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¡Oh muerte!, ¿dónde está tu victoria?
 
 
Stephen Jay Gould
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El pretendido caso clásico de extinción como resultado de la inferioridad competitiva ya no puede sostenerse. Durante la mayor parte del Terciario –la lla­mada era de los mamíferos—, Sudamérica era una isla continente, una especie de Súperaustralia, con una fauna autóctona que sobrepasaba en interés y particularidad a los marsupiales de Australia. Esa región posee sólo un orden exclusivo de mamíferos, los monotremas ovíparos—el equidna y el ornitorrinco—, mien­tras que, tiempo atrás, Sud­américa albergó varios órdenes que contenían anima­les singulares, desde los ta­xo­dontes, parecidos a los rino­ce­rontes pero no parientes de ellos —que Darwin descubrió durante su aprendizaje a bordo del Beagle—, hasta los litopternos, que le ganaron a los caballos en reducir los dedos de los pies de varios a uno solo —incluso las placas óseas laterales, vestigios de dedos que los últimos aún con­servan—, pasando por los perezosos gigantes y los gliptodontes. Había también otros seres singulares que aun cuan­do pertenecían a órdenes que también se encontraban en otros continentes, presentaban características propiamen­te sudamericanas; todos los grandes carnívoros, por ejemplo, eran marsupiales, incluyen­do a criaturas tan destacadas como el Thylacosmilus dientes de sable.
 
Todos estos animales han desaparecido, víctimas de la tragedia más grande ocurrida en los últimos cinco millones de años. Y por una vez no es culpa de los humanos, sino del surgimiento del istmo de Panamá, que aconteció hace apenas unos millones de años. Este istmo conectó Sudamérica con una fauna más cosmopolita, la de los continentes del norte. Los mamíferos de Nor­teamérica llegaron allí erran­do por el istmo y, desde la perspectiva tradicional, vieron y conquistaron. Lo que so­lemos ver como la moderna fauna “nativa” de Sudamérica –llamas, alpacas, jaguares y pecaríes— son emigrantes del norte que llegaron allí hace relativamente poco tiempo.

El punto de vista tradicional, con su tufo de metáfora ra­cista, opone una fauna septen­trional de formas armoniosas y rigurosamente adaptada, cur­tida por el rudo clima y una incesante competencia como consecuencia de las olas de emigrantes asiáticos y europeos, a una fauna sudamerica­na floja y estancada, que no conoce la competencia. ¿Qué posibilidad de ganar tenían los pobres taxodontes y liptoternos? Las formas norteame­ricanas llegaron por el istmo arrasando y las extinguieron. Mientras que sólo algunas de las formas inferiores de Sud­américa lograron desplazarse hacia el otro lado y sobrevivir. Por eso tenemos puercoespines, zarigüeyas y armadillos de nueve bandas; mientras que Sudamérica recibió todo un régimen nuevo.
 
Si esta historia fuese verdad, entonces también lo sería que la guerra es la ley de la vida y que la extinción implica derrota. Pero, ¿es correcta?, ¿la sostienen los datos exis­ten­tes?, ¿hubo más formas del norte que fueron al sur que lo inverso?, ¿en verdad fueron más elevadas las tasas de ex­tinción de las formas sudame­ricanas? L. G. Marshall y S. D. Webb se unieron a Raupp y Sep­koski en un segundo ar­tícu­lo, donde aplican los mismos métodos cuantitativos a la historia reciente de la fau­na en Sudamérica, y concluyen que varios aspectos de la his­toria tradicional no son verdaderos.
 
En primer lugar, el inter­cam­bio fue sorprendente­men­te simétrico. Miembros de ca­torce familias de Norteamé­rica residen actualmente en Sud­américa y representan 40% de la diversidad de fami­lias de Sudamérica; mientras que do­ce familias sudamerica­nas viven hoy en Norteamérica y cons­tituyen 36% de las familias norteamericanas. En la

es­cala más fina de género, la re­ducción fue también ba­lan­ceada en ambos lados del ist­mo. Los géneros nativos sudamericanos disminuyeron en 13% entre las faunas pre y postístmicas, mientras que los géneros norteamerica­nos lo hicieron en 11% duran­te ese intervalo. Es decir, casi el mismo número de familias se movieron con éxito en ambas direcciones y casi el mismo porcentaje de formas na­tivas se extinguió en ambos la­dos a raíz del intercambio ini­cial. ¿Por qué entonces el registro porta la imagen de una victoria de Norteamérica, de una hecatombe sudame­ricana?

Creo que tres razones sub­yacen en esta imagen: una so­cial, otra biológica pero más bien espuria, y una tercera, real e importante. Debemos considerar, en primer lugar, el chovinismo de la mayoría de los anglófonos de los Estados Unidos de Norteamérica —uf!, casi escribo “americanos”—; prácticamente todo aquello que se halla al sur del Río Bravo habla español y por tan­to está ligado con Sudamé­ri­ca. Sin embargo, una buena parte de Norteamérica se encuentra entre El Paso y Panamá, y la mayor parte de los emi­gran­tes de Sudamérica vi­ven allí, no en los Estados Uni­dos o en Canadá. Después de todo, el ecuador pasa por Qui­to, por una nación llamada Ecuador, y Sudamérica contie­ne más tierras tropicales que Nor­teamérica; es por ello que la mayoría de las formas sudame­ricanas emigrantes son tropi­ca­les o subtropicales en re­lación con sus preferencias cli­máticas, y su resi­den­cia natural en el norte es México y Centroamérica. La escasez de emigrantes sudamericanos en mi jardín trase­ro (a pesar de que una vez vi una zari­güeya) no es un argumento en con­tra de su abundancia o vigor.

En segundo lugar, la es­truc­tura taxonómica de las for­mas sudamericanas tuvo un ma­yor efecto sobre el con­junto de la diversidad de formas cuando ocurrió una re­duc­­ción similar en el porcentaje de géneros. Al emerger el istmo, muchos de los grupos autóctonos de Sudamérica se encontraban reducidos a una diversidad tan baja, que la desaparición de uno o dos géneros llevó a la extinción del gru­po entero. Mientras que pocos grupos norteamericanos se encontraban tan cerca del abismo. Si una de las faunas tiene veinte grupos, ca­da uno de ellos con un género, y la otra tiene dos grupos, cada uno con diez géneros, al ser removidos cuatro géneros de cada fauna desaparecerán cuatro de los grupos más grandes en la primera y ningu­no en la segunda.

Finalmente, aun cuando los emigrantes se movieron con igual éxito en ambas di­rec­ciones y las formas autóctonas declinaron de igual mane­ra, los de Norteamérica fueron mejores en una forma diferen­te e interesante. Cuando con­tamos los géneros derivados de los emigrantes después de que llegaran a sus nuevos lugares de residencia, encontra­mos una diferencia sobresaliente. Los géneros originarios de Sudamérica evolucionaron en Norteamérica de tal manera que engendraron pocos géneros nuevos, mientras que las formas norteamericanas fue­ron remarcablemente prolíferas en Sudamérica. Doce emigrantes primarios de Sud­américa dieron origen a tres géneros secundarios, mientras que veintiún géneros que migraron de Norteamérica ori­gi­naron a cuarenta y nueve gé­neros secundarios en Sud­amé­rica. Así, las formas norte­americanas tuvieron una radia­ción vigorosa en Sudamérica, llenando el continente con su fauna moderna, mientras que las formas sudamericanas tuvieron un éxito considerable en Norteamérica pero no una radiación tan extensa.

¿Por qué esta diferencia? Los cuatro autores citados plantean que una gran fase del surgimiento de los Andes creó una sombra de lluvia sobre la mayor parte de Sudamé­rica, lo cual llevó al reemplazo de la sabana arbolada que allí predominaba por bosques más secos, y desiertos y semidesiertos en algunas áreas. Quizá las formas norteamericanas tuvieron una radiación en un hábitat adecuado para su antigua forma de vida, mien­tras que las formas sudamericanas, al proseguirse la reduc­ción de su hábitat más favorable, vivieron un ocaso. O tal vez la explicación con­ven­cional es en parte verdadera, y las formas norteamericanas tuvieron una extensa radiación porque de manera inexplicable son competitivamente superiores a las originarias de Sudamérica. Sin em­bargo, la mayoría de las versiones de la superioridad competitiva no explican las tasas de especiación más elevadas, sino solamente el éxito en la batalla —lo cual lleva a una mayor duración de los emigrantes, asociada a tasas de extinción mayores entre los vencidos, ninguno de ellos componentes de esta historia. En cualquier caso, la vieja historia de “aclamemos al héroe conquistador que viene” –las olas de migración diferencial y las hecatombes que le siguen— no puede mantenerse más.
Stephen Jay Gould
Célebre paleontólogo y gran divulgador de la ciencia, creó junto con Niles Eldredge la teoría de la evolución de los equilibrios puntuados. Falleció en 2002.
Nota
 
Este texto es un fragmento del ensayo “O Grave, Where Is Thy Victory?”, publicado originalmente en la revista Natural History y compilado en Hen’s Teeth and Horse’s Toes, Norton, Nueva York/Londres, 1984, pp. 343-352.

Traducción
César Carillo Trueba.
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como citar este artículo

Jay Gould, Stephen y (Traducción Carrillo Trueba, César). (2006). ¡Oh muerte!, ¿dónde está tu victoria? Ciencias 84, octubre-diciembre, 26-29. [En línea]
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