revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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Pablo Kreimer y Juan Zabala
     
               
               
La producción de conocimiento científico ha sido reconocida (es decir, “construida”) por parte de diferentes actores vinculados con la promoción, producción, circulación y difusión del conocimiento científico, como una estrategia de intervención legítima sobre los problemas sociales: los poderes públicos, las comunidades académicas, los organismos internacionales, los medios de comunicación, entre otros, han instalado la creencia de que el desarrollo de conocimientos científicos es un método legítimo y eficaz para superar los problemas sociales a los que se encuentra sometida la población de América Latina, tales como deficientes condiciones de vivienda, de salud, ambientales, de acceso a bienes simbólicos, etcétera.

Ahora bien, cuando se ha intentado llevar estas ideas a la práctica, con la dificultad que esto supone en nuestra región, las relaciones entre ciencia y sociedad han mostrado ser más complejas de lo que sugiere la imagen del progreso unívoco. Estudiar por tanto dicha complejidad, profundizando en las dimensiones clave que condicionan las posibilidades y limitaciones del conocimiento científico para ser un instrumento de modificación de la realidad social, es fundamental para comprender esta problemática. Así, el análisis de la forma en que la enfermedad de Chagas hizo parte de una política pública de producción de conocimientos en Argentina a partir de la década de los setentas, considerando un conjunto de acciones (y de relaciones entre actores) cruciales en la dinámica que adquiere la producción de conocimiento como una forma de intervención sobre un problema social, nos puede servir para ello.

Un primer punto de nuestro argumento acerca de la complejidad de las relaciones entre “producción de conocimiento y resolución de problemas sociales” pasa por el cuestionamiento de la concepción objetiva de los problemas sociales que permea al espacio de las políticas públicas. En efecto, los procesos de toma de decisiones políticas se fundamentan en una serie de abstracciones acerca de lo que es un “problema social”, las cuales constituyen un relato “oficial” acerca de las características principales del problema, las circunstancias que le dan origen y las formas legítimas de intervenir sobre él. Así, mediante intrincados procesos sociales de negociación simbólica y material, ciertas concepciones e intereses se objetivan en un conjunto de “hechos” que aparecen como indiscutibles, reafirmando la objetividad del problema.

En el caso de la enfermedad de Chagas, el “relato oficial” acerca del problema incluye diversos elementos: a) es reconocida como la principal endemia de América Latina, ya que afecta alrededor de dieciocho millones de personas en la región; b) es causada por un parásito, el Trypanosoma cruzi, que provoca serias lesiones internas en el corazón, el aparato digestivo y el sistema nervioso, que reducen la esperanza de vida de los infectados; y c) se trata, esencialmente, de una “enfermedad de la pobreza”, ya que su principal forma de contagio es por medio de un insecto que anida en las viviendas rurales, siendo este tipo de población la más afectada —según el Instituto Nacional de Parasitología, en Argentina hay aproximadamente 2 500 000 personas infectadas (7.2% de la población), con un porcentaje de mortalidad que va de 1% a 5%. Además, por diferentes circunstancias, este padecimiento se encuentra dentro de la categoría de “enfermedad ignorada”. Entre las principales causas de dicho desconocimiento se encuentra la baja condición social de la mayor parte de la población y, asociados a ello, la discriminación que sufren en el plano laboral, la poca participación de los actores involucrados y el desinterés de los laboratorios privados por desarrollar tratamientos de mayor eficacia (nuevas drogas o vacunas).

Sin duda, la importancia de estas circunstancias para los sectores sociales que padecen el mal de Chagas es innegable, así como la legitimidad del tema para su abordaje a partir de diferentes instancias de intervención sobre “la cosa pública” con el objetivo de solucionar la problemática. Sin embargo, ello no invalida que este relato (y toda cuestión considerada un problema social) no constituya una “mera descripción de hechos objetivos”, sino el resultado de procesos en los que diferentes actores escogen ciertos hechos, discuten sus significados, y proponen prácticas de intervención sobre el problema. De manera que la traducción de “la enfermedad” en los dispositivos institucionales que la han abordado a lo largo de la historia (programas de control del vector de la enfermedad, planes de atención a enfermos, creación de institutos, planes de apoyo a determinadas líneas de investigación) esconde un conjunto de procesos sociales que es conveniente hacer evidentes para comprender mejor el papel que desempeñan los conocimientos producidos y los posibles usos que se les atribuye.

En síntesis, sostenemos que: a) no es posible considerar ninguna situación social como intrínsecamente problemática si no es en relación con los actores que la construyen como tal, en situaciones históricamente contingentes; b) la producción de conocimiento no es solamente un recurso orientado a la resolución de problemas sociales, sino que cumple un papel en los procesos de construcción de esos problemas; y c) el conocimiento, en sí mismo, es producto de construcciones sociales; por ello, tanto su papel social como su contenido cognitivo son el resultado de diversas intervenciones, en particular por parte de los científicos, pero también de otros agentes tanto del campo científico como de otros de la producción simbólica y material.

Los hechos cuestionados

Para mostrar el carácter relativo de los problemas sociales es útil confrontarlos con otras interpretaciones posibles: mientras que el relato oficial sobre la enfermedad de Chagas se presenta en forma lineal y sin grietas aparentes, otros actores con distintas categorías de análisis de la realidad cuestionan su validez. Al hacer esta operación, intentamos poner de manifiesto los procesos sociales que están detrás de la aceptación e imposición de los distintos argumentos y la traducción de la enfermedad como un problema “público”.

La cifra de enfermos. Uno de los aspectos “objetivos” más controvertidos es la “incertidumbre” en torno a la cifra de infectados por la enfermedad: se calcula que en Argentina hay entre 2.5 y 3 millones, pero los últimos datos fueron recogidos en 1993, como lo indica Segura. Así, los datos disponibles son cuestionados por algunos epidemiólogos, como Zaindenberg y colaboradores, en la medida que no dan cuenta de los cambios luego de la profunda crisis económica y social que estalló en 2002 y que sumergió a más de la mitad de la población bajo la “línea de pobreza”. El asunto es importante, ya que se considera a la enfermedad de Chagas como altamente sensible a las variaciones socioeconómicas.

La incidencia del mal de Chagas en la esperanza de vida. El planteamiento es de carácter médicosanitario pues, como muestran las estadísticas, las poblaciones de las zonas afectadas tienen menor esperanza de vida (la esperanza de vida al nacer para una mujer, en 2001, en Buenos Aires era de 79.39 y en el Chaco de 66.95, es decir, de casi trece años menos). Ahora bien, ¿es realmente el parásito el causante de esta diferencia? Algunos trabajos, como el de Storino y colaboradores, han mostrado que el peso de las condiciones de vida de las poblaciones que habitan en el medio rural (bajo nivel de acceso a agua potable, uso de cloacas, deficiencias nutricionales, etcétera) es fundamental para explicar el desarrollo de la etapa crónica de la enfermedad.

La percepción de los propios afectados. Si nos atenemos al plano cultural, el estudio realizado por Sanmartino y Crocco, en 2000, muestra cómo las propias personas de las zonas endémicas tienden a “naturalizar” la existencia de la enfermedad y a minimizar su importancia en sus discursos, incorporando la enfermedad de Chagas como algo “propio” de sus condiciones de vida.

La construcción de un problema público

Una vez reconocido el carácter “construido” de los problemas sociales, intentamos analizar el papel de los espacios, actores e instituciones de producción de conocimientos científicos en estos procesos. En la actualidad, el papel de la ciencia en la articulación pública de problemas sociales es cada vez más evidente, sobre todo en temas vinculados con el medio ambiente o con la controversia existente alrededor de los organismos genéticamente modificados. Sin embargo, la intervención de la ciencia en estos procesos no es algo novedoso en el desarrollo de las sociedades modernas, tal como lo muestran distintos estudios, entre los que se destacan los realizados por Latour acerca de las transformaciones en la sociedad francesa que produjeron los trabajos de Pasteur, las reflexiones de Bourdieu sobre el papel de las demandas sociales y el libro de Gusfield dedicado a la relación entre la ingesta de alcohol y el manejo de automóviles en términos de la construcción de un “problema público”.

Redes y actores. Bruno Latour ha mostrado cómo los procesos de producción de conocimiento científico participan en la definición de las sociedades. Para ello ha propuesto el modelo de “traducción”, que explica el modo en que las investigaciones en microbiología de Louis Pasteur modificaron la sociedad francesa a partir del siglo xix. Dicho proceso es visto por este autor como el resultado de las interacciones de distintos actores y plantea sintéticamente que Pasteur, para demostrar la existencia de los microbios (en particular del bacilo del ántrax), articuló los intereses y perspectivas de los distintos actores implicados en la enfermedad: los granjeros, los encargados de la política sanitaria, los higienistas y los médicos militares.

Mediante distintos movimientos (en un sentido analítico y espacial), Pasteur logró, según Latour, “traducir” los intereses de los distintos actores implicados en favor de su concepción. Es a partir de los operativos de traducción que un actor desplaza los intereses de los otros en una dirección que le permite imponer su propio sentido a aquello que “está en juego”. Sin embargo, escribe Latour, “la traducción que posibilita a Pasteur transferir la enfermedad del ántrax a su laboratorio en París no es literal, palabra por palabra. Solamente lleva un elemento con él, el microorganismo, y no la granja entera, ni el olor, las vacas, los sauces que rodean el estanque o la hermosa hija del granjero. Con el microbio, sin embargo, también arrastra a las sociedades agrícolas, que ahora se interesan por lo que hace. ¿Por qué? Porque al haber designado al microorganismo como la causa viva y pertinente, puede reformular los intereses de los granjeros de una forma distinta: si quieren resolver su problema del ántrax, tendrán que pasar antes por mi laboratorio”.

La conclusión del análisis de Latour es que las dimensiones “científica” y “social” no son más que una diferencia analítica que no tiene sentido en las prácticas concretas. Así, asume que “no hay una distinción [entre ciencia y sociedad], porque sólo existen cadenas heterogéneas de asociaciones que, de un momento a otro, crean los puntos de pasaje obligado. Vayamos más lejos, la creencia en la existencia de una sociedad separada de la ciencia y de la técnica es el producto del modelo de difusión […] ¡De este modo se llega a suponer que hay tres esferas, la ciencia, la tecnología y la sociedad, que obligan a estudiar el impacto de cada una de ellas sobre las otras!”.

Autonomía y falsa demanda social. La traducción de un conocimiento científico en una práctica concreta de intervención (y resolución) de un problema es muchas veces más compleja de lo que plantea Latour para el caso de Pasteur. Por un lado, los científicos no suelen comportarse como Pasteur, dispuestos a trasladarse y acomodar sus conocimientos a las expectativas de los otros actores. Antes bien, lo que suele observarse es que éstos se desenvuelven dentro del espacio social delimitado por la actividad científica, con su propia dinámica y patrones de reproducción. Por otro lado, muchos de los conocimientos producidos no pueden transformarse directamente en una práctica concreta de intervención sobre el problema.

De esta forma, existen siempre en estos procesos determinaciones estructurales (institucionales, profesionales e incluso técnicas) que escapan a las estrategias de los actores sociales. Algunos de estos aspectos han sido abordados por Bourdieu cuando discute el problema de la “demanda social” de conocimientos. En cierto sentido, su suposición es terminante y cercana a las ideas más constructivistas. Para Bourdieu, de hecho, la pretensión de demanda no es más que un eufemismo que esconde intereses concretos que, casi por definición, están lejos de atender las verdaderas necesidades de los agentes sociales que realmente las padecen. En particular, “todo lleva a pensar que las presiones de la economía son cada vez más abrumadoras, en especial en aquellos ámbitos donde los resultados de la investigación son altamente rentables, como la medicina, la biotecnología y, de manera general, la genética, por no hablar de la investigación militar”.

Sin embargo, la forma en que estos condicionamientos atraviesan los espacios de producción de conocimiento (tanto en la orientación de las investigaciones como en su utilización concreta) está siempre mediada por la estructura del campo científico y, en particular, por la tensión que siempre existe entre la autonomía y la capacidad de respuesta a las demandas sociales. Bourdieu es enfático en este punto y, al ser consultado sobre cuál debería ser la reacción de los científicos frente a las demandas sociales, responde que, para él, los científicos “deberían empezar por afirmar su autonomía, por defender sus intereses específicos, es decir, en el caso de los científicos, las condiciones de la cientificidad, etc., y a partir de allí, intervenir en nombre de los principios universales de su existencia y de las conquistas de su trabajo” (las cursivas son nuestras).

La consideración que Bourdieu hace de los aspectos más “estructurantes” de la actividad científica balancea el excesivo énfasis puesto por Latour en las estrategias individuales. Sin embargo, su análisis tiene un inconveniente para comprender los procesos concretos de uso de los conocimientos, ya que no considera las distancias que existen entre la producción de conocimiento científico y su posibilidad de aplicación concreta. En este sentido, un conocimiento nunca puede ser utilizado por un actor “otro” que el productor de conocimiento mismo (nadie se cura, se alimenta o produce más con un paper científico), sino es por medio de un complejo proceso de transformación, de resignificación de un conocimiento.

Para simplificar, podemos llamar a este proceso “industrialización de un conocimiento”, en donde intervienen al mismo tiempo usuarios finales e intermedios que son, precisamente, aquellos que están en condiciones de industrializar el conocimiento.

Más allá de los debates acerca de quién ejerce el control social de estas actividades, negar la importancia de tales instancias significa ignorar los procesos reales de producción y uso social de los conocimientos.

La naturaleza del problema social. Tanto el abordaje de Latour como el de Bourdieu alumbran algunos aspectos de nuestra preocupación, pero presentan ciertas limitaciones para examinar casos concretos. Por ello, consideramos necesario un enfoque más próximo al de Gusfield, quien analiza el papel del conocimiento científico en el proceso de construcción de un hecho social: el manejar alcoholizado visto como un problema público, estudiando, desde una perspectiva afín al interaccionismo simbólico, los argumentos, actores e instituciones que participaron en la estabilización del problema en una forma determinada (como un problema del conductor y no como un problema de transporte, por ejemplo).

Según Gusfield, es posible distinguir dos dimensiones en estos relatos: por un lado, una “cultural”, que refiere a los significados que adquiere el problema en el plano simbólico, la cual alude a los argumentos y metáforas que se esgrimen para dar cuenta de las causas y posibles soluciones al problema; por otro lado, la dimensión de la organización social, es decir, del “patrón de actividades por medio del cual el fenómeno se vuelve accesible y es sistematizado en teoría y datos”. Mientras que la primera de tales dimensiones hace referencia a la forma en que el problema es pensado, la segunda nos muestra las acciones concretas mediante las cuales determinados actores recolectan, procesan y transforman determinados hechos en acciones de política pública. En otras palabras, ¿quién o qué institución tiene o se le ha dado la responsabilidad de “hacer algo” acerca de dicha cuestión? Si los fenómenos están abiertos a diversos modos de conceptualización en tanto que problemas, entonces también su carácter público está abierto a diferentes formas de concebir su resolución.

Para Gusfield, “la ciencia, los pronunciamientos científicos, los programas técnicos y las tecnologías aparecen como apoyo a la autoridad o a la contraautoridad, proporcionando a un programa o política el molde para validar su naturaleza con base en un proceso neutral por un método que asegura tanto certeza como precisión”. No se trata del uso “natural” que los actores hacen del conocimiento relevante producido por dispositivos científicos y técnicos, sino de que ciertos actores hacen un uso específico y deliberado del conocimiento científico como un modo de terciar en las controversias públicas acerca de un problema que, precisamente con estos medios, se torna público. Dicho de otro modo, no se trata ya de “la ciencia”, sino del papel que la retórica científica desempeña en la construcción de problemas públicos.

El mal de Chagas

Aplicando un análisis análogo al que propone Gusfield examinaremos el modo en que la enfermedad de Chagas se erigió simultáneamente, a partir de la década de los setentas, en un importante problema social y un tema de notable importancia para la comunidad científica nacional y regional. De hecho, este periodo se caracteriza por una importante producción de conocimiento científico en relación con la enfermedad, asociada con la irrupción de la biología molecular y la promesa de desarrollo de una vacuna.

El análisis de la producción de conocimiento y de determinadas políticas destinadas a su promoción permite observar cómo la definición de las prácticas legítimas (y por lo tanto estimuladas) para actuar contra la enfermedad se encuentra estrechamente relacionada con los diferentes actores sociales que participan en tales procesos. De esta manera, se hace evidente que la relación entre la promoción de conocimiento científico y la resolución de problemas sociales adquiere, al menos en sociedades en desarrollo, un carácter complejo, que no puede reducirse a la sola promoción de la actividad científica.

La producción de una vacuna o la construcción de ficciones surgidas del laboratorio. Tras largos años de controversias acerca de su naturaleza y extensión en el territorio, la enfermedad de Chagas alcanzó un pleno reconocimiento como “problema social nacional” hacia finales de la década de los cuarentas, lo que se materializó en la puesta en marcha de diferentes iniciativas que desembocaron en la creación de un Programa Nacional de Lucha contra el Mal de Chagas, básicamente destinado a la fumigación de las viviendas rurales de las zonas endémicas con el objetivo de erradicar el insecto vector. El reconocimiento de la importancia de la enfermedad por parte de los sucesivos gobiernos se mantuvo durante las siguientes décadas, en las que la enfermedad recibió la atención del aparato estatal y a su alrededor se creó un conjunto de instituciones destinadas a dar cuenta de su incidencia epidemiológica, a la realización de análisis en forma extendida y la evaluación de ciertos tratamientos. Hacia finales de la década de los sesentas, a tales iniciativas se sumó un incipiente interés de la comunidad científica, como lo indican Rotunno y colaboradores, a partir del cual la enfermedad se transformó en un estandarte de la “ciencia al servicio de los problemas locales”.

El interés por parte de la comunidad científicomédica en la enfermedad tuvo su epicentro en algunos de los grupos pertenecientes a la influyente tradición de investigación biomédica, particularmente en los liderados por Armando Parodi y Andrés Stoppani, quienes lograron transformar dichas iniciativas grupales en manifestaciones institucionales, tal como se desprende de la creación, en 1965, de la Comisión de Investigaciones Científicas sobre Chagas de la Universidad de Buenos Aires, la cual articuló investigaciones en bioquímica, microbiología y clínica médica. En los años siguientes, el apoyo institucional a tales investigaciones aumentó considerablemente a partir del Programa Nacional de Investigaciones sobre Enfermedades Endémicas, creado en 1973 por la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Nación, con un papel central de Stoppani y de los discípulos de Parodi. A su vez, dichas iniciativas tuvieron un decisivo correlato en el plano internacional a partir de la creación, en 1975, del Programa Especial de Investigación y Entrenamiento de Enfermedades Tropicales de la Organización Mundial de la Salud, en la que estos investigadores tuvieron un papel central al definir los temas prioritarios de investigación. En la medida en que aseguraron un continuo flujo de recursos, estas instituciones significaron un apoyo fundamental para la consolidación de las investigaciones académicas sobre la enfermedad de Chagas.

El apoyo creciente a la investigación en el plano político estuvo acompañado por un desplazamiento en el plano cognitivo fundamental: de los enfermos y las condiciones de transmisión hacia el parásito, el Trypanosoma cruzi. De hecho, por esos años, desde el corazón de la tradición bioquímica, es decir, desde la entonces Fundación Campomar (hoy Instituto Leloir), así como desde otros laboratorios públicos (Instituto Fatala Chabén), se comenzó a investigar en profundidad sobre múltiples aspectos relacionados con la fisiología y el metabolismo del parásito, tanto como la interacción de ésta y su huésped. El objetivo era doble: por un lado, encontrar un blanco en donde atacar al parásito, asociado con la producción de un medicamento tripanocida eficaz; por otro, con el objetivo de desarrollar una vacuna, el estudio de los mecanismos inmunológicos que el parásito disparaba en el organismo humano. Esta última vía fue particularmente importante, pues parecía ofrecer una “solución radical” al problema social: en la medida en que se pudiera obtener una vacuna contra la enfermedad de Chagas, los otros aspectos de las políticas públicas (como la fumigación sistemática de los ranchos) podrían ocupar un lugar secundario.

El desarrollo del conocimiento básico sobre el parásito, necesario para alcanzar ambos objetivos políticocognitivos, tuvo un impulso fundamental con la emergencia de un nuevo campo disciplinario: la biología molecular. Esta disciplina, que había tenido una fugaz emergencia hacia finales de los años cincuentas en el Instituto Malbrán, comenzó su etapa de institucionalización plena hacia mediados de los setentas, en espacios ligados a la tradición de investigación biomédica proveniente de Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir.

A partir de los ochentas, las investigaciones en biología molecular fueron reposicionando la enfermedad de Chagas en dos sentidos diferentes: por un lado, como una estrategia legítima para conocer los mecanismos “básicos” del parásito y sus interacciones con animales y humanos —lo que operó como el fundamento de una política de largo plazo basada en un conocimiento científico “de excelencia” en la lucha contra la enfermedad— y, por el otro, reposicionando el mal de Chagas, en particular el parásito, como objeto de estudio de una importancia central en la investigación biomédica en Argentina.

Como consecuencia de estos procesos, así como de las políticas de promoción de conocimiento científico vinculadas a la enfermedad, es posible verificar en los últimos diez años una significativa producción de trabajos científicos en tal campo. El conocimiento experto generado cumple, en un primer acercamiento, con los requisitos de “relevancia” (tal como surge de la temática abordada) y de “calidad” (si nos remitimos a los medios en que ha sido publicado y, por ende, las pautas de evaluación académica que ha superado) que esperaban los planes de política promotores de su producción.

La organización temática de las investigaciones producidas durante estos años resulta sumamente reveladora, como se puede observar en el cuadro 1. Para ello hemos establecido una clasificación de las investigaciones sobre Chagas según los principales objetos de referencia cognitiva: los enfermos, el parásito (agente causal), el vector (la vinchuca, Triatoma infestans) y los aspectos epidemiológicos. Como se observa, la mitad de las publicaciones reseñadas se refieren al parásito (Trypanosoma cruzi), lo que se explica por la fuerte concentración de investigaciones en biología molecular y bioquímica que lo han tomado como objeto de investigación. Es significativo, para el análisis de la utilidad de dichos conocimientos, que muchos de los grupos de investigación manifiesten que sus investigaciones tienen por objetivo la producción de conocimiento necesario para el desarrollo de nuevas drogas (en particular, la búsqueda de “blancos” por donde atacar el parásito). Sin embargo, en los hechos, el desarrollo de tales nuevas drogas tendría que estar a cargo de otros actores sociales (en particular, de laboratorios farmacéuticos) quienes no manifiestan ningún interés por el tema (entre otras cosas, por tratarse de una enfermedad de la pobreza). Así, la utilidad manifiesta de estas investigaciones se reduce a una construcción retórica, en la medida que la escasez de vínculos entre los grupos de investigación analizados y los productores de medicamentos impide que dichos conocimientos científicos producidos en el país puedan tener una utilidad efectiva.

Cuadro 1. Distribución de publicaciones indexadas en el sci, realizadas por científicos argentinos en el período 1995-2005, según orientación temática.
Objeto
de estudio
Cantidad
de papers
Porcentaje (%)
Parásito 415 50
Enfermos 191 23
Vector 183 22
Epidemiología 33 4
Otros 8 1
Total 830 100

Algo similar ocurre con las investigaciones que se orientan al estudio de los enfermos, que significan una cuarta parte de la producción. Nuevamente hemos encontrado que éstas no se traducen en prácticas de atención a los enfermos sino que, también en esta orientación temática predomina el estudio de aspectos básicos de la enfermedad. La investigación clínica, por su lado, que podría suponer un mayor acercamiento a las prácticas concretas de atención de pacientes y, por lo tanto, a la posibilidad de ser incorporada a las prácticas de atención, ocupa una parte muy poco significativa y se lleva a cabo en condiciones institucionales inferiores (tanto de financiamiento como de reconocimiento profesional).

En definitiva, más allá de la variedad de temas en las investigaciones sobre la enfermedad de Chagas, el análisis cuantitativo nos muestra un elemento común: el fuerte predominio de la investigación básica o académica en todos los campos de conocimiento, con lo cual, el principal producto de dichas investigaciones lo constituyen los papers científicos, la mayor parte de ellos publicados en revistas internacionales. A su vez, el principal (casi exclusivo) ámbito de circulación y difusión de tales investigaciones es el campo de la academia, lo cual implica una limitación en la capacidad de difusión de estos conocimientos, que adquiere un carácter endogámico, en la medida que su comprensión requiere una alta especialización en la temática que sólo poseen los propios investigadores científicos.

La estructura de la comunidad científica local, tanto en el plano cognitivo como en el social, es crucial para comprender la traducción de un problema social en un objeto de investigación científica y su resignificación de acuerdo con los intereses, prácticas y posibilidades de los actores. En el plano cognitivo, es central la importancia de las investigaciones científicas en el campo de la biología y, sobre todo, en el de la biología molecular. Este hecho implicó, desde los años ochentas, un desplazamiento cognitivo fundamental, mediante el cual el Trypanosoma cruzi se transformó en un “modelo biológico” importante para el desarrollo sociocognitivo de los grupos de expertos, debido a la posibilidad de estudiar allí procesos biológicos originales no necesariamente vinculados con la enfermedad de Chagas.

En el plano de la organización social es fundamental atender la importancia de los grupos involucrados y, en particular, su grado de internacionalización e integración en redes globales de producción de conocimientos. De hecho, el crecimiento en la producción de conocimiento fue liderado por los grupos ya mencionados, los cuales se inscriben en la tradición biomédica heredera de los premios Nobel, Houssay en 1947 y Leloir en 1970, que lograron una fuerte (y en ese sentido “exitosa”) conexión con la comunidad internacional, expresada en la formación de los investigadores en el extranjero y en publicaciones en las revistas internacionales. El prestigio les permitió a los investigadores contar, en el plano material, con fuentes de recursos estables, tanto de agencias nacionales como internacionales.

Por cierto, la diferenciación entre los planos “cognitivo” y “organizacional” es meramente analítica, ya que ambos se encuentran relacionados en la producción de conocimientos: la mayor parte de las agendas de investigación de los grupos locales se formulan en tensión con las redes internacionales de las que los investigadores locales participan. Es ello, precisamente, lo que les otorgó visibilidad internacional a quienes trabajaron sobre diversos aspectos de la enfermedad y a quienes invirtieron posteriormente esa visibilidad en términos de construcción de su legitimidad local.

De esta forma es posible encontrar diferencias importantes entre la retórica sobre la utilidad de la ciencia y los procesos concretos de producción de conocimientos, es decir, su uso en la intervención efectiva sobre los afectados. Resulta así interesante constatar que los relatos acerca de la enfermedad se basan, en buena medida, en la construcción de “ficciones” que adquieren luego, en el espacio público, un valor de verdad que no estaba estabilizado de antemano: los biólogos moleculares lograron establecer la ficción según la cual una investigación científica “de excelencia”, evaluada e integrada a los cánones de la “ciencia global”, era un requisito importante en la lucha contra la enfermedad. Por lo tanto, el conocimiento íntimo de un conjunto de problemas asociados con la genética del parásito se presentó como el “determinante cognitivo” para contar con una solución efectiva en dicha lucha: la producción de una vacuna o el desarrollo de una nueva droga dependían, en efecto, de dichos conocimientos.

La ficción así construida tuvo —tiene— diversos supuestos implícitos (ocultos): en primer lugar, que el proceso de producción de conocimientos conforma una promesa suficiente para el desarrollo de una estrategia basada en ellos —con independencia de otras dimensiones sociales, culturales, simbólicas o institucionales. En segundo lugar, el desarrollo de investigaciones “aplicadas” omite o ignora deliberadamente los procesos de industrialización del conocimiento necesarios para “salir de los laboratorios” y llegar a los ranchos (viviendas rurales predominantes donde se alojan los insectos vectores de la enfermedad).

En tercer lugar, aspecto importante de nuestro trabajo, se produce una operación de “purificación” mediante la cual los parásitos, como objetos de conocimiento, son despojados de todo decorado social, de los ranchos, las vinchucas y los enfermos, para ser convertidos en secuencias de genes, en bibliotecas de splicing, de proteínas o en dispositivos para la construcción de analogías con otros mecanismos biológicos. En realidad, lo que nos está mostrando este proceso es la forma como el Chagas, en tanto que objeto, ha sido resignificado por un conjunto de actores que lograron imponer públicamente un nuevo sentido, al tiempo que redefinieron los ámbitos de intervención: el problema, formulado en términos de los enfermos (o los pobres, la marginalidad social, las condiciones de vivienda, etcétera) y de los modos de identificarlos y curarlos, se fue desplazando —redefiniendo— hacia un problema expresado en términos de la identificación y el conocimiento fisiológico y genético del parásito con la “promesa” de producción de una nueva droga o vacuna. Ello está acompañado del fuerte prestigio social que tienen los biólogos moleculares al interior de la comunidad científica frente a la relativa decadencia de los cardiólogos especializados en Chagas, incluso muy particularmente, en la propia comunidad médica.

Conclusiones

Hemos partido de una concepción de los “problemas sociales” como entidades cuyo contenido se redefine en cada momento de la historia. Sobre ellas se produce un conjunto de acciones destinadas a la intervención de acuerdo con las categorías aceptadas como legítimas. Estas decisiones son configuradas, en cada caso, por un conjunto de actores e instituciones que dan cuenta de la traducción que tiene el problema en el plano de la organización social: médicos en el comienzo del siglo xx, luego epidemiólogos, entomólogos, y el Estado con un papel protagónico. Más tarde ingresan los bioquímicos y los biólogos moleculares, mientras que en el seno del Estado se agrega a la definición de las políticas de salud la política de ciencia y tecnología, orientada a la promoción del conocimiento. Y hemos intentado mostrar cómo, en estos procesos, la relación entre decisiones en el nivel de las políticas públicas y la producción de conocimientos científicos es siempre compleja, tanto por las definiciones en torno a la enfermedad como por los supuestos que quedan ocultos en las diversas posiciones. Dentro de estas últimas, la más evidente es la que ocultan los procesos de industrialización del conocimiento que serían necesarios para pasar de un conocimiento de la genética del parásito a la obtención de una droga o vacuna. En este sentido, las empresas farmacéuticas, que deberían ocuparse de las fases conocidas como “Investigación y Desarrollo industrial”, aparecen —en particular a lo largo del periodo más reciente— como una suerte de “actor ausente” que debería participar una vez que la oferta de los conocimientos fuera suficientemente eficaz como para ser industrializada.

En particular, nos hemos concentrado en lo sucedido con la investigación vinculada a la enfermedad de Chagas en las últimas décadas, intentando dar cuenta de la complejidad que supone la utilización de los conocimientos científicos en la resolución de problemas sociales. Específicamente, intentamos mostrar cómo la “historia oficial” de la enfermedad va estableciendo mojones que, lejos de ser “naturales”, van respondiendo a los modos de intervención de los diferentes actores en cada periodo específico, articulando un conjunto de dispositivos culturales que, al ser interesados, construyen y desvanecen los tópicos, las modalidades e incluso configuran la existencia misma de una cuestión en la esfera pública. En el desarrollo de los dispositivos, los científicos no son meros receptores de las acciones de los otros actores, sino que son activos productores de sentido y, además, van generando los discursos que serán posteriormente articulados en relaciones sociales más complejas como consecuencia del uso retórico que otros actores harán de ellos. De esta manera se genera una “purificación de segundo orden” que puede resumirse en la secuencia siguiente: a) los médicos postulan la existencia de la enfermedad ⇒ b) la población es informada de que es portadora de entidades patógenas ⇒ c) los médicos e investigadores producen un discurso público acerca de las dimensiones del Chagas como problema social ⇒ d) las autoridades resignifican ese discurso, instituyendo como algo público un problema que era hasta entonces privado ⇒ e) en función de esos discursos, las instituciones generan mecanismos de intervención sobre las relaciones parásitovinchucahumanos ⇒ f) los bioquímicos y los biólogos moleculares instalan el discurso acerca de la necesidad de conocer la fisiología y la genética del parásito ⇒ g) las instituciones de ciencia y tecnología van generando la relación entre investigación molecular y posibilidad de desarrollo de vacunas y medicamentos ⇒ h) los parásitos son “purificados” en los laboratorios, libres de toda contaminación contextual ⇒ i) los investigadores negocian con las redes internacionales más prestigiosas de producción de conocimiento la oferta de un “modelo biológico interesante” a cambio de recursos y visibilidad ⇒ j) las autoridades plantean en la arena pública la importancia de los hallazgos que producen los científicos locales en relación con la enfermedad de Chagas pero en referencia al reconocimiento internacional.

Los sucesivos procesos de purificación operan como un velo que dificulta observar el nivel de la organización social (de las acciones y prácticas concretas). En el escenario público, los problemas ya emergen como naturalizados o problematizados por los actores que los formulan, quienes tienden a estabilizarlos según la posición que ocupan, las relaciones y los vínculos que establecen, etcétera. Sin embargo, la formulación de una utilidad de los conocimientos científicos, es decir, su aplicación para la resolución de los problemas en cuestión, no puede separarse, analíticamente, del vínculo que deben generar las intervenciones que en el campo científico se proponen con una organización social capaz de llevarlas a cabo: ningún conocimiento podría ser reapropiado por otros actores sino es por medio de procesos de mediación social. Por ejemplo, un proceso de fumigación requiere agentes que produzcan no sólo su contenido técnico, sino también formas de administrarlo periódicamente, recursos para producirlo masivamente, sujetos que lo internalicen como parte de una estrategia para la erradicación de los vectores, capacidad de vincular dicho proceso con los riesgos de contraer la enfermedad, etcétera.

Un nuevo medicamento, por su parte, está también en dependencia de una red sociocognitiva, compuesta por investigadores que enuncian los blancos moleculares posibles, pero también por laboratorios farmacéuticos que buscan —y encuentran— una molécula, por epidemiólogos que identifican las características de las cepas en cuestión, por organismos públicos que regulan las pruebas clínicas, por bioquímicos que estudian la farmacocinética, por recursos que se orientan a la viabilidad técnica y financiera de un nuevo producto, por médicos que articulan su administración, por sujetos que se apropian del nuevo artefacto y de sus sentidos en la lucha o prevención de la enfermedad, etcétera.

Los problemas planteados de este modo pierden, sin lugar a dudas, el romanticismo de los discursos purificados, el heroísmo de los buscadores de pociones mágicas, la abnegación de las personalidades públicas capaces de emprender —y hacerse cargo— de los problemas sociales, el apostolado de los profesionales de la salud que se preocupan por sus pacientes, la dedicación de las empresas que buscan satisfacer necesidades sociales, etcétera. No obstante, al mismo tiempo esto permite desarmar las ficciones que, con la ayuda de los discursos científicos, generan panoramas “modernos” de magníficos conocimientos cuya utilidad es, en el mejor de los casos, abstracta.

 articulos
Referencias bibliográficas
Bourdieu, Pierre. 1997. L’usage social des sciences. Éditions de l’inra, París.
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Pablo Kreimer
Centro de Ciencia, Tecnología y Sociedad (Universidad Maimómedes)
y Universidad Nacional de Quilmes.
Es sociólogo por la Universidad de Buenos Aires y Doctor en Ciencia, Tecnología y Sociedad por el Centre Science, Technologie et Société de París. Es investigador del Conicet, profesor titular de la Universidad Nacional de Quilmes, donde dirige actualmente el Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología, y la Maestría en Ciencia, Tecnología y Sociedad, y autor de varios libros.


Juan Zabala
Universidad Nacional de Quilmes y conicet,
Buenos Aires, Argentina.

Es investigador del conicet, licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires, magíster por la Universidad Nacional de Quilmes y doctor por la Universidad de París y por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Ha publicado varios artículos sobre temas de sociología e historia de la ciencia.
     
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como citar este artículo
Kreimer, Pablo y Juan Zabala. (2013). Anatomía de un hecho científico: construcción del mal de Chagas como un problema social y de conocimiento en Argentina. Ciencias 107-108, julio 2012-febrero 2013, 102-115. [En línea]
     

 

 

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