revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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Vidas sintéticas
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Ricard Solé.
Tusquets editores.
México, 2012.
 
                     
En solitario, mirando la naturaleza mientras piensa
intensamente. Así es como muchos podrían personificar a un científico, pero esta menguada visión soslaya tanto el trabajo en equipo como las teorías y posturas filosóficas; asimismo, una mirada más moderna del que hace ciencia debe incluir los instrumentos de trabajo utilizados para observar y medir, tiene que considerar también las máquinas con las que se almacenan datos y a veces hasta se reproducen fenómenos o sistemas: las computadoras. Solamente utilizando estas herramientas de trabajo bruto es como actualmente montones de investigadores pueden enfrentarse a sistemas tan embrollados y dependientes de tantas variables —a veces indistinguibles del azar— como la predicción del clima, el crecimiento de un sistema biológico, la mente o la formación de estrellas.
 
El físico y biólogo Ricard Solé, profesor de la Universidad Pompeu Fabra, investigador del Instituto Catalán de Investigación y Estudios Avanzados, y miembro del Instituto de Santa Fe, Nuevo México, narra en el libro Vidas sintéticas detalles sobre sistemas que se han estudiado bajo el prisma de la simulación por computadora y que implican sistemas vivos.
 
A lo largo de diez capítulos, Solé nos relata el éxito de estas herramientas para recrear la realidad o “simular mundos” —como él lo llama— en todos y cada uno de los campos del conocimiento científico. Nos narra partidas de ajedrez disputadas entre humanos y computadoras (y algunos casos fraudulentos); así como complicadas configuraciones biológicas inspiradas en sencillos juegos computacionales; también nos cuenta que, considerando teorías, leyes y una que otra ecuación se pueden recrear en pantalla sistemas astronómicos primigenios de los que nadie fue testigo; incluso nos describe inesperados diseños de tenedores y antenas cósmicas a partir de establecer variables, de fijar paisajes adaptativos y “dejándolos evolucionar” en la computadora. También nos dice cuán grande es el alcance científico logrado con estas máquinas, al punto que actualmente es posible modelar en la pantalla sofisticados sistemas antropológicos y sociales ingresando algoritmos con estados iniciales conocidos; y de paso nos aproxima a nuevas formas de trabajo interdisciplinarios en grupos de investigadores, a cuestionarnos sobre limitantes éticas y a reconocer las herramientas de trabajo del científico contemporáneo; Vidas sintéticas nos permite un innovador acercamiento a la ciencia, la historia y la mente.
 
El juego de la vida
 
Para adentrarnos a esta forma de pensamiento —al que Solé nos convida— llevándonos de lo simple a lo complejo, les invito a que nos planteemos un pequeño universo: un tablero de damas chinas; imaginemos que de manera aleatoria colocamos fichas en algunas casillas y a las celdas ocupadas las consideraremos como “vivas”. Las reglas: 1) una casilla ocupada sigue viva si posee dos vecinos vivos, de lo contrario muere (desaparece); 2) una celda vacía puede ser habitada si tiene exactamente tres vecinos vivos. Comienza el juego, el Juego de la vida.
 
Estrictamente el Juego de la vida no es un juego, pues nadie gana, ni siquiera hay jugadores, de modo que no hay vencedores ni vencidos y tampoco hay una estrategia. En realidad el juego referido es un programa de computo que salió del Instituto Tecnológico de Massachusetts, Estados Unidos, que crea estructuras complejas a partir de elementos que se replican y mueren cuando las reglas se iteran, es decir, es un sistema que a lo largo de generaciones evoluciona. Sobre sus reglas podemos advertir que, aunque cuentan con cierta lógica, son arbitrarias. La primera de ellas nos dice que la supervivencia depende de la presencia de otros individuos y la limitante relacionada con el número de elementos puede interpretarse como presiones del sistema, así ocurre en diversos ejemplos biológicos. La segunda regla, aunque menos evidente, condiciona la reproducción a la existencia de varios individuos y de la cual el paralelismo biótico es palpable.
 
Aunque las posibilidades de este juego son infinitas, con reglas definidas el resultado depende de la configuración inicial; ¿qué ocurre cuando en vez de colocar las piezas de manera azarosa se eligen lugares específicos?, ¿qué pasaría si cambiamos las reglas?, ¿cómo sería el devenir de un sistema complejo si elijo las reglas mínimas (variables) de acción y “echamos a correr el programa”?, ¿qué ocurrirá si la forma del tablero es igual al de un sistema biótico y se consideran las fichas como individuos que obedecen ciertas reglas biológicas?, ¿evolucionará dicho sistema?, ¿este nuevo modelo en la computadora me dará información del sistema real?, ¿a esto en la computadora puede llamársele vida?
 
El Juego de la vida es el más famoso de los llamados autómatas celulares que sirven para representar en la computadora el comportamiento de diversos sistemas complejos (células, hormigas, individuos, mercados financieros, sociedades, ecosistemas, etcétera) a veces considerados como cajas negras y hacerlos asequibles. Este recorrido que va de resultados complejos a partir de reglas simples nos recuerda también que la lectura de la realidad depende del modelo empleado.
 
El futuro 
 
Al reconstruir sistemas en la computadora se contrasta la realidad con lo arrojado por el programa ejecutado y eso nos da información sobre el presente; pero si “coqueteamos con esa zona llamada futuro”, ¿qué nos impide iterar el programa más veces?, ¿podríamos predecir fenómenos? Esta convergencia de tan distintos métodos sintéticos tal vez sí nos permita vislumbrar el futuro, por ejemplo, es posible que después de iterar uno o varios programas podamos resolver problemas sobre evolución o distingamos las claves para cambiar su curso; que podamos acercarnos a planear ciudades sustentables o quizás atisbemos el consumo sustentable de energía, o generemos nuevos tratamientos médicos o, no sé, tal vez con los antecedentes de robots capaces de mentir, células artificiales, algoritmos genéticos y la “biología sintética” podamos generar nuevas formas de vida.
 
Es inevitable leer sobre estas Vidas sintéticas de Ricard Solé y no guiñarle un ojo a la ciencia ficción o a lo imposible, pero estos mundos sintéticos ya se utilizan en la ciencia, son reales y nos refrescan con nuevas respuestas pero, indudablemente, nos orillan a plantearnos más preguntas.
 
     
 _______________________________________________      
Elisa T Hernández
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
_________________________________________________      
 
cómo citar este artículo 
 
Hernández, Elisa T. 2016. Vidas sintéticas. Ciencias, núm. 120-121, abril-septiembre, pp. 156-158. [En línea].
     

 

 

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¿Darwin para niños?
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Darwin and Evolution for kids. His life and Ideas. With 21 activities.
Kristan Lawson.
Chicago Rewiew Press.
Baltimore, 2003.

 
                     
Podemos considerar que el libro que ahora comento
forma parte de lo que Maura C. Flannery llamó, en tono algo peyorativo, la “Industria Darwin” o la “Factoría Darwin”, haciendo referencia a la enorme y creciente cantidad de publicaciones existentes sobre la vida, obra y milagros (me atrevería a decir) de Charles Darwin. Ahora bien, entre los dieciocho títulos que Flannery cita en su artículo ninguno está específicamente dirigido al lector más joven. Así pues, la obra de Lawson, objeto de mi reseña, podría contribuir a llenar este vacío en la literatura sobre el pensamiento evolucionista.
 
Darwin and Evolution for Kids es un libro profusamente ilustrado con láminas y fotografías tanto antiguas como actuales. Arranca con una nota de advertencia para los lectores ávidos por conocer más sobre evolución y que no quieran perder su tiempo leyendo sobre la historia vital de Darwin: de ser así, pueden encontrar una sencilla explicación de la teoría de Darwin en el sexto capítulo. Antes de seguir, me apresuro a señalar que, como lo aclaró Ernst Mayr en su libro What Evolution Is, “la teoría de Darwin” no existe en cuanto a una única teoría científica.
 
En realidad, las ideas de Darwin sobre la evolución se estructuran en torno a un conjunto de diferentes teorías interrelacionadas, que pueden entenderse mejor si se las explica de modo separado. Éstas son: 1) el cambio de los seres vivos a lo largo del tiempo, lo que usualmente se denomina evolución y que técnicamente se corresponde con la evolución anagenética, que no produce aumento en el número de especies dentro de un linaje determinado; 2) la descendencia de todos los seres vivos de un ancestro común remoto, que se manifiesta en el conocido patrón con forma de árbol, de arbusto o de coral que se ramifica; 3) la gradualidad con la que tiene lugar el cambio evolutivo a lo largo del tiempo, es decir, la ausencia de discontinuidades y saltos en el proceso evolutivo; 4) la multiplicación de especies, o sea, el origen de la diversidad biológica o especiación, y que se corresponde con la evolución cladogenética, que sí produce aumento en el número de especies de un linaje; y 5) la selección natural, el principal “motor” de la evolución y el único conocido capaz de generar las maravillosas adaptaciones de los seres vivos a su medio ambiente biótico y abiótico.
 
Asimismo en el libro se muestra una línea de tiempo que permite situar cronológicamente varios pasajes importantes en el desarrollo histórico del pensamiento evolutivo. Desde el año 1654, cuando el arzobispo James Ussher, siguiendo las genealogías del Antiguo Testamento, se atrevió a calcular la antigüedad del mundo y concluyó que el acto sobrenatural de creación por dios tuvo lugar, ni más ni menos, el anochecer previo al domingo 23 de octubre del año 4004 a. C.; hasta llegar a 1953, cuando se publicó el artículo de James D. Watson y Francis Crick en la prestigiosa revista científica Nature, que describió por vez primera la estructura doble helicoidal de la molécula de adn.
 
Los primeros cinco capítulos son de lectura amena, sobre la vida y la obra de Darwin; en el 6 se explica “la idea que cambió el mundo”. En 7 y 8 se expone lo que le ocurrió a Darwin y al mundo tras la publicación de El origen de las especies en 1859.
 
El libro cierra con un bloque final que incluye un glosario con el significado de algunos términos técnicos (como los conceptos de adaptación o selección sexual), más una colección de recursos didácticos, siete direcciones en la red, una lista de referencias bibliográficas y un índice.
 
Además, intercaladas aquí y allá en el texto hay instrucciones para realizar ventiún actividades sencillas —y divertidas, según la contraportada del libro— que los jóvenes lectores pueden completar para comprender mejor algunos puntos del texto. Éstas van desde elaborar una especie de análisis taxonómico de diferentes seres hasta un juego que se basa en el “Juicio del Mono”, el famoso Monkey Trial de 1925 en el que se juzgó al profesor de instituto John Scopes por haber enseñado la teoría de la evolución de Darwin en sus clases de ciencia, en contra de las leyes de la época en el estado de Tennessee.
 
El libro incluye también varias actividades propias de un geólogo o de un naturalista de campo, como Darwin; se simula la formación de los fósiles (usando arcilla o plastilina y moldes sencillos), la deposición de estratos geológicos (con harina, café y azúcar, entre otros ingredientes); las actividades llevan a estudiar cómo las plantas carnívoras atrapan a sus presas con “atrapamoscas” y las consumen, como las de la familia Droseraceae, entre otros ejemplos.
 
Encuentro que el libro es difícilmente legible por los niños de nueve años a los que se supone que va dirigido. De hecho, los temas tratados y la profundidad con la que se exponen me recuerdan a otros libros sobre la vida y la obra de Darwin que he leído recientemente como Darwin y la evolución de Paul Strathern o Charles Darwin: the Concise Story of an Extraordinary Man de Tim Berra, que no están destinados al público más joven. En favor a la verdad, sólo las actividades del libro de Lawson están dirigidas específicamente a los niños. Así pues, aunque creo que el libro no cumple su objetivo de acercar la figura y la obra de Darwin a los niños, sí puede ser leído sin problema por un lector adulto interesado en el tema, incluso sin haber tenido ningún contacto previo con la figura de este gran pensador: quizás el más importante en la historia de la ciencia, con el permiso de Newton.
 
     
Referencias bibliográficas

Berra, Tim M. 2008. Charles Darwin. The Concise Story of an Extraordinary Man. The Johns Hopkins University Press, Baltimore.
Flannery, Maura C. 2006. “The Darwin Industry”, en The American Biology Teacher, vol. 68, núm. 3, pp. 163-166.
Mayr, Ernst. 2000. “Darwin’s influence on modern thought”, en Scientific American, núm. julio, pp. 78-83.
_____. 2001. What Evolution Is. Phoenix, Londres.
Strathern, Paul. 2001. Darwin y la evolución. Siglo XXI, Madrid.
     
 _______________________________________________      
José Antonio González Oreja
Departamento de Ciencias Biológicas,
Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla.
     
_________________________________________________      
 
cómo citar este artículo 
 
González Oreja, José Antonio. 2016. ¿Darwin para niños? Ciencias, núm. 120-121, abril-septiembre, pp. 154-155. [En línea].
     

 

 

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Fragmentos
de
naturaleza
en el arte del Japón
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César Carrillo Trueba
 
                     
La tradición pictórica japonesa ocupa un lugar
destacado en el concierto planetario de culturas. Insertas en la peculiar relación que en ese archipiélago se ha conformado entre lo que denominamos naturaleza y cultura —división que tiene poco sentido allí—, las artes que la componen vivieron épocas de gran florecimiento. La cultura japonesa profesa una inmensa veneración por sitios como ríos, lagos, montañas (de ahí el amor por el Monte Fuji), bosques de difícil acceso, formados por ciertos árboles o por bambúes, y el vasto mar que lo rodea, omnipresente. Si bien en todos ellos se puede encontrar pequeños templos y ermitas, en los imponentes templos de las ciudades –como Kioto y Nara— se recreaba y veneraba igualmente tales lugares. Los jardines, por ejemplo, eran una reconstitución de dichos paisajes —algunos de manera abstracta— que correspondía a las descripciones que de ellos se hacía en la literatura, la poesía, los mitos, en bonsái y arreglos florales, en la pintura.


Todas estas formas de dar cuenta de tales lugares, de plantas, animales y paisajes, conformaban una suerte de vasos comunicantes por los que éstas circulaban de un ámbito a otro. Los haikús, por ejemplo, eran concebidos como imágenes y era común que los poetas fueran también pintores.
 
No obstante, más que representar fielmente un sitio en especial, se trataba de evocarlo mediante los diferentes sentidos, la emoción, la memoria (los sucesos allí acontecidos), los valores éticos en ellos incorporados. En la medida que la distinción entre naturaleza y cultura (las representaciones) no opera en la cultura japonesa, tales evocaciones constituían los lugares mismos, es decir, visitarlos era como haber estado en el lugar aludido; a tal punto que en ocasiones éstos servían como modelo para reconfigurar el sitio sagrado, ya fuera construyendo un lago, levantando una montaña, plantando un bosque. Bien dice el geógrafo francés Augustin Berque que en el Japón la naturaleza se construye, que se crea naturaleza.
 
Esta equivalencia de lo que llamaríamos representación con el objeto mismo permea la cultura japonesa. Así, en su discurso de recepción del premio Nobel, el escritor Yasunari Kawabata refiere los escritos de Ikenobo Sen’o, un célebre teórico del arreglo floral, un arte propio al Japón: “con un ramo de flores y un poco de agua se evoca la vastedad de ríos y montañas”; así como el consejo de Chin Nung, gran pintor de China, de donde proviene la tradición pictórica japonesa: “pinta bien la rama y escucharás el sonido del viento”. Tal vez en ello radica la fascinación que aún ejerce la pintura japonesa, sin importar el paso de los siglos ni la distancia cultural que puede haber. Son imágenes que todavía hoy evocan un mundo de significados, que sustentan una relación entre humanos y plantas, flores, animales, montañas y paisajes: son fragmentos de naturaleza.
 
La literatura da cuenta siempre de tales cosas. En un relato que forma parte de los Cuentos de lluvia y luna, escritos en el siglo xviii por Ueda Akinari, un monje que suele frecuentar un lago y comprar a los pescadores las carpas que obtienen con sus redes para luego regresarlas al agua y pintarlas, en un sueño se ve retozando entre aquellos peces, admirando su fulgor bajo los rayos de luz que penetraban en el lago; al despertar se dio a su afición y pintó un cuadro que quien lo miraba no podía más que maravillarse ante tan vívida imagen. Por más que le insistieron, nunca quiso ceder aquella obra; sería vender “los peces que yo mismo he criado”, respondía. Ya viejo, antes de morir fue al lago y depositó el cuadro: “las carpas, separándose del lienzo, comenzaron a nadar libremente en el agua”.
 

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Referencias bibliográficas

Akinari, Ueda. 1776. Cuentos de lluvia y de luna. Traducción de Kazuya Sakai. Trotta, Madrid. 2010.
Berque, Augustin. 1986. Le sauvage et l’artifice. Gallimard, París.
Kawabata, Yasunari. 2011. Japan, the Beautiful and Myself. Discurso con motivo de la recepción del premio Nobel de Literatura.
     
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César Carrillo Trueba
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
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cómo citar este artículo 
 
Carrillo Trueba, César. 2016. Fragmentos de naturaleza en el arte del Japón. Ciencias, núm. 120-121, abril-septiembre, pp. 138-141. [En línea].
     

 

 

de la evolución
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Las alas de las aves
no son
para volar
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Erik Rodríguez Terán
 
                     
“El ala para volar del murciélago y nuestra mano
para agarrar son homólogas”; “La mcp [Muerte Celular Programada] ocurre en el organismo adulto para controlar la masa celular de algunos órganos como el hígado”. Estos enunciados son de corte científico; el primero se sustrajo de un libro de divulgación y el segundo corresponde a una fuente especializada cuyo público son estudiantes universitarios de biología. A simple vista ninguna de las dos presenta agravio alguno contra la gramática u ortografía y así es, el problema radica en otro lugar y es mucho menos evidente.
 
Desde la Edad Media y hasta la primera mitad del siglo xix, la filosofía judeocristiana y la historia natural habían vivido en relativa armonía y sin mayores sobresaltos debido a que ambas procedían del pensamiento unificado platónicoaristotélico. Esta sincronía y cohabitación sobrevive a la primera teoría evolutiva, la de Jean Baptiste Lamarck, un naturalista francés que propuso, entre otras cosas, que los organismos “transmutan” en función de las necesidades y a voluntad propia: las cactáceas producen espinas porque las necesitan en su lucha contra los depredadores, los elefantes tienen grandes colmillos porque necesitan armas para pelear contra otros machos por las hembras.
 
Se encuentra afianzada en el pensamiento humano la firme convicción de que el mundo tiende al desarrollo y a la perfección según determinadas leyes (ya sean de origen divino o no); hay confianza en una presunta tendencia de la naturaleza hacia el progreso o hacia una meta definida e inmutable. Este pensamiento es calificado como teleológico cósmico, adjetivo relativo a la doctrina de la filosofía que trata de explicar fenómenos basándose en un pensamiento finalista, donde los fenómenos y entes del mundo material, particularmente del orgánico, están dirigidos a ciertas metas; presentan diseños y por lo tanto propósitos atribuidos frecuentemente a un ser racional divino, el diseñador.
 
La ilusión de diseño
 
En 1859 Charles Darwin publica The Origin of Species by Means of Natural Selection, refutando el pensamiento teleológico cósmico que funcionaba como la columna vertebral de la teoría lamarckiana al introducir el concepto de azar en diferentes etapas del proceso evolutivo por medio de la selección natural; el contexto en el que surge cada variación (diferencias entre organismos de la misma especie), la materia prima sobre las que la selección natural actúa, la interacción de la variación con el ambiente y su manifestación en el fenotipo son ejemplos clásicos de la presencia de la aleatoriedad.
 
Debe ser mencionado que el mismo Darwin entendía la selección natural como una fuerza imperceptible que guía u orienta a las especies hacia aquello que les beneficia. Aunque a primera vista tal propuesta puede parecer teleológica, una revisión más a fondo nos indica que la esencia de la selección natural es el carácter competitivo que los seres vivos poseen y esto se traduce en una tendencia no intencional, definida por la esencia misma de las leyes naturales a seguir la dinámica de la población malthusiana. No es lo mismo “el propósito del río es desembocar en el mar” que “las características intrínsecas del río lo conducen hacia el mar”.
 
En la teoría de Darwin no hay una finalidad, las especies no desarrollan adaptaciones en función de sus necesidades o deseos, la ilusión del diseño inteligente queda explicado de manera sobresaliente en términos de la selección natural, sin necesidad de recurrir a agentes supernaturales.
 
Una importante cantidad de rasgos que parecen servir a un propósito son las adaptaciones, características que surgieron como resultado de la variación y se generalizaron en la población porque sirven para ciertas funciones que resultan ser significantes en la supervivencia y reproducción de quien las ostenta.
 
Así, las alas de las aves surgieron por vez primera como la manifestación azarosa de la variación en un individuo que pertenecía a una población. El individuo, por cuestiones accidentales, se beneficia de sus extremidades modificadas, logrando así llegar a la etapa reproductiva, donde heredará a su progenie la variación que le otorgó ventaja sobre los demás competidores. Con el tiempo, dicha variación se generalizó, siguió evolucionando y variando, dando lugar a la diversidad de alas de las aves que han surgido y surgirán.
 
Lenguaje es pensamiento
 
El lenguaje teleológico más común cuando se busca explicar una estructura de algún organismo puede ser principalmente, pero no únicamente, identificado por el uso constante de la fórmula: preposición para + verbo en infinitivo, por ejemplo, “el néctar es un jarabe dulce que fabrican las plantas sólo
 
y específicamente para pagar y recargar a las abejas”. La utilización directa de palabras como “propósito” o frases como “diseñado para” y “es para” son sólo un botón de muestra de una carga ideológica obsoleta de la que los científicos en general, y los biólogos en particular, no han sabido deshacerse a doscientos cinco años del nacimiento de Darwin y a ciento cincuenta y cinco años de la publicación de su obra cumbre.
 
Es preocupante sobremanera que en congresos, artículos especializados y de divulgación, libros de texto, documentales y cursos de educación superior de universidades de todo el mundo se continúe usando un lenguaje que se antoja anacrónico y descuidado de parte de quienes han formado y seguirán formando generaciones enteras de científicos de la vida. Estos tropiezos son frecuentemente justificados por parte de quienes los cometen como atajos pedagógicos o lingüísticos para nominar un fenómeno complejo cuyo entendimiento pleno se cree generalizado.
 
El lenguaje es la manifestación de la actividad mental, por lo que debe ser causa de alarma general que un profesor de ciencias, adscrito a una institución educativa de cualquier nivel que se jacte de serlo, use expresiones arcaicas y tan alejadas de la realidad como “el principal propósito de la apoptosis [un tipo de muerte celular programada] es el de remover células innecesarias. Por lo tanto ocurre intencionalmente”. Entonces, cabe preguntarse si quien se describe a sí mismo como simpatizante ideológico del naturalista inglés y a la vez utiliza expresiones de corte finalista, realmente está convencido de aquello de lo que dice estar.
 
Como en cualquier disciplina plural, en la biología evolutiva está constantemente presente la controversia y el enfrentamiento intelectual. Hay importantes personalidades, científicos de gran prestigio, que no consideran que el lenguaje teleológico sea impropio de la evolución, que atente contra el marco teórico que la sustenta, incluso postulan que durante el ejercicio de la conversión de oraciones teleológicas a noteleológicas se perdería una parte relevante del poder explicativo que radicaba en las primeras.
 
Las alas de los aviones
 
La discusión que rodea a la teoría de la evolución es profunda, antigua e inacabada. Las mentes de los filósofos de la biología todavía analizan el tema y los artículos publicados al respecto no son pocos; la teleología sigue siendo parte inalienable e innegable de esas discusiones y por lo tanto el enfrentamiento de ideas se da a niveles muy altos de abstracción: se proponen subdivisiones dependiendo de si el propósito es parte esencial del ente o si la meta es establecida por un agente externo, si todo el mundo material es teleológico o si sólo determinados componentes del mismo lo son.
 
En términos estrictamente materialistas (no existe nada más allá de lo material) y remitiéndonos únicamente a las evidencias, podemos aceptar la existencia objetiva de propósitos en el comportamiento de una parte significativa del mundo animal: métodos de caza de cetáceos o estrategias de guerra en primates, sólo por mencionar algunos.
 
El caso del ser humano, e incluso de otros primates, es más complejo e interesante pues el comportamiento no es la única manifestación teleológica fácilmente identificable; las armas y herramientas fabricadas son la concreción de una finalidad o propósito. Pero la finalidad de estos artefactos no es intrínseca a ellos, sino aportada por quienes los utilizan: la teleología está en función de la relación usuarioobjeto; el martillo es para martillar, aunque también puede ser para sostener una puerta o reblandecer la carne, si así el usuario lo decidiese.
 
Entonces, no es equivocado decir que el teclado del ordenador es para escribir, que los neumáticos de los carros son para andar, que el propósito de los bolígrafos es escribir o que las alas de los aviones son para planear durante el vuelo.
 
Teleología y antropocentrismo
 
Regularmente no se reconoce la medicina o sus disciplinas afines y anexas como parte del universo de la biología; por lo mismo, no es raro que pocas sean las escuelas de medicina donde existe una verdadera preocupación por introducir a los estudiantes de estas carreras (medicina, veterinaria, nutrición, psiquiatría, oftalmología, odontología, etcétera) al mundo de la evolución biológica. La construcción excesiva de explicaciones sustentadas en un pensamiento finalista, y por lo tanto antidarwiniano, por parte de los profesionales de la salud se hace patente al consultar artículos arbitrados de revistas especializadas: son recurrentes las nociones de necesidad, perfección, diseño (que acarrea necesariamente el reconocimiento de la existencia de un diseñador) y el deber ser, lo correcto.
 
Esto no es casualidad, dichas disciplinas comparten su naturaleza antropocentrista con la concepción y el lenguaje teleológicos; la visión y el entendimiento de la realidad que nos rodea están condicionados por los prejuicios inherentes a nuestra condición humana, y esto explica las primeras apreciaciones no científicas del mundo y los fenómenos que en él imperan, así como la proyección que representan las características físicas y conductuales de los entes divinos de las religiones teístasantropomorfistas.
 
Mayr argumentaba que la biología no podría haber sido reconocida como una verdadera ciencia sino hasta que eliminase de su marco teórico la visión teleológica cósmica. La medicina, una rama inseparable de la ciencia de la vida, no queda exenta del mismo requisito. Los biólogos y los médicos que abrazan una doctrina finalista, ergo anticientífica, se encuentran en el mismo nivel de contradicción epistemológica.
 
Conclusión
 
¿Para qué es el pelo de los mamíferos?, ¿cuál es el fin de los hidrogenosomas? o ¿cuál es el propósito de los tejidos vasculares de las plantas? son ejemplos de preguntas que la ciencia no tiene la capacidad de responder. La razón es que, a pesar de que la redacción de las preguntas puede ser impecable, éste tipo de interrogantes son ilegítimas y carecen de validez por estar basadas en una concepción de la realidad que la ciencia no reconoce como verdadera: el lenguaje no es el mismo. El hecho de que una pregunta pueda ser formulada no significa que ésta tenga necesariamente una respuesta. Hasta la fecha, no se ha encontrado evidencia que demuestre la existencia ontológica de la teleología cósmica y, por el contrario, aquella con la que contamos parece negarla.
 
¿Cuál es la función específica de x?, ¿cuál es el rol de x en y?, ¿cuál es el valor biológico de la función y el rol de x en y? o ¿por qué x fue evolutivamente exitoso? son preguntas válidas, legítimas y dignas de ser contestadas por la ciencia. Así, para una mayor claridad, se sugiere abandonar aquellos conceptos y términos inadecuados y engañosos que podrían entorpecer la enseñanza, difusión y debate en el quehacer científico.
 
La evolución biológica y sus mecanismos científicamente aceptados en la actualidad no son intuitivos y van en contra del sentido común de cualquier individuo de la especie humana, pero esto no significa que debamos ignorar la enorme evidencia con la que contamos y neguemos la existencia del “espectáculo más grande sobre la Tierra”.
 
     
Referencias bibliográficas

Ayala, Francisco J. 2011. La evolución de un evolucionista. Universitat de València, Valencia.
Barahona, Ana y Sergio Martínez. 1998. “Teleología y biología”, en Historia y explicación en biología, Sergio Martínez y Ana Barahona (comps.). fce, México. Pp. 419-430
Barahona, Ana y Erica Torrens. 2004. “El telos aristotélico y su influencia en la biología moderna”, en Ludus Vitalis, vol. 12, núm. 21, pp. 161-178.
Hoyos, Inmaculada. 2010. “Spinoza: filósofo de la desmitificación”, en Filosofía y Crisis a comienzos del siglo xxi. Actas del xlvii Congreso de Filosofía Joven, vvaa (eds.)., Ediciones de la Universidad de Murcia, Murcia. Pp. 1-12.
Mahner Martín y Mario Bunge. 2000. Fundamentos de biofilosofía. Siglo XXI, México.
Mayr, Ernsr. 2004. What makes biology unique? Cambridge University Press, Nueva York.
Ponce, Margarita. 1978. “Explicaciones teleológicas en biología: panorama actual y antecedentes históricos”, en Crítica: Revista Hispanoamericana de Filosofía, vol. 10, núm. 28, pp. 77-104.
     
 _______________________________________________      
Erik Rodríguez Terán
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
_________________________________________________      
 
cómo citar este artículo 
 
Rodríguez Terán, Erik. 2016. Las alas de las aves no son para volar. Ciencias, núm. 120-121, abril-septiembre, pp. 150-153. [En línea].
     

 

 

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Los primeros animales
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Sergio Pablo Uriquiza Bardone y Fernando José Carezzano
 
                     
Comparados con los otros seres vivos, los animales
son organismos mucho más complejos en su anatomía, funcionamiento y comportamiento, y además exhiben una sorprendente diversidad. Estas características siempre han intrigado al ser humano y lo han llevado a formularse una serie de preguntas sobre los orígenes de las mismas. ¿Cuáles fueron los primeros animales?, ¿cuáles y cómo eran los primeros sistemas de órganos y cómo evolucionaron?
 
Al menos hasta el momento, los animales son el reino con mayor número de especies conocidas, si bien es cierto que los monera y protistas recién ahora están comenzando a ser estudiados con mayor profundidad. Históricamente se les estudiaba según su morfología y conducta, más accesibles, pero desde el siglo xix se hicieron grandes avances en el conocimiento de su fisiología. También en dicho siglo se comenzó a aceptar la evolución biológica gracias a los trabajos de Darwin y Wallace, lo que cambió radicalmente la visión de los seres vivos, incluyendo la de los animales. Esta visión sufrió nuevas mutaciones a partir de la década de los setentas del siglo xx, cuando se produjo una nueva revolución conceptual y metodológica debido a la utilización de técnicas moleculares que posibilitaron comparar los genes y genomas de organismos muy diferentes y distantes evolutivamente. Esto permitió acercarse, en principio, al orden y al tiempo de ramificación de las principales líneas del reino animal, además de conocer los genes y los mecanismos moleculares subyacentes a la formación del cuerpo de los organismos y de la evolución del mismo. No obstante lo dicho, la exacta naturaleza de las relaciones entre genes, genomas y características morfológicas, los momentos de ramificación, la topología del árbol evolutivo, así como las relaciones filéticas entre algunos grupos basales o simplificados secundariamente es aún intensamente debatida.
 
Relaciones evolutivas
 
Durante mucho tiempo se incluyó en el reino animal a los protozoarios, también llamados hasta hace unos años “animales unicelulares”. Sin embargo, desde hace un tiempo se hizo necesario separarlos y crearles su propio reino: protista. Tal agrupamiento refleja, en parte, cierta relación entre ambos grupos de organismos, porque los coanoflagelados, que son parte de los protistas, dieron origen a los primeros animales.
 
Pero, ¿qué es un animal? Una posible respuesta sería: organismos eucariotes heterótrofos pluricelulares, con diferenciación celular intrasomática, que alcanzó una complejidad mucho mayor que en otros reinos. Así se excluyen hongos, plantas, protistas y monera. Sin embargo, no siempre las definiciones son exactas, e incluso sería un problema porque eliminaría ciertas excepciones que son justamente los fenómenos y eventos que merecen ser explicados. Como sea, el reino animal incluye una serie de grupos de especies que comprenden organismos con ciertos modelos anatómicos muy similares, los cuales conforman un plan corporal básico o Bauplan. Estos grupos son llamados filos (phylum en latín) y existen unos treinta y cinco (cifra siempre cambiante), divididos en clases, órdenes y así en adelante hasta llegar a especie. Por otra parte, el plan anatómico de cada filo se halla muy diferenciado del de los otros, por lo que es difícil encontrar relaciones morfológicas entre ellos. La causa de esto no está muy clara, por lo que existen básicamente dos posiciones encontradas para explicar dicha situación, aunque ambas podrían ser verdaderas en diferentes casos. La primera propone que, como los filos se originaron hace varios cientos de millones de años y evolucionaron independientemente por mucho tiempo, los últimos ancestros en común entre los filos más cercanos se extinguieron hace mucho y por esto no pueden encontrarse los fósiles de sus ancestros comunes; además, la acumulación de cambios durante tanto tiempo impide encontrar claras relaciones entre filos emparentados. La segunda postula que en verdad no se encuentran modelos intermedios entre los filos porque cada uno de estos se originó en forma más o menos rápida mediante reorganizaciones corporales y genéticas relativamente bruscas.
 
Los primeros animales
 
El primer animal habría sido un organismo pluricelular: el Urmetazoo, originado de un protozoo. En aquél se habrían generado diversas características como varios tipos de uniones celulares, una matriz extracelular y una membrana basal, lo cual habría permitido la adhesión entre las diferentes células y con las presas y el medio, posibilitando la aparición de la multicelularidad. A su vez, desde este estadio o quizás en él mismo, se habrían diferenciado diversos tipos celulares que, con el tiempo, llegarán a generar los tejidos animales típicos: conectivo, epitelial, nervioso y muscular. Posteriormente, de dicho animal apareció el llamado Urbilateria (el primer animal Urbilateria) del que derivan la mayoría de los animales actuales, que son bilaterales, exceptuando las medusas. Dichos animales poseen un lado izquierdo y otro derecho y están cefalizados, poseen una concentración de estructuras sensoriales y efectoras en la cabeza. Se considera que esto es un “avance evolutivo”, o sea, que se alcanzó un nivel de complejidad morfológica y funcional mayor.
 
A partir de Urbilateria se habrían originado los ancestros de los actuales protostomados (caracoles, lombrices e insectos, entre otros) y de los deuterostomados (estrellas de mar, anfioxos y vertebrados). Ésta sería otra gran dicotomía en la historia evolutiva, ya que ambos grupos poseen planos corporales muy divergentes a pesar de compartir numerosos genes y secuencias de desarrollo embrionario.
 
Sin embargo, ni el Urmetazoa ni el Urbilateria han sido descubiertos y la naturaleza morfológica, funcional y genómica de los mismos se infiere a partir de la comparación de animales y sistemas actuales o fósiles. Por esto mismo, la discusión en torno a tales tópicos es muy intensa, dado que además brinda una visión integrada, aunque especulativa, de cómo comenzó y prosiguió la evolución de los ancestros de los animales, humanos incluidos. Esta discusión incluye el origen de la metamería o segmentación corporal, del celoma, de los ojos y de los apéndices locomotores pares, del sistema nervioso central, de la boca, del ano y de los riñones, entre otros, lo cual da para otros artículos sobre el tema.
 
     
Referencias bibliográficas

Urquiza Bardone, Sergio P. y Fernando J. Carezzano. 2013a. “Las uniones celulares y la emergencia de los animales”, en The Biologist, vol. 11, núm. 2, pp. 353-363.
_____. 2013b. “El origen evolutivo de la segmentación y los ojos”, en Boletín Biológica, núm. 29, pp. 26-30.
Urquiza Bardone, Sergio P., Fernando J. Carezzano y Franco A. Ludueña. 2012. “Relaciones evolutivas del sistema nervioso”, en Boletín Biológica, núm. 25, pp. 12-16.
     
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Sergio Pablo Urquiza Bardone
Fernando José Carezzano
Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales,
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.
     
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cómo citar este artículo 
 
Urquiza Bardone, Sergio Pablo y Fernando José Carezzano. 2016. Los primeros animales. Ciencias, núm. 120-121, abril-septiembre, pp. 124-126. [En línea].
     

 

 

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