revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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Daniel Naveiras
     
               
               
Antes de entrar en materia, les tengo que decir lo que
realmente pienso y siento; es un pacto que haré con ustedes para que tengan claro qué es lo que leerán a continuación. Lo que les adelantaré en las líneas siguientes es parte del trabajo que el editor César Carrillo Trueba me pidió que extendiera, pues inicialmente era un artículo breve: “como sostengo hace tiempo en materia ambiental, tomando el término del trabajo de Eugene Gogol, somos víctimas de la política manifiesta del ‘otro’; lo fuimos bajo la conquista del inmenso territorio que dominaron los españoles a fines del siglo XVI, como un real y concreto imperio colonial en América —aunque yo escriba con el ‘eco’ de no estar originariamente relacionado por etnia con antepasados que padecieron dicha conquista, es la verdad. Pero sí voy a escribir con la actualidad de pertenecer a esta parte del mundo, que sigue con una violencia similar, silenciosa por la ausencia de políticas ambientales que protejan y conserven lo nuestro, lo que hemos heredado de aquel pasado colonial y de aquellos que se resistieron. No es, por lo tanto, un episodio aislado y, aún menos, diferenciado en el proceso colonizador del ambiente del ‘otro’, denominado por quien esto les escribe como un ‘triunfalismo ambiental­cultural’ de similares características al ‘triunfalismo biologístico’ señalado por Carl Améry como la ampliación del espacio de la especie a costa de otros. Este triunfalismo es tan mentiroso y peligroso como el vivido por las personas en el pasado por la conquista de América’”.
 
A partir de esta particular situación, lo que se genera o deja de concretarse en la escuela o en la sociedad pasa a ser determinante en lo ambiental y cultural y, al ocurrir de esta forma, se involucra a toda la humanidad. Éste es el punto clave desde donde se puede actuar para comprender el origen democrático de las sociedades ambientales, que no son un hecho espontáneo ni surgen de limpiar pingüinos empetrolados —que está bien, pero que con eso no está saldada la cuestión—, sino que son consecuencia de una cultura socioambiental construida con base en una educación en, sobre y para el ambiente.
 
Hoy se sabe que las relaciones de los seres humanos entre sí mediante las instituciones (comunidad) y con el medio que los rodea (ambiente) son fundamentales para comprender el desarrollo de una nueva ética, que anteriormente se señalaba como “antropoética”, según Edgar Morin, y que se define como la ética del género humano, es decir, debe considerársele como una ética de tres términos: individuo­sociedad­especie.
 
La misma exige una integridad clave, como explica Edgar Morin, entre estos tres términos, y de allí surge nuestra conciencia y espíritu propiamente humanos. Dicha integridad es necesaria para entender esta ética del género humano en acción con su ambiente y, además, cómo ésta puede romperse. En este sentido, el ser humano se comporta como un mamífero en el uso del ambiente y un Homo sapiens en el abuso y en la sabiduría de las consecuencias que esto trae para él mismo y los componentes biológicos, físicos y químicos. De ahí que saber con autenticidad científica las consecuencias y, por tanto, la importancia de las acciones antrópicas de la actividad humana en, sobre y para el ambiente, sea un verdadero compromiso educativo y cultural que las ciencias deben asumir para llegar a la sociedad.
 
En esta situación garantista del futuro, como verdadero punto mediador, la educación ambiental puede definirse desde un enfoque operativo social como: un medio que construye una nueva ideología que moviliza la antropoética humana para desarrollar en las personas macrohabilidades que se proyecten hacia el futuro, pues representan la consecuencia secular de pensar, conocer y actuar en, sobre y para el ambiente, como un nuevo proceso antropogénico orientado hacia una transformación política, productiva y económica del futuro planetario.
 
Este trabajo pretende mirar por allí para adelantarnos a dicha problemática, propia de la ideología del proceso colonizador del ambiente del “otro”, claramente darwiniana, una consecuencia de la ausencia de sociedades ambientales y de la proyección de culturas socioambientales que deberían de difundirse como legado educativo­ambiental de las poblaciones de diferentes localidades prácticamente ignoradas por la mayoría de las personas en el mundo. Cuando esto se presenta a la inversa, como el producto de una “soberanía ambiental” por parte de la población, lo local se impone como un argumento irrevocable al derecho a un ambiente sano y seguro para todos los seres vivos.
 
El conocimiento práctico nos enseña a trabajar sobre este arco de tensión: sociedades ambientales y soberanía ambiental como claves para concretar un concepto aún mayor y de una profunda complejidad, la cultura socioambiental cuya motorización se concreta y se sustenta por la educación ambiental de las personas. Como lo explica la Carta de Belgrado: “estos nuevos enfoques del desarrollo y de la mejoría del medio ambiente exigen una reclasificación de las prioridades regionales. Deben cuestionarse las políticas que buscan intensificar al máximo la producción económica sin considerar las consecuencias para la sociedad y para la cantidad de los recursos disponibles para mejorar la calidad de la vida”.
 
Ambos conceptos son actualmente, más una expresión de deseos y necesidad que una realidad factible de concretar en un futuro mediato. Por eso la problemática de este trabajo: ¿sin educación ambiental puede haber una sociedad ambiental que ejerza soberanía en, sobre y para su ambiente?
 
La educación ambiental nos enseña a trazar puentes entre la relación hombre y ambiente y la soberanía ambiental desde la protección y conservación de lo que formamos parte. Este puente comienza a construirse en la escuela primaria y se motoriza desde una ideología darwinista; situación tan particular que tiene su origen en dicha institución y nadie, absolutamente nadie, puede decir lo contrario. Sin educación ambiental estamos perdidos y la ingenuidad es el único mecanismo que nos queda para creer que la humanidad tiene futuro.
 
Cabe aclarar que distingo darwiniana de darwinista. Darwiniana: se basa este relativismo propio de una mala interpretación teórica en el estudio de la idea de progreso, pues sostiene equivocadamente que el progreso se basa en el aumento de las diversidades, de las contradicciones y de lo complejo, que son al fin los medios que permiten la selectividad. Esto diferencia a los mejores, que son los que finalmente sobrevivirán. Darwinista: esta ideología plantea, como decía Darwin, que al final sobreviven éstos. Sin embargo, casi siempre los mejores han sido aquellas individualidades que mejor se han organizado con el medio, con sus semejantes y consigo mismo; éstas son las más cooperativas.
 
El concepto de soberanía ambiental
 
Convendría, para fines pedagógicos, diferenciar entre: ecosistema y ambiente. Con relación al primero, debemos pensar en relaciones de equilibrio entre componentes físicos, químicos y biológicos, mediante su capacidad de autorregulación. En cambio, cuando hablamos del ambiente, además de los componentes físicos, químicos y biológicos se introducen los componentes psicosocioculturales, aportados por la aparición del ser humano, como: trabajo, seguridad, educación, progreso, guerra, producción industrial, agrícola y ganadera, economía de mercado capitalista, ataques terroristas, accidentes nucleares, falta de afecto, etcétera. Dichos abarcan y presionan, devastando los biológicos, generando cambios en los físicos y químicos, transformándose en nuevas realidades climáticas en diferentes partes del planeta, en acciones de contaminación dinámica, extinción de especies animales y vegetales, etcétera.
 
Entonces, a manera de hipótesis: la educación ambiental debe servir para construir la cultura respecto del ambiente que una sociedad socioambiental necesita para ser soberana con su ambiente. En otras palabras, lo que articula la soberanía ambiental con las sociedades ambientales es la calidad de la educación ambiental que las personas van adquiriendo significativamente a lo largo de la vida como ciudadanos, ya sea lejos de los ecosistemas o bien interactuando indirecta y directamente con ellos. La razón, se entiende, está fundada en que el ser humano es el único mamífero que puede construir su propio hábitat con un alcance y sofisticación que excede lo biológico, convirtiéndose en extrabiológico; esta realidad es hoy un grave problema.
 
Existen dos principios profundamente vinculados entre sí que atraviesan la propia soberanía ambiental (transversales) como los responsables de mediar entre lo biológico y lo extrabiológico; y éstos vienen de la educación ambiental que precede a la soberanía en esta peculiar educación en, sobre y para el ambiente. Los principios articulan conocimiento con ética, lo que en este trabajo denominamos antropoética. Sin embargo, al entrar en relación con lo comunitario, éstos adquieren otra dimensión distinta a la de su origen, porque tienen impacto en la gente y en la forma como se comportan con su ambiente, es decir que, gracias a estos principios, toda actividad humana adquiere una soberanía cuando la relación es “todos en el ambiente”, y para que ésta unifique a todos, la concienciación soberana debe ser pública.
 
Para continuar esta argumentación, no dejaremos olvidados los parámetros antropoéticos, pues son verdaderos mecanismos de unión entre los tres términos: individuo­sociedad­especie. Pero, estimados lectores, no es solamente esto, la ejecución de dichos parámetros, sin duda, activa la conciencia y el espíritu plastikos (término utilizado por la antropóloga Margaret Mead para referirse a la capacidad humana de adaptarse y cambiar más allá del límite biológico y cultural) propiamente humano, situado en un ambiente en el que debe vivir. Los parámetros en torno a los que haremos anclaje antropoético son: a) trabajar para la humanización de la humanidad; b) efectuar el doble pilotaje del planeta: obedecer la vida, guiar la vida; y c) desarrollar la ética de la comprensión.
 
La figura 1 señala un refugio clave para la vida futura del planeta en toda su integridad biológica incluyendo la humana; es decir, no se confunda al ver la educación ambiental apenas debajo de la cultura socioambiental, pues su presencia ahí es fundamental para aspirar a lo que hay debajo: una verdadera sociedad ambiental. El concepto de soberanía es la mayor consecuencia de hacer lo correcto. Por lo pronto, quizás unir la ciencia con la educación con una parte de la política de Estado respecto del ambiente de una nación sea el primer paso para esperar un salto mundial en, sobre y para lo ambiental.
 
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Figura 1. Bases para la constitución de la soberanía ambiental.
 
El gráfico muestra las bases para la constitución de un pasado, un presente y un futuro con soberanía ambiental (local, regional y nacional), gracias a una educación ambiental que enseñe la importancia de proteger y conservar el ambiente y construir una cultura socioambiental que la promueva científicamente a lo largo del tiempo político­educativo y político­social.
 
Estos dos principios, soberanía y educación ambiental, están vinculados, son recíprocos y no sirven uno separado del otro, se anulan y dejan de ser funcionales cuando no van juntos, por lo tanto, todas las acciones humanas o las actividades en la educación formal e informal, incluso los contenidos educativos formativos respecto del ambiente, deben estar orientadas de alguna manera hacia estos dos principios. Como también, los mismos sirven para que la gente, en un sentido comunitario,t ome decisiones soberanas con relación al ambiente en donde vive; son estas decisiones a futuro las que subyacen y se convierten en ideología, que no separa a las personas del ambiente: es la verdadera unión de la protección y la conservación, la cual va más allá del ambiente porque, en realidad, nos estamos refiriendo también a nuestra vida.
 
Si bien los principios ya están siendo parte de la argumentación, es conveniente diferenciarlos mejor: a) la protección del ambiente; y b)la conservación del ambiente.
 
La colonización cultural minimiza la educación ambiental; necesariamente esto tiene una consecuencia paralela a la ausencia en la población de las comunas en el nivel de la soberanía ambiental. Al ocurrir, uniendo el pasado con el presente y el futuro, están dadas las condiciones para una nueva forma de desmoronamiento demográfico comunal que, en general, responde a intereses socioeconómicos multinacionales; pero no son solamente éstos, ya que tampoco es ajena a intereses sociopolíticos, pues los sustenta de manera coactiva por medio de mecanismos de privación de la verdad en las poblaciones locales. Se daña así su ambiente, directa e indirectamente, influyendo en el futuro de su demografía, cuyo inevitable resultado es un triunfalismo ambiental­cultural negativo.
 
La protección y la conservación son principios que se necesitan mutuamente para cambiar la ideología socioambiental de las personas y de sus representantes políticos; para que esto ocurra, ambos principios deben estar presentes y ser aplicados por decisiones que exceden a las personas, es decir, que parten principalmente de las esferas políticas en turno y que las entiendan como políticas de Estado, garantizando su cumplimiento en el tiempo. En dicho cumplimiento son muy importantes las decisiones a proyección, o sea que implican la conservación. Sin embargo, esto no podría tener existencia en el tiempo sin el principio de protección, que constituye la base política sobre la cual se debe montar la conservación y la soberanía en el tiempo. Por eso la articulación entre soberanía ambiental y sociedad ambiental hace que la educación ambiental sea una herramienta poderosísima en lo cultural, pero aún más en el plano político, pues emerge de este último. Se invierten aquí los términos y se produce un triunfalismo cultural­ambiental positivo, necesario para un futuro, no sólo comunal, sino de la vida en la biósfera.
 
Lo que indica la realidad es que el comienzo lo da el principio de protección del ambiente, garantizando la necesidad cultural posterior del principio de la conservación del ambiente. Es decir, que esta relación entre los principios se comprende a la inversa, pues no se puede conservar lo que no se ha decidido proteger primero. Lamentablemente, en la mayoría de los casos esto no sucede por la acción de los Estados, sino por la gente, que se une para reclamar la protección de un determinado ambiente, porque hay una necesidad de conservar para el futuro comunal.
 
La soberanía ambiental es el gran desafío de los pueblos para este siglo, representa el resultado final que la educación ambiental —en tanto que herramienta— nos plantea desde la comprensión científica de la reciprocidad de estos principios y de la lucha contra una ideología darwiniana del territorio del “otro”, que arrastramos desde la historia de la conquista de América, y que el pasado nos legó como desmoronamiento demográfico y ahora pasa a ser desmoronamiento ambiental, ya que contradice la lógica de una nueva sustentabilidad ampliada al chocar abruptamente contra el capitalismo salvaje de estos tiempos. En un sentido comparativo, es equivalente al triunfalismo biologístico de Carl Améry, que se señalaba líneas arriba.
 
La privación de la verdad
 
La flexibilidad en la ideología representa un móvil que puede, por un lado, generar un cambio secular de mentalidad, producto de encontrar la verdad ambiental en la educación; y por otro, echar a funcionar cualquier mecanismo de privación de la verdad ambiental, porque separa la profunda interrelación que debe haber entre cultura y ambiente. Así, por ejemplo, a toda una ciudad se le puede hacer caer en el engaño al hacerle creer, desde la cultura del trabajo, que la creación de empleos implica su progreso (como meta del futuro comunal), desligándolo totalmente del ambiente, mientras tales empleos tienen como consecuencia el agotamiento de sus recursos naturales. Es una pantalla que oculta aquello que causa más daño todavía, es decir, se logran orientar los argumentos ambientalistas hacia otras consecuencias pero no a la más seria e importante, a saber, la conservación de los ecosistemas y de los habitantes que dependen de ellos. Este mecanismo tiene una matriz común, esto es, no importa sobre qué recurso natural actúe, las características intrínsecas se repiten: 1) gratuidad y un gran volumen necesario en el uso del recurso (agua, gas natural, minerales, etcétera); 2) la gran disponibilidad geográfica, es decir, zona no habitada por poblaciones importantes, en general, pero ocupada por comunas originarias, lo cual se debe a que las condiciones de vida que en estas localidades y zonas periféricas se deben enfrentar son muy agrestes, lejos del confort de las ciudades; incluso, en muchos casos, compartida entre regiones y países, ampliando los potenciales y los alcances concretos de explotación; 3) falta de profundidad y alcance legislativo en materia de protección y conservación de las regiones, el país receptor y los países limítrofes; 4) carencia de iniciativas en la creación de leyes ambientales, su reglamentación y aplicación en favor del ambiente, controlando las acciones antrópicas y los límites de la sostenibilidad del desarrollo en los diferentes ambientes en la línea de integración de comunidades, localidades, regiones y países; 5) la falta de una jurisprudencia que se funde en una profunda relación entre el ambiente (componentes físicos, químicos, biológicos y psicosocioculturales), las normativas jurídicas “ambientales” y el control de las acciones antrópicas para que no vulneren el biopluralismo del ambiente sustentable; y 6) y de un mecanismo de inversión de las partes que funcionan minimizando el daño de una (la que realmente importa) y maximizando el daño sobre la otra (la que no influye sobre lo ambiental en lo inmediato).
 
Cabe aclarar que todas las acciones humanas influyen en lo ambiental; para dar un ejemplo, cuando se habla del daño ambiental que provocan las empresas de producción de celulosa, se enfoca la atención en la contaminación del ambiente, que por supuesto ocurre. Sin embargo, el mayor daño está dado por la utilización masiva del agua. Nuevamente la pantalla funciona, produciendo otras verdades, pero no la verdad relevante que, en este caso, es el acceso directo a un recurso natural fundante para la vida, ya no sólo para las diferentes localidades de los países geográficamente involucrados, sino para el planeta. Cuando esta pantalla se quita, lo que queda al descubierto es el peligro del futuro común y la razón del desmoronamiento demográfico que, como respuesta, con el tiempo se sumará el daño a un ambiente que, además de estar agotado, arrastrará la contaminación.
 
Los mecanismos de privación de la verdad son potentes satisfactores defensivos de aquello que quiere escucharse y comprenderse sobre una determinada realidad o hecho. En las primeras líneas de introducción señalábamos un mecanismo de privación “micro”, es decir, a nivel local o regional. No obstante, existen mecanismos macro más complejos, ya que este nivel trae muchos conflictos de intereses. Cuanto más global es la necesidad, mayores y variados son los intereses de las personas involucradas, las cuales pasan a ser desdibujadas de la cuestión, pues necesitan de representaciones encabezadas por organizaciones institucionales o que las representen en caso de orden mundial.
 
Como se dijo, lo macro trae conflicto de intereses y si esta globalidad es la mayor que puede esperarse, se necesita un mecanismo más contundente a la hora de convencer a más gente (de diferentes países), porque hablamos de una escala mundial y ya no es lo que le pasa a una ciudad y sus alrededores sino a la biósfera. Por eso, históricamente hablando, el primer mecanismo de privación de la verdad global a nivel macro fue el del desarrollo sostenible de la producción capitalista. Su origen, como concepto y luego mecanismo, se produjo tras la aparición del informe llamado Nuestro futuro común en 1987, coordinado por Gro Harlem Brundtland en las Naciones Unidas, en el que se argumentaba: “satisfacer nuestras necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas”. En realidad, la historia lo demuestra, mecanismos como éste sólo pueden ser evidenciados en su eficacia global y en plazos a futuro; en él encontramos nuestro actual presente y descubrimos que ha sido a la inversa, pues si bien tiene que ver con la satisfacción de las necesidades actuales, compromete las necesidades de las generaciones futuras.
 
Hoy se sabe que el desarrollo y el crecimiento económico tienen un límite de carga para el planeta; la sostenibilidad en estos términos, como argumento para preservar el planeta, se transforma en una herramienta capitalista y, por lo tanto, insistir en él representa un mecanismo de privación de la verdad global. En palabras más llanas, está agotado y al sostenerlo se convierte en una pantalla que sirve para que la producción capitalista siga su camino, escondiéndose tras estos argumentos, traducidos en porcentajes que hoy marcan claramente que el biopluralismo es una utopía (derecho ontológico). Lamentablemente, la realidad nos señala la continuidad de un antropocentrismo más silencioso, pero igual de contundente.
 
Este mecanismo de la sostenibilidad es el más antiguo y el más multiculturalmente aceptado porque de alguna manera reconocía la competencia humana para dañar la capacidad de autorregulación (no la negaba) y ese reconocimiento le ayudó a permanecer en los deseos de las personas y en la factibilidad del capitalismo de perdurar su acción empresarial sobre el futuro —que ahora en lo ambiental tenemos como presente.
 
Los mecanismos de privación de la verdad ambiental son un fenómeno complejo, no importa si su alcance es comunal, local, regional, nacional o global, siempre tienen un punto de origen y uno final. El primero pretende engañar a la comunidad o al mundo, desvinculándolo del daño original o esencial, manteniendo la fachada de la sustentabilidad para el proceso sociocultural. El segundo tiene un sentido económico para las empresas y para los coactivos con estos masivos emprendimientos invasivos y extractivos sobre la naturaleza, para apropiarse humanamente y no salvajemente con el fin de extraer los recursos de manera incontrolable. Entre estos dos puntos extremos de análisis tenemos los mecanismos para que cualquier acción sobre el ambiente se cubra con una fachada reforzadora de la sostenibilidad y de este modo es incorporada como proceso cultural relacionado con la comunidad.
 
Viendo las limitaciones que ofrece la aproximación al tema de la sostenibilidad, llegamos al fin de la misma y esto está claramente planteado por la ciencia actual, que infiere el fin del desarrollo, para así no caer en la trampa de una nueva mutación del mecanismo de privación de la verdad sobre la sostenibilidad, del que se está comenzando a hablar, pues se le divide en una sostenibilidad blanda y otra dura. Hoy día, hay voces que se alzan como fieles representantes al ambiente al denunciar las heridas de la Tierra, como la de Bill McKibben, quien sostiene que los seres humanos debemos renunciar al crecimiento económico y organizarnos sobre el principio de una sabia conservación de los recursos. Por lo tanto, clarificar la sostenibilidad forma parte del entendimiento de que se ha acabado el tiempo y ha llegado la hora de la verdad ambiental.
 
Una herramienta planetaria
 
Este siglo quizás sea el más importante en materia socioambiental y, a la vez, el más dependiente de la educación para difundir el mensaje de la relevancia del logro de una verdadera sustentabilidad. Para seguir con la argumentación que fortalece esta hipótesis, la desplegaré en diferentes órdenes argumentativos. En primer lugar, puedo asegurar que en la actualidad no hay sociedad ambiental ni soberanía ambiental ni ninguna cultura en este sentido, por ello, previamente las personas deben se educadas en, sobre y para el ambiente, algo que aún no tenemos claro cómo resolver en el plano metodológico. La educación ambiental es el motor que alimenta una dimensión sociocultural que entiende al ambiente como el pilar que garantiza el futuro y lo relevante de la función que la humanidad educada deberá enfrentar para la resolución de los problemas ambientales y el futuro de la Tierra. Por eso, en segundo lugar, podemos plantear que la educación ambiental es como un nuevo conocimiento, regido por una ideología ambiental darwinista, sobre la relación profunda del hombre con el ambiente, del cual él mismo no puede separarse, con todo lo que esto implica a nivel biológico, psicológico, social y cultural.
 
En tercer lugar, es necesario presentar la educación ambiental como parte de una nueva área del conocimiento escolar dentro de la nueva pedagogía. La razón es muy simple, pues su vigencia histórica, cada vez con mayor fuerza y realismo, la ha traído a nuestro actual siglo como una acción educativa en, sobre y para el ambiente y, además, como un verdadero paso integrador de nuestra deficiente sistemicidad para con la naturaleza. En consecuencia, educar para un dinamismo socioambiental trae aparejado una importante problemática, ya que la realidad ambiental ha superado a lo político y esto es una verdad indiscutible. En este nuevo contexto se imponen estrategias pedagógicas diferentes, que optimicen esfuerzos para abordar con profundidad el conocimiento sobre: los descuidos, la improvisación, las agresiones antrópicas, las soluciones, los derechos y las obligaciones que tenemos en cuanto a la protección y conservación del ambiente, y esto sólo puede concientizarse desde la educación ambiental.
 
En cuarto lugar, convendría no olvidar que la educación ambiental es la única área del conocimiento que se apoya en el futuro para enseñar la importancia del presente ambiental. Desde esta inversión de las partes se impone en la enseñanza un cambio en la humanidad para gestionar el desarrollo hasta aquí concretado desde una nueva sostenibilidad, no importando el lugar del mundo en que se viva. Sólo se logra este bien cultural, diría sin dudas al respecto, al integrar la actividad antrópica con la realidad de las consecuencias, sobre todo en los procesos de autorregulación de la naturaleza, es decir, con la manutención del potencial de la misma para reponerse de los desechos de la actividad productiva. Pero dicho así parece un proceso matemático que, aunque también es científico, no es arbitrario. Por eso, el nuevo comportamiento sustentable del sujeto, como parte del ambiente, exige la modificación en las concepciones éticas y biológicas, psicológicas, sociales y culturales. Es la respuesta esencial que permitirá la modificación de la idea de seguir creciendo por la de administrar mejor el crecimiento logrado, ahorrar los recursos no renovables y crear alternativas de reemplazo verdaderamente sustentables. Esto último es un agregado clave desde donde debería partir un nuevo paradigma como el de la nueva sustentabilidad que se amplía a otra forma de vivir bajo los principios recíprocos socioambientales de la protección y la conservación, ejes de las sociedades ambientales futuras.
 
En quinto lugar, puedo aseverar que una visión, de tipo integral, tiene como centro la relación hombre, sociedad y naturaleza, y desde allí argumenta la necesidad del desarrollo sostenible que ya es importante denominar formalmente como ampliado hacia un eje orgánico en la obligación de orientar el desarrollo sobre bases ecológicas, diversidad cultural, igualdad, equidad y participación social. Para este cometido, nada sencillo, dada las características de este enfoque integrador, se debe pasar por un proceso educativo ambiental compuesto por tres fases dinámicas.
 
La personalización ambiental. Proceso por el cual una persona comprende, interoriza y construye, a lo largo del tiempo, su relación de vida en el ambiente. Ésta no está sujeta a un juicio de valor, es decir, si está bien o mal la relación y las acciones antrópicas que las integran. Justamente, esta neutralidad, es la que exige la presencia mediadora de la educación ambiental para todas las personas.
 
La pluralización ambiental. Proceso por el cual la persona se apropia, mediante la internalización de la personalización ambiental, de un sistema sociocultural común y refuerza el tipo de personalización ambiental y el futuro de su relación de vida en el ambiente.
 
La reciprocidad ambiental. Es la alteridad subjetiva ecoambiental construida a lo largo de los años por lo interiorizado e internalizado (en y sobre el ambiente) a partir del referente del “otro” y su comunidad, conformando una determinada representación mental de la relación que tenemos con el ambiente.
 
Conclusión
 
Una de las principales acciones que la educación ambiental demanda para este siglo es su incorporación como disciplina en la educación formal para poder así servir a la construcción de una cultura con respecto del ambiente, indispensable para una sociedad socioambiental, que necesita para ser soberana con él.
 
En los próximos cincuenta años (periodo que estamos recorriendo), los gobiernos de cada país deben regionalizar la protección del ambiente para aspirar a un planeta donde la gran mayoría de sus habitantes haya podido desarrollar una personalización ambiental biopluralista en los integrantes de cada comuna, logrando una pluralización ambiental nacional y regional como base planetaria.
 
El grito de la Tierra herida nos avisa y advierte: es como si hubiéramos retrocedido mientras construimos, como una paradoja que tiene el poder de condenar el derecho al futuro que tienen las generaciones que aún no han nacido y, entonces, entierra en un cementerio de palabras e ilusiones el mundo que podría haber sido
 
     

     
Referencias Bibliográficas
 
Brundtland, Gro Harlem. 1988. Nuestro futuro común. Alianza Editorial, Madrid.
Consejo General de Cultura y Educación. Documentos Curriculares. Dirección General de Cultura y Educación, Buenos Aires.
Fischetti, Mark. 2010. “Entrevista a Bill McKibben: ¿de veras necesitamos un crecimiento cero?”, en Investigación y ciencia, núm. 405, pp. 56 y 57.
Gogol, Eugene. 2007. El concepto del otro en la liberación Latinoamericana. La fusión del pensamiento filosófico emancipador y las revueltas sociales. Ediciones Herramientas, Buenos Aires.
Instituto Cultural Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. 2003. Política e inversión cultural. Ediciones CiCCus, Buenos Aires.
Iring, Fetscher. 1988. Condiciones de Supervivencia de la humanidad. Editorial Alfa, Barcelona.
Leff, Enrique. 1999. “Conocimiento y educación ambiental”, en Desarrollo sustentable, medio ambiente y población, a cinco años de Río, coespo-Gobierno del Estado de México-El Colegio Mexiquense, pp. 87-97.
Morin, Edgar. 2001. Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires.
 
en la red
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_____________________________
     
Daniel Naveiras
Centro Nacional de Desarrollo Deportivo, Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, Secretaría de Deporte de la Nación, Argentina.
 
Es licenciado en Gestión y administración de la educación por la Universidad Nacional de San Martín en Argentina; es profesor de Educación física en el Instituto Superior de Educación Física “Palomar de Caseros”, y es entrenador nacional de atletismo en el Instituto Nacional de Deportes.
     
_____________________________      
 
cómo citar este artículo
 
Naveiras, Daniel. 2015. La Tierra herida: por soberanía ambiental. Ciencias, núm. 115-116, enero-junio, pp. 128-137. [En línea].
     

 

 

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