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La Selva Lacandona
en busca de cuenteros |
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Armando González | |||||||||||||
No me muevan de aquí, que mi cuerpo, esencia
de Tierra y plantas, las busca como ellas al calor, la luz. Si me despiertan, desprenderán el rompecabezas, el sentir de una invitación discreta de volar, con escudo-jaguar, sobre su rodela de palma, distinguida, mordiendo nubes repletas de un sabor a humedad. Así nos interceptaba su hermano emperador de Yaxchilán, pájaro-jaguar. Abajo dejaba un cuerpo inerte, con la impresión de abandono, sin alma, dormido, cubierto por un escudo rodeado por las huellas de un jaguar.
Volando por encima de la selva escuchamos un fuerte alboroto: miles de cigarras y guacamayas cantando en coro. Arriba, la luna, oculta, arroja un polvo, penetra en mis poros, me sensibiliza. Entiendo ahora todo, y pregunto a mis custodios. ¿Por qué esta tonta insistencia de comunicarse conmigo?
Es sólo que estás regresando con nosotros, como hace miles de años. Te reconocemos tus primos, tíos, abuelos, hermanos, en forma de emperador, planta, árbol, animal; festejamos los años de espera que dilataste en ser-humano, deteniéndote a soñar a nuestro lado. ¡Vuela! ¡disfruta lo que eres ahora!, un mensaje de los templos mayas, sigue siendo el que nos cuenta y narra historias…
—¡FALSO! ¡Todo esto es falso! ¿Cómo estoy hablando con un pájaro? Es una broma, la mirada se me enturbia, no fijo mi vista en nada… parece que vamos perdiendo altura, y no dejo de dudar ¿cómo estoy volando sin alas de metal, por esta hermosa selva moribunda? Sí, ¿es verdad que perdemos altura?, ¡suéltame a morir con esas ceibas! ¡Está muy alto!
—¡No importa!… Sentí un gran vacío… caía, caía directo a las ramas de un Huanacastle, yo no quería. Y sin entender todavía bien cómo, me encontraba de nuevo volando con mis dos amigos que decían:
—¡Lo ves! Puedes volar, dejando que tu mente conquiste al cuerpo, no te arrepientas más, por lo que eres o no fuiste, sólo vuela con nosotros, olvida todo, no lo dudes, de lo contrario, te irás soltando de nosotros, poco a poco, hasta encontrar tu imagen dormida, bajo una sombra triste y fría…
—Volvimos a elevarnos sobre un largo manto verde, abundante en vida, dejando atrás potreros y terrenos baldíos, con ramas secas, podridos. Un resplandor de agua nos hizo bajar a tierra, y adivinamos el sabor que brota en aquel rincón, en cada gota, idéntico, húmedo como el de arriba.
En el manantial, bebiendo, el viento tradujo un sonido extraño, ¡peces cantando con cangrejos!, ¡Hey! ¡Lo ven! ¿Escuchan, digo? ¡Qué simpático se comunican ellos allá abajo!
Me percaté que estaba solo, y una voz que parecía salir del follaje, a lo lejos, me aconsejaba.
“No pierdas las ganas de soñar, siéntete si es necesario roca, flor o gusano, tal vez tengas suerte y te conviertas en una libélula-caballo del diablo, o tengas que esperar caudales o vientos, que muevan tu cuerpo, esparzan tu polen, para que encuentres aquello con lo que piensas dar: tu inmortalidad entre nosotros, en ti mismo, en letras o vivencias que te arrojen a fantasear.
Ahora te protegen un escudo y las huellas de un jaguar, no reprimas tus ilusiones, no te abandonaremos, porque aquí podremos grabar tus historias, sobre la piel de los arboles, hojas-de-papiro-amate, háblanos más de peces y cangrejos, para que aconsejemos a las nuevas ramas, a lanzarse por los cielos, en busca del infinito posible de los cuentos.”
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Armando González M.
Verano de 1991, Chiapas.
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cómo citar este artículo →
González M., Armando. 1992. La Selva Lacandona en busca de cuenteros. Ciencias, núm. 28, octubre-diciembre, pp. 79. [En línea]. |