del herbario | ||||||||||
Los barbascos, fuente de esteroides |
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Oswaldo Téllez Valdés | ||||||||||
Los barbascos o ñames, plantas que pertenecen a un importante
grupo vegetal, el género Dioscórea, eran ya conocidos desde la época precolombina por sus diversas propiedades medicinales y comestibles. Son plantas generalmente trepadoras, con individuos unisexuales, distribuidas principalmente en las zonas tropicales y subtropicales del mundo con aproximadamente 650 especies de las cuales el rizoma es utilizado para obtener diosgenina, precursor de esteroides como los anticonceptivos, diuréticos, corticoides y hormonas sexuales.
A mediados de este siglo, en que fueron extraídos los primeros compuestos precursores de hormonas, se inició su explotación comercial a gran escala, siendo México uno de los principales productores tanto en cantidad como calidad de harina de barbasco. Ante esta situación, que produjo una explosiva e irracional explotación del recurso, Argueta y Arellano (1974) mencionan una serie de interesantes datos, como es el que nuestro país cubre el 60% de las necesidades mundiales de esteroides, que comprenden más de 200 productos. Citan además que en 25 años se han explotado 200 millones de kilogramos de barbasco seco producto de 1000 millones de kilogramos verdes. Agregan que para esta misma época 10000 familias de campesinos, así como alrededor de 1000 profesionistas, vivían de la extracción del tubérculo; y que en los 10 años anteriores las 6 principales empresas extranjeras que lo habían procesado obtuvieron ganancias por 6000 millones de pesos, mientras que los campesinos en ese mismo lapso habían obtenido ganancias por 125 millones de pesos, aproximadamente el 2% de la ganancia total. Posteriormente el gobierno creó la empresa denominada Productos Químicos Nacionales Mexicanos, S.A., que fungiría como un intermediario entre los grandes consorcios químicos y los campesinos recolectores de barbasco, evitando en teoría una explotación irracional y sin control del barbasco, así como la explotación de gran cantidad de campesinos a los cuales se pagaban ridículas cantidades por su trabaje en contraposición a las grandes cantidades de divisas que escapaban en manos de las comparas extranjeras. A raíz de la creación de PROQUIVEMEX, el mercado del barbasco natural decayó por la oposición de las compañías extranjeras a comprar el producto a nuevos precios, al extremo de que en 1979 ninguna de ellas compró la harina para procesarla. Aunado a esto se inició la producción de esteroides sintéticos a gran escala; un claro ejemplo es SYNTEX, S. A. que utiliza un 75% de esteroides sintéticos para la elaboración de sus productos y el resto, o sea el 25%, es de origen natural. Sin embargo, hoy se habla de un regreso a la utilización de productos naturales debido a los altos costos en la producción de materiales sintéticos. Algunos datos de PROQUIVEMEX nos muestran que tal aseveración es cierta, ya que desde 1970 se incrementó en un 1000% la producción de harina de barbasco para su venta a las compañías procesadoras, así como el hecho de haber declarado próxima zona de explotación barbasquera al Estado de México. Actualmente se conocen en México alrededor de 80 especies de Dioscórea de las que del 60 al 70% pueden ser consideradas como endémicas no sólo del país sino de regiones sumamente pequeñas, siendo los estados con mayor diversidad Chiapas, Guerrero, Michoacán, Oaxaca y México. Ante tales datos es necesario procurar un manejo y explotación racionales, ya que no es de dudar que algunas de las especies que han sido fuertemente explotadas ahora se encuentren en peligro de sufrir daños irreparables. |
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referencias bibliográficas Rojas, T. P (ed.) 1983. La agricultura chinampera, Compilación histórica. Colección de Cuadernos Universitarios, Serie Agronomía No. 7. UACH. Dirección de Difusión Cultural Texcoco, Méx. |
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Oswaldo Téllez Valdés |
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bibliofilia | ||||||||||
Reseña de libros |
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La mayoría de las revistas de investigación, enseñanza 1. Tesis central. Todo libro académico —o al menos así lo deseamos— debe tener una razón específica de existir. Cuando escribimos algo pretendemos dar a conocer algo nuevo. Debemos preguntarnos: ¿cuál es la tesis central del libro? ¿Qué tan convincente es ésta? ¿Existen otras subtesis? (van der Waerden, en una de sus reseñas, discute cuáles son sus razones para estar en desacuerdo con el autor en algunos detalles de su interpretación, pero desafortunadamente no analiza la tesis central del libro. Consúltese: Wilbur Knorr, The evolution of the Euclidean Elements, Boston, Dodrecht, 1975. Reseñada en Historia Mathematica 3 (1976), pp. 497-499). 2. Alcance. ¿Qué es lo que cubre el libro? Tal vez pensamos que el autor debió haber extendido el contenido del libro para analizar su tesis en un contexto aún más general o, por el contrario, reducirlo a un marco de estudio más específico. Quizá la ejemplificación de su tesis en otras ramas de la disciplina lo podría haber ayudado a ser más convincente. ¿Qué más se puede haber analizado? ¿Por qué? (G. H. Moore correctamente critica la obra de Jean van Heijenoort en lo relativo a su alcance. Moore considera que si tomamos en cuenta los argumentos que establece van Heijenoort para seleccionar los textos que deben ser incorporados en su texto, entonces también debió haber tomado en cuenta algunas otras obras. Jean van Heijenoort, From Frege to Godel: A Source Book in Mathematical Logic, 1879-1931, Camb., Mass, Harvard University Press, Reseñada en Historia Mathematica 4, (1977) pp. 468-471).
5. Estilo. Generalmente un autor busca ser entendido y por lo tanto intenta expresarse de una manera comprensible y sencilla, aunque no siempre sea posible. Algunos autores, por el contrario, pueden incluso llegar al extremo de tratar de esconder su ignorancia en un lenguaje técnico y complicado. ¿Qué tan fácil fue leer el libro? ¿Son claras sus ideas? ¿Busca el autor las palabras más sencillas para explicar ideas complejas? (En este caso, consúltese la reseña que publicara May sobre uno de los artículos del Dr. Ivor Grattan-Guinness, Ivor Grattan-Guinness. An unpublished paper by George Cantor: Principien einer Theorie der Ordungstypen, Ernst Mitteilung, Acta Mathematica 124, (1970), pp. 65-107. Reseñada en Mathematical Reviews, 41, (1970) pp. 948-949). 6. Fuentes. Una simple revisión a la bibliografía —si es que el ensayo presenta alguna y fue consultada por el autor— nos puede indicar objetivamente si se utilizaron libros y artículos de reciente publicación, correspondencia personal, diarios, material no publicado. Asimismo nos puede indicar si el libro fue escrito en base a otras fuentes secundarias, lo que podría sugerir —aunque no necesariamente— que este nuevo trabajo es un “refrito” de otros. También las ausencias de ciertas fuentes bibliográficas nos puede indicar qué tan bien —o mal— se rastreó la literatura existente. (Consúltese: Philip E. Johnson, A History of Set Theory, Boston, Prindle, Weber & Schmidt, 1972, y la reseña fuerte y negativa de Robert McGuigan, Historia Mathematica 1 (1974), pp. 106-108, y también: Bryan Morgan, Men and discoveries in Mathematics, Londres, John Murray, Reseñado por Gregory H. Moore en Historia Mathematica 2, (1975), pp., 358-359). 7. Documentación. En repetidas ocasiones —algunas veces más de lo necesario se respalda uno en la opinión de alguien más para darle fuerza a los argumentos. También es frecuente expresar ideas controversiales o señalar datos poco usuales o difíciles de localizar. En cada una de estas situaciones —y en muchas otras más— se deben indicar las fuentes de dicha información, es decir, presentar los registros que amparan el origen de dichas ideas. Es obligación del autor señalar de la manera más precisa dicha documentación y además buscar la forma de presentar las fuentes que sean más accesibles al lector. Es hasta cierto punto deshonesto ampararse en documentación a la cual el lector no tiene acceso alguno, si es que ésta puede hacerse pública. ¿Qué tan precisa es su documentación? ¿Nos oculta información? (Consúltese, por ejemplo: Nicholas Griffin, A choice set of letters, Russell: the journal of the Bertrand Russell Archives, Nos. 37-40 (1980-1981), pp. 65-86, e Ivor Grattan-Guinness, The Review of Dear Russell-Dear Jourdain, Ibid, New Series, Vol. I, No. 1, (Summer 1981), pp. 68-70). 8. Conclusiones. Cuando un investigador se plantea una pregunta que desea solucionar, ésta no debe ser tan sencilla que tenga una respuesta trivial que no necesite discusión (e. g., ¿cuál es la fecha de nacimiento de Albert Einstein?); o, por el contrario, que sea tan compleja —a pesar de que su formulación sea muy breve— que requiera de un número extraordinario de volúmenes y haga dudosa su completa realización (e. g., ¿cuál ha sido la influencia de Isaac Newton en la historia y desarrollo de las ciencias?). Necesitamos tener una tesis clara y precisa (Regla 1) y también se debe discutir un número concreto de conclusiones que nos permitan tener una visión de conjunto del tema discutido y de las implicaciones o consecuencias que éste pueda tener. En algunas ocasiones, el grado de especialización del escrito no permite obtener inmediatamente resultados que puedan ser aplicados a otras esferas del conocimiento, pero sí debe presentar algunas dentro de su propio marco teórico. ¿Qué conclusiones podemos obtener de dicho estudio? y ¿qué tan aceptables y útiles son? (La extensa biografía sobre Bertrand Russell que publicara Ronald C. Clark carece de un capítulo o sección que nos permita obtener una visión global de la metamorfosis —tanto social como intelectual— de Russell, R. C. Clark, The life of Bertrand Russell, Londres, Butler & Tanner LTD, 1975. Véase también: Katherine Tait, A daughter’s eye view, Russell, Nos., 21-22, (primavera-verano, 1976, pp., 51-56). 9. Valor general. Tomando en cuenta lo positivo o negativo en relación a los ocho puntos anteriores, nosotros podemos juzgar qué tan valioso puede ser el libro. ¿Es útil para el especialista o para el estudiante que se inicia? ¿Vale la pena adquirirlo o únicamente consultarlo en la biblioteca? ¿Es caro el libro? (Por ejemplo, un caso de una mala reseña que no cualifica en sus méritos generales el valor de un libro, es la escrita por Colin C. Graham y publicada en la revista Philosophy of Science (48 (1980) pp. 159-160). El trabajo criticado (Joseph Dauben, Georg Cantor: History, Mathematics and Philosophy of the Infinite, Camb., Mass., Harvard University Press, 1979) presenta algunos errores de comprensión. Pero, en general, es un excelente libro que no será superado en mucho tiempo. Otras reseñas, más justas en su apreciación general, también fueron publicadas, Thomas Hawkins, Historia Mathematica 8, (1981), pp. 368-375). Como se señaló anteriormente, ésta no es una lista exhaustiva de las reglas o puntos que debemos tomar en cuenta al reseñar un libro. Así como no debemos tratar de leer de la misma manera libros que tratan distintas disciplinas, tampoco debemos tratar de reseñar cualquier libro siguiendo los mismos lineamientos. Pero, repetimos: los que se han enunciado con anterioridad nos pueden ser de gran utilidad para analizar algún libro que presente una tesis histórica. |
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cuento | ||||||||||
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Naturalmente | ||||||||||
Chad Oliver | ||||||||||
En Berna, Suiza, a muy temprana hora de la mañana, el presidente En Moscú, Rusia, sentado al extremo de una larga mesa, el “Número Uno” escuchaba con intensa atención a sus principales consejeros militares. No le gustaba lo que oía, pero conservaba un rostro inexpresivo. No le placía la posición en que se hallaba, pero no estaba realmente preocupado. No podía haber duda de que el Soviet Supremo sería el elegido. ¡Naturalmente! En Londres, Inglaterra, el primer ministro salía del 10 de Downing Street con la pipa humeando decididamente. Subió a su coche para ir a Palacio, y enlazó sus fuertes manos. Las cosas podrían ser un tanto azarosas durante algún tiempo, pero el primer ministro no abrigaba el menor desaliento. Inglaterra, con su gloriosa historia, es la única elección posible. ¡Naturalmente! Al este del lago Victoria, en África, el alto y esbelto jefe-sacerdote de los masai, el Laibon, contemplaba el escuálido ganado pastando en la pradera y sonreía. No había más que un Dios verdadero, Em-Gai, y los pastores masai eran un pueblo digno. ¡Al fin iban a ser corregidos antiguos yerros! Resurgirían los masai. Ellos eran la única elección lógica. ¡Naturalmente…! El caballero rechoncho con gafas sin maquillo y chaqueta cruzada tenía un nombre: Morton Hillford, y un título para acompañarlo: consejero presidencial.En este momento, recorría la sala a grandes zancadas. —¿Dice que ha investigado todas las posibilidades general? ¿Todos los… ¡hum…! ángulos? El general, de nombre Larsen, tenía un porte erguido y el pelo de un gris metálico, ambas cosas muy útiles cuando se trataba de impresionar a los senadores. Era un general que conocía bien su oficio. Naturalmente, estaba trastornado. —Han sido exploradas todas las posibilidades de acción, señor Hillford. Todos los ángulos han sido estudiados plenamente. Morton Hillford dejó de pasear y apuntó al general utilizando el dedo como revólver. Su expresión indicaba claramente que, de haber tenido un gatillo, no hubiese dudado en apretarlo. —¿Pretende usted decirme que el Ejército de los Estados Unidos es impotente? El general frunció el ceño. Tosió brevemente. —Bueno, digamos que el Ejército de los Estados Unidos se haya inerme en este asunto. —¡No me importan las palabras! ¿Pueden ustedes hacer algo? —No, no podemos. Y debo indicarle que tampoco pueden la Escuadra, las Fuerzas Aéreas ni los Marines. —Ni los Carabineros —remendó Morton Hillford, antes de reanudar su paseo—. ¿Por qué no pueden hacer nada? ¿Acaso no es ese su oficio? —Perdón, señor Hillford. Nuestro oficio es, como usted dice, defender este país; y estamos preparados para hacerlo hasta el límite de nuestras fuerzas, sin importarnos la superioridad… —Olvídelo, Larsen. No pretendía molestarle. Creo que el desayuno no me ha sentado bien esta mañana. Comprendo su posición en este asunto. La cosa es… peliaguda. —Por lo menos —asintió el general Larsen—. Pero me atrevo a decir que hemos pensado en todo, desde las bombas de hidrógeno a la guerra psicológica. No tenemos absolutamente nada que ofrezca una oportunidad de éxito. Un movimiento hostil por nuestra parte sería suicida. Siento caer en el melodrama, pero los hechos son los hechos. No sería conveniente dejar que el país supiese hasta qué punto estamos en su poder; pero, no obstante, nos tienen por el cuello y no conozco medio de librarnos. Naturalmente, seguiremos probando; pero el presidente debe disponer de los datos auténticos. No podemos hacer nada por el momento. —Bien, general; aprecio su sinceridad, aunque no tenga nada mas qué ofrecerme. Parece que habremos de esperar con las manos cruzadas y una amplia sonrisa en nuestro rostro colectivo. Pero al presidente no le va a gustar esto, Larsen. —Tampoco a mi me agrada. —Supongo que tendremos que limitarnos a confiar en su buen juicio —dijo Morton Hillford—. Podría ser peor. El general salió, guardándose sus pensamientos. —Naturalmente —dijo en alta voz—; serán los Estados Unidos. Hacía tres semanas que la nave había surgido del espacio. Era una nave de gran tamaño, al menos en relación con los conceptos terrestres. Tenía su cumplida media milla de largo, y era ancha, pulida y brillante, como un pez plateado bien alimentado en los bajíos de un profundo y solitario mar. Apenas hizo nada. Se limitó a quedar suspendida a gran altura sobre el edificio de las Naciones Unidas en Nueva York. Esperando. Como un enrome cigarro de pega dispuesto a estallarnos en la cara. Simultáneamente con su aparición, todos los gobiernos de la Tierra recibieron un mensaje. El mismo para todos. A la nave no le preocupaba mucho la definición de “gobierno”. Se puso en contacto con toda clase de divisiones políticas en ciertos casos, cuando los destinatarios eran analfabetas o carecían de ilustración, el mensaje comunicado oralmente. Cada mensaje iba en el idioma nativo. Esto bastaba para dar qué pensar a cualquiera. Había infinidad de idiomas en la Tierra, y muchos de ellos carecían de escritura hasta entonces. En cuanto a las gentes llegadas en la nave, a juzgar por lo visto, eran de aspecto bastante humano. Una avalancha de conferencias y una actividad frenética se desencadenaron a la aparición de la nave espacial y sus mensajes. En primer lugar, nadie había visto una nave espacial. No obstante, este aspecto de novedad quedó pronto olvidado. La gente la había estando esperando en cierto modo, y tendió a aceptarla filosóficamente, como había aceptado la electricidad, los aviones, los teléfonos y las bombas atómicas. Era muy natural. ¿Qué vendría después? El mensaje era algo muy distinto. Las naciones y los Estados Unidos saludaron al navío del espacio con incierta sonrisa. El contacto con otros mundos era emocionante, importante y todo eso, pero planteaba un buen número de incómodos problemas. Es difícil negociar a menos que uno tengo algo qué ofrecer, o a menos que sea lo bastante fuerte para no tener que doblegarse. ¿Y si la nave no era amiga? Los Estados Unidos hurgaron en su despensa de pertrechos militares e investigaron. Pero no perdieron la cabeza. Nadie alzó el gallo y trató de emplear la bomba de hidrógeno sobre una entidad desconocida. En seguida se dieron cuenta de que tirarle una bomba a la nave podría ser como cazar un tigre con una pistola de mixtos. Los militares consideraron el problema con sutileza. Probaron con disimulo y estudiaron sus instrumentos. Los resultados fueron escasamente alentadores. La nave tenía a su alrededor una especie de campo. A falta de nombre mejor, se le denominó campo de fuerzas. En definitiva, era una pantalla de energía que nada podría traspasar. Resultaba absolutamente inviolable; la última palabra en armaduras. Si alguien tiene una auténtica coraza a toda prueba y su contario no, a éste no le queda otro camino que la resignación. Los militares no podrían luchar. Tras digerir el mensaje, resultó que la situación era muy semejante para los diplomáticos. La comunicación no contenía amenaza explícita; era sencillamente una afirmación de intenciones. Cuando más, presentaba una cierta vaguedad molesta que hacía difícil imaginar exactamente los propósitos de la nave. Decía así: “Por favor, no os alarméis. Somos gente pacífica con una misión de buena voluntad. Nuestra tarea es determinar qué país de entre vosotros posee la cultura más adelantada del planeta. Tendremos que llevarnos a un representante de esa cultura para su estudio. No sufrirá el menor daño. A cambio, procederemos a suministrar a la cultura de que procede cuanto desee, hasta el límite de nuestra capacidad. Os aconsejamos que no intentéis comunicaros con la nave hasta que hayamos anunciado nuestra elección. También os sugerimos evitar cualquier acción hostil. Hemos venido en son de paz y deseamos despedirnos del mismo modo, una vez acabado nuestro trabajo. Gracias por vuestra amabilidad. Nos gusta vuestro planeta”. Eso era todo. A primera vista, el mensaje no resultaba demasiado alarmante, a pesar de su falta de precedentes. Pero en seguida surgían las cavilaciones. Supongamos, pensaron los Estados Unidos, que sea Rusia la elegida. Supongamos, además, que lo que Rusia más desee sea una arma imbatible para utilizarla contra los Estados Unidos. ¿Qué pasaría entonces? Y supongamos, pensó Rusia, que los elegidos sean los Estados Unidos… La situación resultaba bastante incómoda. La hacía mucho peor la completa indefensión de los afectados. No quedaba sino esperar y ver. Naturalmente, todos los gobiernos implicados estaban seguros de ser los elegidos. Por eso, los más avispados se dieron cuenta de que, fuese quien fuese el ganador, constituiría una gran sorpresa para los demás. Y así fue. Morton Hillford, consejero del presidente, recibió la noticia del jefe de la delegación americana en las Naciones Unidas. El delegado no había querido confirmar a nadie semejante bomba; vino en persona, y a todo correr. Una vez enterado, Morton Hillford se dejó en el asiento más a mano. —Eso es ridículo —dijo. Hillford hizo un esfuerzo para ponerse en pie y reanudó su paseo. Sus gafas sin cerquillo iban empañándose con el calor, y se las quitó para limpiarlas. —Estoy trastornado —dijo finalmente. Blandió el mensaje, casi con furia—. ¡Es un bandazo tan tremendo, Charlie! ¿Estás seguro de que no bromean? Las cosas rodaron de tal modo que fueron juntos a decírselo. El presidente, manos en las caderas, les lanzó un intensa mirada, y pidió ver el mensaje. Se lo enseñaron. El presidente no era hombre bien parecido, pero sus rasgos no carecían de fuerza. Sus ojos azules y algo fríos tenían un aire alerta e inteligente, y rara vez seguían la pauta de la boca al sonreír. Pero ahora no sonreía en absoluto. —Bueno, patrón —inquirió Morton Hillford—. —¿Qué hacemos ahora? El presidente frunció el ceño. —Tendremos que afrontar la televisión lo antes posible —dijo, hablando con autoridad—. Hay que decirle algo a la gente. Busca enseguida a Doyle y Blatski… y diles que lo escriban, si pueden con un cierto matiz positivo. No herir su orgullo; indicar que no somos reacios a aprender; decir algo sobre ciencias desconocidas y factores misteriosos… ya sabes. Después, tendremos que elaborar un proyecto para estudiar todo este asunto. Volvió a consultar el mensaje. —¡Hum…! Por lo visto van a volver dentro de cien años nuestros para comprobar. ¡Estupendo! Para entonces podremos tener algún argumento en el caso de que quieran jaleo, aunque lo dudo. Compadezco al que esté en el cargo cuando vuelvan. Espero que sea de los de enfrente. Ahora, tenemos que descubrir qué es todo esto. El delegado en las Naciones Unidas arriesgó una palabra. —¿Cómo? El presidente se sentó tras de su mesa y encendió un cigarrillo. Soltó el humo apretando los labios, lentamente. Era una buena pose, y le gustaba. La verdad era que le encantaban los problemas difíciles. Incluso éste. Amaba la acción, y la rutina le aburría. —Necesitamos un sabio —anuncio—. Y esta vez no es un físico nuclear. Alguien, que pueda decirnos algo sobre esa gente. La verdad es que necesitamos un experto en cuestiones sociales. Morton Hillford le previno. —Que no lo descubran los del Tribune. Te harían tiras. El presidente se encogió de hombros. —Guardaremos el secreto. ¡Bien! Como decía, necesitamos un experto social. El problema es, ¿de qué clase? —No un psicólogo —musitó Morton Hillford—. Al menos, todavía no. Me temo que necesitemos un sociólogo. Si el Tribune llega a enterarse… —¡Olvídate ahora de los periódicos¡ Esto es importante. El presidente se puso al trabajo en su teléfono privado. —Hello… ¿Henry? Ha ocurrido algo. Quero que vengas aquí enseguida y que te traigas a un sociólogo. Si, eso es, un sociólogo. ¿Cómo? ¡Sí, ya he pensado en el Tribune! Tráelo por la puerta de atrás. A su debido tiempo, Henry —que era el secretario de Estado— hizo su aparición. Traía consigo a un sociólogo. El sociólogo tenía un aspecto sorprendentemente normal, y escuchó respetuosamente lo que el presidente tenía que decirle. Se sintió naturalmente, sorprendido al saber la elección de los de la nave, pero se recobró al momento. El sociólogo era un hombre honrado. —Lo siento muchísimo, señor presidente —dijo—. Puedo echar mi cuarto a espaldas si lo desea, pero lo que realmente necesita es un antropólogo. —Henry —dijo— consígueme un antropólogo, y date prisa. Cuatro horas más tarde, el antropólogo hizo su aparición en el despacho del presidente. Se llamaba Edgar Vincent. Tenía barba y fumaba un pipa de aspecto exótico. Bueno, esto era algo inevitable. —¿Es usted antropólogo? —pregunto el presidente. —Efectivamente, señor —dijo el Dr. Vincent. —¡Estupendo! —dijo el presidente. Se echó hacia atrás en su butaca y cruzó las manos. —Al fin vamos a saber algo. —Dígame, doctor —siguió el presidente—. ¿Qué sabe usted de los esquimales? El antropólogo lo miró sorprendido. —No querrá usted decir… Para ahorrar tiempo, el presidente le entregó el mensaje que la nave había enviado a las Naciones Unidas. —Puede leerlo, doctor. Dentro de una hora lo tendrán los periódicos y todo el mundo lo sabrá. Edgar Vincent dio una chupada a su pipa y leyó el mensaje: “Os enviamos nuestro agradecimiento y nuestro adiós. El trabajo entre vosotros ha terminado. Tras descubrir que la cultura más avanzada es la de los esquimales de la Tierra de Baffin hemos seleccionado a un miembro de esa cultura para regresar con nosotros, con fines de estudio. Como ya indicamos, tomaremos a nuestro cargo el proveer a su pueblo con todo cuanto desee, en concepto de pago. El representante de la más alta cultura de vuestro planeta será exhibido en todos vuestros centros políticos, a las horas que se indicarán en comunicado aparte, como prueba de que no ha sufrido daño. Volveremos a vuestro mundo dentro de cien años terrestres, y en esa ocasión esperamos poder discutir los mutuos problemas con mayor extensión, Repetimos las gracias por vuestra cortesía. Nos ha gustado vuestro planeta”. —¿Y bien? —preguntó el presidente. —Apenas sé qué decir —confesó el antropólogo. Es fantástico. —Eso ya lo sabemos, doctor. Diga algo.Edgar Vincent encontró una silla y se sentó. Se acariciaba la barba, pensativo. —En primer lugar —dijo— no soy realmente el hombre que buscan. —¿No es usted antropólogo? —Sí, sí, desde luego. Pero un antropólogo físico. Ya saben… Huesos, evolución, tipos sanguíneos y todo eso. Me temo que no sea exactamente lo que buscan en este caso. —Lo que necesitan es un etnólogo o antropólogo social. Y el hombre más indicado es Irvington. Pero tardarán algún tiempo en encontrarlo. Sugiero que le pongan una conferencia. Está en Boston. Entretanto, les serviré lo mejor que pueda. Sé algo de antropología cultural; no estamos tan especializados con todo eso. —¿Se le ocurre alguna razón por la que pueda haber sido elegido un esquimal?—, —preguntó Morton Hillford. —Francamente, no. —¿Una civilización secreta? —sugirió el delegado de las Naciones Unidas—. ¿Una tribu perdida o algo semejante? —Es absurdo —dijo. Y añadió cortésmente—: Señor… —Escúcheme —dijo el presidente—. Sabemos que viven en igloos. Puede partir de ahí. —Me temo que ni siquiera eso sea exacto. Perdóneme, señor, pero los esquimales no viven en igloos, o al menos no la mayor parte del tiempo. Viven en tiendas de pieles en verano y en casa de piedra y tierra a principio del invierno. —Dejemos eso —dijo el presidente— No tiene importancia. —¿Cómo sabe que no la tiene? —¿Cómo…? Sí… es verdad. Comprendo lo que quiere decir. —Ahí está el problema, como empieza usted a comprender, señor —dijo Vincent. —Pero, vamos a ver —apostilló Morton Hillford—. No pretendo menospreciar el campo de sus conocimientos, doctor, ¡pero está claro que los esquimales no son la más avanzada civilización de este planeta! Tenemos una técnica cientos de años más avanzada que la suya, una ciencia que no pueden ni sospechar, una Declaración de derechos, un sistema político producto de experiencia secular… ¡miles de cosas! ¡Los esquimales… no son ni comparables! Vincent se encogió de hombros. —Para usted no —corrigió—. Pero no es usted quien valora. —Supongamos que fuese usted quien hace la elección, doctor. ¿Elegiría usted a un esquimal? —No —admitió el antropólogo—. Probablemente, no. Pero yo lo veo desde unos valores aproximadamente iguales a los suyos. Soy también americano. —Creo que comprendo el problema— dijo lentamente el presidente—. La gente de esa nave está mucho más adelantada que nosotros. Debe estarlo… o no tendrían la nave. Por lo tanto, sus patrones no son los nuestros. No puntúan como lo haríamos nosotros. ¿Es así, doctor? —Es poco más o menos, lo que yo diría. Me parece lógico. Quizá nuestra cultura ha descuidado algo importante… algo que sobrepasa a todos los grandes edificios, la producción en masa, el voto y todo lo demás. ¿Cómo saberlo? El presidente tamborileó sobre la mesa. —Considerémoslo desde ese punto de vista —sugirió—. ¿Pudiera tratarse de que los valores espirituales son más importantes que el progreso técnico… o algo así? Vincent meditó. —No lo creo —dijo finalmente—. Puede ser algo parecido; pero entonces, ¿por qué elegir a los esquimales? Hay muchos pueblos inferiores a ellos en el sentido técnico… Los esquimales son gente muy hábil. Han inventado cosas… anteojos para la nieve, sistemas de caza, complicadas cabezas de arpón… No creo que podamos prescindir de la técnica; la cosa no es tan simple. Y en cuanto a los valores espirituales, suelen ser de difícil manejo. En principio, yo no diría que los esquimales tuviesen más que otros pueblos, e incluso es posible que tengan menos. Piensen en La India, por ejemplo… Es un pueblo que ha puesto realmente en práctica la religión. Creo que la orientación es adecuada, pero todavía no hemos llegado al buen camino. El delegado en las Naciones Unidas se enjugó la frente. —¿Entonces que es lo que tienen los esquimales? —A esto sólo puedo dar una respuesta —dijo Vincent—; al menos, sólo una respuesta honrada: no lo sé. Tendrá que esperar por Irvington, y sospecho que se quedará tan sorprendido como cualquiera. No tengo la menor idea de por qué tenían que ser los esquimales los elegidos entre todos los pueblos de la Tierra. Habrá que descubrirlo… y eso significa que tendremos que saber mucho más que hasta ahora sobre cada grupo de personas que habitan este planeta. —Más dinero… —suspiró el presidente, un tanto malhumorado—. Doctor, ¿no puede indicarnos algo para ir tirando, aunque sea de modo provisión? Dentro de una hora tengo una reunión con el gabinete, y he de asistir y decir algo. Después habrá un discurso en la televisión, y los periódicos, y los diplomáticos extranjeros, y el Congreso, y Dios sabe qué más. La cosa no será tan divertida dentro de un par de años. ¿Tiene alguna idea, doctor? Vincent hizo cuanto podía. —Los esquimales han conseguido una notable adecuación a su medio dentro su nivel técnico —dijo lentamente—. A menudo se les pone como ejemplo en este aspecto. Recuerdo haber oído a un antropólogo que no tenían un vocablo para designar la guerra, ni tampoco podían concebirla. Esto pudiera serle útil, para empezar. Por lo demás, tendrá que hablar con Irvington. Estoy fuera de mi elemento. —Muchas gracias, doctor Vincent. Agradezco su ayuda. Y ahora, vamos todos a tomar una copa. Pasaron a otra sala, hablando como descosidos, a fin de prepararse para la próxima reunión del gabinete. Morton Hillford fue el último en abandonar el despacho del presidente. —Esquimales —dijo tristemente, moviendo la cabeza—. ¡Esquimales! A la mañana siguiente, de estricto acuerdo con lo fijado, una pequeña navecilla se destacó del enrome navío espacial que se cernía a gran altura sobre el edificio neoyorkino de las Naciones Unidas. Para los millones de espectadores, en persona o a través de la televisión, fue difícil evitar la impresión de que un cigarrillo surgía de un gran puro plateado. La pequeña nave aterrizó, con la dulzura de una hoja en otoño, en espacio despejado al efecto. La rodeó una pequeña esfera de fuerza, reluciente al sol mañanero. Se abrió una puerta circular y comenzó la exhibición. Fue la sencillez misma. Dos hombres altos y de agradable aspecto salieron de la nave, permaneciendo dentro de la coraza de energía. Sus vestimentas eran originales, pero más bien conservadoras. Se inclinaron hacia la puerta y pareció que hablaban con alguien. Un poco a regañadientes, el esquimal salió a reunirse con ellos. Llevaba ropa nueva y parecía incómodo. Era bajo, algo rechoncho, e iba despeinado. Contempló Nueva York con franco asombro. A una leve indicación de los dos hombres, saludó sonriente a la multitud que se había reunido para contemplarlo. Permaneció de pie, sonriendo, durante un par de minutos, y otra vez fue escoltado hasta la nave. Esta flotó sin ruido en el aire e hizo una curva para ir a reunirse con el gran navío. Eso fue todo. La exhibición había terminado. Exactamente igual se repitió en todas partes. En Berna. Suiza. En Moscú, Rusia. En Londres, Inglaterra. En el país de los masai, África Oriental. En China, Suecia, Australia, México, Finlandia, Brasil, Samoa, Turquía, Grecia, Japón, Tíbet… Y, claro está, a dondequiera que fue la nave suscitó cuestiones altamente desazonantes. Naturalmente, cada gobierno sabía que se había cometido un error. Pero, con todo… Tan súbitamente como había llegado, desapareció el gran navío del espacio. Sus reactores flamearon con la llama atómica, se difuminaron sus contornos, y retornó como un relámpago al oscuro mar del que había salido. Se dirigía a Procyon, distante once años luz, para comprobar los resultados de un experimento anterior que había tenido lugar aproximadamente hacía un siglo. Dos hombres le vigilaban, divertidos, pero no impresionados. —Bueno; al menos— observó el primero —su pueblo tendrá focas a montones de aquí en adelante. —Es cierto —asintió el segundo—. Y podemos dejarlo en Armique. Allí estará como en casa, y no lo pasará mal. —Ya es hora de que nos ocupemos de la Tierra —dijo el primero—. Ese planeta está resultando la oveja negra de nuestro sector. —Saldrá adelante, no te preocupes. Ya empiezan a hacer algún progreso. El esquimal eligió otro pescado de su cubo y miró a los dos hombres sin interés. —La que se habrá armando cuando lo elegimos. Parece buen chico pero algo primitivo, el hombre… —Amigo mío, un poco de estímulo no hace mal a nadie. Cuando dejen de romperse la cabeza con lo de este esquimal tendrán ya una auténtica ciencia. El primer hombre bostezó y se estiró. —Cuando volvamos dentro de cien años, ya sabes a quiénes encontraremos con una cultura bastante avanzada para poder ofrecerles un lugar en la Civilización. El otro afirmó con la cabeza. —Naturalmente, —dijo; y sonrió. El esquimal se sirvió otro pescado del cubo y fue a asomarse a la ventanilla. |
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Problemas y acertijos | |||||||||||||||||||||
Respuestas al número anterior 1. “La luz eléctrica se apagó inesperadamente…” 2. “Distribuir los números del 1 al 16…” 3. “Una campesina llegó al mercado a comprar huevos…” 4. “Un truco común entre los magos…” 5. “En el laboratorio de óptica…” 6. “Se puede hervir agua con…” |
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[En línea]
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Ciencia in situ | ||||||||||||||
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“La Guacamaya” | ||||||||||||||
Nota de los editores | ||||||||||||||
A partir de 1982 un grupo de profesores y estudiantes del Departamento de Física empezaron a trabajar en la comunidad rural “La Guacamaya”, en la sierra centro del estado de Michoacán, con el propósito de adaptar algunas tecnologías energéticas apropiadas a lugar. Posteriormente se unió al grupo inicial (que pasó a llamarse “Grupo de Energética”) el Grupo Interdisciplinario de Estudios Agrobiológicos (GIEA) del Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias de la UNAM, con lo cual se amplió la temática hacia aplicar un tratamiento integral de las necesidades domésticas y la productividad de los habitantes, a la par de una evaluación de los recursos naturales (principalmente) renovables de la región. Los proyectos de trabajo se definieron del mismo modo como se acostumbra tomar las decisiones en la comunidad: por discusión conjunta en asamblea general. De esta manera se comenzó a trabajar en los siguientes proyectos, algunos de los cuales ya habían sido identificados previamente por los habitantes: Patrón de consumo energético doméstico y productivo para precisar las necesidades energéticas de la comunidad, actuales y a futuro (el proceso). Evaluación de los recursos renovables de la región (sol, agua, viento y biomasa, en proceso). Instalación de algunas tecnologías apropiadas a las actividades domésticas (estufas de Lorena para la cocción de alimentos; calentadores solares de agua). En proceso: construcción de un molino de agua.
Acuacultura, para el cultivo de peces (en proceso). Sistema de captación de agua para el molino; la microcentral, acuacultura y el regadío de los huertos familiares y colectivos, en huertos familiares, letrinas, apiarios (en proceso), granja de pollos, huerto de frutales (en proceso), mejoramiento de la producción de granos básicos.
Implicaciones para la Facultad de Ciencias A las prácticas de campo en física, biología (y hasta matemáticas), se les da contenido social. En general está promoviéndose la experimentación, actividad relativamente relegada, cuya función metodológicamente es un eslabón imprescindible de la educación científica. Pueden surgir nuevas materias interdisciplinarias que enriquezcan el currículum de las carreras. Se propicia la investigación fundamental y de las aplicaciones de la ciencia. Por ejemplo: estado sólido, termodinámica y fluidos, del diseño de calentadores solares con superficies selectivas (alta absortividad, baja emisividad). Termodinámica, fluidos y óptica, del diseño de estufas de lorena; fluidos del diseño de la microcentral, acuacultura; genética de los huertos, granjas (producción de variedades) apropiadas al clima y condiciones generales de la región, y otros. Difusión Las funciones universitarias son extensivas al campo, y se prueba en este caso la posibilidad de integración respecto de la cadena Ciencia-Técnica-Producción. Recursos Hasta ahora tres profesores y, en promedio anual, unos 20 estudiantes de las tres carreras —biología, física y matemáticas— han participado en los proyectos, apoyados económicamente por la Coordinación del Servicio Social de la UNAM. Los recursos invertidos para investigación son en cambio raquíticos. El GIEA cuenta con un reducido local en Biología, y el grupo de Energética ni siquiera eso. Este grupo ha solicitado espacio y presupuesto para instalar un laboratorio en el Departamento de Física, pero a la fecha no existe ninguna respuesta. Es claro que sin estos recursos, los proyectos no pueden continuar. |
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