revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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  del tintero
 
     
Cacería
 
 
 
   
         
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Cacería  
Tedi López Mills  
Hoy he pospuesto la experiencia
a favor de un mito breve de caridad
donde la lluvia y la conciencia paralela
se perciben al mismo tiempo,
el ojo místico cedido al pasto,
la mente en vela con su hueco de agua,
y más allá el diluvio previsible,
el lodo con los atributos del espíritu,
lento y aglomerado y dispuesto
a cubrir una extensión vacía
hasta mermar las esquinas del patio,
mezclar la pureza del territorio
con el miedo y otro instante
que atraviesa esa orilla de piedad,
el moho y la idiosincracia de sus bordes,
las grietas del mal agüero en la losa
donde he visto la cacería
del gato repentino y el pájaro sin nombre
en la misma viga de una luz diagonal,
sus dos latidos entre cada punta,
el salto del lomo arqueado
y las plumas sueltas entre las gotas
cuando las garras atrapan
el aleteo tan agudo
que parece inventado por las uña
para interrumpir el silencio
 
de una muerte que cambia de naturaleza,
un diente por otro diente,
un pico sesgado y no la otra mejilla,
ninguna compasión duradera
que separe el intento de un acto perfecto,
la víctima tan precisa como el verdugo
en esta escena bajo la lluvia
que no detengo con la mano
encharcada en la sangre,
ni oculto el desperdicio
que deja el gato en la tierra insepulto,
apenas acuñado por un arroyo pasajero
cuando la noche se aproxima
y la visión encabalgada
con el rastro del día
revela que la matanza fue marginal,
un dato, no un destino,
esta muerte en las afueras,
esta muerte por la boca,
igual en cada caso,
aunque medre con la culpa fortuita,
el amago redentor de un cómplice
que se abstuvo cuántas veces
para que el gato puliera hasta el fin
o hasta la blancura esas alas abiertas.
tinero01
Elefante y Arquímedes
Pedro Serrano tintero02
Sacude las costras terrosas y gruesas,
 
Las ancas enormes, la falda de olanes,
 
Levanta las patas temibles y abruptas,
 
Arrastra las plantas.
 
 
Avienta su trompa toda una conjura,
 
Retumba en el cielo una furia de cirros
 
Y con un berrido desproporcionado
 
Se arroja al pantano.
 
Allí, revolcando las aguas grumosas,
Como si del cielo cayera ese trueno,
Esta turbia mezcla de lodo y de grasas
Sumerge su rabia.
 
La ciénaga se abre y acoge su peso,
Las ondas rodean su mole furiosa
Y en la densa masa que desplaza el ansia
La bestia se aquieta.Chivi57
       
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Carlos Rafael Vázquez Yanes
(1945-1999)
 
 
 
Mariana Rojas Aréchiga
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Carlos nació en Maracaibo, Venezuela, el 23 de agosto de 1945 y obtuvo la nacionalidad mexicana en 1955. Estudió la licenciatura (1968), la maestría (1971) y el doctorado (1974) en Biología en la Universidad Nacional Autónoma de México, y asistió a varios cursos y estancias de investigación en Bélgica, Francia, Estados Unidos e Inglaterra. Desde 1980 fue investigador de la unam, primero en el Instituto de Biología y posteriormente en el Instituto de Ecología. Fue Investigador Nacional desde 1984. En ese mismo año recibió un premio de Ciencias Naturales de la Academia de la Investigación Científica. En 1990 fue nombrado miembro honorario de la Sociedad Botánica de México. En 1993-1994 fue Harvard Forest, “Charles Bullard Fellow” de la Universidad de Harvard en Cambridge, ma. En 1995 recibió la  Medalla al Mérito Botánico de la Sociedad Botánica de México y en 1996 ingresó a la Academia de Ciencias del Tercer Mundo.
 
Fue un profesor distinguido, impartió numerosos cursos de licenciatura en la Facultad de Ciencias de la unam y en la Unviersidad Autónoma Metropolitana de Iztapalapa. Es fundador en México de los cursos de posgrado sobre fisiología ecológica de plantas y adopción de plantas leñosas nativas para la restauración y reforestación.
 
Fue un pionero en México en estudios de ecofisiología de semillas de bosques tropicales. Trabajó durante más de veinte años en temas de ecología vegetal, principalmente en aspectos de ecofisiología vegetal de germinación y establecimiento de plantas del bosque tropical. Como resultado de sus investigaciones, produjo aproximadamente 60 artículos de investigación, la mayoría en revistas de circulación internacional, editó dos libros científicos y escribió 26 capítulos de libros y numerosos artículos además de cuatro libros de divulgación científica. El artículo “The tropical rain forest: a nonrenewable resource” escrito por A. Gómez Pompa, C. Vázquez Yanes y S. Guevara en la revista Science de 1972, es el más citado en la historia de la ecología latinoamericana. Dirigió numerosas tesis de licenciatura y posgrado, y en diversas ocasiones fue miembro de comités editoriales de varias revistas, entre ellas, Tropical Ecology, Boletín de la Sociedad Botánica de México, Anales del Instituto de Biología, Ciencia de la Academia de la Investigación Científica y Acta Botánica Mexicana. Participó aproximadamente en 35 congresos o reuniones nacionales e internacionales e impartió cursos cortos sobre su especialidad en el extranjero (Brasil y Cuba).
 
La ciencia perdió a un gran científico y los que tuvimos la fortuna de conocerlo perdimos a un gran colega y amigo. Que en paz descanse.Chivi57
 
 

Mariana Rojas Aréchiga
Instituto de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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como citar este artículo
Rojas Aréchiga, Mariana. (2000). Carlos Rafael Vázquez Yanes (1945-1999). Ciencias 57, enero-marzo, 17. [En línea]
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Un maestro entusiasta
 
 
 
Daniel Piñero
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La primera vez que oí el nombre de Carlos Vázquez Yanes fue en 1972, cuando yo era consejero técnico alumno de la carrera de biología en la Facultad de Ciencias de la unam. En ese entonces, había apenas alrededor de cinco profesores de tiempo completo en biología (ahora hay más de cien). Carlos Vázquez, según me dijo el maestro Juan Luis Cifuentes, entonces secretario general, estaba recién doctorado y junto con Judith Márquez, Sergio Guevara y Jorge González formaban un grupo de botánicos que, como hemos visto y lo predijo el maestro Cifuentes, cambiarían el rumbo de la biología en la Facultad de Ciencias, profesionalizando tanto la docencia como la investigación. Excepto a Carlos, a los demás los conocía porque habían sido mis maestros y sabía cuales eran sus áreas de investigación. Respecto a la ecofisiología, no sabía lo que estudiaba y me prometí aprender más de ella.
 
 
Desgraciadamente, Carlos estuvo en la Facultad de Ciencias poco tiempo y luego se fue a la uam Iztapalapa. En esa época, entre 1975 y 1976, yo pensaba como una posibilidad pedirle trabajo a Carlos. Una de las últimas veces que fui a la uam-I, en 1998, lo hice como parte de una comisión especial que formó el Rector, el Dr. Gázquez. Mientras esperábamos, Carlos me contó cómo cuando él se fue a la uam-I, ésta era concebida como el Harvard de México. Tenían un presupuesto casi ilimitado, equipo, vehículos, prácticas de campo en lugares exóticos, y demás. Carlos me lo contaba como una anécdota, pero estoy convencido de que a la biología mexicana, como Carlos la quería, le ha faltado tener mucho más para poder alcanzar objetivos ambiciosos. De esas generaciones de la uam-I tenemos investigadores apasionados, creativos y muy capaces y estoy seguro de que las condiciones que tuvieron al inicio de sus estudios fueron importantes en su desarrollo académico.
 
 
Después de varios años, en 1980, supe que Carlos se había incorporado al equipo del Dr. Sarukhán en el Instituto de Biología de la unam. Esto, con la idea de continuar los esfuerzos del maestro Faustino Miranda y del Dr. Arturo Gómez-Pompa por formar un grupo de ecología en la unam, que en 1973, por razones de politiquería y mediocridad, se vieron fragmentados.
 
 
En 1982, a mi regreso de hacer el doctorado, Carlos ya era un mito para mí. Mi mayor asombro era cómo él y su grupo podían trabajar en un lugar tan pequeño como lo era el cubículo del departamento de botánica que compartía con Alma Orozco: se corrían las cortinas y hacían un experimento, se abría la puerta y se volvía sala de seminarios. Fue entonces —por razones que tenían que ver con la creación del doctorado en ecología y del departamento de ecología— que debí revisar por primera vez su currículum vitae. Carlos era extremadamente productivo y creativo. Su enfoque experimental, su visión de la germinación, sus semillas recalcitrantes, que como él, no se cuecen al primer hervor, eran los rasgos del maestro universitario ejemplar, producto de los esfuerzos de los maestros Miranda y Gómez Pompa que iniciaron la Escuela mexicana de ecología tropical.
 
 
Así, la presencia de Carlos en nuestro grupo, se debió, como lo fueron después la de Hugh Drummond, Exequiel Ezcurra y Jorge Soberón, a la necesidad de incorporar líderes académicos formados en otras áreas y escuelas para fortalecer la política de formación de estudiantes de doctorado en el extranjero que fuimos estudiantes del Dr. Sarukhán en la licenciatura o la maestría. Carlos fue entonces uno de los pilares más importantes del grupo, y por ello el entonces Centro de Ecología le otorgó la medalla “Faustino Miranda” en 1992. Fue, hasta 1999, el único investigador nivel III del Sistema Nacional de Investigadores, además del Dr. Sarukhán. Es decir, por un lapso de 15 años desde que se creó el departamento de ecología en el ibunam. De estos años recuerdo el liderazgo de Carlos en varias ocasiones. Por ejemplo, en el foro local del ceunam para el Congreso de 1990, Carlos dijo que los dos problemas más importantes de la unam eran (y todavía lo son): la burocracia y la mediocridad. Fue consejero interno, consejero técnico, jefe de departamento, director interino. Carlos siempre mostraba su absoluta honestidad, profesionalismo y capacidad para tener claros los problemas y soluciones académicos. A él le debemos el acuerdo del consejo interno de 1998 sobre políticas de contratación y permanencia de nuevos investigadores, que sin duda ha significado un avance fundamental en nuestro instituto. Siempre que le pedí ayuda, consejo o que estuviera en un cargo con responsabilidades administrativas, Carlos aceptó con gusto y lealtad. Hace un año y medio me dijo que quería renunciar a la jefatura del departamento de Ecología Funcional y Aplicada (a su decir formado de retazos). Le comenté entonces que era libre de decidir, pues su compromiso institucional ya había sido demostrado incontables veces. Se dedicó entonces a un proyecto de restauración ecológica que le adjudicó el comité respectivo del Conacyt por 4 millones de pesos, sin chistar y con un gusto enorme. Carlos era querido y respetado en todos los ámbitos de la investigación y la cultura en México.
 
 
El último artículo suyo que leí en el número de septiembre-octubre de 1999 de la revista de la Universidad, sobre los fósiles recién encontrados de homínidos de Atapuerca, en España, me acercó todavía más a él. Allí Carlos escribió “Finalmente los mismos seres humanos modernos, Homo sapiens, coexistieron con una o más especies humanas hoy extintas […] Las consecuencias del contacto entre dos o más especies de seres humanos —mucho más distintas en lo físico y lo cultural de lo que pueden serlo las actuales razas humanas— resultan un tema fascinante para especular sobre los probables acontecimientos resultantes de ese contacto y sus posibles consecuencias en el desarrollo de la conducta humana moderna”. Es muy clara su sensibilidad a la posición del hombre en la naturaleza, su humildad ante los principios de la biología, la astronomía, la arqueología, la ecología. Nunca perdió la capacidad de sorprenderse, de ser un niño pequeño que descubre aquello que está por ser descubierto. Atapuerca y sus fósiles se lo hicieron ver claramente, y él, como siempre, así lo interpretó. Éste es un rasgo típico de los grandes descubridores. En los días que leí su artículo recibí de mi madre como regalo el libro de Atapuerca. Le iba a preguntar si lo tenía, si lo había leído. Ya no lo hice, pero estoy seguro que como mi corazón, el suyo se llenó de placer al descubrir que Atapuerca escondía, como sus semillas, un universo maravilloso por conocer, y que como él con las semillas, los investigadores de Atapuerca le dieron al mundo dos cosas de gran valía: por un lado, su descubrimiento, y por el otro, su vida misma.Chivi57
 
 
Gracias Carlos.
 
Daniel Piñero
 
Diciembre 6, 1999.
Instituto de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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como citar este artículo

Piñero, Daniel. (2000). Un maestro entusiasta. Ciencias 57, enero-marzo, 14-15. [En línea]

 

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Un pionero de la ecología
 
 
José Sarukhán
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Conocí a Carlos alrededor de 1966, cuando iniciaba, junto con Sergio Guevara, su tesis de licenciatura bajo la dirección del Dr. Arturo Gómez Pompa. El grupo que empezaba a trabajar en ecología, en particular de las zonas tropicales de México, era en ese entonces muy reducido y estaba relacionado, de una manera u otra a la unam, fundamentalmente con el Instituto de Biología y su jardín botánico; así teníamos contacto entre nosotros. Sin embargo, para mí no era tan frecuente ese contacto debido a que trabajaba en el inif y pasaba largos periodos en el campo.
Fue hasta que ingresé al Instituto de Biología como investigador, a mi regreso de hacer el doctorado, que empecé a tener mayor relación personal y académica con Carlos. Siempre me impresionó su forma de pensar acerca de problemas en ecología; me parecía una combinación muy especial de sencillez y originalidad en sus ideas.
Por razones que no me quedaron nunca claras, Carlos no pudo —o no quiso— ingresar al Instituto de biología en los años 70, donde estaba su tutor, Arturo Gómez Pompa. Tampoco se unió al esfuerzo de echar a andar el nuevo inireb en Xalapa. Su decisión tomó por el rumbo de apoyar el desarrollo de la uam en Iztapalapa. Recuerdo mucho su gran entusiasmo en construir de la nada un grupo y la infraestructura necesaria para iniciar allí investigación en ecología. Para entonces, Carlos ya había decidido claramente dedicarse al estudio de problemas en ecofisiología, especialmente de semillas de zonas tropicales. Mi interacción con él fue creciendo con el tiempo, sobre todo alrededor de nuestro interés en problemas de germinación. Colaboramos en el diseño y construcción de un equipo para realizar experimentos complejos sobre este tema. Este esfuerzo, que tomó mucho tiempo, terminó con la única publicación que produje en colaboración con Carlos. A estas alturas, yo ya tenía a mi cargo la dirección del Instituto de Biología.
Cuando mi propio grupo de trabajo en ecología empezó a crecer y a conformarse con estudiantes que regresaban de sus doctorados en el extranjero, invité a Carlos a unirse a lo que sería primero el Departamento de ecología del ibunam y después se convertiría en el Centro de Ecología. Recuerdo que al principio no quiso aceptar la invitación. Sin embargo, alrededor de un año después, recibí una llamada de él, preguntando si la oferta de entrar a la unam estaba aún en pie. Tardó más él en hacer la pregunta que yo en contestarle entusiastamente que sí.
El ingreso de Carlos al Centro de Ecología fue, desde el punto de vista académico, una de las adiciones más enriquecedoras para el proceso de crecimiento y consolidación en que éste se encontraba. Su madurez de pensamiento, así como su enorme calidad humana, hicieron de él una de las piedras fundacionales de lo que ahora es y representa el Instituto de Ecología de la unam. Recuerdo con enorme agrado las múltiples reuniones en que diseñábamos los estudios sobre la ecología de la selva de Los Tuxtlas, mismos que hacíamos en colaboración con el grupo de Stanford de Harold Mooney.
Por razones de la responsabilidad que adquirí a partir de la fundación del Centro de Ecología, en 1988, no pude tener el contacto y la interacción personales con Carlos que me hubiesen gustado tanto, y de los cuales seguramente yo habría sido el más beneficiado. A pesar de ello, los breves espacios que teníamos para comentar lo que él hacía en investigación, y los relatos de sus múltiples viajes, siempre me resultaban gratos; mi aprecio por él como ser humano y mi respeto por su solidez académica se incrementaban a cada encuentro.
No tenerlo ya entre nosotros es, sin duda, una gran pérdida. No sólo en el aspecto académico, que ya sería bastante, sino también en la gentileza que incesantemente emanaba de su forma de ser y de conducirse. Su recuerdo permanecerá, no obstante su ausencia, de forma imborrable.Chivi57
 
 
José Sarukhán
Instituto de Ecología,
Universidad Nacional Autónoma de México.
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como citar este artículo

Sarukhán, José. (2000). Un pionero de la ecología. Ciencias 57, enero-marzo, 16. [En línea]

 
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Una obra abierta
 
 
 
Alma Orozco Segovia
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Carlos Vázquez Yanes fue un  pionero en México y el mundo en el campo de la ecofisiología vegetal. Realizó la mayor parte de su trabajo de investigación en la Estación de biología tropical Los Tuxtlas, ubicada en el estado de Veracruz. Su principal interés fue entender los mecanismos por medio de los cuales las semillas de las especies pioneras reconocen las condiciones ambientales adecuadas para germinar y su papel en la regeneración de la selva. Los trabajos derivados de su tesis doctoral son ahora clásicos en la literatura científica internacional.
 
Debido a que los instrumentos para medir los parámetros ambientales y el equipo para realizar sus experimentos de investigación eran escasos, de difícil manipulación y muy costosos, se dio a la tarea de diseñar no sólo los experimentos, sino el equipo para llevarlos a cabo. En un principio, su trabajo fue de gran interés para aquellos estudiosos de los procesos de regeneración de las selvas altas perennifolias en el trópico húmedo. Sin embargo, a principios de los 80, el Dr. H. Smith, fisiólogo especialista en el estudio de los fitocromos (pigmentos fotorreceptores de la luz), reconoció a Carlos Vázquez Yanes como uno de los investigadores, que gracias a experimentos de sencilla elegancia, había contribuido a entender el papel ecológico de la luz en la regeneración de la vegetación en general.
 
Su trabajo de investigación se enfocó, en un inicio, a los efectos de la luz y la temperatura en la germinación. A finales de los 70 y hasta principios de los 90, diversificó su trabajo y caracterizó la forma en que estos dos factores varían en las selvas altas; sus trabajos al respecto están publicados en Ecology y Physiología Plantarum. Estudió las distintas etapas por las que pasan las semillas desde su formación hasta la germinación, lo cual incluye la relación entre la dispersión endozoócora y la germinación, la permanencia de las semillas en el banco de semillas del suelo y los cambios en los mecanismos de germinación y en la viabilidad de las semillas. Después, dirigió los primeros trabajos sobre las relaciones entre la planta y la atmósfera en áreas tropicales, y reportó la primera planta arbórea que presenta fijación nocturna de CO2 (cam). Para ese entonces, el Dr. Vázquez Yanes ya era considerado el ecofisiólogo vegetal de mayor prestigio en México y  contaba también con reconocimiento internacional. La mayor parte de su obra ha sido tomada en cuenta y se le ha dado relevancia en el libro Seeds: ecology, biogeography, and evolution of dormacncy and germination, publicado por Baskin C. y Baskin J. en 1998.
 
En la década de los 90 surgió en Carlos Vázquez la inquietud de vincular la investigación básica con la investigación aplicada; cuidó siempre mantenerse al tanto de las investigaciones que definen el estado del arte en la ciencia. Para ello se propuso continuar el desarrollo de las siguientes líneas de investigación:
 
• Conservación  del germoplasma, tanto de especies ortodoxas como de especies recalcitrantes, y su relación con la recuperación  y conservación de las comunidades vegetales.
• Propagación vegetativa de las especies nativas en diferentes tipos de comunidades vegetales sin poner en riesgo la variabilidad genética.
• Cambios fisiológicos en las semillas de las  especies cultivadas durante el proceso de domesticación.
• Técnicas utilizadas por los agrónomos para producir semillas que den lugar a plantas más vigorosas y más resistentes a condiciones extremas, con fines de reforestación.
• Recopilación de información acerca de especies silvestres útiles para considerarlas en los programas de reforestación.
• Interacción de los mecanismos de resistencia, la genética y el ambiente, en el establecimiento y el éxito de las plantas.
• Procesos de aclimatación y de aclimatización de las plantas para incrementar el éxito de los programas de reforestación.
 
El Dr. Vázquez Yanes también defendió la importancia de seguir apoyando los estudios florísticos y faunísticos de nuestro país, no sólo con el propósito de conocer su riqueza biológica, sino también con fines prácticos. La mayoría de los trabajos realizados por Carlos Vázquez y sus colaboradores fueron originales y constituyeron aportaciones importantes a la ciencia; más de 133 trabajos publicados no reflejan en su totalidad la trascendencia de su trabajo. Su ausencia no sólo deja un gran vacío en el aspecto académico, también significa la pérdida de un ser humano extraordinario. Para concluir sus proyectos se requiere el compromiso de su equipo de trabajo y los alumnos que formó, así como la incorporación de investigadores en diferentes áreas, dada la amplitud de los temas que abordó. Como legado nos ha dejado sus invaluables aportaciones a la ciencia y una importante tarea por cumplir.Chivi57
 
Alma Orozco Segovia
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como citar este artículo

Orozco Segovia, Alma. (2000). Una obra abierta. Ciencias 57, enero-marzo, 12-13. [En línea]

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