revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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Juan Manuel Rodríguez Caso y Ricardo Noguera Solano
     
               
               
El 28 de diciembre de 1845, Alfred Rusel Wallace
envió una pequeña carta a su amigo Henry Walter Bates, en ella le comenta brevemente su impresión sobre la idea de la transformación, acerca de la cual había leído recientemente en Los vestigios de la historia natural de la creación, trabajo publicado de manera anónima en 1844, y que posteriormente se sabría fue escrito por el periodista escocés Robert Chambers. Wallace consideraba en ese momento que la transformación de las especies era “una hipótesis ingeniosa, apoyada fuertemente por algunos hechos y algunas analogías llamativas”, y aunque pensaba que la cuestión aún requería mayores pruebas, confió en que las futuras investigaciones aportarían luz sobre el tema. Dos años más tarde discutiría con Bates la idea de hacer una expedición a las selvas tropicales del Amazonas con el propósito de recolectar “hechos que los guiaran hacia la solución del problema del origen de las especies”.
 
Esta búsqueda incesante de los fenómenos de la transformación de una naturaleza dinámica a partir de la lectura de Los vestigios a sus veintidós años se convirtió en el marco de referencia bajo el cual trabajaría durante los siguientes sesenta y ocho años de su vida. La idea de transformación formó parte de su pensamiento acerca de la evolución orgánica, la evolución humana y la transformación social que, en su opinión, eran asuntos fundamentales para mejorar las condiciones de vida de los seres humanos.
 
Desde muy joven sus numerosos intereses lo llevaron por un camino paralelo, fuera de la ciencia, hacia cuestiones como la frenología y el mesmerismo y, al paso de los años, al espiritismo, en donde encontró respuestas que la ciencia no parecía darle, pero que le valió ser objeto de numerosas críticas y de cierto descrédito por parte de algunos personajes importantes, particularmente Darwin, quien encontraba en tales disciplinas sólo charlatanería y visiones que simplemente no compartía.
 
Pese a ser una persona con un carácter reservado y hasta tímido, sus presentaciones públicas y publicaciones causaron siempre una enorme polémica. Algunas de sus convicciones tuvieron mucho que ver en ello: desde su juventud, concretamente en 1837, fue un socialista convencido, gracias en buena medida a las ideas de Robert Owen, figura central del socialismo utópico, lo que lo motivó sobre todo en sus últimos años de vida a comprometerse de manera activa en diversas causas sociales como la lucha por el derecho al voto de las mujeres, la nacionalización de las tierras y las reformas al sistema de salud para evitar la vacunación y fomentar, en su lugar, la medicina preventiva.
 
Asimismo, su creencia en el espiritismo fue detonadora de algunas de sus ideas más controvertidas en cuanto a la evolución humana, ya que argumentaba que existía una limitación de la selección natural para actuar sobre capacidades mentales distintivas del ser humano.
 
No obstante, por ser codescubridor de la selección natural, Wallace figura entre los más grandes intelectuales de la Inglaterra victoriana, ya que hizo del pensamiento de transformación el marco de referencia para comprender el mundo natural y social que le rodeaba. Sus interpretaciones y concepciones evolutivas borraron las fronteras que tradicionalmente se trazan entre la práctica científica y el quehacer humanístico, y tuvo la particularidad de proponer una interpretación plural y multifacética de la evolución, idea con la que se había encontrado en su juventud y que tendría como pilar fundamental en sus reflexiones naturalistas, humanas y sociales durante toda su vida.
 
 
La evolución orgánica
 
 
Motivado por la búsqueda de una explicación sobre la transformación de las especies, Wallace realizó un extenso trabajo, primero en la cuenca del río Amazonas, de 1848 a 1852, y después en el archipiélago Malayo, entre 1854 y 1862. No es nuestra intención repetir una vez más los aportes que Wallace hizo en el campo de la ciencia, los cuales se encuentran publicados y analizados en diverso textos sobre su obra, incluida su autobiografía, sólo mencionamos los más importantes, aquellos que se volvieron importantes en sus discusiones acerca de la evolución humana.
 
Entre sus grandes aportaciones está el descubrimiento del mecanismo de transformación, analizado por diversos autores y comparado con la propuesta de Darwin que, aunque diferentes en cuanto a sus elementos centrales, coinciden en argumentar a favor de la transformación natural y gradual de las especies.
 
Otra de sus contribuciones elaboradas con fines evolutivos es la coloración aposemática, relacionada con la evolución de la coloración protectora animal, y lo que actualmente se conoce como “el efecto Wallace”, una explicación sobre la forma de interpretar la selección natural en el aislamiento reproductivo de las especies al inicio del proceso de especiación; en otras palabras, él consideraba que la selección natural era una fuerza que promovía las barreras reproductivas en los procesos de hibridación.
 
Sin duda sus investigaciones sobre la distribución geográfica —basadas en sus observaciones y su trabajo de campo— hubiera sido suficiente para darle un lugar importante en la historia de la biología, ya que se le ha llegado a considerar como el padre de la biogeografía.
 
El paciente trabajo y sus agudas observaciones lo llevaron a identificar una línea imaginaria conocida hoy como “la línea Wallace”, que separa dos zonas biogeográficas: la región de Indonesia y la de Australia, en cada una de las cuales las plantas, los animales y los grupos humanos presentan marcadas diferencias.
 
Con su trabajo sobre la evolución, Wallace se consolidó como el principal defensor y divulgador del darwinismo, especialmente por medio de libros como Contribuciones a la teoría de la selección natural, publicado en 1870, y Darwinismo, en 1889, que conjuntan ensayos cuyo tema central es la selección natural. Un punto destacable es que él siempre concedió a Darwin el crédito de haber construido lo que desde entonces se denominaba darwinismo, es decir, la explicación evolutiva basada únicamente en la teoría de la selección natural.
 
La evolución humana
 
 
El caso concreto del ser humano fue un tema de interés permanente para Wallace; puede verse como el caso de estudio fundamental en su continua búsqueda de respuestas en los más diversos campos del conocimiento.
 
En 1864 publicó un artículo sobre el origen de las razas humanas, tratándolo a partir de la aplicación de la selección natural. Fue uno de los primeros trabajos en donde expresamente se trataba el tema del ser humano desde tal perspectiva, y logró gran éxito entre la comunidad científica así como el beneplácito de Darwin. Sin embargo, esto no duró mucho, pues, en 1869, publicó una reseña de los trabajos de Charles Lyell en donde al final declaraba la imposibilidad de la selección natural para explicar el origen de la mente, por lo que en su opinión se requería una explicación alternativa, que él encuentra finalmente en lo que denomina un “poder superior”. De sobra está decir que Darwin se decepcionó mucho y, aunque no significó un rompimiento en su relación personal y académica, es claro que a partir de allí se abrió una brecha entre ambos.
 
Los textos de 1864 y 1869 no estaban formalmente dirigidos a explicar la evolución humana, en ellos buscaba más bien aplicar la teoría de la selección natural al caso concreto. Ese tema ya lo trataba en los trabajos antropológicos que realizó desde el principio de su carrera como naturalista, especialmente los etnográficos y lingüísticos sobre los diversos puestos que conoció en sus viajes, muy numerosos, un inapreciable material con el que fundamentaría las discusiones sobre el origen de la humanidad y sus diversas aproximaciones para explicar el desarrollo físico, mental y cultural de la humanidad.
 
La evolución social
 
 
A partir de su regreso del archipiélago Malayo en 1862, Wallace buscó consolidar su carrera como científico, particularmente en Londres, por lo que se volvió miembro de diversas sociedades científicas. En ese entonces ya es posible encontrar ejemplos de su interés por los temas sociales, pero lo mantuvo un tiempo en un ámbito privado. Fue hasta principios de la siguiente década cuando públicamente empezó a opinar de manera abierta y decidida sobre temas sociales ligados a la ciencia.
 
Una de sus primeras aportaciones a la recién fundada y ahora reconocida revista Nature (el primer número se publicó el 4 de noviembre de 1869) fue una carta al editor titulada Government Aid to Science, aparecida el 13 de enero de 1870, en la que mencionaba la importancia de que el gobierno financiara las diferentes empresas de la ciencia, pero siempre bajo la perspectiva no negociable de que fuera en favor de todos los miembros de la sociedad, ya que consideraba que por ser dinero público el empleado en la manutención e impulso de la actividad científica, la preparación para ser investigador y los resultados que pudieran surgir debían ser en beneficio de todos, y así evitar la formación de grupos privilegiados que se adueñaran del conocimiento.
 
Como ya se mencionó, Wallace fue un socialista comprometido desde su juventud, un seguidor del “owenismo”, cuya base eran los movimientos cooperativistas, en los que el papel del grupo era fundamental, una idea recurrente en su pensamiento, tanto en las propuestas teóricas científicas como en las sociales.
 
A partir de ese momento, su participación en los movimientos sociales se incrementó notablemente, y hasta el último de sus días la compaginó con su labor científica. De los 753 escritos que publicó a lo largo de su vida, 70% se puede ubicar, en términos generales, como de tema científico —cerca de 200 publicados en Nature, un hecho difícil de superar— y el resto son sociales.
 
Hacia finales de la década de los setentas, Wallace empezó a examinar de manera detallada los reportes de los resultados sobre las campañas de vacunación, tanto aquellos que mostraban la evidencia estadística como la anecdótica, oponiéndose fuertemente a ellas bajo el argumento de que si bien a principios del siglo xix se había logrado controlar el avance de la viruela en Inglaterra, ésto se debía más a una mejoría general en el saneamiento e higiene de la sociedad que a la vacuna misma, y que además esta última presentaba riesgos por su producción en condiciones antihigiénicas y a sus técnicas de aplicación deficientes; de ahí concluía que su aplicación obligatoria ya no era recomendable. En términos simples, él sentía que en ese momento, de acuerdo con las estadísticas, la vacunación no hacía ni bien ni mal, aseveración que, de hecho, nunca llegó a ser desacreditada, y fue tal el impacto de sus argumentos que se le puede considerar como uno de los pioneros de la epidemiología estadística. Un punto que siempre quiso destacar a partir de tales discusiones es que la libertad y la ciencia necesitan ser tomadas en cuenta y que, por mucho, la libertad es más importante que la ciencia.
 
Por otro lado, su apoyo a la nacionalización de la tierra proviene de dos momentos clave en su vida: el primero de su juventud, y el segundo cuando tuvo que dejar la escuela por la difícil situación económica de la familia y se dedicó a la topografía junto a su hermano William, en virtud de un alza en tal negocio a causa de diversas leyes que se instauraron en la década de los cuarentas cuyo objeto era efectuar nuevas delimitaciones de las parroquias y los condados; la zona en que trabajaron fue el sur de Gales, muy cerca del lugar donde pasaron sus años de infancia, y durante dos años, de 1841 a 1843, les tocó conocer de primera mano la dura realidad de los granjeros galeses, tradicionalmente discriminados por cuestiones sociales, culturales y lingüísticas. Dicha situación lo llevó a reflexionar durante muchos años sobre la validez de las prácticas de privatización de la tierra, ya que en la Inglaterra victoriana ésta pertenecía básicamente a no más de cuatrocientas familias que residían en las grandes metrópolis como Londres, Manchester y Birmingham.
 
A lo largo de los años, fiel al owenismo, nunca dejó de reflexionar sobre las profundas inequidades en el reparto de la tierra, un reflejo de lo que para él era el avance de un sistema injusto en sus raíces: el capitalismo. Hasta 1881 mantuvo dentro del ámbito privado esas reflexiones, y fue a partir de entonces cuando se convirtió en el primer presidente que tuvo la Sociedad para la nacionalización de la tierra, cargo en el que permaneció hasta su muerte.
 
El apoyo que brindó al movimiento fue sumamente conocido y reconocido —para bien y para mal—, y dedicó buena parte de su tiempo no sólo a publicaciones en los medios más importantes de la época, como The Times, sino a presentaciones públicas incluso ante el Parlamento, una actitud que siempre fue mal vista en los círculos académicos.
 
Las facetas de Wallace como agente social y científico fueron siempre de la mano; su labor de investigación y publicación nunca se detuvo. Visto a partir de sus propias expresiones, tanto en su correspondencia como en su autobiografía, su sincero interés por los más diversos temas no fue sino el reflejo perfecto y absoluto de su personalidad: por un lado siempre curiosa y, por el otro, con un sentido de justicia y responsabilidad hacia los demás que deja ver no sólo a un reconocido científico, sino también a un ser humano íntegro.
 
Su acercamiento al espiritismo, de manera pública a partir de 1865, tuvo mucho más que ver con sus convicciones sociales que con una conversión religiosa en sentido estricto (fue sumamente crítico de las instituciones religiosas desde su juventud, aunque siempre se mostró muy parco para hablar sobre estos temas). Como parte de sus prácticas espiritistas es notable la importancia que tuvieron las mujeres y la búsqueda de sus derechos en la conservadora sociedad victoriana. El espiritismo fue, de hecho, un foro en el que tenían cabida las más diversas voces, sin importar clases sociales o cuotas de género, y las mujeres desempeñaban un papel básico en el movimiento.
 
En las reuniones, mejor conocidas como scéances, la naturaleza sensible de una mujer proporcionaba la energía necesaria para reunir el espíritu y la materia, los espíritus entraban al mundo material por medio de ella, de su descendencia, tanto en lo mental como en lo físico, mediante la impronta de su espíritu y de otros que pudieran crecer en ella por el embrión. El objetivo de mejorar tal habilidad justificaba un cambio en las formas y costumbres para asegurar la libertad y autonomía de las mujeres con el fin de proteger sus decisiones sobre la relación sexual y regular las improntas favorables y desfavorables en el embrión.
 
Por esta razón, la posibilidad de que las mujeres tuvieran libertad para casarse con quienes ellas quisieran se volvía mucho más relevante. Wallace consideraba urgente un nuevo papel para las mujeres, como “los agentes selectivos en el matrimonio”, que además debería darse en términos de amor desinteresado, un proceso que debería tener lugar siempre bajo la sabia guía de las mujeres.
 
Cabe mencionar el significativo reconocimiento que se le hizo en 1996 cuando su nombre quedó consagrado en el Monumento a los derechos humanos y espirituales en el Santuario consagrado Red Rock, en Nevada, junto a nombres tan ilustres como Gandhi, Pierre Teilhard de Chardin, Kahlil Gibran, Nikola Tesla, Gustaf Stromberg, Carl Jung, Thomas Jefferson, Martin Luther King Jr., y Ralph Waldo Emerson.
 
Una reflexión final
 
 
Wallace fue moderno, pero ciertamente representaba una versión alternativa de la modernidad, la cual permaneció marginada en la historiografía hasta hace muy poco, a pesar de que desempeñó un papel fundamental en el desarrollo de la cultura victoriana. Movimientos como el espiritismo no fueron resurrecciones de antiguas tradiciones, sino nuevas interpretaciones de los descubrimientos y avances de la ciencia, como la psicología experimental, la biología evolutiva, la astronomía y el electromagnetismo.
 
Al igual que algunos personajes de su época, él protestó en numerosas ocasiones sobre el papel social que las emergentes ciencias profesionales deberían tener; siempre propugnó por la existencia de una ciencia natural que también se pronunciara en cuanto a cuestiones morales, políticas, sociales y metafísicas, y fue en esa línea que se mantuvo contra la corriente.
Las reflexiones sobre cuestiones sociales de Wallace apenas empiezan a ser reconocidas en toda su amplitud, más cuando podemos ver en ellas esfuerzos que presagiaron y contribuyeron a lo que podríamos denominar la “agenda liberal” del siglo xx. Si se considera a partir del número de escritos, podría pensarse que lo social tenía un interés secundario, pero la realidad es que a la par de los numerosos textos, su labor pública en reuniones, entrevistas y juicios es la mejor evidencia de lo serio que fueron para él tales temas. De hecho, todos éstos fueron de enorme interés para la sociedad victoriana, e incluso muchos siguen siendo motivo de acalorados debates (los excesos en la aplicación de medidas eugenésicas, los resultados negativos de las políticas militaristas e imperialistas, las enormes diferencias de ingresos entre las diferentes clases sociales, la legislación que garantice acceso para todos a la educación y la seguridad social), otros fueron resueltos gracias a cambios en la opinión popular y las actas legislativas (la vacunación obligatoria, la práctica de los grandes terratenientes, la estructura de la Cámara de los Comunes), y algunos se pueden ver como adelantados para su tiempo (la “escuela sintética” rusa de epidemiología, las ventajas del papel moneda estándar, la nacionalización de los sistemas de transporte, las compras de deuda por parte de las compañías, la suburbanización y creación de zonas verdes y parques, la paga especial a tasas mayores por el sobretiempo en el trabajo, entre muchos otros asuntos).
 
En los últimos veinte años ha crecido la investigación en torno a su figura y su trabajo, con el resultado fascinante de que junto a la imagen del renombrado científico emerge la de un hombre generoso, más bien tímido y reservado en lo privado, que se ganó la admiración de todo aquel que le conoció y, al mismo tiempo, la de un hombre de convicciones firmes, pero que abrió su mente a campos del conocimiento de lo más diversos, lo que le llevó a ser considerado como un rebelde o disidente. En ese sentido, sus viajes como naturalista, su regreso y el trabajo que hizo hasta 1870 permiten ubicarlo como uno de los más importantes exponentes del naturalismo científico; pero al mismo tiempo fue ese afán de buscar respuestas por doquier lo que más le abrió el panorama, para así poder involucrarse con mucha naturalidad en las más diversas actividades.
 
En 2013 se cumplen cien años de su muerte y en países como Brasil, Singapur, Indonesia, Estados Unidos e Inglaterra ya empiezan los preparativos para conmemorarlo. El consenso general es claro, sea cualquiera el Wallace que se quiera recordar: un personaje diferente, como lo fue su vida, tanto en su quehacer de naturalista como en sus numerosos y diversos intereses.
 
Wallace es un ejemplo de cómo la pasión y la curiosidad pueden ser llevadas de manera exitosa y fructífera en la vida.
 
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Referencias bibliográficas
 
Fichman, Martin. 2004. An Elusive Victorian: The Evolution of Alfred Russel Wallace. University of Chicago Press, Chicago.
Flores Villela, Oscar y Juan Manuel Rodríguez Caso. 2009. “Alfred Russel Wallace: el último gran intelectual de la época Victoriana”, en Evolución biológica: una versión actualizada desde la revista Ciencias. Las Prensas de Ciencias, unam, México, pp. 2541.
Raby, Peter. 2002. Alfred Russel Wallace: A Life. Princeton University Press, New Jersey.
Smith, Charles H. y George Beccaloni. 2008. Natural Selection and Beyond: The Intellectual Legacy of Alfred Russel Wallace. Oxford University Press, Oxford.
The Alfred Russel Wallace Page (http://people.wku.edu/charles.smith/index1.htm).
     
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Juan Manuel Rodríguez Caso
Departamento de Filosofía,
Universidad de Leeds, Reino Unido.
 
Es Maestro en Ciencias Biológicas por la UNAM y candidato a Doctor en Filosofía en la Universidad de Leeds, Reino Unido. Sus intereses académicos son la historia del darwinismo y la relación entre ciencia y religión.
 
Ricardo Noguera Solano
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
 
Es doctor en Ciencias Biológicas, actualmente profesor de la Facultad de Ciencias de la UNAM. Sus intereses académicos son las ideas de la herencia y la evolución.
     
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como citar este artículo
Rodríguez Caso, Juan Manuel y Noguera Solano, Ricardo. (2011). Alfred R. Wallace, ciencia y humanismo bajo el prisma de la evolución. Ciencias 104, octubre-diciembre, 14-21. [En línea]
     

 

 

de flujos y reflujos        
 
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El átomo un
enteborroso
Ramón Peralta y Fabi
   
   
     
                     
Estamos tan acostumbrados a escuchar y hablar
de los átomos,  acabamos reflexionando poco sobre el proceso que llevó confirmar su existencia y construir una imagen de ellos, más allá de la especulación filosófica. La teoría atómica es la columna vertebral de la física, como la teoría de la evolución lo es de la biología. Richard Feynman (19181988), un físico inolvidable, decía que si le pidieran conservar una sola oración de toda la física conocida, escogería “existen los átomos”. El paralelo en la biología es “existe la evolución”. En ambos casos existe —además— una teoría, que paulatinamente vamos mejorando, pero está el incontrovertible hecho en cada caso.

¿De qué estamos hechos? De átomos, es la respuesta simple; un niño puede preguntar entonces qué son los átomos y cerramos el ciclo diciendo que es de lo que están hechas todas las cosas. Ampliando más, con el riesgo de perder la atención del interlocutor, aclaramos que, hasta donde sabemos, en el universo sólo hay 92 tipos de átomos o elementos distintos; casi veinte más han sido creados en laboratorios especializados del mundo y no parecen existir en el resto del universo. Lo sorprendente es que toda la materia está hecha de esos bloques básicos. Cómo son, cuántos y cómo se combinan para dar pie a la vastísima diversidad que observamos en todos lados, son algunas de las preguntas que se antoja responder, y que plantean un reto para el resto de la historia. Es decir, explicar cómo estos átomos constituyentes pueden dar lugar a un material cerámico aislante, a un pensamiento noble, a una flor, o a los nenúfares de Monet.

Es fascinante el problema de explicar la conciencia o la vida sabiendo que hay átomos y sólo eso. La tarea es inacabable por su complejidad, pero los beneficios del éxito son tales, que bien vale la pena intentarlo. El esfuerzo científico ha producido una faceta prometedora de la civilización moderna, y basta ver nuestro entorno y cuánto más cómoda es ahora la vida cotidiana, comparada con lo que era hace cien años o hace mil. Por supuesto que el disparejo desarrollo social (global), a la zaga, muestra la cara más lamentable de lo que hacemos.

Cada quien tiene una imagen de lo que es un átomo, pero… ¿cuál es la correcta?

Hace un siglo, en febrero de 1911, Ernest Rutherford, explorando el átomo, dio a conocer sus resultados experimentales —por los que recibió el premio Nobel— y los interpretó por medio de un modelo “planetario” propuesto en 1904 por Hintoiro Nagaoka. Así, los imaginaron formados por electrones (e) que se mueven circundando al núcleo, y que en éste se hallaba concentrada la carga positiva y la mayor parte de la masa. Hoy sabemos que en el núcleo hay protones (p) y neutrones (n); los últimos son eléctricamente neutros, de ahí su nombre, y los otros tienen carga negativa (e) o positiva (p). La excepción es el hidrógeno, el más sencillo de los átomos, que tiene un electrón y su núcleo consiste en un protón. Hasta aquí parecería que cada átomo es una versión pequeña del sistema solar. Este último es mucho mayor que nosotros, y mide miles de millones de veces el tamaño de un zapato. Los átomos en cambio, “sólo” miden milmillonésimas de zapato. No hay remedio, somos antropocéntricos.

El tamaño de sus constituyentes —e, p y n— es tema delicado; asignarles un tamaño abre problemas que tocan las fibras íntimas de la física. La estrategia es no aludir al tamaño y modificar el lenguaje que se usa para describirlos, empezando a borrarse la “nítida” imagen que podríamos formar. Hay dos razones para esto. La primera es que dichos entes no son algo tan simple como partículas o “bolitas”, aunque a veces se comportan como si lo fueran; en otras circunstancias exhiben claramente una naturaleza difusa y extendida, y les llamamos ondapartículas, en forma intencionalmente confusa. La segunda es que los experimentos realizados hasta la fecha permiten, a lo más, determinar la frecuencia con que tales entes se hacen presentes, emiten luz, colisionan, se mueven, etcétera. Es decir, no repiten su comportamiento, y nos obligan a introducir las herramientas de la probabilidad y la estadística, que parecen ser las más adecuadas para el comportamiento atómico o “cuántico”. Entonces, se habla del valor más probable o esperado de la posición, de la energía o de la velocidad (en la práctica hablamos del “momento”, refiriéndonos a algo que se parece al producto de la velocidad y la masa), aceptando que en esa escala no hay una respuesta unívoca o determinista, no hay una “precisión absoluta”. Otras propiedades mantienen su certidumbre, como la masa, la carga y otras características propias de dichas entidades borrosas.

La diferencia de escalas espaciales es sólo el principio del problema —si hemos de llamar problema a la ausencia de una imagen humanamente cómoda o intuitivamente simple. Otras escalas también son difíciles de imaginar, como la masa, la que miden las balanzas, que también exceden nuestra experiencia. Mientras el Sol tiene poco más de 1030 kg, el electrón tiene poco menos de 1030 kg (recuérdese, por ejemplo, que 104 = 10 000 y 103 = 1/1 000). En las escalas temporales las cosas no mejoran nada. Si uno se pregunta ¿cuántas “vueltas” le da un electrón al núcleo cada segundo?, una estimación es que lo hace 1010 veces y que no se puede detener, bajo ninguna circunstancia posible.

Así, los átomos son objetos reales, pequeñísimos, que todo lo forman al combinarse en distintas proporciones que conocemos muy bien; también, hemos logrado explorar sus fueros íntimos, aprendiendo de qué están formados, qué los mantiene estables y de dónde vienen.

Porque lo vemos y lo medimos, sabemos que muy lejos de nuestro sistema solar la gran mayoría de los átomos (92.3%) es de hidrógeno, y que de helio hay sólo 7.7%, la composición primordial. En el medio interestelar de la vecindad solar, también por número de átomos las proporciones son de 90.8% de hidrógeno, 9.1% de helio y 0.1% de los demás átomos de la tabla periódica. La diferencia viene del enriquecimiento local resultante de los procesos de explosiones estelares, principalmente de supernovas, que dispersan los productos de las reacciones nucleares que ocurren en el interior de las estrellas; es ahí donde se trasmuta hidrógeno en helio y luego en átomos más pesados. Todo lo que vemos en la Tierra, en nuestro derredor, es literalmente polvo de estrellas. La tasa de producción de helio, por decirlo así, es de 1038 átomos por segundo; el Sol lo ha hecho durante los últimos 4 000 millones de años, y lo seguirá haciendo unos miles de millones más, hasta agotar su hidrógeno. En la Tierra, formada hace unos 4 500 millones de años, el último tercio de la edad del universo, las proporciones son distintas al haberse ido los átomos más ligeros y más rápidos, el hidrógeno y el helio.

Según el modelo estándar de cosmología, en algo así como en los tres minutos que siguieron a la gran explosión que originó el universo se produjeron los primeros núcleos atómicos; para cuando el universo había envejecido unos 300 000 años, los protones y los electrones se combinaron para formar los primeros hidrógenos neutros, permitiendo que los fotones empezaran a viajar libremente, ¡es la radiación cósmica de fondo, de microondas, que observamos!

La evidencia obtenida de muy diversos experimentos hace pensar que las ondapartículas que forman el átomo, y el átomo mismo, no pueden ser descritos con el mismo lenguaje que hemos ido construyendo a lo largo de la historia para describirnos, para referirnos a los objetos que nos rodean, estrictamente por medio de los sentidos o para aludir a nuestras emociones, imaginaciones y esperanzas, algunas muy abstractas, como la escatología cristiana, la metempsicosis budista o la metamatemática de Gödel.

Esos átomos que todo lo forman son difíciles de asimilar porque nos empecinamos en darles una cara, como a las peras, en asignarles un comportamiento, como a los erizos de mar, y en forzar sus peculiares propiedades a parecerse a los modelos de armar con los que juegan los químicos y los biólogos moleculares… y los físicos.

No pueden tomarse literales, ni muy en serio, pero qué útiles y sugerentes son. Hacernos una imagen es cosa de imaginación. Hay que contrastarla continuamente con lo que medimos, observamos y registramos, siempre de manera indirecta, para irla afinando, siempre un poco más. El milagro es ir haciendo comprensible el mundo, con nuestro limitado pero extraordinario aparato cerebral, cuyo origen empezamos a entender que, en su delicado y natural proceso evolutivo, rebasa los cándidos e inverosímiles portentos religiosos.
  articulos  

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Ramón Peralta y Fabi
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     

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como citar este artículo
Peralta y Fabi, Ramón. (2011). El átomo un ente borroso. Ciencias 104, octubre-diciembre, 52-54. [En línea]
     

 

 

de la lengua
       
 
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El lenguaje y la
vida social en
el México antiguo
César Carrillo Trueba
   
   
     
                     
                     
Los conceptos nahuas en su formación social.
El proceso de nombrar
Víctor M. Castillo Farreras
unam, México, 2010. 143 p.
 
 
La lengua que hablamos es quizá el objeto de estudio más
paradójico que existe; la facilidad con que se aprende y se maneja en todos sus matices y situaciones específicas contrasta drásticamente con la enorme dificultad de su estudio, de la comprensión de su relación con el pensamiento, con los diferentes contextos de la vida social. Dicha dificultad se acrecienta cuando se trata de una lengua que nos es ajena, ya que desconocemos el contexto cultural en que se desenvuelve, y todavía más si es de otra época a la cual sólo tenemos acceso por medio de fuentes históricas.
 
Que las lenguas se hallan estrechamente vinculadas con la manera de pensar y de actuar de quienes las hablan es un hecho ya establecido. Basta tomar un ejemplo de nuestra propia formación cultural —la llamada occidental en contraposición al resto de las culturas del mundo—, como podría ser el concepto de tiempo, ligado entre nosotros de manera total y absoluta al dinero, lo que hace común escuchar frases como: “estás perdiendo tu tiempo. / Ese aditamento te ahorrará horas […] Esa llanta ponchada me costó una hora. / He invertido mucho tiempo en ella […] Tienes que administrar tu tiempo […] ¿Te sobra tiempo?”. Como bien lo explican George Lakoff y Mark Johnson, “el tiempo en nuestra cultura es una mercancía valiosa. Es un recurso limitado que usamos para lograr nuestros propósitos. Esto se debe a la manera como el concepto de trabajo se ha desarrollado en la cultura occidental moderna, en donde el trabajo está típicamente asociado con el tiempo que implica, el tiempo es cuantificado con precisión, y se ha vuelto costumbre pagar a la gente por hora, semana o año. En nuestra cultura el tiempo es dinero en muchas formas”.
 
Los verbos que se emplean para designar la relación que tenemos con el tiempo, como se puede apreciar en las frases citadas, dan cuenta de dicha concepción y orientan nuestra actividad al mantenernos en conciencia permanente de que no debemos “perder el tiempo” ni “malgastarlo”, lo cual modifica severamente las relaciones humanas, los valores, e imprime a nuestras vidas un ritmo particular. Es obvio que en aquellas sociedades donde no existe tal concepto del tiempo la relación con éste será otra y por lo tanto el trato entre las personas se verá influido por esto —no tendrían la sensación de que transcurre el tiempo cuando se sientan fuera de su casa a tallar una maderita o a conversar, por ejemplo, no sentirán que pierden algo al hacerlo—, por lo que en sus lenguas los verbos que marquen tal relación serán otros o quizá ni siquiera exista dicha entidad. Es así como, grosso modo, lenguaje, pensamiento y vida social se articulan.
 
Una lengua, por tanto, no es sólo un medio para enunciar y comunicar, es la esencia misma del pensamiento, pues en ella va implícita una lógica, valores, símbolos, historia, relaciones sociales, interacciones con el medio, etcétera. Como lo explica Benjamin Lee Whorf, “el sistema lingüístico de fondo de cada lengua (en otras palabras, la gramática) no es meramente el instrumento reproductivo para dar voz a las ideas, es más bien el que da forma a las ideas, el programa y guía para la actividad mental del individuo, para el análisis de sus impresiones, para la síntesis de su repertorio mental en movimiento. La formulación de ideas no es un proceso independiente, estrictamente racional en el sentido antiguo, sino que es parte de una gramática particular, y difiere, desde ligeramente hasta enormemente, entre gramáticas diferentes”.
 
El estudio de la gramática es así un hilo que nos puede llevar al corazón de una cultura. Es desde esta perspectiva que el acucioso estudioso y traductor del nahuatl Víctor M. Castillo Farreras aborda el nahuatl antiguo en su más reciente libro Los conceptos nahuas en su formación social. El proceso de nombrar. La dificultad mencionada al principio se ve acrecentada en este caso por el hecho de que la escritura de los pueblos mesoamericanos era de otra naturaleza, más bien pictografía —aunque al respecto hay mucho debate—, y al llegar los españoles, la necesidad de comunicarse los llevó a crear grupos de estudiosos dedicados al aprendizaje de las lenguas y a buscar la manera de escribirlas. Por ser una lengua que era conocida entre buena parte de los pueblos, el nahuatl recibió mayor atención.
 
La empresa no era fácil, pero bajo el imperativo de alejarlos de la idolatría y convencerlos de las bondades del catolicismo, de controlar pueblos y territorio, se elaboraron numerosos textos, bilingües varios de ellos, se hicieron léxicos y vocabularios que aportaron elementos suficientes para lograr la comunicación deseada. No obstante, los mismos autores se daban cuenta de las insuficiencias de su labor, de las dificultades que subsistían a pesar de tanto esfuerzo. El principal problema, a decir de Alonso de Molina, el autor del libro más usado como diccionario españolnahuatlespañol, era la traducción de las “muchas cosas que ellos no conocían ni alcanzaban y para éstas no tenían ni tienen vocablos propios; y por el contrario, las cosas que ellos tenían de que nosotros carecíamos, en nuestra lengua no se pueden bien dar a entender por vocablos preciosos y particulares, y por esto, así para entender sus vocablos como para declarar los nuestros son menester algunas veces largos circunloquios y rodeos”. Además de la gramática, ya que en el nahuatl se agrega una o varias partículas antes y después de un nombre, dándole un sentido distinto, modificando las relaciones entre los sujetos y los objetos, algo que parecía a los españoles, como lo formulara Olmos, “tan extraña lengua y tan abundosa en su manera y intrincada”.
 
Así, por ejemplo, miztli se tradujo como león y ocelotl como tigre, lo cual luego cambió a puma, una palabra quechua, y a jaguar, guaraní; chicatl, en un principio algodón, sirvió también para designar a la oveja, que llegó a América con los europeos; xochitl, flor, quedó como la especie más representativa: la rosa; y como bruja, hechicero o nigromántico fue traducido nahualli. “En suma —dice Víctor Castillo—, por el simple hecho de haber tomado los frailes una cosa por otra, los nahuas se vieron obligados a soportar, no sólo en su conciencia sino en sus cuerpos, las novedosas acepciones impuestas a su lenguaje, mientras que nosotros nos vemos obligados a la difícil e ingrata, pero también necesaria, tarea de deshacer el embrollo para poder entenderlos”.
 
Pero si denominar las cosas era ya fuente de tal conflicto, la manera de conceptualizar las relaciones sociales, tan ajenas y tan poco merecedoras de respeto, terminó por tornarlas nebulosas a lo largo del tiempo. El caso del verbo namaca y sus derivaciones tetlanamalquiltia y tetlanamaquilia son ilustrativos al respecto, sobre todo, por la confusión que se ha mantenido desde el siglo xvi hasta hoy. “Lo que en primer término llama la atención en estas voces es que la versión de ‘vender algo’, dada por Olmos y Molina para tlanamaca, continuó utilizándose sin importar que para fray Andrés tlenamaca significó ‘incensar’ y no ‘vender fuego’, y que para fray Alonso xuchitlenamactli resultó ser un ‘perfume compuesto’ pero no ‘vendido’, y tlanamacoyan el lugar ‘donde venden y compran’ y no sólo ‘dónde se venden’ cosas”. Víctor Castillo analiza cada una de estas construcciones, desmenuza sus componentes, dilucidando las relaciones que se hallan cristalizadas en ellas, y concluye: “es innegable que namaca y sus derivaciones determinan una relación de intercambio de productos de toda índole. Fue así como entendieron los frailes este concepto, es decir, asignándole el sentido de ‘vender’, condicionándolo veladamente con el de ‘comprar’ y dejando como supuesto un intercambio de ‘mercancías’ por cualquier medio de cambio, fuese éste ‘dinero o moneda’”.
 
El problema es que la manera como se efectuaban los intercambios en ambas sociedades era muy distinta, pues “mientras los europeos practicaban de manera generalizada la ‘venta’ (o cambio de dinero por mercancías), los nahuas intercambiaban sus propios productos por los de otros conviniendo también una relación de valores”. Es decir, que tratando de dar cuenta, desde su perspectiva, de lo que acontecía aquí, crearon una confusión “que surgió en el momento en que los primeros frailes equipararon la forma singular o particular del valor en el intercambio indígena, contenida en tlanamaca, con la forma ya generalizada en sus tierras de origen, la misma que incluía conceptos como los de ‘vender’ y ‘comprar’, entre otros consagrados en sus obras”, y que se mantuvo a lo largo del tiempo hasta llegar a nuestros días.
 
Algo similar ocurre con la manera como se abordó la cuestión del trabajo, pues Molina consigna para tequitl: “tributo, o obra de trabajo”, “obra, el trabajo que allí se pone”, “oficio propio del hombre”. Como explica Víctor Castillo, “debe reconocerse el genio de Molina para desentrañar el concepto de trabajo contenido en tequitl. El primer sentido que da, el más socorrido desde la conquista, sigue teniendo validez porque si, además de la prestación de servicios o trabajos de diversa índole, el ‘tributo’ incluyó determinadas cosas ya hechas, tanto la ‘obra’ de éstas como la ejecución de aquéllos constituyeron, tal como lo registra, ‘el trabajo que allí se pone’. Dicho en otras palabras, lo que ‘se pone’ en los productos y en los servicios es fuerza humana de trabajo orientada a tales fines, sea el trabajo para adherirse a un objeto y transformarlo, sea un servicio para el disfrute inmediato de la persona que lo exige […] Sin embargo, lo que resulta del análisis de tequitl es sólo aquello que está relacionado con el impulso de ‘cortar’ (tequi), pero también de labrar (tlatecqui), sorber (iltequi), tundir o tusar (ixtequi), es decir, a pesar de que ciertamente denota los impulsos particulares para ejecutar las acciones enunciadas, no expresa la forma general de la fuerza de trabajo implícita en la interpretación de Molina. Por lo tanto, para hallar algo más es preciso recurrir al análisis de otros términos compuestos con el verbo tequi en los cuales, al concordar por su formación similar con el de teca y a pesar de los sentidos que éste tiene de ‘asentar, poner, acomodar, apartar, echar o escanciar’, los significados de uno y otro se presentan imbricados en varias ocasiones”.
 
Tras analizar algunos términos que implican la acción de separar, de cortar, el autor concluye: “puede afirmarse que el contenido de tequitl no es únicamente lo relacionado con el impulso de quien corta sino con el de quien toma lo que cortó o separó de la naturaleza. Y aunque esta definición no refleja a cabalidad la noción universal del trabajo sí acentúa, en cambio, la importancia que tuvo el proceso de extracción de materiales tanto para el consumo individual como para el consumo productivo de los nahuas”.
 
Aunque no es el propósito del autor, en muchos de los casos expuestos en el libro se puede apreciar la relación de la lengua con la visión del mundo que tenían los antiguos nahuas. Mucho se podría decir de la relación existente entre naturaleza y cultura a partir del análisis del término tequitl, o de otros aspectos de aquella a partir de términos como atl (agua), nahua, nahui, nauh (de donde deriva el vocablo de nahuas) y varios más de los que presenta a lo largo de su trabajo. El caso de nextli, ceniza, es particularmente interesante al respecto. “Se relaciona (li) con el impulso de la acción ya consumada de ‘descubrirse o aparecer ante otros’ (necic) y que, bajo tal supuesto, es algo que ha quedado al descubierto y se ha hecho visible”. De él se deriva tenextli, la cal, y da la impresión de que la ceniza y la cal estuvieran emparentadas. Sin embargo, “para la descripción de la ceniza, la cal o la caliza parece haber importado, más que sus componentes, la razón por la que una y otras se tornan evidentes y que, justamente por esto, no puede ser más que su capacidad de reflejar la luz o de emitirla por sí para ‘descubrirse o aparecer ante otros’”.
 
Pero analizando otros términos relacionados, como nextamalli, que era la forma de cocer el grano de maíz sobre una olla de ceniza, o tenextamalli, en donde se colocaba una porción de maíz y otra de cal o caliza, esto es, similar a la actual nixtamalización —el proceso por el cual se separa la cutícula de los granos de maíz y se liberan compuestos que lo hacen más nutritivo—, se puede decir “que quienes concibieron la ceniza, la cal, el agua y el fuego como elementos primordiales para la preparación de la masa de maíz, sabiendo ya de cada una de sus cualidades, las aprovecharon en la práctica cotidiana. Y si por los análisis de nextli y tenextli, apoyados por el de tlanextli, pudo determinarse que la cal y la ceniza tienen la virtud de manifestarse al reflejar la luz recibida o de emitirla no sólo para alumbrar y revelar lo invisible sino para aclarar, razonar y descubrir nuevas cosas (tlanextilli), dada la experiencia de los nahuas puede afirmarse que una y otra tenían para ellos la virtud de generar calor en contacto con el agua y de transferirlo a los granos de maíz con el fin de reventar la cascarilla y aglutinar su contenido”.
 
No cabe duda que este tipo de análisis abre numerosas puertas para adentrarse en la cultura de los pueblos mesoamericanos que nos lleven a conocer mejor la forma de vida de esa época, la manera de pensar y relacionar los elementos del mundo que les rodeaba, tanto visible como invisible, de orientar la imaginación y la indagación del cosmos desde su propia perspectiva. Si como lo menciona el autor, este libro es el inicio de un proyecto de mayor envergadura, quiere decir que aún le queda un trecho por andar entre los laberintos de dicha lengua, en esa ardua y apasionante labor de restituir, lenta y pacientemente, el entramado que sostenía el pensamiento y la vida social de entonces.
 
 
 
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Calli: “casa, o tenazuelas de palo o de caña para comer maíz tostado en el rescoldo, o cuervo”
A pesar de las diferencias notables entre los tres significados otorgados a calli, su análisis señala que cualquiera de ellos se relaciona (li) como relativo (l) de la acción de estar, hacer u ocupar un lugar (ca) y que bajo su forma relativa (cal) alude, de manera general, a un medio de estar o de hacerse de un lugar para adecuarlo a fines específicos.
 
De manera concreta, cualquier “casa” constituyó, en cuanto calli, un lugar hecho o adecuado para vivir o morar, aunque por las particularidades de sus moradores se crearon muchos y variados medios de estar (calli): muy elaborados para los dioses (teocalli) o los gobernantes (tecpancalli), de hechura pétrea (tecalli) para algunos, o endeble (xacalli) para los demás. Pero a partir de eso surge un grave problema cuando se observa que una barca (acalli), un sepulcro (tepetlacalli), la cabellera (tzoncalli) o el alba (tlahuizcalli) sin ser “casas”, moradas o viviendas, fueron sin lugar a dudas también medios de estar (calli), hechos en el agua o en tepetate, para el cabello o la luz matinal.
 
Dada esta circunstancia, se revela que la identificación tradicional entre calli y “casa” ha sido tan constante y poderosa que, cuando no se encuentra correspondencia alguna entre el concepto y la realidad, suele recurrirse a rebuscadas analogías para insistir en que la barca es una casa en el agua o que la cabellera es la habitación del cabello. Asimismo, en algunas otras ocasiones se recurre al viejo y complejo problema de la duración vocálica y de los acentos de esta lengua, aunque en no pocas veces dé la impresión de haberse acogido sólo como palanca para salvar escollos y con ello concluir, ignorando por completo en este caso al “cuervo”, que cálli (1a breve) es la casa” y “calli (1a larga) las tenazuelas”.
 
Es claro que por la simple observación de las diversas palabras que se integran con la forma relativa (cal) se descubre de inmediato que los significados alternos al de “casa” (calli) no son sólo las “tenazuelas” (calli o cacalotl) y el “cuervo” (calli, cacalotl o cacalli), sino otros más como los comentados. Pero también es posible advertir, con un poco más de atención, que el hecho de que cosas tan distintas se relacionen entre sí sólo por contener uno y el mismo elemento implica, de forma indispensable, que éste no es más que la expresión de algo formalmente diferente a tales cosas, aunque común a todas ellas en cuanto al concepto.
 
Puesto que el sentido de la forma relativa (cal) es el de un medio de estar cualquiera, construido o adecuado en sitios diversos, con formas y materiales distintos y con el fin de dar cabida a cosas diferentes, resulta entonces que el nombre calli ciertamente puede aludir a cualquier forma que se relacione con tal medio, casa o habitación para los seres vivos o imaginarios, pero también a formas diferentes que se relacionen como tenazuelas o cuervos.
 
En efecto, si las “tenazuelas” fueron nombradas calli es porque también se les consideró un lugar o medio de estar que, bajo la forma de pinzas hechas de “palo o caña”, se usaron para contener los granos de maíz que se toman del rescoldo y se dejan en la boca de alguno. Y por si hubiera dudas, este mismo proceso lo corrobora la forma verbal ninocalhuia, que a la letra dice: pongo en acción (huia) el medio de estar (cal) para mí (no), aunque Molina lo interpretara como: “comer maíz tostado en el rescoldo con tenazuelas de palo o caña”, y en su primer Vocabulario lo redujera a “tostar maíz en el rescoldo”, es decir, tomando los posibles objetivos en vez del simple accionar con el medio.
 
El hecho de que también el “cuervo” compartiera el nombre calli parece haber sido resultado de la observación y comparación no sólo de las “tenazuelas”, en tanto instrumento humano que prolonga las manos para tomar y comer los granos de maíz tostados, sino del “cuervo” en tanto que utiliza su propio pico como medio para hacer lo mismo que aquéllas.
 
Pero si además de considerarse como calli, el cuervo fue conocido como cacalli, es simplemente porque este nombre implica lo mismo que el otro pero de manera reiterada, esto es, que por mediación de su pico el ave crea y compone no sólo uno sino varios lugares para ser ocupados. Fue así como los nahuas percibieron al cuervo, con un plumaje negro y reluciente, una alimentación muy variada de maíz seco en mazorca, o de tunas, de peces o de carne, pero sobre todo “con la facultad de esconder el maíz seco. En el interior de un palo acopla y acomoda hasta el borde el maíz seco de la mazorca”.
 
En suma, cualquier calli, se trate de una vivienda, de unas pinzas o un cuervo, constituye la condición o el medio de estar para cosas y finalidades muy distintas. Pero si aún persistiera alguna suspicacia sobre la identidad conceptual entre calli y cuervo, debe insistirse en que el ave es, ella misma, el medio de hacer lugar a todo cuanto satisfaga su propia alimentación y a su peculiar modo de vivir.
 
Víctor M. Castillo Farreras
     
Referencias bibliográficas
 
Lakoff, Georges y Mark Johnson. 1980. Metaphors We Live By. The University of Chicago Press, Chicago.
Whorf, Benjamín Lee. 1940. “Science and Linguistics”, en Language, Thought and Reality, Selected Writings of B. L. Whorf, John B. Carroll (ed.). The MIT Press, Cambridge, pp. 212-213
     
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César Carrillo Trueba
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
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como citar este artículo

Carrillo Trueba, César. (2011). El lenguaje y la vida social en el México antiguo. Ciencias 104, octubre-diciembre, 64-69. [En línea]
     

 

 

       
 
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Ignacio Chávez ,
médico, rector...
y fotógrafo
César Carrillo Trueba
   
   
     
                     
       
Célebre médico, creador del Instituto Nacional de Cardiología, miembro fundador del Colegio Nacional, rector de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo de 1920 a 1921 y de la unam de 1961 a 1965, en donde ya había sido director de la Facultad de Medicina en 1932, impulsor de la cardiología en América Latina, el Dr. Ignacio Chávez tiene una de las trayectorias más sobresalientes en el ámbito de la medicina en México, con importantes aportes y múltiples reconocimientos y premios, la cual lo destaca incluso entre los rectores de la unam. Sin embargo, prácticamente no se encuentra mención alguna a una actividad que mantuvo con pasión durante toda su vida: la fotografía.
 
Cuenta su hija Celia que él siempre tomó fotos, hay imágenes que datan de la década de los veintes y las últimas son de 1979 —de Palenque, Chiapas—, año en que murió. Se interesó también por el cine casero, adquiriendo posteriormente una superocho. En sus viajes no faltaba una cámara, al menos la Contax, cuando no dos y la de cine, por lo que toda la familia colaboraba en su afición, cargándolas, tomando fotos, posando. Con entusiasmo, él se afanaba en captar los mejores ángulos y momentos. Empleaba película en blanco y negro, que luego llevaba a revelar al parecer al estudio que tenía el fotógrafo Hugo Brehme en el centro en la calle de Cinco de Mayo (Fotografía Artística Hugo Brehme). Hacía impresiones en 8 x 10 con un margen blanco en donde acostumbraba anotar los datos de la foto (el lugar, la fecha, etcétera). Posteriormente pasó a la diapositiva, incursionando en el color mas sin abandonar el blanco y negro y sus Contax. Gustaba de viajar y aprovechaba congresos y conferencias para visitar algún lugar en especial, organizando a veces recorridos por varios países.
 
Por la época, muchas de sus fotos son documentos de valor histórico —tiene imágenes de las pirámides de Egipto y Persépolis cuando el turismo no era tan abundante, de China cuando aún vivía Mao, de Laos y otros sitios poco visitados entonces, como también de Suramérica y obviamente de México. Pero además, sus fotos denotan un ojo avezado en la composición, el encuadre, la atmósfera y otros aspectos fundamentales para lograr una imagen que transmita algo, emocione, sugiera, comunique. Al mirarlas se puede aventurar que su dedicación a la fotografía a lo largo de su vida no fue menor a la que imprimió en otros aspectos de ella. Sirva este número de Ciencias para rendir homenaje a tal faceta del Dr. Ignacio Chávez, ilustre cardiólogo, rector de nuestra casa de estudios… y fotógrafo.
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César Carrillo Trueba
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
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como citar este artículo

Carrillo Trueba, César. (2011). Ignacio Chávez, médico, rector… y fotógrafo. Ciencias 104, octubre-diciembre, 12-13. [En línea]

     

 

 

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Jardines botánicos
más que el edén
Patricia Magaña Rueda
   
   
     
                     
                     
Los jardines botánicos son lugares que tienen muchas
funciones, no sólo estéticas, sino también para la conservación de la biodiversidad. El primer jardín botánico considerado moderno fue establecido en Italia en el siglo xvi. De allí siguió la apertura de varios de ellos en el resto de Europa durante el xvii y el xviii, los cuales recibían plántulas y semillas de sitios distantes con el fin de propagar especies que podían ser útiles. Todavía hoy, algunos lo siguen haciendo, pero con otros fines.
 
Los jardines botánicos actuales, en un sentido estricto, buscan mantener colecciones vivas de plantas debidamente documentadas y se definen con base en tres funciones básicas: la investigación, la conservación y la difusión, a lo cual muchos de ellos suman la educación. Una serie de artículos en el número 68 nuestra revista da muestra de ello (www.revistas.unam.mx), tratando las complejas relaciones entre los jardines botánicos, la ciencia y la política. Los países, según sus tradiciones e intereses, así como la relevancia que confieren a la actividad científica, dan importancia al establecimiento y funcionamiento de jardines botánicos. Y algunos de ellos han puesto un gran interés en la presentación de sus portales en la red.
 
Missouri Botanical Garden
(www.mobot.org)
 
Fundado en 1859, es el más antiguo de los Estados Unidos de Norteamérica y uno de los centros de investigación en plantas más reconocidos. Con un diseño que refleja su carácter de centro académico más que de difusión, el portal tiene diversas secciones que dan a conocer muchas de las labores que realizan en sus instalaciones y los proyectos que mantienen en distintas regiones de su país y el mundo. Además de tener acceso a una parte de los datos de sus colecciones y sus programas educativos y recreativos, se puede acceder a ligas que nos llevan a una diversidad de temas relativos a las plantas en general.
 
New York Botanical Garden
(www.nybg.org)
 
Es una de las instituciones emblemáticas de la investigación botánica, cuyo bello invernadero estilo victoriano alberga ejemplares de once distintos hábitats, y una de las grandes atracciones del Bronx. Navegando en su portal encontramos una amplia explicación de los grupos de plantas que se pueden observar in situ, haciendo énfasis en las que florecen en distintas estaciones del año. La sección “ciencia vegetal” logra, con un lenguaje no especializado, explicar por qué importa la investigación botánica, al tiempo que nos introduce a los diversos grupos de plantas del mundo con ejemplos muy bien ilustrados. Si se tiene un interés plenamente académico, en varias de sus páginas se exponen los proyectos en los que están involucrados como institución y el grupo de personas que trabaja en ello.
 
Royal Botanic Gardens, Kew
(www.kew.org)
 
Los jardines de Kew en Inglaterra fueron fundados hace más de 250 años y declarados Patrimonio de la Humanidad en 2003. En su bien diseñado portal se muestra, por medio de fotos y videos, la historia y belleza de un lugar que cumple con creces con las funciones más importantes de un jardín botánico. Como un fiel reflejo de su larga y fructífera tradición en investigación, en sus páginas podemos conocer los proyectos de trabajo que alcanzan casi el mundo entero, así como datos, ligas de interés e imágenes, que nos dan la llave de acceso a un acervo de información inmensa. Su portal, además de claramente presentado, refleja su fuerte vocación por el arte, lo cual es incluso un deleite que nos absorbe durante largo tiempo.
 
Real Jardín Botánico de Madrid
(www.rjb.csic.es)
 
Abierto en 1755, este centro de investigación situado junto al Museo Nacional del Prado, y que podría parecer pequeño frente a la extensión de los jardines ya citados, tiene una larga historia y una grandeza que nos tocan de cerca por las expediciones que visitaron, hace varios siglos, el continente americano y que abrieron la puerta a la llegada de muchas plantas nativas nuestras al Viejo Mundo. Por ejemplo, hay una sección donde se pueden admirar los dibujos de la Real Expedición Botánica al Nuevo Reino de Granada (hoy Colombia) encabezada por Celestino Mutis. Además de una página de recursos en línea, con ligas de interés para estudiantes y académicos. Y con el fin de interesar a los niños a visitarlo y darles información sobre cómo funciona una planta, se puede revisar un video bien logrado y de corta duración en: museovirtual.csic.es/web_botanico/index.htm.
 
Jardín Botánico del Instituto de Biología de la UNAM
(www.ibiologia.unam.mx/jardin/index.html)
 
Nuestro país es el quinto en diversidad biológica en el planeta y tiene el gran reto de conservar y manejar sus recursos, por lo que los jardines botánicos mexicanos tienen un papel central. Desde los jardines de aclimatación prehispánicos y el establecimiento del Real Jardín Botánico durante la época colonial, hemos llegado en la actualidad a más de 30 instituciones de este tipo en el país, entre los que se destaca el de la unam por sus tareas de conservación, propagación, de difusión y educativas, junto con el “Francisco Xavier Clavijero” del Instituto de Ecología de Xalapa, Veracruz (www.jardinbotanicodexalapa.mx). Desgraciadamente, en ambos casos, sus portales no reflejan la gran cantidad de labores que desarrollan ni la belleza de sus colecciones, aunque brindan información útil para poder conocerlos.
 
Quienes han tenido la fortuna de visitar los jardines mexicanos o los de otros países aquí mencionados sabrán que por mejor elaborados que estén sus portales no hay nada como el acercamiento a las plantas en vivo y con todos los sentidos. Pero una probada a través de la red no cae nada mal y se convierte en una buena invitación al disfrute de lo natural.
 
Conocer los jardines botánicos, entender su quehacer en investigación, conservación y su búsqueda de alternativas de uso sustentable de los recursos vale la pena. Quizá con este primer acercamiento a la biodiversidad se pueda empezar a hacer realidad una frase recientemente expresada por José Sarukhán, reconocido ecólogo mexicano: convertirnos en “jardineros del planeta”.
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Referencias bibliográficas
 
Vovides, A.P., E. Linares y R. Bye. 2010. Jardines botánicos de México: historia y perspectivas. Secretaría de Educación de Veracruz.
     
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Patricia Magaña Rueda
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
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como citar este artículo
Magaña Rueda, Patricia. (2011). Jardines Botánicos, más que el edén. Ciencias 104, octubre-diciembre, 22-24. [En línea]
     

 

 

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María Luisa Bacarlett Pérez
     
               
               
No cabe duda que cada época imprime no sólo ciertas formas de pensar y actuar frente a la realidad, sino también cambia la manera como concebimos incluso lo que es pensar y conocer de acuerdo con el contexto histórico que nos toca vivir. Por ejemplo, un griego clásico como Parménides o Heráclito no dudaba en expresar poéticamente los argumentos por medio de los cuales trataba de dar con el componente último de la realidad natural, ese arché (del griego , fuente, principio, origen) que daría cuenta de la composición primera del mundo físico. Ya sea acerca del fuego, el aire o el agua, los filósofos presocráticos intentaron dar una explicación racional de la naturaleza sin recurrir a argumentos religiosos ni a fuerzas místicas, pero para ello tampoco se valieron de teorías sistemáticamente representadas o de conceptos matemáticos; fue por medio de un lenguaje poético e inspirado que trataron de dar cuenta de la composición y la dinámica última del universo.

Parménides mismo, por ejemplo, negaba la realidad del cambio y apostaba por una naturaleza inmutable —en la cual el cambio es mera ilusión— y hacía valer sus argumentos con un poema, algo que en ese entonces no entraba en contradicción con los objetivos racionales de una teoría sobre el ser. Que tal conjunción de una teoría racional y la exposición de la misma en un poema no resultara ni extraña ni contradictoria se debe a que los presocráticos no concebían el conocimiento como lo hacemos nosotros, para ellos no existía ninguna distinción tajante entre ciencia y poesía o entre ciencia y filosofía; de hecho, la categoría de “científico” no existía entonces (el término aparece por vez primera en el siglo xix) y lo que, por ejemplo, un filósofo como Platón —discípulo de Sócrates— entendía como ciencia o episteme tiene muy poco que ver con nuestra actual concepción del conocimiento científico.

Para nosotros, herederos de la revolución científica del siglo xvii —evento que trastocó la manera no sólo de entender el universo, sino la manera de concebir el conocimiento mismo—, las cosas son muy diferentes, la ciencia tiene formas particulares de expresión y exposición —teorías, funciones, fórmulas, leyes—, mientras que la literatura y la filosofía no sólo se expresan de manera distinta, sino que tienen objetivos e intereses diferentes. Sin embargo, tal especialización y distinción de ámbitos no tiene que reflejarse en un divorcio total entre tales esferas del saber; al contrario, cuando el filósofo se acerca a la ciencia o cuando el científico va a la filosofía suelen producirse diálogos y discusiones que no sólo resultan interesantes, sino que generalmente renuevan la mirada con la que cada especialista suele contemplar y representarse su propio campo.

Esto es precisamente lo que encontramos en una obra como la de Georges Canguilhem (19041995), filósofo y médico francés, quien supo reflexionar y repensar muchos de los conceptos fundamentales de la medicina, a la vez que encontró en esta última las herramientas para renovar algunos de los tópicos clásicos de la tradición filosófica occidental. Poco conocido en el ámbito filosófico —suele ser recordado, sobre todo, como maestro de pensadores más afamados como Michel Foucault—, es prácticamente desconocido en el ámbito de la medicina, y aunque muchas de sus ideas puedan considerarse superadas o desfasadas, con todo, su obra deja una impronta en la que se hace patente el fructífero diálogo que pueden entablar la filosofía y la medicina, y que es posible abrir nuevos derroteros de reflexión y cuestionar los conceptos e ideas que en cada disciplina se suelen considerar como duros e inamovibles. Entre sus obras más conocidas destacan: El conocimiento de la vida (1942), Lo normal y lo patológico (1943), La formación del concepto de reflejo en los siglos xvi y xvii (1955), Estudios de historia y de filosofía de las ciencias concernientes a los vivientes y a la vida (1968) e Ideología y racionalidad (1977), además de innumerables artículos dispersos en distintas publicaciones académicas.

 

La posibilidad del conocimiento de la vida

 

Después de terminar sus estudios en filosofía en la prestigiosa Escuela Normal Superior de París, Canguilhem tuvo que escoger una disciplina científica para poder obtener el certificado que le permitiría enseñar. Entre física, química y medicina, se decidirá por la última, algo que está lejos de ser azaroso. Hijo de su tiempo, Canguilhem es un crítico mordaz de los efectos del progreso industrial y científico, de la racionalidad instrumental y técnica que domina casi todos los rubros del conocimiento; piensa que las ciencias de la vida son el último reducto en el cual aún se puede resistir a la tecnificación e instrumentalización excesiva. Desde su perspectiva, la vida, como fenómeno biológico, siempre encuentra la manera de resistirse a todo esfuerzo reduccionista que trata de hacer de ella una mera expresión mecánica de componentes físicos y químicos. Sin negar la importancia de las leyes y conocimientos que estas dos ciencias han aportado para la comprensión de la vida, Canguilhem apuesta por ver en ésta una realidad que siempre trasciende dichos condicionantes. Lo viviente, antes que dejarse reducir a los esquemas explicativos de la física y la química, reclama su propio espacio de conocimiento, conceptos diferentes que den cuenta de la originalidad de los fenómenos vitales, la cual se expresa para nuestro filósofomédico como normatividad, individualidad, regulación, totalidad y plasticidad, conceptos que aquí expondremos.

Quizá hoy sea difícil para un biólogo molecular aceptar la idea de que los fenómenos de la vida responden a leyes distintas a las que explican el transcurso del mundo físico en general; sin embargo, cuando Canguilhem comenzó a reflexionar filosóficamente sobre la naturaleza de lo viviente, los descubrimientos de la biología molecular aún no llegaban, tardarán una década más; pero lo que el pensamiento filosófico le aportó a su concepción de la vida fue la posibilidad de cuestionarse dos cosas: primero ¿es suficiente una perspectiva físicomecanicista para comprender la vida? y, segundo, si no es así, ¿es posible conocer la vida de manera racional sin caer en explicaciones animistas o espiritualistas?

Daremos respuesta a estas dos interrogantes empezando por la última. Adelantamos, sin embargo, que la respuesta canguilhemiana a la primera cuestión fue negativa. Comenzaremos entonces por dilucidar la segunda cuestión: ¿es posible un conocimiento racional y científico de la vida sin reducirla a un esquema meramente causalmecánico y sin, al mismo tiempo, hacer de ella un fenómeno animista e irracional? Es decir, para Canguilhem el problema consistía en saber si la razón y las teorías, la argumentación lógica y racional de los discursos médicos, podían dar cuenta de los fenómenos de la vida. La respuesta que en su momento dio a esta pregunta fue afirmativa: a pesar de que la razón parece ir siempre un paso atrás de los fenómenos de la vida, es posible conocer ésta, pero tal conocimiento no debe desposeerla de su originalidad, de aquello que la hace diferente a un fenómeno mecánico: “la inteligencia no puede aplicarse a la vida más que reconociendo la originalidad de la vida. El pensamiento del viviente debe tener en él la idea de lo viviente”.

Así, el conocimiento de la vida implica no renunciar a la razón, sino darle la suficiente flexibilidad para aprehender lo vivo sin reducirlo a lo no vivo. Quizá en la práctica y el actuar médico cotidianos estas preguntas no ameriten ser pensadas de manera urgente, tal vez porque en la práctica las teorías funcionan y permiten salvar vidas y disminuir el sufrimiento. Pero, desde una perspectiva filosófica, es válido interrogarse sobre tales cuestiones, al menos para Canguilhem ésta es una de las consecuencias de conjuntar dos espacios que en la lógica moderna creemos fatalmente desconectados: la filosofía y la ciencia. Esto no quiere decir, con todo, que nuestro autor planteara que sólo el filósofo puede dar al científico las herramientas para pensar filosóficamente su disciplina; todo lo contrario, la apuesta de Canguilhem se orientó en el sentido de que el científico es el mejor artífice de la reflexión filosófica al interior de su propia disciplina.

En este talante, si vida y razón no son dos polos antitéticos, si es posible un conocimiento racional de la vida, ello implica reconocer los límites de esa razón que trata de conocerla, los cuales se hacen evidentes en la historia de las teorías que han tratado de explicar los fenómenos vitales. Efectivamente, decir que la razón siempre va un paso atrás de lo que la vida puede, no es un principio a priori e incuestionable del cual partiríamos, sino una evidencia que está plasmada en la historia de las teorías biológicas y médicas. Afinar la razón como instrumento para conocer lo vital requiere reconocer los límites que los discursos médicos y biológicos han expresado a lo largo de la historia al tratar de conocer la vida.

Como intentos, dichos discursos han ocurrido en algún momento de la historia, algunos han sido refutados, otros reformulados y varios se han legitimado y permanecen como válidos y vigentes. Las diversas posiciones, teorías y discursos por medio de los que el ser humano ha tratado de dar cuenta de lo viviente no son más que producto de la dificultad misma de su objeto: la vida como realidad plástica, fluctuante, donde prevalece también la lógica del ensayo y el error. Se dirá con justa razón que tal no es privativa de las ciencias de la vida, sino de todas las ciencias; sin embargo, para Canguilhem resulta claro que, en la época en la que escribe, las ciencias de la vida han sido menos exitosas en dar lugar a teorías unificadoras y más estables como sucede en el caso de la física y la química; en otros términos, las teorías sobre la vida han sido tradicionalmente más variables y tienen un carácter menos englobante, quizá por la misma calidad de su objeto, pues como lo señala Dagonet, para Canguilhem “lo viviente no cesa de fluctuar. Nosotros lo quisiéramos permanente, constante en sí mismo y, por ello, cerrado. Mientras que sin perder su unidad de base, reposa sobre la divergencia, la suavidad reactiva y la plasticidad, lo que ya anuncia la inventiva biológica, que va en contra de una definición objetiva, siempre deseada y facilitadora”.

Desde esta óptica, es en la historia de las teorías científicas sobre la vida que se hacen patentes al menos dos cosas: en primer lugar, que es posible un conocimiento racional de la vida, que la ciencia y la inteligencia no están destinadas al fracaso a la hora de tratar de explicar los fenómenos vitales, pues a lo largo de la historia han podido dar cuenta de ellos por medio de diversas teorías que han prevalecido o que se han desechado; en segundo lugar, dicha historicidad hace patente la originalidad de su objeto, su carácter plástico, inventivo y divergente, poco propenso a adaptarse a esquemas cerrados y mecánicos de explicación. Todo lo anterior nos habla, finalmente, de que la razón puede dar cuenta de la vida siempre y cuando sea sensible al carácter original, flexible y no determinista de su objeto. Tales conclusiones, que hoy pueden parecernos quizá superadas o impregnadas de un cierto carácter romántico, hablan de la peculiar manera como Canguilhem concebía la vida y los fenómenos ligados a ella, una postura que bien podríamos llamar “vitalista”, un vitalismo que se expresa como apuesta por defender la particularidad de lo viviente, su irreductibilidad a esquemas mecánicos o deterministas, subrayando, por el contrario, su carácter regulativo, plástico y abierto a la innovación.

 

La originalidad de la vida

 

Resta, por tanto, preguntarnos a qué se refiere Canguilhem cuando habla de la vida como una realidad original, plástica, no determinista y fluctuante; es decir, en qué consisten tales atributos, que parecen impedir que podamos reducir lo viviente a un esquema meramente causalmecánico. Valdría la pena, en este punto, dejar de hablar de la vida en abstracto y comenzar a hablar de lo viviente en concreto, preguntarnos qué es aquello que hace que sus entidades hayan sido consideradas por nuestro filósofomédico como irreductibles a explicaciones mecánicas y deterministas. Enumeraremos someramente cuáles son estos atributos.

Valor. A pesar de que dicha palabra nos remite casi irremediablemente a pensar en la ética, es decir, en los valores que hacen de alguien un ser moralmente bueno y valioso, para Canguilhem este término tiene perfectamente cabida dentro del ámbito de la vida, pues el hecho de que todo viviente, por más elemental que sea, no permanezca indiferente ante lo que ocurre en su medio, ante las sustancias y cosas con las que entra en contacto, que prefiera ciertos nutrimentos a otros, que pueda vivir en un medio y no en otros, todo ello nos habla del carácter valorativo del viviente. Vivir es valorar; es decir, es ser selectivo y no permanecer indiferente frente al medio. Es evidente que, después de lo expuesto, en el ámbito de la vida valorar no requiere tener conciencia moral ni capacidad de decisión, ni una inteligencia superior; por otra parte, con este atributo nuestro autor quiere subrayar también que no hay dos vivientes que valoren exactamente de la misma forma, lo que para uno es mortal, para otro puede ser soportable; lo que es imprescindible para uno, para otro puede ser superfluo.

Precariedad. Pero si lo característico de todo ser vivo es valorar, bien podríamos preguntarnos por qué. Ya Darwin asumía que la lucha por la existencia tiene lugar porque los recursos nunca sobran y ninguna adaptación es total y plena, siempre hay un elemento de precariedad que impide que el viviente se halle en la abundancia, por lo que tiene que luchar por seguir vivo. Para Canguilhem, el viviente valora porque la vida es precaria, porque se vive en la precariedad, siempre ante el peligro de ser devorado por un animal más grande, de perder en la competencia por alimentarse o reproducirse, por la escasez de recursos o los cambios del medio.

Plasticidad y regulación. Pero a pesar de la precariedad de la vida, el viviente siempre tiene estrategias para enfrentar los embates del medio y la competencia con otros seres vivos; es precisamente por su carácter plástico que puede innovar pautas ante los cambios del entorno, responder de muy distintas formas ante una misma situación. Un ser vivo demasiado rígido no podría sortear un cambio brusco del medio, pero otro con mayor capacidad de “regularse”, de cambiar sus valores y normas, tendrá muchas más posibilidades de hacer frente a tales cambios.

Tomando una idea del fisiólogo francés Claude Bernard (18131878), para Canguilhem la regulación tiene como objeto la conservación del “medio interno” frente a las turbulencias del exterior, la cual no es rígida sino plástica, pues juega al interior de ciertos parámetros; holgura que, vale la pena subrayarlo, nunca es exactamente igual de un viviente a otro. Finalmente, la regulación representaría tanto aquello que asegura un margen de autonomía del organismo frente al medio, como la posibilidad de desplegar su creatividad individual.

Error. Categoría fundamental en el pensamiento canguilhemiano, el error es característico de la vida porque nada en ella está sujeto de manera absoluta a una lógica determinista; pero, sobre todo, es la misma plasticidad del viviente, su capacidad de fluctuación, su carácter no rígido, lo que lo lleva al error, sea a la enfermedad, la monstruosidad o la muerte. Habría, sin embargo, que desposeer aquí al error de toda su carga moral o negativa, pues finalmente un ser enfermo, monstruoso o moribundo está expresando otro de los rasgos propios del estar vivo, está pagando el precio por la larga postergación de la entropía propia de todo viviente.

Totalidad. Frente al paradigma localizacionista que reduce la enfermedad a una lesión ubicable en algún punto material y visible del organismo, Canguilhem piensa que no hay enfermedad que no implique de una forma u otra al organismo en su totalidad. Los trabajos del neurólogo alemán Kurt Goldstein (18781965) en torno a las heridas de bala en la cabeza de soldados alemanes durante la Primera Guerra Mundial fueron de gran influencia para tal concepción, pues en ellos encontró que aunque el cerebro estuviera lesionado en un punto concreto, las secuelas involucraban más de una función y de un órgano. Así, pareciera que el organismo siempre está poniendo en marcha normas y estrategias adaptativas que lo comprometen en su totalidad. Ciertamente, habrá órganos cuyas lesiones tengan efectos más globales que otros, como el cerebro, pero aun así, no hay lesión que implique solamente la superficie y el órgano afectado.

Individualidad. Llegamos, en cierta medida, al remate de todo lo expuesto, pues si hay un rasgo que define al viviente y que lo vuelve irreductible a constantes universales, es su carácter individual. Efectivamente, en tanto no hay dos vivientes que valoren de la misma manera su relación con el entorno y la precariedad del medio, no hay dos seres vivos que alcancen el mismo equilibrio interno ni logren los mismos procesos de autorregulación ante lo que acontece a su alrededor, ni reaccionen de igual manera ante los fracasos de su capacidad adaptativa y regulativa, y mucho menos logren un equilibrio semejante entre las partes y el todo de su organismo, todo ello termina expresando la individualidad del viviente, que si bien no excluye que podamos conocerlo, nos habla de la dificultad de poder reducirlo a constantes generales y esquemas rígidos de causaefecto.

Estos son, a grandes rasgos, los atributos que Canguilhem liga al viviente como características intrínsecas sin las cuales es difícil aprehender los fenómenos de la vida en toda su complejidad. Al mismo tiempo, son los principales argumentos que nos permiten reconocer en la vida un fenómeno original, no reductible a sus componentes físicoquímicos ni a esquemas causalmecánicos de explicación. Tales atributos bien podrían reducirse a uno solo, a aquello que nuestro autor llama “normatividad”, y que se refiere a que estar vivo es ser capaz de establecer y crear normas de relación con el medio, las cuales son valorativas, individuales, plásticas, que involucran al viviente en su totalidad y le permiten sortear tanto la precariedad del medio como los fracasos de tales intentos. Así, la originalidad de la vida estriba en el carácter normativo del viviente —desde el más simple hasta el más complejo—, en su capacidad de crear normas que le permitan interactuar con otros seres vivos, adaptarse de la mejor manera al medio, proveerse de lo mínimo para sobrevivir y seleccionar de entre una gama de actos y objetos posibles; todo ello, apelando al carácter individual del viviente.

 

Coda

 

Desde la época en que Georges Canguilhem escribió y dio a conocer su postura respecto de la particularidad de los fenómenos vitales, la situación de las ciencias de la vida no ha dejado de modificarse. La aparición de la biología molecular no ha hecho más que reforzar la idea de que la vida puede explicarse, finalmente, a partir de los mismos elementos de base que constituyen el resto de los fenómenos de la naturaleza. Sin embargo, la riqueza de una propuesta como lo que hemos expuesto estriba, al menos, en recordarnos dos cosas: primero, que siempre es posible encontrar motivos de reflexión enriquecedores cuando ponemos a dialogar disciplinas que nuestra época y forma de pensar han distanciado radicalmente; en este caso, ha sido el diálogo entre medicina y filosofía lo que sirvió a Canguilhem para reflexionar sobre algunos aspectos fundamentales de la vida en su intento por hacer de ella un ámbito no reductible a los esquemas causalmecánicos de explicación, propios de la física y la química de su época. En segundo lugar, su obra nos deja la inquietud de continuar cuestionándonos si, a pesar de los avances científicos, de la consolidación de la perspectiva molecular en biología, la vida —sobre todo, a nivel del organismo— sigue conservando una especificidad que la hace poco proclive a ser traducida cabalamente a los esquemas de las ciencias físicoquímicas.

Finalmente, no está de más recordar que para Canguilhem es precisamente en la enfermedad donde se hace más patente que nunca el carácter normativo, valorativo, plástico y precario de la vida. Es en su obra más conocida, Lo normal y lo patológico, donde hace un análisis amplio de la manera en que lo mórbido no sólo es una mera variación cuantitativa del “estado normal”, ya que, como todo fenómeno vital, aun estando enfermos seguimos siendo normativos, seguimos creando normas de manera individual con las cuales tratamos de sortear los cambios del medio y la precariedad del mismo. En este sentido, no hay, estrictamente hablando, seres anormales, porque aun en la enfermedad o en la discapacidad seguimos creando normas.
  articulos
 
 

 

 

Referencias bibliográficas
 
Canguilhem, Georges. 1942. La connaissance de la vie. Vrin, París, 1992.
_________.1943. Le normal et le pathologique. puf, París, 1998.
_________. 1968. Etudes d´histoire et de philosophie des sciences concernant les vivants et la vie. Vrin, París, 1994.
_________. 1989. “Les maladies”, en Encyplopédie Philosophique Universelle. puf, París.
Dagognet, François. 1997. Georges Canguilhem. Une philosophie de la vie. Synthélabo, Le Plessis-Robinson.
Gayon, Jean. 2000. “Le concept d’individualité dans la philosophie biologique de Georges Canguilhem”, en Lectures de Canguilhem. Le normal et le pathologique. ens Editions, Fontenay aux Roses.
Horton, Richard. 1995. “Georges Canguilhem”, en The Lancet, vol. 346, no. 8982, pp. 1094.
Le Blanc, Guillaume. 1998. Canguilhem et les normes. puf, París.
Lecourt, Dominique. 2008. Georges Canguilhem. puf, París.
Roudinesco, Elisabeth. 1998. «Georges Canguilhem, de la médecine à la Resistance: destin du concept de normalité», en Actualité de Georges Canguilhem. Synthélabo, Le Plessis-Robinson.
 
 
 
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María Luisa Bacarlett Pérez
Facultad de Humanidades,
Universidad Autónoma del Estado de México.
 
Ma. Luisa Bacarlett Pérez es doctora en filosofía de la ciencia por la Universidad Autónoma Metropolitana. Es Profesora-investigadora de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México. Entre sus libros están: Friedrich Nietzsche: la vida, el cuerpo y la enfermedad, México, uaem, 2006; Filosofía y enfermedad. Una introducción a la obra de Georges Canguilhem.
     
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como citar este artículo
Bacarlett Pérez, María Luisa. (2011). La obra de Georges Canguilhem, entre la medicina y la filosofía. Ciencias 104, octubre-diciembre, 4-11. [En línea]
     

 

 

de la solapa        
 
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La paradoja delamor.
Una reflexión actual sobre
las pasiones.
 
 
Pascal Bruckner.
Tusquets, Barcelona,
2011, 256 p.
   
   
     
                     
                     
Amamos tanto
como los hombres
pueden amar, es decir,
imperfectamente.
 
El amor sigue llenando espacios en las librerías, y al lado
de las grandes novelas y la poesía, están además los libros de autoayuda que intentan encontrar causas, efectos y soluciones alrededor del sentimiento amoroso.
 
La ciencia irrumpió apenas recientemente en la búsqueda de explicaciones para el amor y la pasión. Así, en distintas universidades y centros de investigación se habla de sustancias químicas en el cerebro, de generación y balance de hormonas, de estímulos visuales y olfativos. Se usan escáners para registrar respuestas cerebrales y al mismo tiempo se hacen estudios en grupos de mamíferos escalando los resultados a los humanos. Igualmente se realizan análisis de grupos grandes o pequeños de personas para revisar sus comportamientos, y se generan hipótesis desde la psicología clásica o la psicología evolutiva contemporánea. Todo para adentrarse en este elusivo tema que ocupa nuestra mente una buena parte de la vida.
 
Y aunque recibimos con gran interés los descubrimientos científicos sobre el amor, sabemos que este sentimiento y las pasiones que origina van mas allá de los genes y las respuestas biológicas. Como en muchas otras conductas humanas, las explicaciones tienen que conjuntar biología y ambiente social. El amor corresponde en mucho a la cultura en que nos desarrollamos y al momento que nos toca vivir, y cambia a lo largo de la existencia de acuerdo con la experiencia sexual y social, por lo que todo ensayo que busque revelar nuevas perspectivas es siempre bienvenido. Más aún si se trata de un brillante filósofo y novelista como Pascal Bruckner.
 
En La paradoja del amor, Bruckner hace un recuento de las ideas y concepciones sobre el amor heredadas de mediados del siglo xix, transitando por Europa y algunos de sus más ilustres personajes que se han expresado con respecto del matrimonio, el adulterio, el sexo y la liberación personal, para llegar a los años sesentas del siglo xx, la “revolución sexual” y su lucha contra el orden establecido, que dejó para las futuras generaciones la herencia de vernos sometidos, hombres y mujeres, a una contradicción fundamental: amar apasionadamente y ser autónomos. El ensayo bien puede enmarcarse como la continuación de un libro de historia del amor coordinado por Dominique Simonnet, cuya estructura, en forma de preguntas a un grupo de historiadores, es también altamente recomendable.
 
¿Cómo el amor que apega puede acomodarse a la libertad que separa? es la pregunta central de La paradoja del amor, interesante, entretenido y a ratos hasta divertido libro que está dividido en cuatro partes: a) “Un gran sueño de redención”, b) “El idilio y la discordia”, c) “Las maravillas de la carne” y d) “La ideología del amor”.
 
Acompañado de una serie de cuadros que tienen títulos tan sugestivos como “¿Qué es un ex?”; “Hombres/mujeres: el fracaso de los clichés”; “¿Prohibir la prostitución?” y “¿Politizar el lecho conyugal?”, el libro, con múltiples referencias a una diversidad de autores, sobre todo franceses, puede leerse de un tirón. Bruckner nos dice que éste es “un libro escrito para aquellos que se niegan al chantaje, que no quieren abandonar el viejo teatro de las pasiones sin renegar de los cambios acontecidos”.
 
Esperemos que en el futuro, con base en el avance de los grupos de investigación científica dedicados a tratar el tema del amor, lleguemos a conjuntar una visión más completa de este sentimiento, y que se imbrique con lo humanístico.
 
Mientras tanto, es válido retomar el epílogo “¡No os avergoncéis!”, donde el autor nos llama a defender un amor que no está enfermo y por lo tanto no requiere cura, sino que sigue siendo esa parte de la existencia que no controlamos, sobre todo refractaria a las ideologías, para terminar afirmando que aunque sigue siendo grande la tentación de anexionar, como en el siglo xviii, este sentimiento al círculo de la razón, del sentido o de la ética, el amor se defiende muy por él mismo y siempre formará parte del ámbito de la sorpresa.
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Referencias bibliográficas

Dominique Simonnet. 2004. La más bella historia del amor. Fondo de Cultura Económica, México.

     
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Patricia Magaña Rueda
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
     
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como citar este artículo

Magaña Rueda, Patricia y Autor: Pascal Bruchner. (2011). La paradoja del amor. Una reflexión actual sobre las pasiones. Ciencias 104, octubre-diciembre, 78-79. [En línea]

     
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Eberto Novelo, Rosaluz Tavera y Guadalupe Vidal
     
               
               
Las zonas arqueológicas de México son uno de los mayores orgullos de los habitantes de este país, y prácticamente en todo el territorio nacional existen restos arquitectónicos y objetos de las culturas prehispánicas. Su conservación no es responsabilidad solamente de las instancias gubernamentales, sino de todos los que se interesen por el conocimiento y la preservación de una cultura nacional. La conservación de objetos, desde monolitos hasta pequeñas figuras de barro, es relativamente viable, ya sea por su aislamiento o por el control de la interacción del objeto con el ambiente, y generalmente se puede recurrir a réplicas que permiten guardar el objeto original para evitar su deterioro. No obstante, el caso de los monumentos y espacios arquitectónicos es mucho más complejo, pues todos están en armonía con el entorno geográfico, paisajístico y ambien tal. La conservación de esas estructuras obliga a la concurrencia de diferentes aproximaciones y visiones sobre lo que es importante y necesario conservar, restaurar o mantener en las condiciones en las que fueron encontradas. Cada sitio arqueológico es un reto sobre este asunto; por ejemplo, las medidas de conservación en las zonas semiáridas del centro y norte del país son muy diferentes de aquellas con influencia marina o las húmedas tropicales. Cada clima y entorno ambiental le confiere a los monumentos una dinámica muy diferente en cuanto a la intemperización, la relación con la flora y la fauna que habitan en ellas e incluso la interacción con los visitantes. Las diferencias en los materiales de construcción también son una condicionante sobre los métodos y aproximaciones para la conservación.

En general, una zona arqueológica es abierta al público después de que los especialistas han descubierto, restaurado y reconstruido algunos de los edificios importantes. Posteriormente, corresponde a los conservadores mantener las mejores condiciones para los edificios, tratando de evitar cualquier alteración en su apariencia o en su estructura. La limpieza de malezas, de la fauna invasora y el cuidado de la estabilidad estructural son permanentes. Cuando los seres vivos son los agentes principales de las alteraciones se dice que existe un biodeterioro. Este concepto incluye las deyecciones de murciélagos y aves, el crecimiento de plantas, la invasión de todo tipo de animales, etcétera. En las zonas secas, los líquenes y plantas pequeñas son abundantes sobre los edificios, por lo que contrastan con las zonas húmedas, en donde los musgos, las hepáticas, las algas y las bacterias son los organismos abundantes. Esta presencia tan evidente de los microorganismos ha llamado la atención de múltiples investigadores y existe una profusa literatura sobre las afectaciones al sustrato. Las bacterias son los agentes más activos en la alteración de sustratos duros (mármol, rocas ígneas), mientras que los musgos y las plantas pequeñas son las responsables de afectaciones muy acentuadas en las rocas suaves (especialmente calcáreas).

El biodeterioro, visto bajo esta perspectiva, es un concepto muy amplio que hace énfasis en los cambios estructurales del monumento, tanto físicos como químicos, debidos a la presencia y la actividad de seres vivos que se desarrollan sobre el mismo. Cada organismo produce una alteración particular, pero, como en todo sistema ecológico, interacciona con otros organismos y se producen relaciones complejas con el sustrato. Así que los actores responsables del biodeterioro no pueden ser considerados como elementos aislados, son parte de un complejo que favorece o acelera el deterioro. Cada actor tiene un papel múltiple y las relaciones con el sustrato dependen de cuántos y cuáles están participando.

En los ambientes tropicales húmedos tenemos condiciones que favorecen el crecimiento de muchos tipos de organismos y, en particular, de las algas, que son especialmente activas por su desarrollo rápido y constante. La humedad relativa alta, las temperaturas elevadas y la insolación constante durante todo el año son condiciones propicias para un desarrollo masivo de algas, sobre todo en ambientes subaéreos, es decir, aquellos ambientes que están en contacto con el aire. Por ello, donde la humedad relativa es constante, el crecimiento de algas sobre los monumentos arqueológicos es muy evidente. En zonas como Calakmul o Chichén Itzá, en las que existe un aporte de humedad proveniente de la costa, las algas también crecen abundantemente, pero su desarrollo alcanza su óptimo en el periodo de lluvias. En cambio, en Chiapas, con una humedad relativa promedio anual mayor de 50% y una precipitación promedio anual de más de 2 000 milímetros, prácticamente no existe una época de sequía para las algas. Además, consideremos que el entorno vegetal propicia un aporte constante de humedad a la atmósfera.

Las construcciones mayas de esta zona fueron hechas con piedra calcárea, que ofrece un sustrato alcalino, una condición favorable para muchas especies de algas que rápidamente cubren las superficies expuestas y colonizan poco a poco otras con microambientes menos favorables. El resultado es un mosaico multicolor sobre los muros, que incluye varias tonalidades de verde, desde amarillento hasta olivo parduzco, tonos naranjas y pardos y, finalmente, negros y grisáceos. Como las algas mantienen una humedad constante, se establecen musgos y hepáticas que introducen tonalidades de verde brillante al mosaico. La textura que tienen esas algas al tacto incluye céspedes cortos, terciopelos, películas duras como cuero o tersas y flexibles y, por último, una gama de mucílagos (acuosos, pastosos, duros y gelatinosos).

Para un ficólogo, este panorama biológico es muy atractivo para su estudio y análisis, pero para el público visitante de las zonas arqueológicas y, sobre todo, para los encargados de la conservación y mantenimiento de los edificios, son un serio problema, principalmente estético, pues forman manchas sobre los muros, que pueden considerarse como signo de abandono y descuido, especialmente cuando se trata de esas grandes manchas negras que ocultan la superficie de los monumentos. Los términos utilizados para nombrar esas manchas son tintenstrich, black algae y biofilm o biopelícula. El primero es un término popular en Europa central, utilizado cada vez más frecuentemente en la literatura científica sobre algas subaéreas, y que hace referencia a las manchas obscuras sobre rocas (generalmente blancas de dolomita o calcáreas) que parecen derrames de tinta; los investigadores de habla inglesa se han referido al mismo tipo de algas como black algae. También se utiliza biofilm o biopelícula, que se refiere al crecimiento en el cual la matriz mucilaginosa de las algas y las bacterias es el soporte principal de toda la comunidad. En realidad, bajo estos nombres se reúne a comunidades complejas compuestas por algas, hongos, protozoarios y bacterias que están estrechamente ligadas a las zonas de escurrimientos de agua sobre la roca o los muros de edificios.

Las algas presentes en las zonas arqueológicas mayas de Chiapas son principalmente cianoprocariontes, en segundo lugar están las clorofitas y hay sólo algunas diatomeas. Las Cyanoprokaryota incluyen grupos unicelulares, coloniales y filamentosos, las Chlorophyta son principalmente filamentosas y la más conspicua de todas, Trentepohlia aurea, cubre los muros con manchas, céspedes o terciopelos anaranjados; las diatomeas sólo aparecen ocasionalmente y en poblaciones muy reducidas. Para confirmar que un crecimiento está formado por algas es necesario observarlo bajo el microscopio con varios aumentos y para identificar las especies se requiere procedimientos particulares a cada grupo.

En general, la primera condición para su estudio es cultivar las algas con el fin de forzar la producción de estructuras reproductoras y registrar la variación morfológica poblacional; además, con esos cultivos se puede obtener suficiente adn para los análisis genéticos utilizados en las comparaciones filogenéticas requeridas para la certificación específica. Sin embargo, las algas no son fáciles de cultivar, y como en el caso de muchos microorganismos, no conocemos los requerimientos nutricionales o ambientales que favorecen el desarrollo vegetativo o reproductivo, y cada especie requiere tratamiento especial. La extrapolación de las condiciones ambientales para el cultivo no siempre da resultados positivos, pues generalmente se parte de la consideración de que se desarrollan en condiciones óptimas y no suele ser así. La falta de conocimiento de estas algas nos lleva a interpretaciones sobre su capacidad de resistencia y sobrevivencia que pueden no ser acertadas. En este sentido, la ecología de las algas epilíticas es un tema todavía en desarrollo y sin un cuerpo teórico estable para una aproximación equivalente a la que existe en el caso de las algas acuáticas, especialmente las planctónicas.

Suponemos que las condiciones ambientales generales son un buen punto de partida para tratar de entender las algas epilíticas, así que consideramos que factores como la luz, la temperatura, la presión osmótica, la desecación y las respuestas reproductivas pueden ayudarnos a explicar cómo es que las algas sobreviven, por qué la distribución es en parches, cómo mantienen una población activa durante periodos relativamente largos, etcétera. A cada uno de estos factores las algas epilíticas responden de forma distinta, en especial en la zona tropical húmeda.

 

La intensidad de la radiación luminosa

 

Como con cualquier organismo fotosintético, la luz es el factor primordial a considerar. Fuera del agua, el efecto de atenuación o filtrado es mucho menor y puede convertirse en un factor adverso para las algas, en especial en las zonas tropicales y ecuatoriales. Un exceso de radiación luminosa afecta al sistema fotosintético y, en condiciones protegidas, en fisuras o dentro de rocas, aunque la situación es inversa, también se afecta el crecimiento celular, ya que el material del sustrato filtra (si es translúcido) o elimina (si es opaco) la luz a poca profundidad —en sólo unos cuantos micrómetros, la calidad y cantidad de luz pueden ser totalmente diferentes. Las respuestas a tales condiciones que han sido documentadas son las siguientes: a) las adaptaciones cromáticas en los sistemas fotosintéticos, por ejemplo, por la variación en la cantidad de pigmentos accesorios, especialmente carotenos, que disipan la energía en forma de calor y eliminan el oxígeno inestable producto de la sobreexcitación de la clorofila; b) la presencia de sustancias de reserva coloreadas que filtran la luz (principalmente aceites); c) la síntetisis de moléculas contra el estrés, como la proteína psbs asociada al fotosistema ii o los aminoácidos tipo micosporina (maas), que actúan como filtros de los rayos ultravioleta; d) la presencia de moléculas opacas en la pared celular y sus derivados (vainas o tecas), de las cuales la más famosa es la scytonemina, pero también están presentes agregados minerales (fierro, carbonatos, etcétera); y e) las modificaciones de la pared celular, con una distribución especial de las fibras de celulosa o sus componentes, de modo que difractan o redireccionan los rayos luminosos.

 

Temperatura, presión osmótica y desecación

 

La insolación se acompaña además de un aumento en la temperatura y, dependiendo de la situación geográfica, los cambios diarios pueden ser verdaderamente drásticos —en los casos extremos tendremos además una evaporación muy rápida del agua, que eleva la temperatura intracelular y puede desnaturalizar las proteínas y los ácidos nucléicos, desintegrar membranas y romper organelos. Los sustratos transfieren el calor de manera diferencial según su constitución y agregación, en las rocas se asocia a la textura, el color, la composición química, la dureza, el origen y el ángulo de exposición. Los efectos directos de los cambios térmicos fuera de los límites de resistencia de las algas se traducen en una muerte celular casi inmediata por evaporación del agua y lisis. En tal caso las respuestas de las algas a los cambios drásticos en la temperatura son: a) la síntesis de proteínas de choque térmico (hsp o Heat Shock Proteins) que, aunque están presentes en casi todos los organismos, su expresión y síntesis varía en cada especie; y b) la formación de vainas densas que previenen la desecación rápida o el rompimiento de las membranas celulares por los cambios osmóticos derivados de la evaporación.

Un efecto inmediato de las altas temperaturas es el incremento en la concentración de solutos en el exterior de la célula. El aumento en la presión osmótica favorece una mayor densidad en el citoplasma y la crenación celular por el desplazamiento de agua hacia afuera. En el sentido inverso, la célula se plasmolisa por el exceso de agua interna. La respuesta de las algas apunta en dos sentidos: a) la formación de paredes celulares gruesas y vainas densas; y b) la síntesis de aceites que equilibran la presión diferencialmente y en relación directa con el tamaño de las vacuolas que los contienen.

Relacionada también con la temperatura está la desecación. En el caso de temperaturas altas y en las zonas donde la humedad relativa va de moderada a baja, una desecación rápida (tanto por altas como por bajas temperaturas) significa la muerte celular. La respuesta de las algas a estas situaciones consiste en: a) la síntesis de proteínas contra el estrés, incluso algunas proteínas de shock térmico actúan también como protectoras de pérdida de agua, mientras azúcares como la sucrosa y la trehalosa previenen la desnaturalización de las proteínas, remplazando el agua que rodea a las macromoléculas; b) en el caso de humedad baja se producen aceites, paredes gruesas y vainas amplias y densas, mientras en la alta la respuesta es la formación de vainas amplias y acuosas que moderan la presión resultante; y c) otras respuestas se relacionan con la reproducción.

 

Biología reproductiva y crecimiento poblacional

 

Cada grupo de algas tiene particularidades en su reproducción, pero la formación de comunidades relativamente estables (biopelículas, tapetes, etcétera) crea las condiciones adecuadas para que la multiplicación se mantenga durante más tiempo que si los crecimientos fueran unialgales o si las células estuvieran aisladas. Un crecimiento mucilaginoso permite el desarrollo de muchas otras especies que aprovechan la accesibilidad al agua, ya sea por contacto o incorporación al mucílago y cada una aporta elementos que ayudan a la resistencia global de los cambios; por ejemplo, si la trama está formada principalmente por filamentos de Scytonema, una buena filtradora de rayos uv, el desarrollo de otras algas dentro de ella aumenta, y el aporte de aceites después de la muerte de algunas células cambia la densidad, la composición y la respuesta a las condiciones ambientales, por lo que las tramas algales resultantes y el intercambio de agua por los cambios en la densidad de los mucílagos participantes puede ser tan estrecho que resulta obvio pensar en una simbiosis mutualista —el concepto de competencia ecológica es difícil de aplicar en estas situaciones.

Una respuesta en condiciones subaéreas es la variación en las etapas de ciclos de vida o la presencia de estadios unicelulares agregados, los cuales son resultado de una interacción constante de los individuos, pues existen infoquímicos que les permiten incrementar su tasa de reproducción —esta comunicación entre células se conoce como percepción de quórum (quorum sensing en la literatura) y permite a las células detectar la densidad poblacional mínima que modifica la utilización de los recursos, estimulando el metabolismo en una u otra dirección.

Un caso que hemos documentado recientemente es el de Trentepohlia aurea, que vive en los monumentos mayas. El ciclo de vida y el desarrollo general de los talos ha sido ampliamente documentado por autores como Chapman, Thompson, Islam, López Bautista y Rindi, entre otros, quienes mencionan que se trata de una alternancia de generaciones con presencia de gametos biflagelados y zoosporas tetraflageladas. En Chiapas, en los muros con mayor insolación y una humedad relativa menor que en otros muros no expuestos al Sol encontramos áreas rosadas, sin crecimientos visibles de algas. Todas las muestras de tales áreas están compuestas de unicélulas esféricas o casi esféricas con las características de Trentepohlia (que es un filamento), y los cultivos han demostrado que realmente se trata de la misma especie que forma agrupaciones muy densas sobre las microfisuras del sustrato, sin perforarlo, y que forma aplanosporas (esporas no móviles, sin flagelos). En las muestras recolectadas y en los cultivos no hemos encontrado ninguna de las células flageladas (zoides) mencionadas por otros autores, pero en todas ellas aparecen los gametangios y los esporangios vacíos, lo cual significa una variante en las etapas de desarrollo del ciclo de vida con una fase unicelular y una vía alterna que favorece la dispersión lenta, y que posiblemente existe una percepción de quórum muy alta que permite el desarrollo facultativo de las formas filamentosas o las unicelulares. En nuestra opinión, es una adaptación a la condición de alta insolación, humedad relativa y lluvias frecuentes de la región.

En condiciones extremas pero constantes, las especies responden limitando la multiplicación (reproducción asexual) y redirigiendo el gasto energético hacia la formación de estructuras reproductivas sexuales, en particular si el cambio es gradual. En el caso de poblaciones que viven en sitios donde los cambios son drásticos durante el día, la reproducción tiende a realizarse en condiciones estacionales más estables (época de lluvias, veranos largos). La formación de cigotos con paredes gruesas, resistentes a las condiciones adversas y con periodos de latencia prolongados es frecuente en todos los grupos con reproducción sexual de condición aerofítica y las respuestas reproductivas también están asociadas a la formación de estructuras de perennación (acinetos, cigosporas, hormogonios, esporulación en todas sus formas, etcétera). Es de notar que la respuesta reproductiva de las algas epilíticas es contraria a la de las algas acuáticas: las condiciones cambiantes de temperatura inducen la formación de estructuras reproductivas sexuales.

De todo lo anterior queda esbozado que las respuestas fisiológicas de las algas subaéreas pueden ser utilizadas como elementos a considerar en su ubicación taxonómica y que se justifica el argumento de una correspondencia entre las especies algales y las condiciones ambientales donde viven; por ello, la consideración de ubicuidad o de cosmopolitismo ambiental de las algas debe ser analizada muy críticamente.

Crecimientos masivos como comunidades

 

Las aportaciones de la limnología a la teoría ecológica han sido ampliamente reconocidas por los especialistas en ambientes acuáticos. Existe un cuerpo de conocimientos estructurado para explicar la dinámica de las comunidades y las poblaciones acuáticas, en especial del fitoplancton, así como herramientas teóricas que explican bastante bien el comportamiento de las comunidades planctónicas y bentónicas a partir de elementos abióticos de todo tipo, y las correlaciones y explicaciones poseen un grado de certidumbre tal, que permiten hacer predicciones relacionadas con el manejo de los ecosistemas y su manipulación posterior. Pero en las condiciones subaéreas, la situación es diferente. ¿Toda superficie cubierta que a simple vista parece homogénea es una comunidad?, ¿cuáles son las condiciones abióticas que explican la presencia de un crecimiento en un punto?, ¿y cuáles las influencias del macroclima y el microclima en tales condiciones? Algunas respuestas a estas preguntas apenas empiezan a surgir: a) son comunidades multiespecíficas, no importa que tan extremo sea el ecosistema; b) que tienen unas cuantas especies dominantes (no necesariamente las que se aprecian a simple vista); c) el espacio físico ocupado no es fijo durante un ciclo anual y no existen límites precisos (relacionados con la composición específica) entre los parches que se forman en áreas relativamente grandes; d) la composición específica es recurrente en áreas amplias y a largo plazo (en nuestro caso, lluvias o secas), aunque las especies no aparecen en el mismo lugar si en un radio de algunos centímetros más y siempre en la misma estación; e) las relaciones con el sustrato generalmente son intrusivas, aunque no por actividad metabólica directa; las algas ocupan cualquier espacio en el que la luz y el agua estén accesibles, y la disolución del sustrato sólo se ha documentado claramente en algas acuáticas.

En las condiciones epilíticas subaéreas tenemos diferencias en composición, tanto en lo horizontal como en lo vertical de un centímetro a otro. Los parches de crecimientos pueden parecer discretos, pero en realidad están tan entremezclados con los vecinos que parecen subcomunidades de una entidad mayor. Si nos aproximamos por esa vía, toda una zona arqueológica deberá ser considerada como una comunidad. En Palenque existen dos especies comunes en casi todos los muros (Trentepohlia aurea y Scytonema gayanum), pero cada uno de los muros tiene hasta seis parches de crecimientos distintos con coloraciones y texturas diferentes y un porcentaje de menos de 20% de especies comunes entre sí. ¿Debemos considerar toda la zona como parte de una comunidad o cada parche es distinto? En Bonampak y en Yaxchilán pasa lo mismo, ¿son los tres sitios una misma comunidad?

Si se trata de muros, un elemento más es el componente vertical, que difiere de las comunidades bentónicas acuáticas en el grado de interacción y proximidad de los individuos entre sí. En el bentos podemos discriminar los organismos epífitos de los metafíticos y de los perifíticos, y hacer las evaluaciones poblacionales correspondientes. En los crecimientos subaéreos todos son epífitos entre sí, y si consideramos que se entremezclan entre sí, todos son endofíticos.

En cuanto a los referentes abióticos, en los ambientes acuáticos medimos temperatura, ph, nutrimentos, salinidad, conductividad, o2 disuelto, iones y otros aspectos del agua, y los intervalos de medición pueden ser amplios. En un muro la roca tiene tal vez una composición homogénea, pero en los monumentos las piedras pueden tener un origen diferente, como en Chiapas, con una posición distinta respecto de las vecinas y, aunque todas son calcáreas, se sabe que no provienen de una sola cantera, así que en la misma área de un muro los parches algales ocupan sustratos distintos: sólo las piedras o únicamente las uniones de argamasa. La temperatura del sustrato y todas las variables ambientales relacionadas con la insolación están estrechamente relacionadas con las condiciones diarias y su variación puede ser cuestión de minutos, lo cual dificulta el intervalo de medición: si un muro recibe el sol directo, las variaciones en su temperatura son grandes, si hace viento, la evaporación es mayor y la temperatura del sustrato baja, si deja de hacer viento, la evaporación del ambiente aumenta la humedad relativa, pero la evaporación en el sustrato es menor y se estabiliza con la temperatura ambiental; esto se repite para cada uno de los factores ambientales empleados para explicar algo.

En nuestro trabajo en Chiapas estamos contabilizando las variables macroambientales: iluminación, humedad relativa, humedad contenida superficial y subsuperficialmente en el muro, temperatura ambiental y del muro (con y sin crecimientos algales), y la velocidad y dirección del viento. Ya conocemos la composición promedio de las rocas de los muros, también contamos con las horas de iluminación para cada estación del año en los edificios que estamos estudiando. En cuanto a los crecimientos, ya contabilizamos la composición específica, la cobertura de cada especie, el tamaño de los mismos, lo cual hemos relacionado con la tasa de crecimiento de cultivos en condiciones controladas, utilizando la cantidad de clorofila por cada unidad de área cubierta en una unidad de tiempo fijo. Con tales datos esperamos construir un marco explicativo sobre los crecimientos algales en los muros de los monumentos mayas de Chiapas y contribuir a la construcción de una teoría ecológica de las algas epilíticas subaéreas.

 

Las algas epilíticas y el biodeterioro

 

En la literatura existen muchas evidencias para todo tipo de sustratos sobre el deterioro producido por bacterias, hongos, musgos y plantas. Aunque en la gran mayoría de esa literatura se registra la presencia de algas, hasta ahora no se ha demostrado fehacientemente que participan directamente en ese deterioro. Ortega y sus colaboradores han propuesto que Trentepohlia concina produce micro excavaciones sobre los muros de Uxmal en Yucatán, pero la interpretación puede ser otra: las algas aprovecharon las cavidades para germinar.

En nuestros estudios hemos encontrado evidencias de que las algas sólo aprovechan las irregularidades y fisuras para fijarse en un sustrato que está expuesto a condiciones de intemperización muy agresivas. Tanto en los materiales que recubren los muros (lechadas, estucos, etcétera) como en las rocas estructurales, se producen microfisuras por el intemperismo climático; por ejemplo, en un muro expuesto, una lluvia regular baja drásticamente la temperatura del muro, satura de agua las fisuras, y se disuelve parte del material calcáreo al aumentar la temperatura por el sol directo, se calienta el muro, se evapora el agua, las partículas disueltas pueden recristalizarse en la superficie, y aumentar las microfisuras. Las algas presentes aprovechan la humedad y la protección que ofrecen esas microfisuras y se desarrollan por más tiempo que las que están en la parte expuesta.

Las algas que hemos encontrado en Chiapas no son especies perforantes, sólo producen mucílagos que estabilizan las partículas sueltas del material intemperizado. Una superficie cubierta por mucílago algal tiene una tasa de evaporación menor que el sustrato desnudo (medida como humedad relativa sobre el muro con o sin algas), por lo tanto la intemperización es menor en ella. Los factores críticos como temperatura, desecación y cristalización son disminuidos por la presencia de las algas y sus mucílagos: la temperatura en los crecimientos algales es siempre menor que en el muro expuesto, la desecación tarda más y las partículas sueltas de carbonato son atrapadas por el mucílago. En la mayor parte de la literatura sobre el tema se aventura que los ácidos orgánicos producidos por las algas podrían disolver el sustrato, sin embargo, hasta la fecha no se ha documentado ninguno de los ácidos que existen en hongos (y líquenes), musgos y plantas vasculares.

Todo apunta entonces a que las algas tienen una función protectora importante, al menos en Chiapas y las regiones tropicales con monumentos de roca calcárea. Falta considerar el establecimiento de otros organismos que aprovechan la humedad constante de las algas, para lo cual es necesario evaluar los pasos requeridos en la conservación: eliminar todo crecimiento biológico, con la consiguiente exposición del sustrato a los factores intemperizantes o controlar el crecimiento de algunos organismos y eliminar sólo los más agresivos al sustrato.

Las algas de los monumentos mayas de Chiapas (Palenque, Bonampak y Yaxchilán) tienen una distribución mundial restringida, pues algunas sólo han sido vistas en estos sitios de México; tenemos al menos diez especies nuevas para la ciencia que están en procesos de clasificación y que requieren la conservación del hábitat donde viven. A la conservación de los monumentos se añade así la conservación de la biodiversidad de algas (y seguramente de otros grupos biológicos que no han sido estudiados en esos sitios). La experiencia de muchos años de los conservadores ha confirmado que los métodos utilizados (biocidas, recubrimientos, limpieza mecánica, etcétera) no son efectivos a largo plazo para eliminar las algas y generalmente afectan más a la roca.

Quizá es el momento de cambiar el enfoque: las algas pueden prevenir un desgaste mecánico de las superficies y son parte de la biodiversidad; entonces, en vez de eliminarlas, es posible controlar su crecimiento con métodos que se dirijan a cambiar las respuestas ecológicas y fisiológicas (limitando la percepción de quórum, por ejemplo). Sólo las superficies en las que exista una consideración de tipo estético y en las que dificulten la observación de las estructuras (estucos y labrados) es deseable su limpieza; pero en los edificios es posible mantener controlado el crecimiento sin que se modifique la apreciación del conjunto arquitectónico. Los monumentos mayas en Chiapas son parte de un entorno biológico muy rico y los visitantes disfrutan tanto la visita a la selva como a los edificios, y gracias a la selección adecuada de métodos de control de algas ha sido posible que, con una información mínima, cambien su percepción, de sólo observar las ruinas, a la de disfrutar de un monumento que está conservado (ésta es una experiencia de los viajes de recolección). Sólo falta convencer a políticos, conservadores, arqueólogos, y sobre todo al turismo, de que los monumentos se ven más hermosos cubiertos de algas negras, rojas o verdes, que en algunos sitios esas manchas son necesarias para proteger los monumentos, y que son parte de la biodiversidad, que también es patrimonio nacional.
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Referencias bibliográficas
 
Allsop, D., K. J. Seal y C. C. Gaylarde. 2004. Introduction to biodeterioration. Cambridge Univ. Press, Cambridge.
Ortega-Morales, O., J. Guezennec, G. HernándezDuque, C. C. Gaylarde y P. M. Gaylarde. 2000. “Phototrophic biofilms on ancient mayan building in Yucatan, Mexico”, en Current Microbiology, núm. 40, pp. 81-85.
     
Agradecimientos

Al inahconaculta por los permisos y facilidades para realizar el trabajo de campo, y a papiitunam por el financiamiento de los proyectos IN214606 e IN221811.

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Eberto Novelo
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
 
Es Profesor de Carrera del Departamento de Biología Comparada de la Facultad de Ciencias de la unam, egresado y doctorado en la misma institución.
 
Rosaluz Tavera
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
 
Es Profesora de Carrera Titular del Departamento de Ecología y Recursos Naturales de la Facultad de Ciencias de la unam, egresada de la misma y doctorada en la Universidad de Bohemia del Sur, República Checa.
 
Guadalupe Vidal
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México.
 
Es Técnica Académica del Departamento de Biología Comparada de la Facultad de Ciencias de la unam, bióloga y Maestra en Ciencias por la misma institución.
     
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como citar este artículo

Novelo, Eberto y Tavera Rosaluz, Vidal Guadalupe. (2011). Las algas en los sitios arqueológicos mayas, biología y conservación del patrimonio. Ciencias 104, octubre-diciembre, 26-35. [En línea]

     

 

 

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Linda R. Manzanilla
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El estudio de la forma de vida de las sociedades del pasado
contando solamente con las trazas materiales de sus actividades repetidas no es un trabajo sencillo. En parte como detective forense o bien como médicocirujano, el arqueólogo recoge instrumentos, desechos, materias primas, objetos semiprocesados, pero también extrae polen, recupera semillas, analiza restos óseos de fauna, estudia la distribución espacial de fragmentos de vasijas, objetos de piedra, figurillas, instrumentos de hueso, artefactos hechos de moluscos marinos, restos óseos humanos, así como isótopos y adn; en fin, recrea con datos de diversas ciencias la manera cómo se vivía en un remoto pasado.
 
En varios trabajos, siguiendo a Flannery, hemos insistido en la importancia que tiene abordar el tema de las áreas de actividad como las unidades espaciales mínimas del registro arqueológico, en donde las acciones sociales, repetidas, quedan impresas. En nuestros proyectos definimos al área de actividad como la concentración y asociación de materias primas, instrumentos, productos semiprocesados y desechos en superficies específicas o en cantidades que reflejen procesos particulares de producción, consumo, almacenamiento o desecho.
 
Más allá de la determinación de trazas de diversas actividades en el espacio doméstico inmediato de una unidad familiar, es necesario abordar el tema del tipo y la conformación de las unidades domésticas, las identidades y su materialización en el registro arqueológico, las evidencias de especialización del trabajo, los indicadores de estratificación social y las jerarquías. Un grupo doméstico está formado por los individuos que comparten el mismo espacio físico para comer, dormir, crecer, procrear, trabajar y descansar. Los tres criterios básicos que nos permiten definir este concepto son: el de residencia, el de actividades compartidas y el de parentesco.
 
Las unidades habitacionales incluyen la vivienda (con sus dormitorios, cocinas, bodegas, traspatios, sectores de desecho, áreas para recrear el ritual doméstico y el ritual funerario) y las estructuras accesorias para almacenar, preparar alimentos, criar animales domésticos, cultivar hortalizas, etcétera. En ocasiones, la unidad doméstica que ocupa un espacio definido sólo se compone de padre, madre e hijos, es decir, una familia nuclear. Pero en otras sociedades hay la posibilidad de que las familias extensas ocupen solares con varias estructuras o incluso viviendas multifamiliares con apartamentos en conjuntos circundados por un muro, como ocurre en Teotihuacan.
 
La propuesta metodológica que ofrecemos requiere una articulación estrecha de arqueólogos, físicos, químicos, biólogos, osteólogos, geofísicos, geólogos, genetistas y otros científicos, y comprende los siguientes pasos.
 
Una radiografía del sitio
 
En primer lugar, es necesario hacer una “radiografía” del sitio arqueológico para obtener un diagnóstico previo, lo cual implica una prospección geofísica y geoquímica, además de la topografía y el reconocimiento de la superficie, y que nos permite elegir convenientemente las áreas de excavación y hacer posteriormente una “cirugía” de la corteza terrestre más precisa. Luis Barba propuso una metodología de análisis de la superficie previa a la excavación en la que partimos de un análisis regional (la cartografía y la foto aérea), para llegar al sitio de estudio. Además de la aplicación sistemática de una retícula de referencia, generalmente utilizamos fotos aéreas de baja altura con el fin de detectar cambios en la vegetación y el microrrelieve, correlacionados con estructuras sepultas.
 
Posteriormente, aplicamos una “batería” de técnicas de prospección ideada por el mismo autor, que incluye el uso de magnetómetros, resistivímetros y radar de penetración terrestre, con el fin de contrastar entre sí las anomalías magnéticas, sobre todo las termorremanentes (como aquellas producidas al pasar el aparato sobre un antiguo horno de cerámica), con la resistencia que los muros de piedra sepultos ofrecen al paso de la corriente o el rebote de ondas electromagnéticas que impulsa el radar. Además, en los puntos de intersección de la retícula, sistemáticamente, no sólo se toman mediciones geofísicas, sino también topográficas y muestras geoquímicas para hacer mapas de fosfatos, carbonatos, ph y color en superficie, lo que permite tener una idea de dónde podrían estar las zonas de mayor concentración de desechos orgánicos, frente a aquellas donde se pudo trabajar la cal, por ejemplo. También se recolecta el 100% del material arqueológico de superficie en cada cuadro de un metro cuadrado. La superposición de todos estos mapas, que están referenciados a una retícula común, nos permite generar hipótesis sobre aquello que puede estar inmediatamente bajo la superficie.
 
Cirugía precisa
 
Después de la prospección geofísica, geoquímica y arqueológica del área por excavar, he propuesto una metodología sistemática en la que se privilegia la excavación extensiva de áreas habitacionales de los diversos momentos de la historia del sitio, y se establecen con precisión los niveles de ocupación y sus áreas de actividad y estructuras. Cada área de actividad constituye un paquete de información funcional, y en ellas se toman muestras de tierra para extracción de polen y fitolitos, además de la flotación para obtener macrofósiles botánicos con el fin de establecer los restos de flora; se recuperan todos los restos óseos de fauna, así como los humanos, muestras de tierra y de los pisos mismos para análisis químicos con el fin de definir actividades en aquellos pisos que no tienen información de artefactos, y muestras para las diversas técnicas de fechamiento que permiten establecer la secuencia cronológica (madera carbonizada de las áreas de actividad para datación por radiocarbono, pequeños fragmentos de vidrio volcánico para hidratación de obsidiana, y fragmentos de pisos de estuco para arqueomagnetismo, aunque hemos tomado también muestras sistemáticas de cerámica para termoluminiscencia y paleointensidades magnéticas). Además, los artefactos, materias primas y desechos permiten establecer las distribuciones de entidades funcionales dentro de los espacios techados y abiertos, una vez que nos hemos preguntado sobre las formas de abandono y los procesos posteriores que pudieron alterar los contextos.
 
El estudio químico de los pisos
 
Uno de los avances notables en la detección de actividades en sitios abandonados paulatinamente, en cuyos pisos sus ocupantes barrieron constantemente la basura, ha sido el análisis químico de esos pisos de estuco, un estudio inaugurado en México por Luis Barba, y que permite discriminar sectores funcionales, que a su vez se contrastan con las inferencias derivadas de la distribución de materiales arqueológicos.
 
Los diversos análisis
 
Los ecofactos. Por ecofactos entendemos los restos de plantas y animales que ponen en evidencia el tipo de ambiente o el uso de recursos de origen biológico realizado por las sociedades del pasado. Por ejemplo, se utilizan tres tipos de indicadores vinculados con la fauna: el polen, los fitolitos y los macrofósiles botánicos (restos de tallos, hojas, semillas, etcétera). Además, se identifican todos los restos faunísticos, no sólo en cuanto a género y especie, sino la parte del animal que está presente, si tiene huellas de corte, modificación o cocción y, por último, el mínimo número de individuos, así como los mapas de distribución en la unidad excavada, además de la división entre fauna autóctona y alóctona.
 
Artefactos y desechos. Mucho del tiempo de análisis lo dedica el arqueólogo a los fragmentos de cerámica, figurillas, obsidiana y pedernal (lítica tallada), basalto y otras rocas volcánicas y sedimentarias (lítica pulida), piedras semipreciosas (lapidaria), moluscos marinos trabajados, instrumentos de hueso, para elaborar los mapas de distribución pertinentes. Además, se estudian las huellas de manufactura a fin de entender los procesos tecnológicos, y las huellas de uso para ver la función a la cual fueron dedicados. No está de más reiterar la importancia de las asociaciones funcionales que nos dan los contextos arqueológicos excavados.
 
Más allá de la clasificación arqueológica, la descripción de atributos (color, forma, tecnología, medidas, etcétera), la elaboración de bases de datos y mapas de distribución, la tecnología del siglo xxi (activación neutrónica, difracción de rayos x, pixe, rbs y otras más) permite la determinación de elementos traza para establecer la procedencia de las materias primas, las huellas de uso y manufactura, la tecnología empleada, etcétera.
 
Residuos en fondos de vasijas. El análisis de los contenidos de las vasijas de cocción de alimentos, almacenamiento y servicio, además de piedras de molienda y raspadores, permite conocer qué recursos perecederos se consumen, cómo se preparan (en ocasiones, un indicador de identidad étnica) y qué tan balanceada es la dieta.
 
Los restos óseos humanos. Por otro lado está la información que el análisis de los restos óseos humanos proporciona. Más allá de aspectos como evaluación de sexo, edad, índices y mediciones, aun cuando las deficiencias nutricionales no necesariamente dejan evidencia en el hueso, a menudo es posible detectar en los restos óseos los efectos del tipo de alimentos que se consumían. Hay deficiencias nutricionales que están relacionadas con hipoplasias del esmalte, es decir, una serie de líneas, bandas o fosas formadas por una disminución en el grosor del esmalte, que también se pueden observar en los restos óseos. Por otro lado, la hiperostosis porótica podría estar relacionada con diversos tipos de anemia, algunas de tipo nutricional.
 
Además, los restos óseos presentan también huellas de estrés ocupacional (entesopatías) o deformaciones provocadas por movimientos continuos de la dentición o de ciertas extremidades, el transportar cargas pesadas, trabajar fibras duras, adoptar posturas inconvenientes, etcétera, muchas de ellas resultado de actividades productivas de índole doméstica —como la molienda de elementos duros— o artesanal, como el alisar fibras con la dentición. Este tipo de estudios se puede contrastar con el resultado del análisis de las actividades presentes en cada espacio familiar.
 
El estudio de los caracteres epigenéticos que se heredan nos ayuda a relacionar individuos enterrados en el mismo conjunto doméstico y contrastar esta evidencia con los análisis de adn, por ejemplo.
 
Finalmente, la evaluación integral de las características físicas, la forma de vida, las actividades y patrones de comportamiento, la salud y patrones de enfermedad, en fin, las condiciones de vida, así como los estudios paleodemográficos, permiten evaluar la población que es susceptible de ser integrada con el dato arqueológico.
 
Elementos traza y paleodietas, isótopos y migrantes. Burton y Price han establecido que el estado nutricional de los seres del pasado puede ser abordado por medio del estudio de estroncio, calcio, bario y zinc. El estroncio se presenta en cantidades elevadas en los vegetales y tiende a acumularse en los huesos de los herbívoros, mas no en los de los carnívoros debido a su dilución progresiva en la cadena alimentaria. Los cambios en la dieta —representados como acceso diferencial al recurso carne— pueden ser registrados por medio de las transformaciones en los niveles de estroncio en los huesos, y pueden estar correlacionados con diferencias en la organización económica, el estatus, el grupo étnico y las estrategias de abasto de recursos.
 
La propuesta elaborada por T. Douglas Price para evaluar posibles migrantes se basa en la comparación de la relación isotópica de estroncio 87/86 en el primer molar con los datos de un hueso como la cresta iliaca o el fémur del mismo individuo. Cuando no coinciden estas medidas se puede hablar de migrantes de una región, que comparten cierta dieta, hacia otra, en donde ésta es distinta, ya que en el diente queda plasmada y sellada la dieta de la infancia, mientras que, debido al recambio constante de estructura ósea, en el hueso queda la dieta del tiempo de la muerte.
 
Los isótopos estables permiten también determinar quién es migrante, debido a la composición isotópica diferencial del agua (oxígeno 18/16), misma que refleja las condiciones físicas y climáticas en que vivimos.
 
Los estudios de adn. Muy novedosos son en el campo de la arqueología los estudios genéticos sobre restos óseos. Por medio del adn mitocondrial se puede establecer grupos genéticamente disímbolos, así como sexamiento, progenie y parentesco.
 
El estudio de las unidades domésticas
 
El análisis de las unidades domésticas prehispánicas ha sido abordado desde diversas ópticas, pero propongo que atendamos los siguientes aspectos: las características de la vivienda, la composición de la unidad doméstica y sus actividades, las identidades y su expresión en el registro arqueológico, el grado de especialización económica, las diferencias socioeconómicas, los patrones de desigualdad social y la estratificación. Veamos.
 
La vivienda. El análisis de las viviendas debe comenzar por definir los límites, la forma y las dimensiones. Éstas tienen que ver con las funciones, las jerarquías, el tamaño de la unidad doméstica, las estrategias de reproducción y el tipo de sociedad.
 
La forma de la vivienda alude a identidades (particularmente étnicas), movilidad, segregación de funciones, tipo de familia, crecimiento de la unidad doméstica, factores ambientales y cosmología. Los materiales constructivos nos hablan de los recursos disponibles, la adecuación al ambiente, la tecnología empleada y las jerarquías. Los sistemas constructivos se relacionarían con las funciones y las jerarquías, así como con las adecuaciones al ambiente, pendiente y sismicidad. La orientación aludiría a las necesidades de iluminación, ventilación y protección contra el viento, la pendiente y el régimen de lluvias, se relacionaría con la disposición de las estructuras vecinas y, en fin, con la cosmogonía.
 
La distribución de los espacios y funciones al interior de la vivienda tiene que ver con las fuentes de iluminación, ventilación y calor; la disposición de las áreas de actividad, las separaciones de sectores por género, la estructura de la familia, la jerarquía al interior de la unidad doméstica, la organización y tipo de trabajo, y las estrategias de reproducción.
 
Los patrones de circulación refieren a funciones y a la división entre espacios más públicos (cerca del acceso, con mensajes indéxicos, es decir, el despliegue de indicadores de estatus, riqueza e identidad) versus espacios más privados, con mensajes canónicos de índole cultural. Asimismo, las fachadas tienen ornamentos que guardan mensajes indéxicos y elementos estéticos que son percibidos por “los otros”, es decir, los que se aproximan desde el exterior a esta vivienda.
 
Por último, la ubicación de la vivienda en su entorno físico requeriría un análisis de la cercanía a las fuentes de agua y los recursos, mientras que su cercanía al núcleo administrativo, político y religioso del asentamiento tendría connotaciones de jerarquía y función.
 
La composición de la familia. En cuanto a la composición de la unidad doméstica, podemos decir, siguiendo a Blanton, que la forma más común es la familia nuclear. Generalmente la observamos en casas cuadradas o rectangulares de uno o dos cuartos. Posteriormente tendríamos los añadidos que generalmente son los hijos casados, y allegados o sirvientes.
 
En 1925, Kulp distinguió entre una unidad doméstica económica (dos o más familias corresidentes con economías compartidas, es decir, una sola cocina para toda la unidad doméstica) y una unidad doméstica ritual (cada familia con su cocina, pero compartirían, por ejemplo, un altar de los ancestros). Hemos observado que los solares mayas, como los que excavamos en Cobá, Quintana Roo, para el Clásico, albergan a varias familias relacionadas del tipo “unidad ritual”, pues cada familia nuclear tenía su propia cocina pero compartían el altar de los ancestros, mientras que en los conjuntos multifamiliares teotihuacanos cada familia tenía su propia cocina y su patio ritual, mas al parecer el grupo doméstico se podía reunir a celebrar ciertas ceremonias en el patio ritual principal del conjunto, asignado a la familia de mayor jerarquía.
 
Para la familia poligínica podríamos esperar varias chozas alrededor de un espacio abierto, en las que viven el varón y sus esposas con sus hijos, pero con una segregación de áreas femeninas y masculinas en chozas diversas.
 
Las identidades. Es un campo relativamente nuevo en la arqueología, y siento que es posible abordarlo desde varias escalas y perspectivas. Las escalas van del individuo a la familia, el grupo doméstico, el barrio o enclave, hasta la comunidad. Las perspectivas comprenden el género, el grupo de edad, el grupo étnico y el oficio.
 
Un primer punto para hablar de identidades es centrar este tema en la escala del individuo. La identidad personal se manifiesta en atavíos, tocados, pintura corporal y facial, es decir, en la cultura indumentaria. En el trabajo arqueológico, a falta de conservación de muchos de estos elementos, tendremos que depender del análisis de las figurillas, la pintura mural, los instrumentos y elementos que acompañan a los entierros, y de prácticas culturales como la deformación craneana, la mutilación dentaria y el uso de cinabrio.
 
Asimismo, es posible abordar las actividades como un medio para entender las identidades; por ejemplo, la dicotomía más común es la de las actividades femeninas y masculinas, la cual llega a diferenciar sectores al interior de la vivienda.
 
Las identidades étnicas han sido abordadas desde diversas perspectivas. A mi parecer, se reconocen en los siguientes rasgos: a) las viviendas, en cuanto a la forma, los materiales constructivos, los patrones de decoración y los elementos que están relacionados con la estructura familiar; b) la manera de preparar la comida. El análisis de los residuos químicos dentro de las vasijas, así como de los restos faunísticos y florísticos, permite determinar qué se estaba preparando y cómo. Los ingredientes principales, las especies vegetales y animales, y la forma de preparación son parte de la cultura culinaria; c) el ritual funerario. Se toma en cuenta la forma y el tipo de tumba, las técnicas y el tratamiento del cuerpo, los objetos que acompañan al individuo o individuos, la posición y orientación, es decir, la cultura funeraria; d) el ritual doméstico. Hay que considerar el instrumental, el procedimiento, el lugar, los íconos y los actores, como lo señala Marcus; y e) la indumentaria, el adorno personal, los tocados y la pintura corporal, que son marcadores de identidad.
 
El grado de especialización económica. Sin duda, el tema del grado de especialización económica en las unidades domésticas es de gran relevancia para entender la división del trabajo en tales sociedades. En su estudio clásico sobre las sociedades formativas del Valle de Oaxaca, Flannery y Winter señalaron que por medio de la comparación de los artefactos, desechos y productos de diversas casas en sitios distintos se podían establecer: las actividades universales —realizadas en todos los sitios por la mayor parte de las familias—, las actividades sólo presentes en ciertos sitios y las actividades únicas. Dicha perspectiva requiere un abanico amplio de casas procedentes de sitios contemporáneos para comparar el repertorio de actividades.
 
Desde la misma perspectiva, Costin ha desarrollado una metodología para evaluar la especialización, la identificación de los sistemas productivos, la organización espacial de la producción y la división del trabajo en el ámbito doméstico, en donde, señala que, en particular, hay que abordar el contexto, la concentración, la escala y la intensidad de la producción.
 
En un trabajo posterior, Costin ofrece una aproximación más compleja al problema al abordar el contexto y la organización de la producción de artesanías, tocando varios temas: a) los que producen, es decir, su identidad social (género, clase, procedencia, etnicidad y estatus legal), para después abordar el grado de especialización, la intensidad del trabajo (es decir la cantidad de tiempo invertida en la producción de las artesanías), la naturaleza de las compensaciones (las relaciones entre productor y consumidor), la destreza del productor y los principios de reclutamiento de los trabajadores; b) los medios de producción: las materias primas (y los patrones de explotación de recursos), las herramientas (con su huella de uso) y los conocimientos técnicos en cuanto a elecciones de tecnología de manufactura (la complejidad, la eficiencia, la cantidad de bienes producidos, el control y la variabilidad), y las funciones previstas para los bienes producidos. En esta línea de ideas, Rice estableció los siguientes indicadores de producción de cerámica especializada: respecto de los productos, observó una creciente estandarización, resultado de la producción masiva, una homogeneidad en las formas, el uso de moldes y la existencia de marcas de alfarero; y en cuanto a las áreas de producción, detectó concentraciones de herramientas usadas en la manufactura (por ejemplo, moldes), agrupaciones de materias primas, y de vasijas mal cocidas o rotas; c) los principios organizadores: patrones temporales (producción diaria o estacional, de tiempo parcial o de tiempo completo), y patrones espaciales o sociales (la organización del trabajo, la concentración o dispersión de las actividades de manufactura, el contexto sociopolítico en que la producción tiene lugar), así como la distribución y el control; d) los objetos, es decir, el uso de los productos artesanales (si se trata de objetos utilitarios o bienes de prestigio), el grado de restricción en su uso, y qué cantidad de bienes estaban siendo utilizados; e) los principios y mecanismos de distribución; y f) los consumidores.
 
¿Cómo detectamos quién es un artesano especializado en el escenario doméstico? A nivel individual, es posible analizar al individuo en tanto que esqueleto para estudiar las marcas de estrés ocupacional, pero también los instrumentos que acompañan a los entierros particulares. En los productos mismos podemos ver, para el caso de la cerámica, los dermatoglifos (huellas digitales) que a menudo quedan impresos en la cerámica enrollada o alisada, o las marcas con las que los alfareros distinguen su producción.
 
En relación con la vivienda, podríamos ubicar los lugares donde ocurre la producción, analizando los desechos, los instrumentos, los desgastes y los compuestos químicos. Respecto de la pregunta de qué tanto se está produciendo, podríamos atender el volumen de desechos particulares en los basureros, así como evaluar los productos en los almacenes. En cuanto al tiempo que se dedica a la producción, el tamaño de la unidad doméstica y el rango de las actividades presentes en el espacio doméstico nos podrían dar un indicio.
 
A nivel de barrio, podríamos comparar el repertorio de actividades en cada casa excavada de un sector particular y ver si se están repitiendo las actividades. Además la concentración de áreas especializadas de producción (hornos de cerámica, por ejemplo), así como los almacenes en el barrio, nos podrían ayudar a detectar la rama de la producción en que el barrio está especializado, y contrastaríamos esto con los indicadores de identidad, particularmente en el ámbito de la etnicidad.
 
En lo que respecta a la especialización a nivel comunal, ya Sanders había sugerido un modelo de “simbiosis económica” para las comunidades del Formativo tardío en la Cuenca de México, en donde cierta comunidad se especializaba en la producción de algo, y otra en algún producto diverso, y luego lo llevaban a un centro de distribución. Flannery y Winter aluden a procesos semejantes para el Formativo del Valle de Oaxaca. Es obvio que requerimos hallar instrumentos y desechos similares en varias casas de un mismo asentamiento para poder aseverar que los habitantes se están especializando en una producción determinada y establecer la diferencia con la producción de otros sitios. Además, la relación de desechos con los instrumentos, con los productos terminados en la comunidad, nos puede dar una idea de qué tantos habitantes estaban implicados en estas actividades especializadas.
 
Las diferencias socioeconómicas. En las sociedades del pasado, los indicadores de jerarquía social pueden estar ubicados en el acceso diferencial a recursos básicos de subsistencia o a bienes suntuarios. En ocasiones, como sucede en Teotihuacan, observamos múltiples dimensiones jerárquicas que se basan, primero, en los conjuntos multifamiliares teotihuacanos, en donde una familia es la principal (tiene el patio ritual más amplio y el acceso a bienes de otras regiones) y las demás son de segundo nivel.
 
Proponemos, entonces, abordar los siguientes indicadores: 1) en cuanto a la arquitectura doméstica, ver el tamaño total, además de las dimensiones de los patios rituales de cada familia y sus dormitorios, describir los materiales constructivos (y evaluar su accesibilidad y calidad), constatar la presencia o ausencia de pintura mural, almenas, estelas, etcétera, ubicar dicho conjunto en el sitio (distancia al núcleo cívico-administrativo-ceremonial), observar la complejidad de la planta y qué actividades particulares están presentes, y evaluar la capacidad de almacenamiento y acceso al agua potable; 2) respecto del consumo de alimentos, ver no sólo los elementos traza para la determinación de la paleodieta y las marcas de estrés en el crecimiento, sino la identificación, determinación de hábitats y tecnología de apropiación y procesamiento de fauna y flora presentes; 3) obviamente, los objetos que acompañan a los entierros nos podrían dar un indicio de la apropiación de materias primas y productos alóctonos; y 4) el análisis de los atavíos en figurillas, escultura, estelas y representaciones pictóricas también permiten discriminar identidades individuales y su relación con atavíos y bienes portados.
 
Conclusiones
 
En el siglo xxi, disciplinas tan complejas como la arqueología requieren puentes de conexión con ciencias duras (tanto naturales como exactas) con el fin de fundamentar científicamente las conclusiones sobre el estudio de sitios, materiales, desechos y personas del pasado. El establecimiento de grupos interdisciplinarios en constante comunicación tiene recompensas amplias cuando se trata de armar el magno rompecabezas que implica entender el pasado de la humanidad.
 
Estos grupos observan los datos provenientes de la prospección, la excavación y el análisis desde diversas ópticas, pero el gran potencial yace en el establecimiento de seminarios de carácter interdisciplinario donde se viertan sobre la mesa las diversas interpretaciones de los fenómenos observados. El pasado deja de ser así una mera fuente de anécdotas para convertirse en un marco de referencia para entender nuestro presente.
 
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Análisis en un centro de un barrio multiétnico en Teotihuacan
El proyecto interdisciplinario “Teotihuacan: Elite y gobierno. Excavaciones en Xalla y Teopancazco” que dirijo ha estado encaminado a utilizar la metodología rigurosa e interdisciplinaria ya implementada con éxito por nuestro equipo en un conjunto multifamiliar teotihuacano (Oztoyahualco 15B:N6W3) durante la década de los ochentas, y se propone dos objetivos principales: por un lado, conocer la forma de vida de la elite teotihuacana por medio del estudio de las actividades en sus moradas, lo cual incluye: a) cómo vivía la elite; b) qué actividades se representan en sus residencias; c) cuál era su dieta; d) a qué recursos tenía acceso; e) cuánta gente habitaba en dichos conjuntos; y f) a qué grupo étnico pertenecían. Y por el otro, determinar en manos de quién estaba el gobierno de la ciudad.
 
Con este proyecto, iniciado en 1997, se proponía comparar dos conjuntos de diferente jerarquía —Teopancazco y Xalla— en cuanto a la forma de vida de las elites intermedias y las elites gobernantes. Originalmente partimos del supuesto de que Teopancazco era un conjunto residencial, hecho que cambiódrásticamente debido a la integración de datos de diversas disciplinas, así como a la comparación del comportamiento funcional de los espacios arquitectónicos con conjuntos habitacionales multifamiliares, como Oztoyahualco 15B:N6W3, ya excavados por nosotros, y otros centros de barrio como La Ventilla 9294, excavados por el inah. La estrategia que elegí para ambos sitios —Teopancazco y Xalla— fue la excavación extensiva, con la detección de áreas de actividad, y la toma de muestras sistemáticas de polen, fitolitos, flotación y química sobre cada metro cuadrado de piso; además, de cada área de actividad (asociación de materias primas, desechos e instrumentos y objetos semiprocesados) se tomaron muestras enunciadas anteriormente, además de las que proporcionan un fechamiento absoluto o semiabsoluto (hidratación de obsidiana, radiocarbono, arqueomagnetismo, paleointensidades magnéticas).
 
Durante 13 temporadas de campo (de 1997 a 2005) se fueron despejando diversos sectores de Teopancazco. En algunos sitios, como el sector suroeste, el primero abordado, sólo se detectaron dos niveles superpuestos. Su techumbre fue hecha de madera originalmente cortada en el periodo Tlamimilolpa (200350 d.C.), utilizada durante el periodo Xolalpan (350550 d.C.) y quemada durante el incendio aproximadamente contemporáneo al gran fuego que afectó el núcleo de Teotihuacan (ca.ca. 420550 d.C.), abajo, el Xolalpan temprano (ca. 350420 d.C.), y en el fondo el periodo Tlamimilolpa (200350 d.C.) y quizás una primera ocupación del periodo Miccaotli (150200 d.C.). 550560 d.C.). En otros, como el sector noreste, pudimos delimitar por lo menos cuatro niveles arquitectónicos superpuestos: el más tardío de época Metepec (550650 d.C.), el siguiente, Xolalpan tardío (550-650 d.C.), el siguiente, Xolalpan tardío (ca. 420-550 d.C.), abajo, el Xolalpan temprano (ca. 350-420 d.C.), y en el fondo el periodo Tlamimilolpa (200-350 d.C.) y quizás una primera ocupación del periodo Miccaotli (150-20 d.C.).
 
De una sospecha de que Teopancazco era un conjunto residencial de gente teotihuacana de clase alta hemos pasado a considerar este conjunto como un centro de barrio multiétnico del sector sureste de la antigua ciudad de Teotihuacan, dedicado, entre otras cosas, a la elaboración de los atavíos de la elite intermedia que regía el barrio y con fuertes vínculos con la costa del Golfo de México. Se vislumbró así la excepcionalidad de este sitio debido a que cuenta con la mayor variedad de peces de las lagunas costeras del Golfo y moluscos marinos de todas las costas de México, además de población foránea procedente quizás del corredor de sitios teotihuacanos que se dirigen hacia Nautla.
 
Sin ser un barrio foráneo (como el Barrio de los comerciantes o el Barrio oaxaqueño, ubicados en la periferia de la ciudad), Teopancazco ha evidenciado una variedad y cantidad de elementos procedentes de la costa del Golfo que eran canalizados a una manufactura muy especializada y singular: la elaboración de trajes y tocados para sacerdotes y militares, es decir, la elite intermedia del barrio, similares a los que se representan en los famosos murales del sitio. Hemos hallado una diversidad y profusión de instrumentos de hueso (agujas estandarizadas para bordar, coser y unir telas, leznas para hacer agujeros, retocadores), botones de concha y cerámica, así como pintaderas para telas, todos ellos concentrados en dos sectores del conjunto, junto con restos de animales que proveyeron plumas, piel y placas para ser bordadas o cosidas en las telas de algodón que, junto con cerámica y varios tipos de animales, venían de Veracruz.
 
Varias especies de aves, particularmente cardenales, una garza de la costa del Golfo, un pato, una gallareta, una codorniz, un halcón, un águila, un águila pescadora, un búho, un zopilote y un guajolote, pudieron proveer plumas para atavíos y tocados. Especies de moluscos marinos tanto del Golfo de México, como del Pacífico y del Caribe fueron trabajados y utilizados en el conjunto de Teopancazco para ser engarzados en los trajes. Asimismo, hay placas de tortugas, armadillo y cocodrilo, y pinzas de cangrejos que pudieron formar parte de los trajes, además de múltiples ejemplares de peces de las lagunas costeras (huachinango, pez bobo, jurel, pez loro, robalo, mojarra común y plateada, tiburón, ronco), que fueron consumidos y cuyos huesos los adornaron.
 
Cráneos de comadreja, cánidos y otros mamíferos de Teopancazco muestran trazas de haber sido cortados en su parte facial, quizás para ser engarzados en los tocados, así como se oberva en los portados por los personajes del famoso mural. Según George Kubler, las estrellas de mar y las conchas evocan al océano, y son adjetivales en las representaciones; es probable, pues, que los trajes que se estaban confeccionando aludían a sacerdotespersonajes que tenían que ver con el uso de recursos marinos, como los peces, cangrejos, tortugas, cocodrilos y aves que hemos mencionado.
 
Tenemos la sospecha que la “casa” de la nobleza intermedia de Teotihuacan que estaba a la cabeza del barrio de Teopancazco tenía mano de obra masculina,quizás de Tlaxcala y Puebla, trabajando para sí en la elaboración de los trajes, un hecho sugerido por los entierros del sector de la sastrería, que son todos masculinos, migrantes y tienen agujas como ajuar funerario.
 
Algunas elites intermedias que estaban a la cabeza de los centros de barrio podrían haber constituido puentes importantes con la administración de la ciudad, y es probable que para ello utilizaran sellos de estampa con iconografía como la del dios de las Tormentas (deidad estatal de Teotihuacan) y la flor de cuatro pétalos (posible glifo de la ciudad), aunque sugerimos que tuvieron suficiente libertad para auspiciar caravanas de flujo de bienes suntuarios hacia zonas como la costa del Golfo. Los centros de barrio parecen haber controlado la mano de obra multiétnica por medio de contadores personales de cada trabajador, que quizás eran trocados por raciones de tortillas en las cocinas alineadas en la periferia norte del conjunto.
 
Además de la manufactura de trajes para la elite, hay evidencias del procesamiento de cueros y pieles, el laqueado de cerámica, la policromía de cerámica y murales, el uso de cosméticos.
 
Gracias al análisis minucioso de los restos óseos de 117 entierros formales del centro de barrio de Teopancazco y de múltiples cajas de huesos humanos procesados (con huellas de corte, asado, hervido, etcétera) emerge una visión nueva del uso de los huesos humanos en parte para la manufactura de instrumentos óseos. De los entierros formales hemos interpretado la existencia de varias prácticas funerarias en Teopancazco, hecho que remite a la presencia de diversos grupos étnicos. Además de los análisis isotópicos sobre estos restos (isótopos de estroncio 87/86 e isótopos estables) los especialistas han evidenciado la procedencia foránea de varios individuos. Actualmente también estamos abordando el estudio de adn
antiguo en estos restos.
     
Referencias bibliográficas
 
Barba, Luis. 1990a. “El análisis químico de pisos de unidades habitacionales para determinar sus áreas de actividad”, en Etnoarqueología. Coloquio BoschGimpera, Y. Sugiura y M. C. Serra Puche (eds.). Instituto de Investigaciones Antropológicas, unam, México, pp. 177-200.
1990b. Radiografía de un sitio arqueológico. Instituto de Investigaciones Antropológicas, unam, México.
2001. “Chapter 8.Craft Production Systems”, en Archaeology at the Millennium. A Sourcebook, Gary M. Feinman y T. Douglas Price (eds.). Kluwer Academic / Plenum Publishers, Nueva York, pp. 273-327.
Flannery, Kent V. (ed.). 1976. The Early Mesoamerican Village. Studies in Archaeology, Academic Press, Nueva York.
y Joyce Marcus. 2005. Excavations at San José Mogote 1. The Household Archaeology. Memoirs of the Museum of Anthropology núm. 40, Prehistory and Human Ecology of the Valley of Oaxaca vol. 13; University of Michigan, Ann Arbor.
Manzanilla, Linda R. 1986. “Introducción”, en Unidades habitacionales mesoamericanas y sus áreas de actividad, L. Manzanilla (ed.). Arqueología, Serie Antropológica 76. Instituto de Investigaciones Antropológicas, unam, México, pp. 918.
(ed.). 1993. Anatomía de un conjunto residencial teotihuacano en Oztoyahualco. 2 vols. Instituto de Investigaciones Antropológicas, unam, México.
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y Luis Barba. 1990. “The Study of Activities in Classic Households. Two case studies from Coba and Teotihuacan”, en Ancient Mesoamerica, vol. i, núm. 1, pp. 41-49.
y Luis Barba. 1994. La arqueología: una visión científica del pasado del hombre. La ciencia para todos 123, Fondo de Cultura Económica / sep /conacyt, México.
Márquez Morfín, Lourdes y Olga Patricia Hernández. 2001. Principios básicos, teóricos y metodológicos de la paleodemografía. inah, México.
 
 
 
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Linda R. Manzanilla
Instituto de Investigaciones Antropológicas,
Universidad Nacional Autónoma de México.
 
Investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la unam, profesora de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, miembro de El Colegio Nacional, de la Junta Directiva de la UAM y  del Sistema Nacional de Investigadores Nivel III.
 
 
 
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como citar este artículo
Manzanilla, Linda R. (2011). Las ciencias y la arqueología. Ciencias 104, octubre-diciembre, 40-51. [En línea]
     
       
 
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            Ecosta
Las reservas celulares
forestales respuestas
campesinas en Oaxaca
a problemas globales
 
Heladio Reyes Cruz y
Gloria Lara Millán
   
   
     
                     
Existe un enorme problema de deforestación a nivel
mundial. En innumerabl es reportes se hallan referencias a incendios y tala inmoderada, pero también se encuentra  con mucha frecuencia que uno actores responsables de derribar selvas y bosques es el campesino, algo que dista mucho de la realidad. Existen una gran cantidad de experiencias que muestran al campesino como generador de propuestas y acciones para mantener los bosques, como es el caso de la colaboración establecida entre la organización Ecosta Yutu Cuii y un grupo de campesinos de la costa de Oaxaca.

Desde hace siete años Ecosta impulsa un proyecto llamado “Reservas celulares forestales” en esa región, el cual pretende mantener las zonas de recarga de los mantos acuíferos y la salud hídrica de toda la cuenca. Este proyecto quiere ser un modelo de conservación de los bosques a largo plazo, y su sostén principal es el interés de las familias campesinas para salvaguardar y aprovechar sus recursos. La conservación y el aprovechamiento de los recursos pone en juego el conocimiento biótico y las habilidades que son producto de un aprendizaje social familiar y comunitario. En este sentido se plantea que las familias sean los promotores de la conservación de sus recursos.

Una reserva celular forestal implica hacer un ejercicio participativo en el que cada productor es responsable de la planeación del uso de su terreno según sus necesidades y su capacidad productiva. Se emplea el término “celular” debido a que se trata de espacios protegidos pequeños (aproximadamente de media hectárea) que albergan pequeñas células verdes. De esta manera se asigna una parte del terreno para las siembras, otra para la crianza de ganado y una más para el bosque. El espacio reservado para el bosque constituye su pequeña reserva, en ella preservan la madera que usarán para su casa, la leña para su cocina, bejucos que sirven de cuerda, plantas medicinales y alimenticias, postes para su cerco y los animales que sirven como “carne de monte”. En estas pequeñas reservas es frecuente que haya un manantial de agua o un arroyo, lo cual contribuye a la recarga de los acuíferos en toda la zona. Además en ellas se refugian una gran cantidad de animales del bosque, los cuales hallan espacios para vivir, y algunos de ellos forman parte de la dieta campesina. De esta manera el agricultor combina los procesos agrícolas y ganaderos con la protección del bosque, el suelo y el agua.

En el ejercicio de planeación, los campesinos definen cuánto terreno van a dedicar a las diferentes labores; es así que encontramos reservas celulares para la conservación, muy pequeñas (de media hectárea), y otras con mayor superficie (de hasta 300 hectáreas). Estas reservas en ocasiones se hallan en espacios continuos, lo que posibilita mantener extensiones de terrenos que forman extensiones considerables de bosque. En otros casos se observa que hay pocas reservas, apareciendo en y se notan como pequeñas “islas verdes”, y en ocasiones suelen ser los únicos refugios para flora y fauna en varios kilómetros a la redonda. En estos lugares el paisaje se compone en mayor medida de pastizales y de agricultura.

Los esfuerzos de las familias campesinas en el cuidado de estas pequeñas reservas han posibilitado reflexiones en cuanto al valor del bosque, en el sentido de aportar esfuerzos ante la deforestación, la pérdida de recursos nativos (especies de flora y fauna), la aportación de oxígeno al ambiente, y la conservación de una reserva económica de recursos naturales para su reproducción social.

Por otra parte, la participación en el proyecto ha incentivado la regularización de la posesión legal de los terrenos, de manera que cada vez más mujeres y hombres han legalizado a su nombre la posesión de las reservas. A la entrada de cada reserva se puede identificar un letrero que lo indica, que además es una señal del esfuerzo conjunto de varias familias campesinas.

 

La colaboración

 

El proyecto nació en 1998, con 17 participantes de la comunidad de Santa Rosa de Lima; en ese tiempo se contaba con una reserva de 51 hectáreas de bosque. La preocupación colectiva era la enorme deforestación en la zona y la necesidad de emprender acciones de conservación de los recursos. Actualmente participan más de 800 agricultores de 20 comunidades, ubicadas en su mayoría en el municipio de Tututepec, en la costa de Oaxaca, cuyas reservas suman más de 5 000 hectáreas. Las participantes en las comunidades son pobladores mestizos, afrodescendientes e indígenas mixtecos y chatinos, de los cuales 30% son mujeres que cuentan con la posesión legal de sus parcelas.

La labor de acompañamiento de Ecosta involucra la realización de talleres de capacitación en aspectos de educación ambiental y de ejercicios de planeación que llevan a reflexionar sobre el uso de sus recursos. Tales acciones pretenden animar a los campesinos sobre la importancia del bosque y todos sus productos, entre ellos el agua y el oxígeno.

 

Sobre las reservas

 

La importancia biológica en el establecimiento de reservas celulares es de suma importancia; se ha identificado reservas con bosque de pantano en las partes más bajas de la cuenca, selvas medianas, selvas altas, bosque mesófilo y bosque de pino y encino, y se ha inventariado más de 400 especies de árboless; además, se ha encontrado especies de animales que se consideraban extintos en la región, tales como el pájaro pico real, la martucha, el oso hormiguero y el tapir o danta burro.

Aunque no ha sido posible identificar taxonómicamente todas estas especies, se han hecho colectas y levantamientos de información para establecer inventarios de flora y fauna con el fin de aportar nuevos conocimientos sobre la biodiversidad regional al mismo tiempo que un rescate del conocimiento tradicional.

 

Las posibilidades

 

El principal objetivo de las reservas celulares forestales es la conservación de los recursos naturales; sin embargo, es necesario contemplar la necesidad de ingresos económicos que apoyen la economía familiar. Actualmente se realizan planes de manejo que buscan opciones productivas que permitan mantener el bosque sin afectación, tales como la apicultura, el ecoturismo, el cultivo de café, vainilla y cacao, la extracción regulada de madera, leña, bejucos, plantas medicinales, frutos y semillas. Asimismo, se considera el cobro por servicios ambientales por la generación de agua, la captura de bióxido de carbono y el amortiguamiento del calentamiento global. Todas estas son posibilidades que se están vislumbrando y en las que el proyecto se plantea trabajar en el futuro.

 

Los asuntos legales

 

La instauración y consolidación del proyecto ha sido un proceso lento debido a la complejidad de los conflictos agrarios y de tenencia de la tierra en toda la región. A pesar de ello, cada reserva está regularizando su terreno con el fin de contar con un reconocimiento por parte de las autoridades agrarias y las autoridades ambientales. La voluntad de estos últimos es relevante para lograr que el sistema oficial reconozca dichas áreas naturales protegidas. De esta manera, el trabajo se vincula también con las instituciones gubernamentales y autoridades agrarias.

El proyecto tiene un enorme potencial, ya que un importante número de campesinos de toda la región ha manifestado su interés en participar, y ha demostrado el enorme potencial de la acción campesina y la factibilidad de un modelo de conservación en situaciones en donde hay una amplia fragmentación de la vegetación, una gran parcelación del suelo y en donde ya no existen grandes superficies de bosque que conservar.

Esta situación es común en muchas partes del país y el mundo, por lo que la réplica de esta experiencia podría constituir una posibilidad de aportar soluciones a los problemas de calentamiento global y pérdida de la biodiversidad, a la par que permitiría que el campesino mantenga su reserva de satisfactores del bosque, el suelo y el agua para sus cultivos.
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Nota: para saber más de la organización se puede consultar www.ecosta.org.
     
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Heladio Reyes Cruz
Organización Ecosta Yutu Cuii.
 
Gloria Lara Millán
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
     
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como citar este artículo

Reyes Cruz, Heladio y Lara Millán, Gloria. (2011). Las reservas celulares forestales, respuestas campesinas en Oaxaca a problemas globales. Ciencias 104, octubre-diciembre, 36-38. [En línea]

     

 

 

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