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La nueva biblioteca de México
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Javier Barreiro
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La Biblioteca Vasconcelos es la obra cultural de mayor relevancia construida en México en la última década. Un proyecto tan discutido como discutible, sea en términos arquitectónicos o institucionales. Sin embargo, el imponente edificio de Alberto Kalach, que costó (oficialmente) 120 millones de dólares −inaugurado hace meses y que ya se encuentra clausurado dadas sus pésimas condiciones−, es una excelente ocasión para reflexionar sobre las complejas relaciones entre arquitectura y cultura, espacio público y poder.
Uno se puede preguntar, ¿para qué construir una megabiblioteca en el siglo xxi? Si el objetivo es combatir el analfabetismo e inculcar el placer de la lectura, una biblioteca tal vez sea el objeto equivocado; al menos si está concebida como contenedor de libros que un hipotético usuario irá a consultar. Esta toma de partido es el detonante para una reflexión sobre la Biblioteca Vasconcelos, cuya estrategia formal y funcional permite indagar no sólo en el sentido del edificio, sino en su capacidad de promover de forma eficaz la cultura. Un proyecto bíblico
Si la discusión sobre el concurso que en 2004 declaró vencedor al proyecto de Alberto Kalach hizo correr ríos de tinta, lo relevante hoy es que el edificio existe, y a partir de ese hecho tiene sentido analizar y discutir la validez de su realidad formal, contextual y operativa. En los últimos meses, varios artículos aparecidos en la prensa mexicana apuntaban aciertos y desatinos ligados a los dos referentes conceptuales del proyecto ganador: el arca y el jardín; con sus arquetipos implícitos: el arca de Noé y el jardín del Edén.
No sería ocioso ahondar en sus implicaciones político-culturales (¿el saber se acumula?), ideológicas (¿la cultura es lo que debemos salvar de la inevitable hecatombe, producto de la maldad humana?) o morales (¿dios perdonará a los elegidos premiándolos con la entrada al jardín del Edén?). También habría que cuestionar la concepción epistemológica que rige el proyecto (¿el saber llueve del cielo?) y su reflejo en términos formales (¿los racimos de anaqueles sugieren que el peso de la cultura va a aplastarnos cual castigo divino por nuestra ignorancia?) Esta visión de quien, en pleno siglo XXI, concibe el acceso a la cultura y al saber desde una perspectiva bíblica basada en el pecado, el castigo y la redención es, además de anacrónica, incompatible con el carácter del encargo: una obra pública para una sociedad moderna, laica y democrática. Por otra parte, la idea de que la biblioteca sirviese para articular el espacio urbano donde se inserta, queda abiertamente contradicha con el ocultamiento explícito del edificio en el gran jardín, alienándose del contexto que lo rodea: la colonia Guerrero, una de las más duras de la ciudad. La obra como sinapsis Lo dicho no es fácil de conciliar con la trayectoria de Alberto Kalach (México DF, 1960), un arquitecto con un notable sentido de la composición, cuyo lenguaje posee acentos, tanto matéricos como del trazo, asentados en una poderosa tectonicidad de gran lirismo y emocionalidad. Por eso sorprende el volumen exterior de esta obra −monolito sin concesiones ni seducciones−, que remite al brutalismo de arquitectos como Teodoro González de León, Abraham Zabludovsky y Agustín Hernández. Se trata de un prisma deliberadamente tosco: contenedor puro y duro que renuncia a toda sutileza, y donde la monótona escansión de parteluces va pautando un monumentalismo radical, absoluto.
Muy otro es el impacto del interior, cuyo gigantesco vestíbulo de 250 metros de largo por treinta de alto alberga escalonadas secuencias de racimos de jaulas con anaqueles. Los corredores laterales enmarcan esta aglomeración de cubos, enfatizando el reticulado de sinapsis indistinguibles de las metafóricas neuronas que conectan (como se sabe, más que una estructura, un cerebro es un circuito de relaciones) y cuya densa silueta se diluye a medida que nos acercamos. Si en términos técnicos, el protagonismo es de la sección, la innegable potencia del interior está en su condición de antiobjeto, capaz de sugerir un esquematismo basado en las relaciones de escala que generan una especie de alucinación futurista. Este rasgo remite al (en proporción) minúsculo esqueleto de ballena instalado por el artista Gabriel Orozco, que busca dialogar con el gran esqueleto del edificio, concebido como retícula poliédrica y obsesiva que alude a un centro invisible, desde el cual se articularía una totalidad unívoca −rasgo éste tan jerárquico como anticontemporáneo.
El usuario “cableado” En este sentido, la Biblioteca Vasconcelos podría ser materia para un estudio sobre comunicación social y arquitectura, síntoma de una mutación antropológica de la que no parecen haberse percatado los promotores de esta nueva pirámide —que no podía no estar en esta macrocéfala capital, no fuera que, con el mismo presupuesto, se construyeran diez bibliotecas en provincias o se potenciara el funcionamiento de las casi 7 000 existentes. Habiendo visitado el edificio repetidas veces, lo que más me llamó la atención es la pequeña multitud de muchachos que va allí porque la conexión a internet es gratuita. Van, literalmente, a conectarse. Una función no disímil a la que desempeña el libro (o el viaje): conectarnos con otras realidades, aunque, en este caso, el código y el mecanismo relacional sean de otra naturaleza.
Contra el lugar común, su conexión no es pasiva: entran a todo tipo de sitios, hacen fotos y microvideos, envían mensajes, eligen qué música escuchar, consumen y manipulan imágenes, sonidos, textos… y leen. Sí, leen, aun sin quererlo. Junto a la inevitable dosis de alienación que comporta la avalancha de datos que fluye a través de los medios, tratan de entender el mundo. ¿Cómo? Pues como siempre: seleccionando y decodificando la información que los abruma.
Huelga decir que en el arca del saber casi nadie pide un libro, para desánimo de las decenas de bibliotecarios que vagan como almas en pena por pasillos y escaleras, acercándose con actitud tan solícita como estéril, dado los pocos libros que ofrecen (parecería que los promotores olvidaron que una biblioteca, además de construirla, hay que llenarla de libros y −cosa aún más costosa− mantenerla actualizada). Por mi parte, si hoy tuviese veinte años, no se me ocurriría entrar a una biblioteca y pedir un libro. Creo que no me ayudaría a entender el mundo que me ha tocado. En resumen: para usuarios del siglo XXI se propuso un programa del siglo xix, creyendo que al ponerle computadoras sería contemporáneo. La propuesta de Kalach parece una mediación. En el futuro veremos su capacidad de adaptarse a una vivencia espacial, entendida ya no como suma de funciones, sino como performance, entendido el término como género expresivo y como “desempeño”. El arca y el faro Esto remite a otra obra del mismo arquitecto: el Faro de Oriente, en Iztapalapa, concebido en origen para albergar funciones administrativas en la homónima delegación del Distrito Federal. Si es verdad que cada arquitecto construye siempre el mismo proyecto −tratando de adaptarlo y depurarlo, según la función, el contexto y el presupuesto−, la continuidad entre el Faro y la Biblioteca salta a la vista. El prisma acostado, articulado en quiebres que excavan el vacío dominante, es casi idéntico en ambos casos, aunque las dimensiones de la biblioteca sean mucho mayores. El edificio de Iztapalapa, construido en los años noventa, en una de las zonas más duras y marginadas de la ciudad, nunca llegó a inaugurarse y cayó en el abandono, hasta que años después fue ocupado por grupos locales para convertirlo en centro cultural. Así, tras su refuncionalización, el edificio ha asumido un rol vital en un barrio tan castigado. Su estado actual es penoso por falta de mantenimiento, pero la lograda interacción entre arquitectura y proyecto social ha generado un contexto de gran dinamismo. Así, en la relación entre forma y uso, la del Faro de Oriente está resultando más transparente, democrática y creativa: mientras el arca encalla, el faro ilumina a distancia. Una modesta propuesta En el surco del célebre panfleto de Swift, si se permitiera que las sigilosas tropas del nuevo ejército de ocupación “on line” se apoderen de las instalaciones, la biblioteca podría convertirse en un foco cultural genuino, centro de aprendizaje y promoción de nuevos lenguajes y aventuras del conocimiento. Esto presupondría una serie de intervenciones: desde instalar paneles corredizos para conferir dinamismo modular al espacio, hasta una programación rigurosa en el auditorio y áreas colaterales; que las jaulas de anaqueles puedan convertirse en cabinas para ver películas, escuchar música o acceder a materiales de todo tipo; para conectar el libro con el audiovisual, el graffiti con la pantalla interactiva, acabando de una vez con la falsa antinomia entre cultura visual y cultura letrada. Claro que estas iniciativas deberían estar guiadas por un equipo inteligente, que sepa escuchar y entienda que para impulsar actividades efectivas, primero hay que averiguar qué necesitan los usuarios, sin presumir saberlo de antemano. El temor es que los gestores de la biblioteca no estén dispuestos a ceder su escaparate institucional a esta nueva humanidad ávida de entender el mundo. Y sería una oportunidad desperdiciada, porque en vez de un centro de cultura viva tendríamos otro mausoleo.
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Javier Barreiro Cavestany
Escritor, poeta y videoasta. Jefe de redacción de la revista de arquitectura y diseño Arquine. ________________________________________________________________
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como citar este artículo → Barreiro Cavestany, Javier. (2008). La nueva biblioteca de México, después del diluvio. Ciencias 89, enero-marzo, 42-45. [En línea]
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Margaret Sanger. Luces y sombras del movimiento a favor del control natal |
Margaret Sanger (1879-1966) organizó en Estados Unidos un movimiento a favor de legislar el uso de algún método anticonceptivo que permitiera a las mujeres planear su reproducción. Promovió el establecimiento de clínicas especializadas para atender a las mujeres de manera segura cuando decidieran detener su reproducción. Concebía que la información y la salud reproductiva eran fundamentales para los derechos de las mujeres. Acuñó el término control natal.
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Alicia Villela González y
Ana Barahona Echeverría
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Durante las primeras tres décadas del siglo xx, en Estados Unidos se produjo un cambio importante en la manera como las mujeres abordaron la mayoría de los temas relacionados con la reproducción. Dado que se sabía muy poco sobre el funcionamiento de los órganos sexuales, la información que circulaba estaba restringida a sectores académicos, es decir, médicos, enfermeras y profesionales de la salud. En ese entonces, por ejemplo, el único método para controlar la natalidad que era apoyado por el clero y una gran parte de la sociedad estadounidense aconsejaba a las mujeres la abstinencia sexual con su pareja mediante camas separadas.
Un grupo importante de mujeres liberales comenzó el movimiento para exigir el derecho y el acceso a una mayor cantidad de información y educación acerca de su sexualidad y la reproducción.
Una de ellas, Margaret Sanger, inició el movimiento en favor del control de la natalidad. Su idea era promover y difundir entre las mujeres métodos confiables e influir en la aprobación y desarrollo de una legislación a favor del aborto. Buscaba además la apertura de clínicas y hospitales con personal médico entrenado en procedimientos que promovieran la prevención de embarazos no deseados, evitando cualquier tipo de riesgos para la salud de las mujeres.
Margaret Sanger, nacida en 1879, fue líder de este movimiento que se desarrolló de 1910 a 1945; acuñó el término de control natal (birth control) y organizó a una gran cantidad de mujeres de diversos sectores sociales que demandó al gobierno su derecho a la información en temas de salud reproductiva.
Margaret y su esposo, William Sanger, fueron miembros activos de un grupo de radicales bohemios durante el periodo que antecedió a la Primera Guerra Mundial. El grupo se reunía cotidianamente con intelectuales en Nueva York, en Greenwich Village, con el fin de promover diversas actividades bajo lineamientos socialistas. Algunos de los miembros que participaban en estas tertulias cotidianas eran: Max Eastman, John Reed y Upton Sinclair, así como la activista socialista Emma Goldman. Entre otras acciones apoyadas por estos luchadores sociales e intelectuales se encontraba el derecho a la huelga. Tal es el caso de las huelgas realizadas en 1912 en Lawrence, Massachussets, por trabajadores industriales, y la de Paterson, Nueva Jersey, en 1913. Un sector importante de ellos era el de las mujeres intelectuales, quienes buscaron sobre todo promover la creación de un comité femenino al interior del partido socialista, que obtuviera mejoras en las condiciones de vida de las mujeres, principalmente en lo tocante a la salud reproductiva, sexualidad y aspectos de equidad en el ambiente familiar.
Hasta ese momento, la abstinencia sexual era la práctica más utilizada entre las mujeres educadas para evitar la concepción. La gran mayoría de médicos y moralistas difundía y aconsejaba esta medida por considerar que no atentaba contra la condición natural de la mujer. A principios de los años veinte existía una enorme confusión entre los especialistas sobre el momento en que ocurría la ovulación humana, por lo que sólo muy pocas mujeres, con un nivel educativo alto, tenían alguna idea de la existencia de un periodo fértil en su ciclo reproductivo y podían utilizar la abstinencia sexual como medida preventiva, aunque de ninguna manera segura, como documentó Margaret Sanger en 1920. La mayoría de los médicos en Estados Unidos se resistía a proporcionar algún tipo de información sobre temas relacionados con la concepción, por considerarla innecesaria o inmoral, y denunciaban, como si se tratara de un delito, cualquier tipo de conocimientos acerca del control de la natalidad. Los especialistas difundían con frecuencia una gran cantidad de creencias erróneas sobre la salud y la fisiología. Por ejemplo, se pensaba que el control natal ocasionaba graves consecuencias para la salud física y moral de la mujer. En 1880 la doctora Eliza Barton advertía de los graves riesgos producidos en la cavidad uterina como consecuencia del control natal, ya que podían producir esterilidad en las mujeres. Otros médicos confundían los términos de control natal con aborto, por lo que fácilmente esgrimían argumentos bíblicos para legitimar su opinión. Las mujeres de quienes se sospechaba que utilizaban un método de control de la natalidad, frecuentemente eran señaladas como “prostitutas legítimas”. Se ha señalado que muy pocos médicos de principios del siglo xx en Estados Unidos sugirieron en forma privada a sus pacientes algún método de control. La propuesta de Margaret Sanger La controversia sobre el control de la natalidad emerge de manera contundente entre 1914 y 1916. En marzo de 1914, Margaret Sanger inicia la publicación de un volante radical feminista, Mujeres rebeldes (The Women Rebel ), el cual tendría una edición mensual. El impreso buscaba difundir la idea del derecho de las mujeres a decidir cuándo y cuántos hijos tener; incluía además una sección de respuestas a cartas que algunas lectoras dirigían a la editora preguntando sobre temas relacionados con el cuidado reproductivo y para conocer las propuestas y actos públicos que el movimiento organizaba. Margaret Sanger había estudiado enfermería, quizá motivada por la muerte temprana de su madre a los cincuenta, víctima de tuberculosis, con once hijos y siete abortos espontáneos. Sanger era asistenta médica y su labor consistía en dar apoyo a los médicos que trabajaban en las zonas marginadas de inmigrantes del este de Nueva York. En esas visitas, Sanger notó el vínculo entre la pobreza y la gran cantidad de hijos de las familias. La mayoría de las parejas frecuentemente entraba en contradicción, dado que no deseaban tener más hijos pero desconocían algún método eficaz para evitar o parar la concepción. En muchos casos, las mujeres recurrían a la práctica de abortos clandestinos que realizaba gente inexperta y en condiciones insalubres. Muchas de estas mujeres morían inevitablemente. Era común que en estos vecindarios las mujeres pidieran a los médicos algún consejo o tratamiento que evitara los embarazos, pero éstos evadían los temas y ni siquiera se interesaban en proporcionar información sobre cualquier cuidado. Los principios de Mujeres rebeldes se incluyeron inmediatamente dentro de la agenda de demandas centrales que los grupos de mujeres socialistas promovieron por considerar que se trataba de derechos fundamentales mínimos que aseguraban libertad e independencia a la clase trabajadora femenina. Una de las primeras tareas que las feministas se propusieron fue el rechazo total de la Ley Federal de Comstock, promulgada en 1873. Esta ley, que se interpretaba de manera diferente en cada estado, prohibía cualquier folleto o propaganda distribuida a través del correo que hiciera una mención especial a cualquier tipo de método anticonceptivo, por considerarlo material obsceno para la comunidad. Con tales restricciones legales puede entenderse el valor que tuvo para el movimiento la publicación de Mujeres rebeldes. Debido a que el movimiento a favor del control natal tuvo enorme difusión e impacto en mujeres de diversos sectores sociales, la Iglesia, los médicos, los moralistas y el gobierno criticaron acremente a estas militantes, sobre todo al movimiento feminista. Theodore Roosevelt, por ejemplo, lo señala en 1915 como amoral y decadente. Le preocupaba que el proyecto pudiera alentar la disminución significativa de los nacimientos, lo que se conoció como “suicidio de la raza”, nombre con el que se calificaba al descenso de la tasa de natalidad de los sectores anglosajones. Margaret Sanger y Ethel Byrne en la Corte Margaret Sanger fue arrestada en 1914 por violaciones a la ley de Comstock, aunque fue liberada pocos días después gracias a la presión de centenares de trabajadores de diversos movimientos. Sin embargo, no pudo librarse de la acusación en su contra y, para evitar cumplir los veinticinco años de prisión que le impusieron durante su juicio, decidió viajar a Inglaterra y permaneció ahí durante un año, cuando se enteró de la muerte de Comstock. Uno de los logros más importantes obtenidos por las feministas, que en su gran mayoría perteneció al partido socialista, fue la apertura, el 16 de octubre de 1916, de la primera clínica para el control de la natalidad bajo los lineamientos impulsados por Margaret Sanger. La clínica se localizaba en una sección de Brownsville, en Brooklyn, en el número 46 de la calle de Amboy, donde Margaret y su hermana Ethel prestaban sus servicios como enfermeras. Con esta primera clínica se buscó la obtención de la legalidad para el uso de métodos que permitieran el control natal y el desarrollo de clínicas en todo el país donde se practicara el aborto en forma segura. En 1915 el movimiento publicó otro folleto denominado Limitación familiar (Family limitation), con mucha información acerca del control natal y el alcance del proyecto sangerista en el país. A lo largo de publicaciones subsecuentes, el folleto de Limitación familiar, abordó el tema de la satisfacción y placer mutuos durante las relaciones sexuales. En 1917 fue aprobado en el código penal de Estados Unidos, sección 1142, un pequeño pero significativo avance para el movimiento, un apartado en donde se permitía hablar de métodos contraceptivos. No es sino hasta 1921 cuando se aprueba de manera oficial en el Congreso que los médicos puedan prescribir a sus pacientes e informar sobre temas relacionados con la contracepción. A partir de este momento, las sangeristas buscaron aliados en otros países como Inglaterra, por lo que formaron una organización internacional denominada Federación Internacional de Paternidad Planificada (Internacional Planned Parenthood Federation), que buscaba impulsar trabajos de investigación en la creación de métodos de control seguros, baratos, sencillos y al alcance de todas las mujeres (antecedentes de la píldora anticonceptiva). La cercanía con el proyecto de eugenesia Margaret Sanger pensaba que la disminución del deterioro humano por medio del control de la natalidad redundaría no sólo en beneficio de la condición social de las mujeres, sino también, a largo plazo, en un incremento en la tasa de natalidad de la población de origen anglosajón. La gran mayoría de los estadounidenses creían, a fines del siglo XIX, ser los descendientes directos de las poblaciones de inmigrantes ingleses con quienes suponían compartir no sólo el idioma sino otras “cualidades”, rasgos distintivos y culturales. Estas ideas permitieron que un sector de la población creyera formar parte de un grupo privilegiado en el que convergía “lo mejor” de una denominada raza “americana”. Un sector de eugenésicos, los pertenecientes a la corriente de eugenesia positiva, se sumaron al argumento central de Margaret Sanger, por suponer que organizaría y promovería la reproducción entre individuos portadores de cualidades heredables. El movimiento para la esterilización obligatoria con fines eugenésicos tuvo su auge en Estados Unidos en la década de los años veinte. Varios factores contribuyeron a la esterilización de grandes sectores de inmigrantes: en primer lugar, el mejoramiento en la técnica quirúrgica para llevar a cabo la esterilización; en segundo lugar, la idea del perfeccionamiento de la humanidad y, finalmente, el ahorro en los gastos de manutención de las poblaciones no consideradas como herederas de los anglosajones fundadores, que se consideraban muy elevados. La esterilización se impuso en los sectores considerados como dementes, imbéciles, idiotas o subnormales. Desde luego, se incluyó sin ningún problema a los criminales, violadores y convictos agresivos. La cercanía con el proyecto de eugenesia desalentó quizás a sectores importantes de feministas de izquierda que, sin embargo, mantuvieron la idea de apoyar la creación de una píldora que facilitara la anticoncepción. Gracias a ello, tuvo éxito el proyecto de Sanger para la apertura de clínicas para las mujeres decididas a luchar por su derecho a decidir cuándo y cuántos descendientes procrear. En 1936 se aprobó en una corte del tribunal superior de Estados Unidos una modificación de la ley de Comstock, que sustraía la palabra anticonceptivo de la lista considerada como material obsceno, estipulándose que se permitiría el libre acceso de información relacionada con estos temas a través del correo. Para 1938, iniciaron sus servicios 374 clínicas de control natal en todo el país. En ellas, no sólo se ofrecía información sobre los diferentes métodos para prevenir embarazos, sino la realización de abortos por médicos competentes, con el fin de evitar cualquier riesgo que pudiera atentar contra la vida de las mujeres. Reed y McCann intentaron explicar el porqué de la adhesión de Sanger al proyecto de eugenesia. Los autores sostienen que Sanger buscaba darle un sustento científico al movimiento. En efecto, si bien Sanger se había alejado de las ideas que sostenía una corriente importante de líderes eugenésicos en Estados Unidos respecto del peligro que, mediante el control natal, se provocara el deterioro de los individuos que portaban algún carácter benéfico, se adhirió a las explicaciones sugeridas por un líder del movimiento de eugenesia en Inglaterra, Havelock Ellis, quien aseguraba que el deterioro racial era consecuencia de la opresión victoriana y del orden sexual: “las mejores características no eran quizá aquellas de las clases altas sino aquellas distribuidas en todas las razas”. De todos modos, Sanger, continuó siendo miembro del movimiento de eugenesia en su país, convencida de que una consigna central del proyecto eugenésico era la de impulsar proyectos para el mejoramiento de la raza: “El control de la natalidad […] es nada más ni nada menos que una ayuda para aligerar en algo el problema de los menos aptos y evitar su descendencia […] Si hemos de hacer progresos raciales, este avance para la mujer debe preceder a la maternidad de cada una de ellas. Entonces, y sólo entonces, puede que la madre deje de ser una incubadora y se convierta en una madre de hecho. Entonces sólo ella podría transmitir a sus hijos e hijas las cualidades que hacen fuertes a los individuos y, de manera colectiva, una mejor raza”. Las campañas de esterilización por eugenesia en Estados Unidos señalaban los posibles riesgos si se frenaba la segregación racial; a toda costa se debía impedir la reproducción de sectores inadecuados biológicamente o defectuosos. La lista de candidatos era interminable y no había una clara distinción entre unos y otros más que la discriminación. Entre los sectores candidatos para la esterilización justificada estaban los sordos, huérfanos, personas sin hogar, vagabundos, negros e inmigrantes y, por supuesto, criminales, pervertidos, etcétera. Para Sanger, esta situación tan compleja de la sociedad estadounidense demostraba la necesidad de desarrollar un sistema o método práctico de control natal. En busca de una píldora anticonceptiva La idea de contar con una píldora anticonceptiva resultaba atractiva para muchos sectores interesados: médicos, biólogos y mujeres. En 1921 un fisiólogo australiano, Ludwig Haberlandt había señalado la posibilidad de desarrollar una píldora anticonceptiva por vía oral a través del uso de hormonas que interfirieran con los procesos reproductivos. Una de las contribuciones más atinadas de principios del siglo xx fue sin duda la expuesta por el científico estadounidense George W. Corner, quien propuso que el sangrado menstrual era consecuencia de los estrógenos producidos en los ovarios, que detenían su efecto en la segunda mitad del ciclo menstrual debido a la progesterona secretada por el cuerpo lúteo. A partir de este proceso se llegó a la conclusión de que la ovulación se presentaba a la mitad del ciclo menstrual y no con la menstruación, como antes se pensaba. Conclusiones La lectura de los volantes, periódicos y libros de Margaret Sanger muestra una conexión poco conocida entre la lucha en favor del control de la natalidad con las ideas de eugenesia desarrolladas en Estados Unidos en los albores del siglo xx. El análisis histórico de este movimiento evidencia, además, una respuesta organizada y contundente que un sector de mujeres en Estados Unidos protagonizó en la búsqueda de espacios y medidas equitativas en la sociedad, que poco después se empató con los avances de la ciencia y la medicina. Aún hoy en día, una de las principales causas de muerte y discapacidad femeninas ha sido sin duda la problemática relacionada con la salud reproductiva. Cuando las mujeres no logran determinar el número y espaciamiento de sus hijos ni el momento de tenerlos, se frena la oportunidad para que realicen otras actividades productivas, integrarse a la fuerza laboral y tener un empleo estable con alguna remuneración. En la medida en que estas cargas emanadas de la discriminación disminuyen o se eliminan, las mujeres aumentan y potencian sus capacidades, lo que redunda en el bienestar de hijos y familias, con un efecto multiplicador que contribuye, incluso, al desarrollo nacional de su país. Estas fueron algunas de las premisas abordadas por Margaret Sanger al promover la idea y desarrollo de un método en favor del control de la natalidad y el uso de una píldora anticonceptiva. |
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Referencias bibliográficas
Gordon, Linda. 1977. Woman’s Body, Woman’s Right: A Social History of Birth Control in America, Nueva York. Reed, James. 1978. From Private Vice to Public Virtue: The Birth Control Movement and American Society, Nueva York. Sanger, Margaret. 1931. My Fight for Birth Control, Nueva York. |
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Alicia Villela González
Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México. Es bióloga y labora en la Facultad de Ciencias, unam. Sus áreas de trabajo son la historia de la biología, la eugenesia y el desarrollo de tecnologías reproductivas.
Ana Barahona Echeverría Ana Barahona Echeverría
Facultad de Ciencias,
Universidad Nacional Autónoma de México. Es bióloga y profesora de tiempo completo en la Facultad de Ciencias, unam. Sus áreas de trabajo son la historia y la filosofía de la biología, la genética y la evolución. Recientemente ha sido nombrada presidenta de la Sociedad Internacional de Historia, Filosofía y de los Estudios Sociales de la Biología (ishpssb).
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como citar este artículo →
Villela, Alicia y Barahona Echeverría, Ana. (2008). Margaret Sanger. Luces y sombras del movimiento a favor del control natal. Ciencias 89, enero-marzo, 46-53. [En línea]
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