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El Prometeo Quetzalcoatl César Carrillo T. |
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Los mitos fascinan por su vitalidad, su capacidad de allegarse elementos de diferentes épocas, culturas muy distintas, de recubrirse de actualidad al fusionarse con otros mitos, llenarse de sentido una y otra vez, perdurando a lo largo del tiempo, cuasi eternos. El mito de Prometeo es ilustrativo. Aliado incondicional de los humanos —se dice que él los moldeó con arcilla—, les proporcionó valiosos conocimientos —como construir una gran arca para salvarse del diluvio provocado por Zeus— y robó el fuego del Olimpo para ellos. Fue por eso que lo hicieron encadenar en el monte Cáucaso, adonde día con día llegaba un enorme águila que le devoraba las entrañas, las cuales se reestablecían durante la noche del ataque de la rapaz. Un castigo eterno para un ser inmortal.
El conocimiento científico ha sido asimilado al fuego por su acción civilizadora, por los beneficios que lleva a la humanidad, de ahí que Prometeo haya sido una figura rápidamente retomada como símbolo de la ciencia. México no es la excepción, sólo que aquí, tras la Revolución de 1910, tuvo lugar una hibridación de la mitología clásica con la mesoamericana como resultado de un intento por encontrar similitudes entre ambos panteones, entre las divinidades de cada continente, por dotar a las antiguas culturas del país de una filosofía similar a la griega. La escultura El Prometeo Quetzalcoatl que se levantó frente a la Facultad de Ciencias cuando se construyó Ciudad Universitaria —actualmente en la explanada de la biblioteca— fue concebida en ese contexto. En la mitología mesoamericana, Quetzalcoatl es el benefactor de la humanidad, él roba los huesos que guardaba Mictlantecuhtli en el inframundo y con ellos crea a los humanos, a él deben sus conocimientos más necesarios así como el mantenimiento de la agricultura ya que simboliza la tierra y el agua, y varios de sus
héroes y gobernantes fueron identificados con esta deidad que alguna vez fue humano.
El escultor Rodrigo Arenas Betancourt, nacido en Colombia pero instalado en México desde 1947, tuvo la idea de fusionar ambos mitos en una escultura. La serpiente de basalto que sostiene la figura humana de bronce simboliza a Quetzalcoatl, deidad telúrica, mientras, en lo alto, con un halo de estrellas, Prometeo resiste su tormento; el espejo de agua en donde se yergue la escultura de siete metros y medio de altura remata el conjunto. Así, agua, tierra y cielo simbolizan el cosmos, el entorno que sostiene la vida y que los humanos se afanan por entender, anhelan comprender, develan sus misterios, siempre inalcanzables. |
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como citar este artículo → Guerrero, Tanni y Rives Celeste, Rodríguez Alejandra, Saldívar Yolitzi, Cervantes Virginia. (2009). El agua en la Ciudad de México. Ciencias 94, abril-junio, 16-23. [En línea]
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