez tenía yo bastante dinero y opté por una solución hotelera de cuatro estrellas cerco del Palais Royal. Horas más tarde, descargados ya las ganas imperiosas y con sueño a borbotones, me felicité por haber evitado pensar durante toda la jornada en el profesor Devilliers y en la cuenta de gastos que habría de presentarme pasado mañana.

Al día siguiente, mi ánimo se tornó taciturno y decidí quedarme en el departamento. Ya habrá ocasión, me dije, de retozar cuando el asunto que Devilliers se trae entre manos, se vuelvo transparente para mí. Me pasé leyendo el resto de la mañana. Cociné un fajo de capelli d’Angelo con salsa de champiñones, a la par que escuchaba un cassette de Lobo y Melón que me acompañó desde Mexiquito (“fueron tus promesas falsos juramentos, palabras que el viento lejos se llevó”, canté a dúo con Melón). A medio tarde, noté los síntomas del advenimiento de una pequeña depresión. Necesitaba hablar con alguien, me receté. Recurrí al teléfono ¿Quién de mes vieux copines estaría con seguridad al otro lodo de la línea a esta hora? Stéphane, claro, si es que aún trabaja en la galería de arte de la Rue Dauphine. Le atiné. Conversamos de banalidades por espacio de media hora, me felicitó por haber terminado la tesis y quedamos de vernos la próxima semana para ingerir cerveza belga.

Después de colgar me sentí mejor.

Estaba acostado con un libro abierto ante mis ojos. Leía sin leer mientras iba dibujando mis opciones de vida. Si pudiera quedarme aquí… ¿lo haría?…

Qué me esperaba en México: nada que valiera lo pena… tendría que tomar las cosas en serio… proseguir mi carrera… ser más ambicioso para borrar de la cara de la gente la sonrisa gentil hacia el joven talento malogrado (incluso la China me dijo una vez que yo me estaba desperdiciando)… me vería obligado o asumir responsabilidades indeseadas. En París podría ser distinto… aquí siempre sería un métèque, un extranjero al que no le serían solicitadas ni comprobaciones ni explicaciones. I was a free man in Paris, como en la canción de Jani Mitchell… tal vez podría serlo otra vez… y si en verdad Devilliers tuviera un buen trabajo para mí…

Distinguí a lo lejos la figura de Devilliers recargado sobre la verja de la entrada al bosque. Al aproximarme a él sentí la dulce punzadita de la esperanza.

— Mon cher Lino… C’est un plaisir— me soltó Devilliers a manera de saludo, haciendo el inevitable énfasis en lo o al pronunciar mi nombre.

— Moi aussi, professeur, je suis content de vous revoir —respondí, vigilando atentamente mi acento.

Despachamos con rapidez la serie de preguntas y respuestas convencionales sobre la calidad de mi viaje, de mi alojamiento y de mi estancia en París durante los últimos días. Al tomar una veredita que se alejaba del camino principal, Devilliers entró en materia.

— Ecoutez moi bien, Lino, et ne posez aucune question avant que je n’aie fini de vous énoncer ma proposition.

Me tomó por el brazo y habló cadenciosamente. Me había hecho venir de México para que yo matara a alguien por cuento suya. Yo no correría riesgos considerables pues todo estaba planeado escrupulosamente. Yo sólo fungiría como brazo ejecutor. Sería una tarea simple y rápido. La recompensa sería cuantiosa.

Devilliers calló. Luego sonrió para alentar mi intervención.

Le pregunté que por qué quería la muerte de eso persona. Él me respondió que no podía decírmelo pero que tenía razones poderosas para desaparecerla. Yo hice con la cabeza un movimiento de negación. Él agregó que se trataba de un hombre de setenta años, en el ocaso de su vida. Yo seguí negándome. Él volvió a la carga y esta vez sus palabras fueron más persuasivas.

— Yo lo conozco muy bien a usted, Lino —comencé yo a traducir mentalmente— Todas esas horas que pasamos juntos no fueron en vano. Además, me he informado sobre su pasado reciente en México… no, no se asombre… tengo buenos amigos en la Alianza Francesa. Lino, yo necesito su ayuda y a cambio de ella puedo hacer mucho por usted. —Lino —machacó—, yo le ofrezco una nueva vida. Le ofrezco dinero: quinientos mil francos, la mitad ahora, el resto cuando me entregue resultados. También le ofrezco una tesis de doctorado, muy útil si usted quiere volver a México, una tesis brillante que obtendrá los más altos honores universitarios. Y además, Lino, le ofrezco una oportunidad para que usted ejerza sus verdaderas capacidades profesionales… sé de qué estoy hablando: obtener lo mejor y lo peor de la gente es una parte esencial de mi verdadero trabajo.

Al día siguiente recogí el sobre y la pistola en el lugar indicado por Devilliers. La precisión de las instrucciones revelaba un profundo conocimiento de todas las variables. Obedientemente, memoricé cada detalle y luego quemé el papel. Ese mismo día me mudé a un departamento que el profesor me había dispuesto en Asnières, en los suburbios de París. Mi nuevo alojamiento distaba bastante del anterior: los muebles indispensables, no había tina y mucho menos sauna, ni libros, ni discos. Me instalé lo mejor que pude para pasar la noche. No pude concentrarme en la lectura, aunque esta vez me preocupaban otras cosas. ¿Sabría usar el arma? (el profesor me dijo que sólo era cuestión de mover la palanquita del seguro, apuntar con cuidado y jalar el gatillo) ¿Qué motivos tenía el profesor para hacerme este “encarguito”?

¿Quién diablos era ese anciano setentón? Y, sobre todo: ¿Quiénes estaba detrás de todo esta? (la información sobre mí y sobre el viejo, los departamentos, el dinero, todo esto parecía trascender al profesor). Me sentí un personaje de Patricia Highsmith.

Diecisiete horas después, el asunto estaba concluido. En el tren que me llevaba a Tours seguía asombrándome la perfecta correspondencia entre teoría y realidad. Devilliers estuvo en lo cierto: mi acción fue eficaz y mi conciencia una cómplice ideal, como si yo hubiera nacido para ser un verdugo impersonal.

El tren entró en gare. Tenía escasos diez minutos para trasladarme a la vecina estación de autobuses, donde debería abordar el camión de pasajeros con destino al pueblo de Saint-Cyr-sur-Loire.

Me bajé antes de llegar al pueblo y caminé un par de kilómetros, por un camino de terracería de subidas y baladas (¡qué bueno que se le ocurrió al profesor decirme que dejara mi equipaje en el departamento de Asnières!). Desde una lomita divisé la casa. Al acercarme, toda duda quedó disipada: ahí estaban los dos pisos, la mesa blanca bajo los dos arboles y la camioneta azul. No parecía haber nadie (anochecía y las luces estaban apagadas). Extraje la llave de la maceta situada a la izquierda de la entrada y abrí la pesada puerta de madera. Me esperaban doscientos cincuenta mil francos (la otra mitad estaba segura en mi chaqueta), la tesis y quizá (¡por qué no!) una nueva oferta de trabajo. Al encender la luz de la sala vi a Simón. Su presencia aquí fue para mí un monumento a la sorpresa: mis instrucciones no decían nada al respecto. A Simón no lo veía desde la fiesta para despedirme, en casa de Viviane, hace varios años.

— Simón, ¿qué haces por acá? —inquirí estúpidamente.
— ¿Qué tal Lino? Para mi también es algo inesperado que seas tú.
— ¿Veniste a visitar al profesor? —me recuperé rápidamente.
— No exactamente —dijo él— Esperaba a cualquiera, menos a ti… ¿no estabas en México?
— Vine a Francia a presentar la tesis —repuse yo con algo más de aplomo.
— Toma asiento —y me señaló un sillón frente al suyo.
— ¿No sabes si va a tardar el profesor? —le pregunté con tono desenvuelto.
Sin contestar, Simón se paró y se dirigió hacia un armario.
— ¿Quieres beber algo?
— Sí, claro —le dije— ¿Hay Pastis?
Por toda respuesta sacó una botella y se entretuvo un corto rato dándome la espalda. Cuando lo vi de frente no tenía la esperada copa en la mano, tenía una pistola con silenciador.
— ¿Qué sucede Simón? —le dije, tratando de conservar la calma. Simón me dio una respuesta retrasada: —Sucede que el profesor no va a venir.
— ¿Por qué “eso” Simón? —y le señale con un dedo la pistola. —¿Tú también estas dentro del juego?
— Lino, nunca dejarás de ser un tonto. Esta pistola es para dispararla sobre ti.
Creí comprender de golpe: —Es… es Devilliers el que…
— No, él no te traicionó, Lino. Él cometió también un gran error… el último. Lo usaron como te usaron a ti y me usan a ml, sólo que en mi caso he tomado precauciones. He aprendido a sobrevivir en este mundo.
— ¿Por qué tiene que ser así, Simón?
— Mataste al grand patron de la Direction Générale de Surveillance du Territoire, el contraespionaje francés… te van a buscar por cielo, mar y tierra… tarde o temprano te encontrarían… luego descubrirían a Devilliers y luego llegarían hasta… y es por eso, Lino, sólo por eso.
— Simón, no puedes… déjame ir… tomaría un avión para México y… en recuerdo de los viejos tiempos… fuimos amigos.
— No puedo, Lino. Lo lamento.
Debiste haberte quedado en México. Debiste haberte olvidado de París.

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José Luis Rodal Arciniega                                                                                                 Santa Catarina Mártir, Puebla, julio de 1987.

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Efraím Hernández Xolocotzi

Manuel Parra
   
   
     
                     

El Doctor Hernández Xolocotzi nació en San Bernabé Amaxac de Guerrero, Tlaxcala, el 23 de enero de 1913. Estudió en la Stuyvesant High School, New York (1928-1932) en el State College of Applied Agriculture, Farmingdale, Long Island, New York (1932-1934). En 1934 ingresó al College of Agriculture, Cornell University, Ithaca, New York, en donde se graduó como Bachelor of Science in Agriculture (1938). Realizó sus estudios de posgrado de 1947 a 1948 en Harvard University, Cambridge, Mass. Obtuvo el grado de Master of Arts in Biology en 1949. Ingeniero Agrónomo especialista en Parasitología (revalidación SEP México). El Colegio de Posgraduados, Chapingo, México, le confirió el grado de Doctor Honoris Causa en 1981. Recibió de la Universidad Autónoma de Chapingo el grado de Doctor Honoris Causa en 1984.

Sus actividades profesionales las inició como Ayudante de Jefe de Zona del Banco Nacional de Crédito Ejidal, S. A. en Tabasco, México (1939-1942). Asesor Técnico para el fomento de la producción de materia prima de aceites vegetales y fomento de la mecanización agrícola, Foreign Economic Administration, Embajada Americana en México (1942-1960). Explorador Botánico para la recolección de Plasma Germinal de las cultivos autóctonos de México de la Oficina de Estudios Especiales, Secretaría de Agricultura (1945-1959). Botánico del Laboratorio Entomológico —ecología de las hospederas silvestres de la mosca prieta de los cítricos en el noreste de México— Departamento de Agricultura de los Estados Unidos de Norteamérica en México (1949-1950). Asesor Técnico de la Comisión Forestal del estado de Michoacán (1956-1960). Consejero de la Comisión sobre el Estudio Ecológico de las Dioscóreas —estudios sinecológicos de la vegetación de las zonas cálido-húmedas del Golfo de México— INIF (1858-1976). Asesor Técnico del Departamento de Forrajes del INIA (1960-1967) —experimentación e investigación sobre plantas forrajeras en el país. Explorador botánico de plasma germinal de maíz y frijol, en Colombia, Ecuador y Perú. Centro Internacional del Mejoramiento de Maíz y Trigo (1968-1972).

Su participación en docencia e investigación se inició como encargado del departamento de Botánico de la Escuela de Agricultura del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores Monterrey, Monterrey, N.L. impartió las cátedras de Botánica General, Botánica Sistemática, Histología Vegetal, Cultivos industriales, Cultivos Tropicales y Fisiología Vegetal. Además realizó trabajos de experimentación en plantas forrajeras del noreste de México (1950-1952).

En 1953 inició sus actividades en la Escuela Nacional de Agricultura, Chapingo, México. En esta institución impartió las cátedras de Botánica Sistemática, Agrostología, Manejo de Pastizales, Botánica Forestal y Geobotánica. Fue nombrado encargado del Departamento de Bosques, ENA (1959). Jefe del Departamento de Zootecnia, ENA (1963-1965). Jefe del Departamento de Preparatoria Agrícola, ENA (1973-1975). Miembro del Consejo Directivo de lo Escuela Nacional de Agricultura (1960-1967).

En el Colegio de Posgraduados ocupó el cargo de Presidente de la Rama de Botánica (1963-1967). Fue Profesor Investigador en Geobotánica avanzada, Etnobotánica, y Botánica Sistemática Avanzada.

Su labor editorial incluyó unos 150 títulos publicados. Entre éstos se encuentran los siguientes: Maize granaires in Mexico (1949); El género Tripsacum en México (1950); Razas de maíz en México (en colaboración con E. J. Wellhausen, L. M. Roberts y P. C. Mangelsdorf, (1951); Plantas de cultivo con que México ha contribuido al mundo (1953); Las zonas agrícolas de México (1954); Apuntes para una clase de botánica económica (1956); Zacates indígenas (1965); Un método para la investigación botánica ecológica de las regiones tropicales (en colaboración con Faustino Miranda y Arturo Gómez-Pampa, 1967); Estudios interdisciplinarios de los fenómenos de producción de los cultivares (en colaboración con María Luisa Ortega, Josué Kohashi S. y E. Mark Engleman, 1972); Agroecosistema, tecnología agrícola tradicional y fitomejoramiento de maíz en México (1971).

Entre sus actividades profesionales se incluyen la primera reunión de fitomejoradores latinoamericanos, México, D.F. (1947); Reunión anual del American Institute of Biological Sciences, Chicago, Ill. (1947). Tercera Reunión de Fitomejoradores, Edafólogos y Parasitólogos Latinoamericanos, Bogotá, Colombia (1953). IX Congreso Internacional de Botánica, Montreal, Canadá, (1960). Reunión organizadora de la Asociación para los Estudios Biológicos Tropicales, Trinidad, Indias Occidentales (1962). Primera Reunión de la UNESCO para el estudio de los problemas de las Zonas Áridas de América Latina, Buenos Aires, Argentina (1963). Reunión organizadora de la Comisión Pro Flora Neotrópica, Sao Paulo, Brasil (1964). V Congreso Pacific Sciences Association, Canberra, Australia (1972).

 

EL MAESTRO XOLO

A todos nos medía con la misma vara. Ya fueras estudiante, director o gobernador, con su interrogatorio ponía en evidencia tu insuficiente conocimiento del problema discutido, descubrió tus enormes lagunas conceptuales y te hacía dudar de la lógica de tus argumentos. Luego te miraba inquisitivamente por encima de sus anteojos para decir: “Bien… ¿cuál es tu tesis?”.

¿Qué respondes cuando la confianza en tu propuesta se tambalea casi hasta desmoronarse? Impotencia, frustración o indignación, eran las reacciones a la crítica dura y agresiva del maestro Xolo. Pasado el enojo podías reunir nuevos argumentos teóricos y sólidas evidencias empíricas, para enfrentar una nueva escaramuza en defensa de tu propuesta, o bien podías abandonar el campo de batalla. La mortalidad era alta pero quienes reincidían siempre encontraban su puerta abierta, una taza de café y su ánimo dispuesto para una nueva confrontación amistosa.

Como maestro, la enseñanza constituía uno de sus ejes vitales. En su curso de etnobotónica te hacía revisar el origen del hombre y el desarrollo de la civilización. Examinabas con él la relación hombre-planta, desde la época de los recolectores hasta la era de la producción biotecnológica (eje tiempo), del río Bravo a la Patagonia (eje espacio) y desde los Pápago hasta los Incas (eje cultural).

Te convencía de que estas profundas raíces históricas están vivas. En sus viajes de prácticas se colectaba apasionadamente y, a partir de algún detalle de los ejemplares recolectados, reflexionaba sobre la teoría de la evolución. En los mercados te hacía saborear frutas y chiles “raros” y te inquiría acerca del efecto de la dulzura o la pungencia sobre el proceso de evolución bajo domesticación. O bien con el mismo pretexto ponía en entredicho las distintas concepciones de la cultura. En las noches, paseando por el jardín de cualquier pueblo, retomaba los costos de producción, conseguidos en entrevistas a campesinos para incursionar en los terrenos de la economía política.

Sus preguntas de examen te sacaban de onda: Suponga la existencia de una isla cuadrada de 1999 km por lado, atravesada por una sierra de 2000 m de altitud y ubicada entre Australia y América del Sur ¿cuál sería su suelo, clima y vegetación?, ¿por qué lo cree así? Con estas “chupadas” te mostraba el papel de la especulación en el razonamiento científico.

No buscaba entrenar técnicos que sólo supieran hacer bien las cosas. Se esforzaba en formar profesionales independientes, capaces de implementar nuevas alternativas, y conscientes del por qué, el para qué y el para quién de su trabajo.

Como científico, otro de sus ejes vitales era la investigación. Te seducía con la idea de que nuestra cultura está viva y debemos desarrollarla. Si aceptabas el reto, debías leer a Aristóteles, Bacon, Darwin, Marx, Malinowski y muchos más y te empujaba a indagar sobre la esencia del quehacer científico, creando una tensión entre esos modelos y tu propia investigación. Siempre abierto a tus inquietudes, propiciaba la gestación de tu tesis, mediante un exigente e interminable cuestionamiento socrático, que te obligaba a romper esquemas y buscar nuevos horizontes.

El trabajo institucional era su tercer eje vital. Sensible a las carencias de los campesinos, y consciente de su explotación, luchó por el establecimiento de instituciones nacionales dedicadas a la solución de sus problemas, desde una perspectiva nacionalista:

“Nuestra agricultura todavía presenta muchos aspectos diferenciales con respecto a otros países cercanos, de tal manera que necesitamos revisar nuestra filosofía agrícola con cuidado, para que, tomando los principios que caracterizan nuestra cultura ancestral —tanto en lo que concierne a la investigación, la enseñanza y la investigación—, lleguemos nosotros a formular programas que sean congruentes con nuestra idiosincrasia.”

Sus ideas lo llevaron a apoyar y sostener virilmente diversos enfrentamientos políticos. Si por estas u otras circunstancias te veías en problemas, siempre encontrabas en él el apoyo de un compañero solidario.

Descansa en paz, amigo, compañero y maestro.

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 Referencias Bibliográficas

Biografía tomada del libro Colegio de Posgraduados, las Ciencias agrícolas y sus protagonistas, Vol. 1, Chapingo México, 1984.

     
       
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 Manuel Parra                                                                                                                 Centro de Investigaciones Ecológicas del Sureste (CIES), San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
 
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Espeleofilatelia

José G. Palacios Vargas

   
   
     
                     

Para algunos autores (Pas, 1989) la Espeleofilatelia consiste no solamente en la acumulación de timbres postales, con diversos temas referentes a la Espeleología, puestos en un álbum. Para ellos, el simple hecho de coleccionar timbres, convierte a las personas en coleccionistas y no en de especialistas.

La Espeleofilatelia considera además la obtención de timbres, tarjetas postales y sobres con motivos espeleológicos, así como el arreglo y el estudio de los mismos.  

Hasta la fecha, se han realizado mas de 400000 distintos tipos de estampillas postales en todo el mundo. Dentro de esa enorme cantidad, tan solo 771 tienen motivos espeleológicos. Es decir, que solamente el 0.2% de los timbres existentes contienen algún tema de alguna manera relacionado con cuevas. México no ha sobresalido en el ámbito internacional, en el desarrollo de la filatelia con temas espeleológicos ya que únicamente se han impreso dos timbres postales con aspectos claramente espeleológicos, a pesar de la enorme riqueza que tiene el país en cuanto a sus cuevas, grutas, cavernas y su interesante fauna. Nuestro país es uno de los más famosos por sus cuevas; existen mas de 1200 en distintas partes de su territorio y en ellas se han encontrado más de 2100 especies de fauna.    

Curiosamente existe una mayor cantidad de tarjetas postales con temas espeleológicos, donde se presentan las bellas formaciones de grutas famosas, como las de Cacahuamilpa en Gro., o las Grutas de García en el Estado de Nuevo León. Desafortunadamente estas postales por lo general sólo pueden conseguirse en las grandes ciudades cercanas a aquellas cuevas que tengan importancia turística.    

Estoy convencido de que la Espeleología es uno de los temas que se podrían desarrollar en la Filatelia mexicana, ya que los tópicos particulares son múltiples: diversas formaciones estalagmíticas, grandes abismos, pinturas rupestres, restos arqueológicos, diversidad de fauna cavernícola (murciélagos, arañas, ácaros, insectos, ciempiés, milpiés, crustáceos), espeleólogos famosos, grandes exploradores de cuevas e, incluso, cuadros de pintores famosos que tengan que ver con este asunto.

La clasificación de los temas que se han plasmado en timbres postales en todo el mundo, hasta la fecha, según Lénárt (1989), es la siguiente:

1. Cuevas con elementos ornamentales.
1.1 Estalactitas y estalagmitas.*
1.2 Cuevas de hielo.
1.3 Formaciones.
2. Actividades efectuadas fuera de las cuevas.
3. Esculturas y pinturas rupestres.
4. Fauna cavernícola.
4.1 Murciélagos.
4.2 Osos de cuevas.
4.3 Anfibios de cuevas.
4.4 Peces cavernícolas.
4.5 Las aves de cuevas.
5. Personajes espeleológicos y exploradores de cuevas.
6. Cuevas alteradas y puentes de piedra.
6.1 Formaciones costeras.
6.2 Formaciones terrestres.
7. Entradas de cuevas como motivo principal o secundario.
8. Asentamientos humanos situados en cuevas o en sus entradas.
9. Pinturas con motivos de cuevas.
10. Murciélagos en elementos decorativos.*
11. Equipo utilizado en exploraciones de cuevas.
12. Travertinos expuestos en paisajes.
13. Mapas y secciones verticales de cuevas.

A pesar de que México cuenta con varias grutas famosas por sus pinturas rupestres (v. gr. Las Grutas de Juxtlahuaca), no conozco ningún timbre postal mexicano (ni de ningún otro país) que haga referencia a ellas. Ni siquiera existe alguno de los tan conocidos cenotes de Yucatán.

Los únicos timbres postales mexicanos que conozco sobre el tema son tres: Monumento Humboldt, las Grutas de García, de la serie “México Turístico” y la Máscara del Dios Murciélago, de la serie “Herencia Recuperada”. Los temas en los que se pueden incluir están marcados con un asterisco.

Con referencia al tema 5, cabe destacar la emisión de un timbre que se hizo en marzo de 1960 con motivo de la conmemoración que se llevó a cabo en 1959, del aniversario del fallecimiento del Barón Alexander Von Humboldt.

Respecto al timbre de Las Grutas de García, cabe señalar que se imprimió el 19 de octubre de 1987 y que se le puede considerar dentro del tema 1.1, según la clasificación de Lénárt (1989).

La máscara del Dios Murciélago, es un tema que fue utilizado en la campaña contra la tuberculosis 1971-1972 con un valor facial de 10 centésimas y en 1979-1980 (las mismas estampillas fueron reutilizadas en la campaña de 1982-1983), con un valor facial de 20 centésimas. Recientemente (28 de noviembre de 1989) el tema fue retomado, con motivo de la recuperación de la joya original robada poco tiempo atrás. Estas estampillas quedan dentro del tema 10, de acuerdo con Lénárt (op cit.).

Cabe señalar que el reciente timbre “Máscara del Dios Murciélago”, tiene las siguientes características: los diseñadores fueron M. Meurerhg y R. Mercado, el motivo es la composición fotográfica de dicha máscara; las tintas utilizadas: verde, rojo y negro. Tipo de impresión; huecograbado rotativo. Tamaño 40 3 48 mm. Formato vertical. El tiraje fue de un millón, para servicio aéreo y superficie. Valor facial 450 pesos.

La mascara que da pie a este timbre, representa la deidad del inframundo y de las cuevas; es una pieza arqueológica compuesta por 32 segmentos de mosaicos de jade, con incrustaciones de concha en los ojos y los colmillos; proviene de la cultura zapoteca, época Protoclásica (200-300 a.C.) y mide 28 cms. de alto por 17.2 de ancho. Fue localizada en las excavaciones arqueológicas de Monte Albán, Oaxaca, en un altar de la plaza central, denominado Adoratorio del Montículo H.

 

“Te declaramos nuestro odio, magnífica ciudad”

Las ciudades siempre han despertado más encontrados sentimientos. En la edad media, las ciudades burguesas fueron uno de los blancos predilectos del clero que habitaba los monasterios. Condenaban y desaprobaban el tipo de vida que se llevaba en ellas y prevenían a sus fieles del peligro de la posible perdición de sus almas si sucumbían a la muy frecuente tentación de abandonar su terruño. Desde entonces las ciudades han sido los “lugares de perdición” por excelencia, para las sanas y saludables almas del campo.

La ciudad de México es más que representativa en cuanto a la ambivalencia que provoca. Asfixiante, cruel, inabarcable, violenta, deshuesadero de ilusiones que nos arranca una declaración de odio en cada resoplo, en cada esfuerzo que nos impone, en cada descarga de adrenalina. Pero, así y todo, con la misma facilidad que la detestamos, le declaramos nuestro profundo amor: ciudad intensa, lúdica e impredecible. No importa que cambiemos de parecer en la siguiente cuadra o al tomar el metro.

Producto de un mal desarrollo del campo, de la inexistencia de cualquier planeación urbana, de un excesivo centralismo y demás taras políticas, económicas e históricas, la ciudad de México sigue atrayendo a miles de personas de todo el país, que llegan en busca de algo, y, lo encuentren o no, casi siempre terminan por quedarse.

La maraña de intereses que se ha formado a lo largo de su historia está asfixiando a la ciudad. Industriales que no quieren mejorar sus instalaciones y menos aún trasladadas, mafias en el transporte público, corrupción de funcionarios y policías, gobiernos cuya demagogia se desparrama sobre un par de acciones ineficientes, etc. Esta maraña pues, de no ser cortada de tajo, terminará por convertir a la ciudad de México en un lugar inhabitable. La catástrofe ecológica no es una invención apocalíptica.

Para quienes deseamos seguir viviendo aquí, el deterioro ambiental constituye uno de los problemas fundamentales a resolver. Para ello es necesario que se nos proporcione información veraz de la magnitud que ha alcanzado la contaminación del aire que respiramos, de la misma forma que urge exigir al gobierno planee y lleve a cabo las acciones eficaces que realmente solucionen este problema.

Ítalo Calvino dice que las ciudades se pueden dividir en dos especies: “las que a través de las años y las mutaciones siguen dando forma a los deseos y aquellas en las que los deseos o bien logran borrar a la ciudad o son borrados por ella”. ¿Hacia donde irá nuestra querida y odiado ciudad de México?

EFRAÍN HUERTA

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Referencias Bibliográficas

Lénárt, L., 1989. Types of Postage-Stamps and Picture-Postcards containing cave motives. Proceedings of the International Congress of Speleology, 10, Tomo I:312-315.
Pas, van der J. P., 1989, Speleophilately, Proceedings of the International Congress of Speleology, 10, Tomo II:512-513.

     
       
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José G. Palacios-Vargas                                                                                                Departamento de Biología, Facultad de Ciencias, UNAM.

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