revista de cultura científica FACULTAD DE CIENCIAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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Carlos Flores Villela
     
               
               
Por alguna razón, a principios de 2011 la prensa público
algunos resultados de La Encuesta sobre la Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología en México 2009, que realizan conjuntamente el Conacyt y el Inegi, con algunos encabezados como el siguiente: “los científicos son ‘peligrosos’, opina el 52% en una encuesta mexicana”. Y añadía dicha nota: “junto con las creencias religiosas está también la desconfianza en los conocimientos médicos para el tratamiento de algunas enfermedades: 70% de los encuestados concuerda en que hay medios adecuados para la cura de padecimientos que la ciencia no reconoce como la acupuntura, quiropráctica, homeopatía, limpias, entre otras”.
 
El universo de la encuesta es de 100 000 habitantes mayores de 18 años en áreas urbanas de las 32 entidades federativas, es decir, en zonas donde es presumible una alta escolaridad. Revisando información sobre el tema hallamos un escrito del Dr. Salvador Ponce Serrano en el que revisa los resultados de las encuestas de 1997 y 2005, encontrando en esta última que “aun cuando sería lógico pensar que el nivel de escolaridad es un factor que implica una mayor propensión a apoyar las políticas en ciencia y tecnología, del análisis en el año 2005, los resultados mostraron lo contrario, es decir, conforme la escolaridad de las personas es mayor, su propensión a apoyar a las políticas públicas en ciencia y tecnología es menor”.
 
Tales informaciones me inducen a pensar que en el imaginario colectivo de la sociedad mexicana, la visión que se tiene de la ciencia y de los científicos es muy negativa y que, en la construcción de este imaginario social, el cine ha desempeñado un papel en esto pues, como dice Gérard Imbert, “de por sí imaginario-industria de lo imaginario, escribía Edgar Morin hace cincuenta años en su libro El cine o el hombre imaginario— lo es doblemente: como imaginación, invención, como cámara de eco del imaginario colectivo, soporte y polea de transmisión de las representaciones sociales”.
 
Para este primer acercamiento o atisbo, como lo hemos llamado, se han elegido tres cintas, una por cada década, desde los treintas hasta los sesentas: El signo de la muerte (Chano Urueta, 1939), El supersabio (Miguel M. Delgado, 1948) y El cerebro del mal (Joselito Rodríguez, 1958). La intención es centrarnos básicamente en la forma en que son presentados los científicos y, por tanto, la ciencia: ¿cuál es la imagen sobre los hombres de ciencia que estas cintas proyectan?, y por tanto, ¿cuál es la imagen de la ciencia que vehiculan? Si entendemos, con Imbert, que los imaginarios colectivos “son representaciones flotantes, más o menos conscientes, que condicionan nuestra aprehensión de la realidad e inciden en la formación de la identidad social”, hablaremos de qué imaginarios sobre los científicos y la ciencia se generan en las películas en cuestión.
 
El cine es un gran productor de representaciones sociales. Para muchas de éstas, la industria cinematográfica recurre al uso de los llamados estereotipos, que provienen de una imagen mental muy simplificada y con pocos detalles acerca de un grupo de gente que comparte ciertas cualidades, características y habilidades”. En el caso específico de las imágenes cinematográficas, la presencia de estereotipos “simplifica la realidad representada, sea por omisión o por deformación. En el cine es importante porque permite la identificación y propicia el reconocimiento”. Y es precisamente el recurso del estereotipo lo que une a las tres cintas a tratar.
 
La más ambiciosa de las tres resulta ser, paradójicamente, la primera, es decir, El signo de la muerte, pues el argumento, los diálogos, la dirección artística y parte de la producción estuvieron a cargo del escritor Salvador Novo, y la musicalización de la cinta corrió bajo la responsabilidad de Silvestre Revueltas. Y aunque se trata de la tercera y última aparición cinematográfica de la pareja formada por Mario Moreno Cantinflas y Manuel Medel, sus personajes son realmente secundarios y sin mayor importancia en la trama de la versión que ha llegado hasta nosotros; lo que puede constatarse en la segunda edición de la Historia documental del cine mexicano de García Riera, en donde aparecen Moreno y Medel disfrazados de “aztecas”, escena no presente ni siquiera en las versiones en VHS y DVD (existe la posibilidad de que dichas imágenes correspondan tan sólo a fotos publicitarias, como podría ser también el caso de la doncella sacrificada que muestra los senos al aire).
 
En cualquier caso la cinta en cuestión trata sobre una profecía escrita en el “Códice Xilitla”, en la que se señala que “el último descendiente de Quetzalcoatl logre ofrendar a los dioses el corazón de cuatro doncellas predestinadas: ese día de gloria los corazones de los hombres blancos se secarán y el hijo de Quetzalcoatl reinará sobre todos sus súbditos”. Esto es lo que hace interesante a la cinta, pues el protagonista no es alguien ligado a las ciencias que tradicionalmente aparecen en las películas, como la medicina o a la química, se trata de un arqueólogo, el Dr. Gallardo, interpretado por Carlos Orellana.
 
En la primera escena en que éste aparece lo vemos dando una conferencia sobre los códices que describen la forma en que se extraía el corazón sobre la piedra de sacrificios, haciendo una alusión a la profecía del “Códice Xilitla”, pero descartándola como una simple leyenda. Entre el público asistente se comenta que a él se deben “los descubrimientos más asombrosos” sobre el mundo prehispánico en México, pero que también se trata de un personaje misterioso.
 
Coincidentemente, esa noche ocurre el primer sacrificio de una mujer joven —la primera doncella sacrificada a Quetzalcoatl. La escena discurre de manera que no sepamos quién es el sacerdote encargado de realizar el sacrificio, sólo los vemos descender por una escalera y avanzar hacia su víctima (en la escena hay una incongruencia, pues la mujer es dormida con cloroformo o una sustancia similar y, sin embargo, escuchamos su grito en el momento que se le extrae el corazón). Únicamente se puede apreciar los pasos del sacerdote.
 
El periodista Carlos Manzano, interpretado por Tomás G. Perrín Jr., quien asistió a la conferencia del Dr. Gallardo y que cubre el asesinato de la muchacha para su periódico, relaciona el asesinato con lo dicho en la conferencia, razón por la cual pierde la entrevista pactada con el arqueólogo. En esta escena, y en una posterior, usando hábilmente la música de Silvestre Revueltas, a nosotros como espectadores se nos induce a pensar que el sirviente del Dr. Gallardo podría ser el responsable de los asesinatos, y después se da a conocer su origen indígena, lo que refuerza las sospechas sobre él.
 
Al ocurrir el segundo asesinato-sacrificio de una mujer joven, ya que también se le ha extraído el corazón y en su cuerpo se encontraron fragmentos de obsidiana, la policía decide recurrir al Dr. Gallardo como especialista, pretexto que utiliza el periodista para verlo. Éste acepta, pues empieza a coincidir con la apreciación del periodista de que un fanático se ha tomado en serio la profecía del “Códice Xilitla”. Para disculparse, Gallardo le explica en qué consiste su trabajo mediante una definición que no tiene desperdicio: “la arqueología no es una ciencia a propósito para conservar el buen carácter. La vida de un hombre es muy corta si se consagra a descifrar el enigma de la muerte de una civilización que ha dejado sus huellas y sus signos misteriosos en piedras milenarias. Yo no tengo tiempo de ser jovial y cortés y casi humano”. Una definición similar, como veremos más adelante, se da también en El supersabio.
 
La forma en que los sacrificadores ubican a las doncellas es por medio de un anuncio del periódico, donde un “brujo y adivino indígena” ofrece consultas únicamente a las mujeres. Aquellas que están predestinadas para ser sacrificadas tienen un signo, el signo de la muerte que da título a la película, que sólo el médico brujo percibe.
 
La tía Mati (Matilde Corell) de la periodista Lola Ponce (Elena D’Orgaz), novia a la sazón de Carlos Manzano, al ver la foto de la segunda muchacha se da cuenta que la conoció en la consulta con el brujo indígena. Esto lleva a la periodista a visitar al brujo, quien descubre que ella es también una de las doncellas predestinadas y es secuestrada. Cuando la periodista va a ser sacrificada aparentemente por Matlatzin, aparece Alicia (Elia D’Erzell), la hija del arqueólogo que ha llegado a visitarlo sin avisarle y que, por casualidad, descubre en la oficina de su padre el pasaje que lleva al templo de los sacrificios, y también es apresada por los “indígenas”.
 
Entretanto, Carlos Manzano es capturado por el Dr. Gallardo, quien le confiesa que siempre ha tenido en su poder la parte final del “Códice Xilitla” que se consideraba perdido, y que el día en que se acaben “todos los hombres blancos” ha llegado. Sin embargo, Cantinflas ve el pasadizo secreto y se da cuenta del secuestro de Alicia, por lo que sale corriendo en busca de la policía. Mientras, Gallardo se alista para realizar el último sacrificio y le pide a su “fiel Matlatzin: “empuña este cuchillo y ayúdame a consumar el supremo sacrificio. Tu raza vencida será la raza victoriosa de los dioses inmortales”. Pero en el momento justo de sacrificar a las doncellas, Gallardo descubre que una de ellas es su hija Alicia, llama traidor a Matlatzin, pero sucumbe ante la lanza de un indígena. Matlatzin lo denuncia como falso hijo de Quetzalcoatl y, como es de esperarse, llega la policía y el periodista Manzano logra escapar.
 
La imagen que esta película da de un científico, de un arqueólogo, es la de alguien que vive alejado de la vida cotidiana, que no puede disfrutar de los rayos del Sol por su trabajo, lo cual resulta paradójico pues el trabajo de un arqueólogo se realiza al aire libre, es decir, hay una mistificación del trabajo de la arqueología. En esta trama de suspenso se juega con la posibilidad de que sea su sirviente el asesino y él viva, por lo duro de su trabajo, sin sospechar nada, pero resulta ser el verdadero representante del mal. Él se considera descendiente de Quetzalcoatl, aquel predestinado a restablecer el dominio del mundo indígena, en una especie de racismo a la inversa: acabar con el dominio de los hombres blancos. Mas termina asesinado por aquéllos a los que pretendía reivindicar.
 
El argumento de la segunda película que hemos elegido para estos atisbos es más sencilla: el científico, químico para ser precisos, Arquímides Monteagudo (Carlos Martínez Baena) lleva veinte años buscando la fórmula del “carburex”, que dotará al mundo de una gasolina de gran octanaje y más barata pues se podría extraer del agua del mar. Su “ayudante”, Cantinflas, busca la forma de alargar la vida de las rosas. El descubrimiento del químico haría quebrar a la Petroleum Trust Corporation, que ha sido puesta en alerta por su propio asesor científico (Francisco Reiguera). El químico fallece tras haber encontrado la fórmula que deseaba Cantinflas, pero todo mundo cree que se trata de la del carburex, lo que desata la persecución del cómico, tanto por parte del consorcio petrolero como de un científico que vive de la piratería de descubrimientos ajenos, el Dr. Violante (José Pidal). Al final, en un juicio cantinflesco, se aclara todo gracias a la periodista Marisa Miranda (Perla Aguiar).
 
En esta cinta tenemos cinco imágenes de los científicos: la primera de ellas es la del profesor Peralta, el descubridor del “benzil”, carburante sintético “que transformaba la arcilla en un excelente combustible con un costo ridículo” y que arruinaba los intereses carboníferos de la Petroleum, pero ésta lo contrata como “investigador técnico científico”. Es la imagen de un científico que sucumbe a las amenazas de los poderosos, que decide pasarse de su lado, sabiendo que su trabajo será altamente recompensado por las transnacionales.
 
La segunda es la que corresponde a Cantinflas, que en realidad se trata de una parodia, pues su trabajo consistía en barrer y limpiar el laboratorio de Monteagudo y, supuestamente, dedicarse a encontrar una fórmula para alargar la vida de las rosas. El cómico no desaprovechó la oportunidad para un clásico gag: mientras creemos que labora en la preparación de una delicada sustancia, descubrimos que en realidad se prepara un cocktel. Esta parodia ocupa buena parte de la película.
 
En cambio, el verdadero químico nos da una tercera imagen: la del hombre de ciencia que tras largos años de esfuerzo y dedicación está a punto de lograr su meta, pues ha logrado aislar el “bentzonatan magnesio” del agua del mar, elemento clave para lograr una nueva gasolina. Al mostrar su descubrimiento a Cantinflas, éste lo califica como basurita y Monteagudo le responde: “basurita, es el resultado de veinte años de estudios, de lucha, de noches sin dormir, de días sin comer”, una definición similar a la realizada por el Dr. Gallardo en el Signo de la muerte, pero que no impide que el cómico se burle de eso. El químico Monteagudo aparece así como el científico que sólo busca beneficios para la humanidad, pero dejando ver su lado humano, pues sueña con pasar “a la historia rodeado de riquezas”. Sin embargo, como ya mencionamos, fallece sin haber ideado la fórmula del carburex.
 
La cuarta imagen corresponde a un científico pirata, el Dr. Violante, de quien sabemos por la periodista Miranda que es un impostor, pues ni es doctor ni ha descubierto aquello que presume: “el glucolin, azúcar sintética robada a un sabio en 1928. El vidaeternum, hormona vitalizadora, sustraído del archivo de un Dr. francés y el lectol, leche de la corteza de arroz, perteneciente a un chino al que engañó como a tal”. Su imagen no es sólo de la un científico farsante, sino la de un hombre arrogante: “Violante, con quien tiene usted el privilegio de hablar” —así recibe a la periodista Miranda—, y añade: “una gran cosa la ciencia, cuando se pone al servicio de la humanidad”. Además, tiene como espía (Alfredo Varela Jr.) a un miembro de la familia donde vive Monteagudo, y sabe que está cerca el descubrimiento del carburex, por lo que le presume a la periodista que su cerebro está a punto de descubrir “algo que pondrá a mis pies a la humanidad entera […] el que posea este secreto será el dueño del mundo”.
 
La quinta imagen corresponde a los científicos que tiene contratados el “Dr. Violante” para encontrar por su cuenta la fórmula del carburex y que le son presentados a Cantinflas, a quien todo mundo supone conocedor de la fórmula y quien a su vez ha sido contratado por el Dr. Violante (nótese en la imagen en esta página el peinado de Manolo Noriega que hace alusión al estereotipo del hombre de ciencia como alguien despreocupado por su atuendo, y la “concentración” de los otros dos científicos). Dichos científicos reciben la visita de Cantinflas, a quien piden les comente la fórmula que ha desarrollado, escena que aprovecha el cómico para nuevamente burlarse de los hombres de ciencia, traduciendo sus cálculos por el aquimichú de una canción. Como es lógico esperar, quedan impresionados ante la sabiduría del cómico.
 
En síntesis, la imagen de los científicos y de la ciencia que presenta esta película es que cuando son honestos, como el caso del químico Monteagudo, viven una vida árida, llena de sacrificios y que no necesariamente logran aportar algo útil al mundo. La parodia cantinflesca los dibuja como personajes carentes de inteligencia que se dejan impresionar por la charla sin sentido del cómico. El personaje que interpreta José Pidal, el Dr. Violante, en su impostura es el más cercano a la realidad, pues el área de la ciencia no esta exenta de las flaquezas humanas, de las envidias y de, precisamente, robos de trabajos ajenos. Su arrogancia se contrapone a la humildad de Monteagudo, pero deja en claro que la impostura tiene sus beneficios. Lo que no deja de ser interesante es la denuncia, en boca de Violante, de que los consorcios como la Petroleum son “bandidos poderosos que asesinan sin piedad a los sabios que hacen descubrimientos modestos” o que son comprados por ellos, como el caso del profesor Peralta.
 
La tercera cinta en cuestión tenía por título original El cerebro del mal, pero la fama posterior de El Santo, que en esta cinta hace su primera aparición en la escena cinematográfica, ha llevado a que se conozca como Santo vs Cerebro del mal, y a ser anunciada en el DVD como “Cine de Culto, Primer aparición del Santo”. Lo cierto es que el personaje apenas y tiene diálogos, la mayor parte de la cinta se la pasa deambulando como zombi y es más importante el papel de Fernando Osés (El Incógnito), quien conjuntamente con Enrique Zambrano —el comandante de la policía— es autor del argumento de la película.
 
La trama es de lo más simple: El Santo es capturado por unos hombres y llevado ante el Dr. Campos (Joaquín Cordero); inyectado y “radiado”, el luchador queda sometido a la voluntad del médico, quien además secuestra a sus colegas que trabajan en la “desintegración de la célula” y a un banquero: El Incógnito, agente de la policía que ubica el “laboratorio” y ayuda El Santo a recobrar la voluntad. Éste sigue con Campos, fingiendo estar bajo su poder y, cuando el médico está por vender las investigaciones de sus colegas y las suyas, lo atrapa la policía. Campos huye y, al final, El Santo se enfrenta con él, y muere baleado por la policía.
 
El presupuesto para esta película, seguramente bajísimo, dio para montar un laboratorio científico dotado de simples tubos de ensayo, una camilla y un aparato de rayos que delata su estructura de cartón-piedra. El científico en cuestión es un médico que ha descubierto, entre otras cosas, un método para someter la voluntad de los demás a la suya. Así lo dice cuando le llevan a El Santo: “con esta inyección y unos rayos que van a penetrar en su cerebro, seré dueño de su voluntad”. Logrado esto, Campos utiliza al enmascarado de plata para secuestrar a su colega, el Dr. Lowel, con quien comparte trabajos en la “desintegración de la célula”. El teniente Zambrano descubre con asombro que su agente enmascarado, El Santo, ha sido parte del equipo secuestrador, “parecía autómata”, le dicen sus subordinados.
 
Campos se niega a ser protegido por la policía. Sus secuaces van a secuestrar entonces a un banquero para que sustraiga el dinero depositado en su banco, y es aquí donde, haciendo uso de las posibilidades de la televisión, se nos muestra una escena en la que el poder del Dr. Campos llega al extremo de tener instaladas cámaras —el espectador así lo supone— que le permiten ver que sus sometidos cumplan sus mandatos.
 
El doctor nos deja entonces saber sus objetivos: “muy pronto me adueñaré de este país y el mundo entero estará a mis pies”. Esta imagen del científico que usa sus conocimientos para “apoderarse del mundo” es, muy probablemente, la del estereotipo más usado por el cine en el mundo, la del científico malvado —maloso, dirían nuestros políticos— cuyo afán de dominio y poder lo conduce, por lo general, ante el fracaso de sus planes, a la locura. Es el estereotipo al que recurren los dibujos animados de la Warner Brothers, los ratones Pinky y Cerebro, para entretener a los niños. Cada capítulo empieza con Pinky preguntándole a Cerebro: “¿qué vamos a hacer? […] Lo mismo de todas las noches. Tratar de conquistar el mundo”, responde el ratón genio Cerebro.
 
En la película en cuestión, más que El Santo es El Incógnito el héroe (lo cual no es raro, ya que Fernando Osés tenía experiencia cinematográfica, también enmascarado como La Sombra Vengadora y por ser coautor del argumento). Es él quien descubre el laboratorio secreto del Dr. Campos y, al revisar sus “fórmulas”, es él quien encuentra el antídoto para recuperar a El Santo, es decir, un científico, al menos médico, al igual que Campos; es él quien conduce a la policía al enfrentamiento con la banda del científico malvado. Esto último ocurre cuando el Dr. Campos está vendiendo a un personaje, con acento alemán, los descubrimientos de sus colegas y los suyos, cuando por fin El Santo entra en acción, mas Campos logra escapar con su secretaria, a quien tenía secuestrada. La policía llega a su casa y, al verse rodeado, estalla su locura: “esto no me lo pueden hacer a mí. Soy el dueño del mundo. Nada podrá detenerme” —pese a que no tiene ninguna salida. Y es aquí cuando El Santo tiene su “momento culminante”: enfrentar al malvado Dr. Campos. Ya muerto, tanto su secretaria como su novio, ayudante ingenuo de Campos, declaran que el “exceso de trabajo lo hizo perder la razón”.
 
De estos pequeños atisbos a la imagen del científico en el cine mexicano, ¿qué es lo podemos entresacar? Primero, que el trabajo en la ciencia es extremadamente exigente y árido, que no hay posibilidad de disfrutar de los placeres de la vida cotidiana, ni del Sol ni del aire libre, que esta exigencia, en casos extremos, lleva a la locura —como ocurrió al Dr. Campos. También, que estos esfuerzos no sirven de mucho, pues después de veinte años de trabajo arduo, el químico Arquímides Monteagudo muere sin aportar algo valioso. Segundo, que en su afán de dominio se vuelven seres perversos y, cuando no es así, su figura resulta tan insignificante —Monteagudo— que provoca más lástima que empatía. Tercero, y no tan negativo como lo anterior, que son seres humanos que pueden ser engañados por un vividor como Cantinflas, que no están exentos de querer, como todo el mundo, riquezas y bienestar, pero que son capaces de robar —como el “Dr. Violante”— los descubrimientos de otros.
 
En síntesis, en estas tres cintas encontramos una imagen de desvalorización del científico y su trabajo. Una imagen que los coloca del lado oscuro de la sociedad, por lo cual no resulta extraño que, ante tales cintas y otro tipo de producciones, la visión que se tiene en el seno de la sociedad mexicana del científico y su trabajo sea que son peligrosos.
 
 articulos
 
Nota

Este texto forma parte de una propuesta de investigación sobre la construcción del imaginario de la ciencia y los científicos en el cine mexicano de 1930 a 1960. Agradezco a Víctor Manuel Méndez, jefe del departamento de Audiovisual y Multimedia del CEIICH, así como a Gabriela Martínez Hernández y Axel Inván Mendoza Duarte, el apoyo prestado para extraer los fotogramas que ilustran este pequeño texto.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El signo de la muerte
 
 
 
00.el signo de la muerte
Dirección: Chano Urueta
Guión: José Benavides (hijo), Francisco Elías, Pepe Martínez de la Vega y Salvador Novo
Reparto: Mario Moreno Cantinflas, Manuel Medel, Elena D’Orgaz, Carlos Orellana, Tomás Perrín, Matilde Corell, Max Langler, Elia D’Erzell
Fotografía:
Víctor Herrera
Música: Silvestre Revueltas
Producción: cisa
Género: suspenso, misterio y comedia
País y año: México, 1939

Duración: 100 minutos.
 
Sinopsis: El periodista Carlos, del diario Excelsior, y Lola, reportera de la Nación, tratan en vano de entrevistar al sabio doctor Gallardo, director de un museo precortesiano, que habla en una conferencia del perdido “Códice Xilitla”. El códice trata de un sacrificio ceremonial de cuatro jóvenes a las que se arranca el corazón con un puñal de obsidiana.

 

 
 
 
 

 

     
 

El Supersabio

 
 
 
supersabio
Dirección: Miguel M. Delgado
Guión: Íñigo de Martino, Jaime Salvador (historia: Jean Bernard-Luc, Alex Joffé)
Reparto: Mario Moreno Cantinflas, Perla Aguiar, Carlos Martínez Baena, Alejandro Cobo, Aurora Walker, Alfredo Varela, José Pidal, Eduardo Casado, Rafael Icardo, Carmen Novelty
Fotografía: Raúl Martínez Solares
Música: Gonzalo Curiel
Producción: Posa Films
Género: comedia

País y año: México, 1948
Duración: 100 minutos.
 
Sinopsis: Cantinflas es el ayudante de un científico que durante muchos años ha estado investigando la manera de extraer del agua de mar la sus-tan-cia básica de la gasolina. Sin embargo, el investigador muere cuando está a punto de lograrlo, llevándose a la tumba el secreto de sus tra-bajos. Mientras tanto, la única preocupación de Cantinflas consiste en encontrar una fórmula que conserve las rosas infinitamente frescas.
 
 
 
 

 

     
 

Santo contra Cerebro del MAl

 
 
 
el cerebro del mal
Dirección: Joselito Rodríguez
Guión: Fernando Osés, Enrique Zambrano
Reparto: Santo, Joaquín Cordero, Norma Suárez, Fernando Osés, Alberto Insúa, Enrique Zambrano, Juanito Tremble, Armando Quezada, Enrique Almirante
Fotografía: Carlos Nájera
Música: Salvador Espinos
Producción: Coproducción México-Cuba; ATTICA
Género: terror, ciencia ficción
País y año: México, 1958
Duración: 70 minutos.

Sinopsis: El Santo es sometido por un grupo de maleantes y tras ser hipnotizado por el malvado doctor Campos es obligado a colaborar en los pla-nes de éste, que incluyen asaltos bancarios y sobre todo, el robo de la fórmula para la desintegración de la célula que está en poder de otros cien-tí-ficos. Es necesario que el inspector Zambrano solicite la colaboración de otro enmascarado, El Incógnito para evitar que Campos venda la fórmula a una potencia extranjera.

 
 
 
 
     
Referencias bibliográficas
 
García Riera, Emilio. 1992. Historia documental del cine mexicano. Tomo 2, 1938-1939. U. de G.-Gobierno de Jalisco, Secretaría de Cultura-Conaculta-Imcine, México.
Imbert, Gérard. 2010. Cine e imaginarios sociales. Ma-drid, Cátedra.
Ponce Serrano, Salvador. 2011. “Conocimiento científico y Tecnológico. Comentarios a los Resultados de la Percepción del Público según encuestas de conacyt en México” (www.cpspsonora.com/conocimiento_tecnologico.pdf)
Tuñón, Julia. 1998. “Una escuela en celuloide. El cine de Emilio ‘Indio’ Fernández o la obsesión por la educación”, en Historia Mexicana, vol. xlviii, núm. 2, México.
     
____________________________________________________________
     
Carlos Flores Villela
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades,
Universidad Nacional Autónoma de México.

Es Licenciado en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, Maestro en Historia del Arte por la Facultad de Filosofía y Letras, y forma parte del Programa de Investigación Ciencias Sociales y Literatura del ceiich. Sus líneas de investigación son las trayectorias políticas, los orígenes del cine en México y la estética social en el cine.Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas, Universidad Federal de Minas Gerais, Brasil.
 
como citar este artículo
Flores Villela, Carlos. (2012). Atisbos a la imagen de los científicos en el cine mexicano. Ciencias 105, enero-junio, 140-147. [En línea]
     

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