revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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  torresmaqueta
 
Requiem por las
Torres de Satélite
 
Ana Lorenia García
   
   
     
                     
                     
Ese propósito incoercible
del hombre que trasciende
en las grandes cosas
que parecen inútiles,
pero que representan
la presencia del espíritu
y de la dignidad
en las obras humanas.
 
Mario Pani
 
Satellite of love
Satellite of love!
 
Lou Reed
 
Mayo de 2009. Cae la tarde al poniente de la ciudad de México.
De vuelta a casa paso como siempre frente a las Torres de Satélite. Esta vez me detengo un poco, pues observo, orgullosa y emocionada, a un grupo de japoneses admirando —cámara en mano— el monumento. Fijo la mirada y observo que uno de ellos, en una actitud de franca veneración, se hinca: sí, se hinca frente a las Torres. Aunque la escena puede parecer exagerada, no es extraña. Es sabido que en Japón la obra de Barragán es muy conocida y existe incluso cierta fascinación por la arquitectura de nuestro premio Pritzker (no olvidamos, por supuesto, que la escultura es de él y de Mathias Goeritz).
 
Cuando se terminó la excelente restauración de las Torres con motivo de su cincuenta aniversario, este tipo de escena se hizo cotidiana. La gente volvió a verlas, a disfrutarlas en todo su esplendor. El puente peatonal que las estorbaba se reubicó, lo que permitió a los peatones bajar justo en la explanada, para después subir por otro tramo. Esto favoreció el goce de los emblemáticos prismas, pues a cualquier hora del día se veía gente fotografiándolos o simplemente deteniéndose para admirarlos. Fueron pocos meses, muy pocos, durante los que pudimos volver a asombrarnos al contemplarlos en toda su magnificencia… luego vino el infame segundo piso del Periférico. Quienes vivimos en el norte de la ciudad nunca creímos llegar a ver esto: nuestras Torres, nuestro entrañable ícono de identidad, violado; su escala y perspectiva, su anhelada valoración y restauración, todo, acabado.
 
Al gobierno no le importó en lo más mínimo la salvaguarda del patrimonio nacional —¿alguna vez le ha importado realmente? Varias voces se levantaron y siguen haciéndolo: el Museo Casa Barragán, con su incansable directora Catalina Corcuera; la historiadora de arte Louise Nöelle; los arquitectos Fernando González Gortázar, gran conocedor y estudioso de la arquitectura contemporánea, y el otrora director de arquitectura del inba, Víctor Jiménez; la Asociación de Colonos de Ciudad Satélite y la de la Florida. Pero nadie más.
 
Mas nada fue suficiente para salvar esta obra de arte. Ni los cientos de artículos que se escribieron desde el mismo año de su terminación y que hasta hoy se siguen escribiendo o están por publicarse; ni las miles de líneas que demuestran su trascendencia para la cultura y la arquitectura mexicanas; ni los libros, exposiciones y catálogos que las incluyen; ni mucho menos los millares de horas que arquitectos, ingenieros, historiadores, diseñadores, fotógrafos, artistas e historiadores del arte de todo el mundo han dedicado a su estudio: las Torres de Satélite se han dañado irreparablemente.
 
Sólo se logró que el segundo piso “aterrizara” antes de la ínsula de la escultura y luego volviera a subir, pasando la pendiente del emplazamiento. La traza de la nueva vialidad pasa a escasos centímetros de los prismas norte y sur, por lo que el más mínimo “volantazo” de un conductor lo puede llevar a estrellarse directamente contra cualquiera de ellas. Pero eso no es todo, pues se ha perdido un aspecto esencial de la escultura: su perspectiva. El modo en que las Torres debían ser vistas, desde lejos y en movimiento, no será posible nunca más. La nueva vialidad desvirtuó de manera definitiva la idea original de sus creadores.
 
En 1956, un año antes de la construcción de la obra, Mathías Goeritz señalaba: “me gustaría ver mis bloques parados, enormes, como edificios en un paisaje abierto, para que la gente las pudiera ver desde lejos”. Asimismo, Luis Barragán relataba: “fui a ver el terreno en la salida de la carretera a Querétaro, con una pendiente muy fuerte […], debíamos hacer ahí algo que fuera símbolo de la ciudad y sobre todo que estuviera a la escala de la ciudad. Un punto de referencia, algo que les dijera a todos dónde se encontraban tanto de día como de noche. […] Aún ahora, cuando los días están claros, las Torres de Satélite son visibles desde una buena parte de la ciudad”. Y así era.
 
Hoy, esa visibilidad, la que se tenía antes del arranque del montículo que las alberga, a más de un kilómetro de distancia, no existe ya. Desde hace más de dos meses, en su lugar se despliega ante nuestros atónitos ojos el ruin, el irreverente Viaducto Bicentenario, la vialidad que “aterriza” ¡apenas a 300 metros de la célebre obra!
 
De este modo, el profético artículo publicado hace dos años por Fernando González Gortázar en el periódico La Jornada, en el que advertía de los daños del “segundo piso”, se cumplió: “este monumento es una pieza imprescindible de nuestro proceso cultural, una seña de identidad visual para sectores muy amplios de la metrópoli, un punto de referencia, un emblema. No puede ser simplemente ignorado por funcionarios incapaces de concebir valores distintos y argumentos más allá de los pesos y centavos. Al transformar radicalmente el sitio, la escala y los puntos de vista del espectador, su proyecto desnaturalizaría la gran obra por completo. Sería como si las autoridades parisinas hicieran pasar un alto puente junto a la Torre Eiffel; aquí están planeando algo equivalente, y a casi nadie parece importarle”.
 
Y así fue: se planeó, se está haciendo y a casi nadie le importó. La que alguna vez fue considerada por Peter Krieger como la “personalidad de Satélite” en su estudio Paisajes urbanos imagen y memoria fue ignorada primero y devastado después. Vale mencionar que el hoy investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la unam vino a México desde Alemania, su país natal, motivado por el estudio de las Torres de Satélite y de uno de sus autores, Mathías Goeritz.
 
No pasará el “alto puente”, pero “la escala y los puntos de vista del espectador” han desnaturalizado por completo el emblemático conjunto. Las fotografías, videos, escudos y logotipos en que aparecen las Torres de Satélite —vistas desde lejos, muchas de ellas— son desde ahora imágenes históricas.
 
Ícono de identidad
 
Las Torres de Satélite, parte de nuestro vasto patrimonio nacional, son también un fuerte ícono de identidad, orgullo de toda la zona norponiente de la ciudad de México. Pero eso, como ya vislumbraba don Fernando González Gortázar, también fue ignorado, pues no se trata únicamente de un hito citadino sino de un espacio, de una obra que varias generaciones de vecinos y de múltiples zonas aledañas han hecho suya. Quizá no se ha escrito mucho al respecto (la identidad regional no es precisamente lo más resguardado en esta megalópolis), pero lo cierto es que incluso para las generaciones más jóvenes, los monumentos históricos, la arquitectura y en general el arte nacional son motivo de admiración, orgullo y respeto; agentes cuya belleza y excelsitud contribuyen a la formación de su identidad.
 
 
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Un ejemplo significativo de lo anterior se puede ver sobre el muro de una casa del Circuito Circunvalación Poniente de Ciudad Satélite, a unos tres kilómetros de distancia de la obra de Barragán y Goeritz. Sobre él se despliega una extraordinaria pieza de graffitti de aproximadamente diez metros de largo, por dos y tres de alto en los tres tramos que la componen. El autor se ha retratado a sí mismo pintando dos edificios: las Torres de Satélite del lado izquierdo y la capilla de Santa Cruz del Monte, construcción del siglo xvi, del lado derecho.
 
Unidas por una serie de textos, el graffitero —probablemente un joven menor de 20 años— muestra dos obras muy conocidas por los habitantes de la zona, dos íconos de identidad.
 
Su admiración por ambos es evidente. En su pieza ha unido dos épocas distantes en la historia: dos edificios que le provocan un sentido de pertenencia, que son parte de su cotidianidad, de su entorno urbano y de su cultura visual.
 
En el texto que enmarca a las Torres del lado izquierdo se lee: Naucalpan, Atizapán, Tlalnepantla, Izcalli… Es decir, las emblemáticas esculturas son un ícono que representa a Ciudad Satélite y a Naucalpan, sí, pero también a otros municipios y colonias del —qué ironía— Estado de México (nombre también escrito en el graffiti).
 
No sabemos si con la atrocidad que se ha cometido con el Viaducto Bicentenario, las próximas generaciones sentirán y expresarán lo mismo. Lo cierto es que nunca más verán las Torres de Satélite como fueron planeadas por dos grandes del arte mexicano.
 
Es extraña, de verdad muy extraña, la celebración del Bicentenario emprendida por el gobierno del Estado de México; como bien lo dice el arquitecto González Cortázar, “destruyendo los elementos clave de nuestro patrimonio, aquellos que nos dan un orgullo y un rostro” y que
son “riqueza del mundo”.chivi101
  articulos
 
Referencias bibliográficas
 
Figueroa Castrejón, Aníbal. 1989. El arte de ver con inocencia. Cuadernos 1989, temporales 13. uam Azcapotazalco. México.
González Gortázar, Fernando. 2008. “Las Torres de Satélite: ¿Golpe final?”, en La Jornada, julio 2008.
Krieger, Peter. 2006. Paisajes urbanos imagen y memoria. UNAM-IIE. México.
     
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Ana Lorenia García
Estudiante en la maestría en Historia del Arte,
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.
 

 

como citar este artículo

Lorenia García, Ana. (2011). Requiem por la Torres de Satélite. Ciencias 101, enero-marzo, 56-58. [En línea]
     

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